Es noticia
Ni dinero, ni aventuras, ni fe: Cristóbal Colón quería ser señorito
  1. Cultura
historia

Ni dinero, ni aventuras, ni fe: Cristóbal Colón quería ser señorito

En el Día de la Hispanidad reflexionamos sobre los auténticos motivos que llevaron al almirante a descubrir América

Foto: Estatua de Cristóbal Colón en Barcelona. (iStock)
Estatua de Cristóbal Colón en Barcelona. (iStock)

De entre todos los títulos que relucen, todavía hoy, entre los descendientes del navegante más importante de la historia, uno resulta especialmente novelesco. Adornan al capitán de Fragata Cristóbal Colón de Carvajal y Gorosábel el ducado de Veragua y el marquesado de Jamaica. Es además Grande de España, caballero de la Real Orden de Isabel la Católica y, muy especialmente, almirante de la Mar Océana. ¿Almirante de la qué…? La historia de este almirantazgo nos lleva directamente al año 1492. Y algo más atrás.

Porto Santo era la isla pobre del archipiélago de Madeira. A 70 kilómetros de donde nació Cristiano Ronaldo (Funchal) vivió un Cristóbal Colón recién casado que había escogido bien a su esposa. Felipa Moniz de Perestrello era hija del capitán donatario de Porto Santo, hombre de mar al servicio de la corona portuguesa. Por encontrar aquel islote fueron distinguidos él y sus descendientes como gobernadores perpetuos. Colón, mejor navegante, supo que quería ser como su suegro. Poner un don delante del Cristóbal.

Un murmullo de sorpresa recorrió, 12 años después, el campamento de Santa Fe desde el que los Reyes Católicos liquidaron la caída del reino de Granada tras una década de guerra santa. Tras siete años de empecinamiento, Isabel y Fernando accedieron a patrocinar el viaje del genovés. Una travesía que, por su escala, trascendía cualquier sueño marítimo de su suegro. Y cuando Isabel y Fernando le dieron por fin su bendición, el marino les dejó atónitos con sus exigencias.

placeholder Cristóbal Colón. (Ridolfo Ghirlandaio)
Cristóbal Colón. (Ridolfo Ghirlandaio)

"Primeramente, que vuestras altezas, como Señores que son de las dichas mares océanas, hacen desde ahora al dicho don Cristóbal Colón su almirante en todas aquellas islas y tierras firmes que por su mano o industria se descubrieran, para durante su vida y después de muerto a sus herederos y sucesores de uno en otro perpetuamente."

Colón pidió un diezmo de cuantos recursos se encontrasen y amplísimos poderes judiciales y políticos mediante un virreinato y el llamado almirantazgo de la Mar Océana. Isabel y Fernando enfurecieron, pero terminaron cediendo. Lo firmaron todo en las llamadas Capitulaciones de Santa Fe. Pensaron que, en realidad, poco arriesgaban prometiendo la Luna a una misión extravagante… que difícilmente iba a encontrar luna alguna. Además, el dinero del viaje no lo puso la Corona, sino diversos inversores y prestamistas.

Colón halló, regresó y fue ungido como almirante de la Mar Océana. Pero sus títulos pendieron siempre de un hilo

Colón halló, regresó y fue ungido como almirante de la Mar Océana. Pero sus títulos pendieron siempre de un hilo: su capacidad de demostrar que había llegado al lugar prometido, a Asia y a sus riquezas, y no a un montón de islas caribeñas sin mayor provecho político ni económico. El genovés defendió siempre que el contrato le hacía señor de todas aquellas islas, fueran asiáticas o americanas. Isabel y Fernando aprovecharon la nefasta gobernación indiana de Colón y los errados viajes que siguieron para dejar las capitulaciones en papel mojado y, más aún, desposeerle bajo grilletes.

Algunos de sus descendientes prolongaron los llamados pleitos colombinos durante años. Exigían lo firmado en Granada, por mucho que aquel viaje hubiera sido un tremendo malentendido (y uno poco lucrativo hasta que se encontraron México y Venezuela). El malentendido de abrir una ruta hacia un continente y encontrarse otro por el camino.

Foto: Martin Alonso Pinzón y Cristobal Colón

Pero era una nostálgica batalla perdida para una familia ya poderosa; no en vano Diego Colón, primogénito nacido en Porto Santo, había casado con la familia Álvarez de Toledo. El premio de consolación de los tribunales no fue pequeño: los Colón ostentaron desde 1537 el ducado de Veragua y el Marquesado de Jamaica. Y todavía hoy blasonan con orgullo el más simbólico título de todos, carente de poder alguno: el de almirante de la Mar Océana.

Una conquista oceánica

En ese reborde premoderno entre la Edad Media y el Renacimiento que fueron las últimas décadas del siglo XV, los navegantes portugueses e italianos, inflamados por la lectura y las ideas de los viajeros Marco Polo o Juan de Mandeville, buscaron una conquista oceánica (una ínsula que no fuera yerma ni ingobernable) que les brindara un título real. La hidalguía para cualquier vasallo que se atreviera a aventurarse hacia unas rentas.

“Era un hombre de muy alto ingenio sin saber muchas letras”. Es la mejor y más sucinta definición colombina y la brinda Andrés Bernáldez, el llamado cura de Los Palacios. Su cuna humilde lo acomplejó. Su falta de estudios los suplió con pasión autodidacta. Fue un hombre de su tiempo, con sueños cosmográficos de su tiempo (no fue suya la idea de una ruta hacia oriente por occidente) pero con un poder de convicción y una fe en sí mismo fuera de lo común, que le llevaron mucho más lejos que a los demás. Un navegante curtido. Un empecinado a horcajadas de un gozne de la historia. Empujó el centro de gravedad del mundo desde Asia y sus especias hacia Europa y sus carabelas.

Fue un hombre de su tiempo con sueños cosmográficos de su tiempo (no fue suya la idea de una ruta hacia oriente por occidente)

Al mismo tiempo que sus naves hendían por primera vez el mar de Huelva, Antonio de Nebrija publicaba su 'Gramática del castellano', los últimos sefardíes abandonaban España, expulsados, y el Borgia Rodrigo Borja era nombrado papa Alejandro VI en Roma. Todo eso ocurrió en el mismo metro cuadrado de la historia. En la misma trama llena de vasos comunicantes. Y Granada cayó, siete siglos después. Y la imprenta de Gutenberg cambió el mundo imprimiendo todas estas nuevas y algunas más.

Foto: Ilustración de Cristóbal Colón de pie entre su tripulación a bordo del Santa María. (iStock)

“El legado de Colón es como el hombre mismo: complejo, moralmente equívoco y lleno de asombro y maldad”, resume el biógrafo colombino Felipe Fernández-Armesto. Sobre las contradicciones de Colón se eleva sobre todo su convicción advenediza. No fue ni cazatesoros ni evangelizador ni explorador por la fascinación de serlo. Empeñó su vida en que los Colón pasaran de plebeyos a señores. Su elocuencia le llevó al otro lado del mundo y al otro lado del escalafón. Su fanatismo le arrasó a él y en parte a sus conquistas.

Ante la imponente desembocadura del venezolano Orinoco, en 1498, se dio cuenta de que no estaba en Asia. Claro que se dio cuenta. Lo reconoció ante su propio diario.

"Vuestras Altezas ganaron estas tierras, que son otro mundo. Creo que esta es tierra firme grandísima, de la que hasta hoy no se ha sabido".

*Carlos Zúmer es autor de la ficción sonora ‘1492’ (Onda Cero).

De entre todos los títulos que relucen, todavía hoy, entre los descendientes del navegante más importante de la historia, uno resulta especialmente novelesco. Adornan al capitán de Fragata Cristóbal Colón de Carvajal y Gorosábel el ducado de Veragua y el marquesado de Jamaica. Es además Grande de España, caballero de la Real Orden de Isabel la Católica y, muy especialmente, almirante de la Mar Océana. ¿Almirante de la qué…? La historia de este almirantazgo nos lleva directamente al año 1492. Y algo más atrás.

Cristóbal Colón Reyes Católicos
El redactor recomienda