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Patrick Radden Keefe: "Dos millones de americanos son adictos"
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Patrick Radden Keefe: "Dos millones de americanos son adictos"

Entrevistamos al autor de 'El imperio del dolor' sobre la crisis de los opiáceos en Estados Unidos y sus consecuencias actuales

Foto: El autor de 'El imperio del dolor'. ( Joan Morejón Edicions del Periscopi)
El autor de 'El imperio del dolor'. ( Joan Morejón Edicions del Periscopi)

Ya no es ningún secreto pero sigue pareciendo una historia de ficción distópica. Un panorama aterrador atiborrado de potentísimos fármacos, miles de millones de dólares en juego y muertes por drogadicción a mansalva. En la crisis de los opiáceos de Estados Unidos confluyen el lavado de cerebro a los profesionales de la salud, el incalculable poder del capitalismo y la demagogia de una familia abanderada de la filantropía.

En este artículo adelantábamos los entresijos del último libro de Patrick Radeen Keefe, ‘El imperio del dolor’ (Reservoir Books), donde el periodista de The New Yorker relata el pasado de la familia Sackler, los inicios de la farmacéutica Purdue Pharma, el éxito del OxyContin y el actual drama nacional del fentanilo. Desde 2015, las muertes por heroína han aumentado hasta tal punto que han superado a los accidentes de tráfico.

El Insituto Nacional sobre el Abuso de Drogas publicó en 2017 un proyecto para combatir el problema. ‘La adicción debe tratarse, no castigarse’, liderado por la directora Nora Volkow, no ha sido suficiente para frenar el consumo. Según datos del Centro Nacional de Estadísticas de Salud, en 2020 murieron más de 69.710 personas por sobredosis de medicamentos recetados. El consumo se ha disparado un 30% a raíz de la pandemia y el descontrol ha inundado las calles de todos los rincones del país. Estamos hablando de que, en total, más de medio millón de personas han muerto por sobredosis de opiáceos.

placeholder Portada de 'El imperio del dolor'. (Reservoir Books)
Portada de 'El imperio del dolor'. (Reservoir Books)

Lo que durante los 90 se concentró en las zonas rurales hoy es un problema nacional. La farmacéutica Purdue Pharma - que denominaba ‘pseudoadictos’ a los pacientes absolutamente dependientes del OxyContin para quitar hierro al asunto- se declaró en quiebra en 2019. El 1 de septiembre la justicia norteamericana sentenció a los magnates. La familia Sackler deberá abonar 4.500 millones de dólares a los demandantes afectados pero no han pedido perdón. Mantienen el ideario americano -como nos cuenta Keefe en esta entrevista- de que la culpa de todo es del individuo. Si alguien se ha hecho adicto a los fármacos, es un problema individual. Terminar dependiendo de la heroína, también. La nación protegida por Dios evidencia de nuevo su doble moral con una crisis de drogradicción provocada por la industria farmacéutica para la que ni siquiera la fe cristiana encuentra excusas para justificarla.

¿Cómo pudieron engañar a tanta gente?¿Por qué la justicia no tomó cartas en el asunto antes? Y, sobre todo, ¿cómo paramos todo esto ahora?

PREGUNTA: Dos ideas iniciales de las farmacéuticas inician la crisis de los opiaceos en EE.UU: ampliar su receta para todo tipo de dolores y negar su evidente capacidad adictiva. Parecen dos ideas tan locas y absurdas que uno se pregunta. ¿Cómo demonios lograron convencer a tantos?

RESPUESTA: No creo que sea fácil. Lo que ha ocurrido es precisamente lo que esperaba la familia Sackler. Era un gran reto, tenían un producto muy potente. Antes de la llegada del OxyContin, los médicos eran muy precavidos a la hora de recetar opiáceos y el objetivo de Sackler era conseguir que los doctores tuvieran menos cuidado. El número de recetas médicas de opiáceos se disparó cuando apareció el OxyContin.

Si vas al principio del libro, entiendes que Arthur Sackler comprendió los métodos para influir a los doctores. Si consigues que los médicos hablen con otros médicos sobre el tema, es mucho más fácil. Además, tuvieron cientos de millones de comerciales farmacéuticos que colaboraron con la estrategia. También aprovecharon la ‘literatura médica’, es decir, recurrieron a estudios médicos que reconocían los beneficios de OxyContin. Éstos eran pésimos y ni siquiera relevantes: no eran más que cartas al director de ‘The New England Journal of Medicine’. Esta revista es tan prestigiosa que los médicos no se plantearon que pudiese tener tales consecuencias.

El mayor peligro de la corrupción viene cuando se piensa que hay gente que jamás podrá ser influenciada

Creo que además jugó a favor la imagen que hay de los profesionales de la salud en Estados Unidos. Se les concibe como curas, como que no pueden ser corrompidos. El mayor peligro de la corrupción viene cuando se piensa que un grupo de personas jamás podrá ser influenciado. Yo crecí en Boston y durante mucho tiempo, la gente pensaba que los curas o pastores religiosos no pueden hacer las cosas mal; y lo hicieron. Como pensábamos que no podrían tener malas intenciones, el mal comportamiento continuó durante más tiempo del que hubiera debido. Creo que con los doctores pasa exactamente lo mismo.

P: Los Sackler cumplen el mito individualista estadounidense: osados, innovadores y completamente despiadados. La destrucción que, como relata en su libro, han causado, ¿es una nueva advertencia de lo que le ocurre al capitalismo fuera de control, sin regulaciones?

R: Absolutamente. En cierto modo, el libro es la historia del sueño americano. Una familia europea que emigra a Brooklyn, tiene tres hijos y espera de ellos que tengan un buen futuro laboral. En cierto modo lo consiguieron: los tres estudiaron medicina y buscaron dejar huella en la historia americana. Eran judíos y experimentaron cierta discriminación, pero también eran hombres blancos, lo cual jugó mucho a su favor. Pasaron de la pobreza a ser extremadamente ricos con cientos de millones de dólares. Su nombre aparecía en todos los museos -estaban muy ligados al mundo del arte-, pero existe una parte negativa en todo esto. La acumulación de toda esa riqueza tuvo un precio. Diría que esa marca que han dejado en América y en el mundo no ha sido para nada positiva.

placeholder Patrick Radeen Keefe. (Penguin Random House)
Patrick Radeen Keefe. (Penguin Random House)

P: ¿Es la gente de a pie consciente de todo esto?

R: Creo que la sociedad americana ha tardado mucho en despertar. Cuando empecé a trabajar en este proyecto en 2017, la familia Sackler seguía siendo muy prestigiosa. Iban a fiestas, a celebraciones, y se les relacionaba con el honor y el orgullo. Nadie se hacia preguntas sobre cómo habían conseguido tales sumas de dinero. La mayoría de la gente les consideraba unos filántropos muy generosos. Al pertenecer al mundo artístico y ser aclamados por las universidades de élite, era complicado imaginar que pudieran tener las manos sucias.

P: Por otra parte, parece esta una historia de demonios pero también de ángeles. Las farmacéuticas han desencadenado una epidemia de opiáceos pero también han logrado vacunas muy efectivas en un tiempo récord contra la pandemia del covid... ¿Qué visión deberíamos tener de las farmacéuticas cuando son tan necesarias y tan peligrosas?

R: Ese es exactamente el punto de vista que hay que tener. Son los dos extremos. Yo diría que el OxyContin ha ayudado a mucha gente; es una industria que es muy buena para el mundo y puede alcanzar resultados milagrosos. ¡Deberíamos de celebrar eso! Pero no creo que debiéramos de tener una actitud muy naif al respecto; es una industria peligrosa que se mueve por el dinero, no por altruismo. Esto es lo que ha ocurrido con las vacunas del covid: son increíbles y efectivas si se vacuna la gente suficiente. Esto es un problema en mi país. Aun así, cuando se les pidió a las farmacéuticas que liberaran las patentes para que sitios como la India o África pudieran producir versiones de estas vacunas sin pagarles, dijeron que no. Para mí, ese es un buen ejemplo de que la pureza y el beneficio común no es el principal motor que les mueve.

El crimen no ha sido el invento del OxyContin pero sí la estrategia mercantil detrás de todo

P: El fentalino es el mayor peligro acual. En España también se recetan parches de fentanilo para pacientes que sufren dolor. Teniendo en cuenta lo que ha ocurrido en Estados Unidos, y a sabiendas de que usted no es médico, ¿se deberían dejar de recetar opiácos por el riesgo que pueden collevar?

R: No lo creo. Creo que los opioides son un remedio importante, pero tiene que ser utilizados con cuidado. Por ejemplo, no creo que deban ser recetados para cualquier cosa como un dolor de rodilla o lesiones deportivas. Deberían utilizarse para dolores severos. También creo que el paciente tiene derecho a saber cuáles son los riesgos de tomarlos y que los médicos tienen que pensárselo mucho antes de recetarlos. Si se opta por hacerlo, el paciente debe conocer durante cuanto tiempo va a tomarlos y qué pasos debe seguir para dejar el tratamiento de forma adecuada, sin efectos secundarios.

El crimen no ha sido el invento del OxyContin pero sí la estrategia mercantil detrás de todo. Defender que era un medicamento sin adicción y mentir sobre todo el proceso. Además, no creo que deba prohibirse porque habría un mercado negro detrás igualmente. He leído mucho sobre drogas y medicamentos y la solución no es prohibirlos o criminalizarlos, no hay evidencias de que eso funcione. Los opiáceos tienen muchos beneficios médicos pero no podemos mentir sobre ellos.

P: En Europa alucinamos con lo que cuenta en su libro, con las imágenes que se han hecho virales de los adictos de Philadelphia por ejemplo. ¿Si Estados Unidos tuviera un sistema de salud pública como los países europeos todo esto no habría ocurrido?

R: Es dificil de responder a eso. Creo que sí que habría ocurrido pero no a este nivel. La historia que quiero contar es que antes de la existencia del OxyContin ya teníamos el sistema de salud contaminado con la industria privada, los intereses y las motivaciones económicas. Eso es terrible para los pacientes y para la sociedad en general. Arthur Sackler fue uno de los primeros en contrubuir a esto.

Respecto al video de Filadelfia, creo que hay varias cosas que deberíamos tener en cuenta: por un lado, se ven reflejadas las consecuencias de la crisis de los opiáceos de muchas personas adictas en la calle. Por otro, encontramos a mucha gente sin hogar. En Estados Unidos predomina la actitud de que todo son decisiones y responsabilidades individuales. No existe una red de seguridad social. ‘Si no cuidas de ti mismo, buena suerte, no es mi problema. Yo solo voy a mirar por mí mismo’. El argumento de Purdue era que la gente se convertía así misma en adicta, no era responsabilidad de la empresa. Por eso creo que mucha gente es abandonada institucionalmente en Estados Unidos, por esa actitud de que el único culpable de lo que te pasa eres tú mismo.

P: En relación a eso, tengo entendido que esta crisis no afectaba solo a las personas más desfavorecidas, sino también a los ricos de la clase alta. ¿Es eso cierto?

R: Ahora sí, es así. Empezó e zonas más rurales. Esto afectaba sobre todo a trabajadores blancos de clase media del interior del país. En la década de los 90, al OxyContin se le apodó la 'Hillbilly Heroin’' - 'la heroína rústica'-. Existía la idea de que los consumidores provenían de sitios más tradicionales o rurales. Eso ha cambiado. Es un problema que afecta a todo el mundo a lo largo del país. No hay ningún grupo en particular que sea más afectado que otro. En torno a dos millones de americanos son adictos al opio: desde personas sin hogar hasta millonarios reconocidos. Estos últimos lo tienen más fácil para ocultar su problema, pero ahí están.

Las farmacéuticas invierten 8 veces más en lobbies de Washington que la industria de las armas

P: En Estados Unidos recetan antidepresivos con mucha frecuencia. Puede que no hasta el punto de los opiáceos, pero, ¿considera que existen adictos a estos medicamentos y que no nos preocupa porque los hemos normalizado?

R: Absolutamente. Cuando los hermanos Sackler estaban empezando sus proyectos, se planteaban la idea de que existiera una pastilla para curarlo todo. ¿No sería genial encontrar medicación para cualquier enfermedad? Creo que ese es el punto en el que estamos ahora. Conozco a gente de mi alrededor que toma una pastilla para dormir, una cuando se despierta, una para la dieta, otra para su estado de ánimo… Creo que al final terminan atrapados. En Estados Unidos la sociedad está sobremedicada.

P: Hay muchos malos, por así decir, en esta historia: la industria, los médicos/dealers, los farmacéuticos sin escrúpulos... Pero, ¿qué pasa con los poderes públicos? ¿Qué responsabilidad tiene en concreto la administración Obama vigente cuando se aceleró la crisis?

R: Los líderes políticos han fallado. Las farmacéuticas invierten 8 veces más en lobbies de Washington que la industria de las armas. Miles y miles de dólares de dinero para comprar influencia. Cada vez que una institución pretendía hacer algo, veías a Purdue utilizar su influencia para frenar las investigaciones. Esto ocurría con el Departamento de Justicia de Washington, con la FDA -Administración de Medicamentos y Alimentos-, con los gobiernos estatales y con la DEA -Administración de Control de Drogas-. Es la historia de una familia con muchas facilidades y parte de esas ‘facilidades’ estaban en el Gobierno.

P: A principios de septiembre, la familia Sackler fue condenada a pagar 4.500 millones de dólares evitando futuras querellas. Este dinero no es nada comparable con los beneficios que han tenido y, además, nadie irá a prisión. ¿Qué le parece esta sentencia?

R: No es justicia. Un concepto sobre el que pienso mucho es la impunidad. A veces a los malos les sale bien la jugada y creo que este es un ejemplo de ello. La familia no va a asumir grandes consecuencias al respecto, pagarán una suma de dinero para nada comparable con lo que han ganado. Se harán todavía más ricos, cuando tienes una herencia de 11 millones de dólares solo generas más y más beneficio.

El único aspecto en el que creo que sí han pagado consecuencias es en el terreno artístico. En la tercera parte del libro hablo de la fotógrafa Nan Goldin. El nombre de la familia Sackler estaba en todos los museos reconocidos del mundo y Goldin peleó porque esto dejase de ser así. La fotógrafa había sido víctima de la adicción al OxyContin y había sobrevivido. En ese momento, la reputación de los Sackler empezó a descender. La Universidad de Nueva York o el Louvre retiraron su nombre; esto no es suficiente pero es algo. Antes se relacionaba a la familia Sackler con la nobleza y ahora son sujetos de vergüenza.

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Patrick Radden Keefe. (Joan Morejón Edicions del Periscopi)

P: El número de muertes por adicción a los opiáceos está creciendo exponencialmente en Estados Unidos. Por un lado, ¿existe forma de frenar esto? Por otro, ¿debería la OMS asumir algún tipo de responsabilidad al respecto?

R: Tienes razón en que las muertes están aumentando. No se ha hablado del tema por el covid, pero el consumo de opio ha crecido muchísimo. Sí es cierto que creo que la pandemia ha provocado esto: la soledad y el aislamiento han potenciado el disparo de las estadísticas. Es dificil saber cómo se podría resolver este problema. Creo que necesitamos más medios y tratamientos para la adicción. Hay un estigma muy grande para las dimensiones del problema. Ahora ya no es una crisis de recetas médicas sino de consumo masivo de fentanilo. Va a llevar un esfuerzo enorme frenar esta crisis.

En cuanto a la OMS, hay una parte de esta historia que es muy interesante: en el libro hablo de cómo las recetas médicas empezaron a descender cuando algunos médicos se percatan de las consecuencias del OxyContin. Purdue se dio cuenta de esto y decidió exportar a países extranjeros. Trasladaron el mismo discurso que habían utilizado en EEUU: “Esta es la solución para quienes sufren a diario, no crea adicción…” México, Brasil y China comercializaron con el medicamento. Aquí es donde veo que la OMS debería involucrarse porque no se necesita una bola de cristal para saber lo que puede ocurrir en el futuro: la estrategia de las farmacéuticas de persuadir a los profesionales de la salud tiene consecuencias.

En lugares donde el sistema de salud es privado, creo que el peligro es muy real

P: ¿Considera entonces que algo parecido podría ocurrir en otros lugares?

R: Es difícil imaginar un problema de la escala de Estados Unidos, pero aunque no llegue a este extremo, sería un inconveniente para la sociedad. A si que sí, especialmente en lugares donde el sistema de salud es privado, creo que el peligro es muy real.

P: ¿Es gratificante haber dedicado tanto tiempo de trabajo a un tema que peca de falta de humanidad?

R: No ha sido fácil, no te voy a mentir. Con frecuencia recibo mensajes de padres -de madres, normalmente- contándome que sus hijos han fallecido. Pero también me escriben para decirme que leer el libro les ha ayudado a entender lo que estaba ocurriendo. Eso sí que es gratificante. Es una historia muy oscura, pero una buena historia al fin y al cabo. Me gustó mucho escribirla a pesar de ser tan salvaje. Siento que nunca podría haber escrito una novela de ficción similar. Es parte de mi trabajo. Tengo que ir a terrenos pantanosos y desagradables pero intentar que no me afecte demasiado personalmente.

Ya no es ningún secreto pero sigue pareciendo una historia de ficción distópica. Un panorama aterrador atiborrado de potentísimos fármacos, miles de millones de dólares en juego y muertes por drogadicción a mansalva. En la crisis de los opiáceos de Estados Unidos confluyen el lavado de cerebro a los profesionales de la salud, el incalculable poder del capitalismo y la demagogia de una familia abanderada de la filantropía.