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Un verano de historia I: el Imperio Español nace con la conquista de África por Isabel la Católica
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CRÓNICAS ESTIVALES

Un verano de historia I: el Imperio Español nace con la conquista de África por Isabel la Católica

Ceuta, Melilla, Canarias... Los únicos enclaves de toda la UE en el continente vecino son el vestigio del primer paso hacia la forja del mayor imperio moderno de la historia que diseñó la reina de Castilla para dominar el mundo

Foto: Argel en 1575. (Cedida)
Argel en 1575. (Cedida)

"Que no cesen de la conquista de África". Así rezaba la última voluntad de Isabel I de Castilla en la cláusula añadida a su testamento el 26 de noviembre de 1504. La controvertida valla de Ceuta y Melilla, la última frontera de Europa en el continente africano, es lo que queda del mayor proyecto geopolítico de la historia moderna. Más de quinientos años después, los dirigentes de España siguen teniendo el deber de defender el territorio conquistado. Pedro Sánchez lo habría garantizado a cambio de ceder el Sáhara y enemistarse con Argelia, el gran enemigo ya en tiempos de los Reyes Católicos en el Mediterráneo. La Reina Isabel pensó a más largo plazo. Eran otros tiempos.

El proyecto de expansión en el norte de África, iniciado por Isabel y continuado por Fernando el Católico y el cardenal Cisneros, queda a menudo en segundo plano, ensombrecido por la colosal aventura de ultramar y la conquista de América. Sin embargo, la apuesta de Colón era secundaria, entonces, la prioridad era asentarse en el Mediterráneo. El imperio español se forjó de hecho como la consecuencia de la Reconquista finalizada con la toma de Granada. América, ni siquiera existía, solo era una apuesta a futuro que nadie podía imaginar, mientras que África era crucial para los intereses del reino cristiano, tanto religiosos como políticos. Ceuta y Melilla nunca han formado parte de ninguna entidad política marroquí y sí cinco siglos de los reinos de la Península.

El imperio español se forjó como la culminación de la Reconquista finalizada con la toma de Granada en 1492

Aunque el concepto de política internacional se asienta con el Congreso de Viena, los mimbres de su concepción surgen precisamente con la expansión de los reinos cristianos: Isabel no conquista porque sí el norte de África, lo fundamenta sobre la base de que la Península Ibérica no terminaba en el Estrecho, y que la unidad de ese territorio cristiano era una demanda legítima del reino Castilla. Todo el diseño de la estrategia iba más allá de las uniones dinásticas: se ocupaba el norte de África como un derecho de los cristianos.

A largo plazo

Según el historiador Joseph Pérez, Marruecos formaba parte de los objetivos a largo plazo de la corona de Castilla. Desde su perspectiva, la península ibérica y el norte de África constituían una unidad geográfica, política y también cultural, por más que ahora nos resulte extraño y más bien lo contrario: Ceuta y Melilla serían claramente territorios marroquíes por historia y derecho alejados de la unidad peninsular de España, es decir, el falso argumento marroquí que por entonces no contaba con una estructura ni de reino ni de Estado.

Además, el gran puntal de la expansión en el norte de África estaba relacionado con la propia seguridad del reino de Castilla: el peñón de Gibraltar no era suficiente y se necesitaban plazas al otro lado para contrarrestar la amenaza del corso berberisco. "El estrecho de Gibraltar no alarga las distancias, sino que les acorta", escribe Ramiro Feijoo en 'Corsarios Berberiscos' (Belacqva), "no supone ninguna barrera geográfica, sino más bien una suave cortina sobre la que deslizarse al otro continente".

Esta defensa de una nueva frontera, de la retaguardia de Granada, recién conquistada del Reino nazarí y tras las capitulaciones de Santa Fe, es el motivo esencial para, siguiendo con la recomendación de Isabel, asegurar el norte de África: Orán y Argel en la diana. No fue fácil y de hecho la guerra con el corso sería la más larga de los reinos de Castilla y Aragón, y su transformación en la monarquía hispánica primero y en el Reino de España ya en el siglo XVIII.

placeholder El cardenal Cisneros. (Cedida)
El cardenal Cisneros. (Cedida)

El esfuerzo bélico en el Mediterráneo se recuerda principalmente por la batalla de Lepanto, pero el momento clave fue la expansión castellana con la toma de Melilla en 1497 por parte del duque de Medina Sidonia, la de Mazalquivir en 1505, según los designios del arzobispo de Toledo, la del peñón de Vélez de la Gomera en 1508 por parte del conde Pedro Navarro y la de Orán dirigida por el cardenal Cisneros en 1509. De esa misma época y estrategia data el enclave del Ifni y las Islas Canarias. El Ifni en el Sáhara, que ahora controla Marruecos, fue de hecho la última guerra colonial de España, ya en el régimen franquista en 1958 y por el mandato de la ONU, el terreno a descolonizar que ahora ha entregado Pedro Sánchez.

Los últimos acontecimientos con la cesión de España del territorio, desoyendo el mandato de la ONU, ponen de relieve el complejo proyecto del imperio iniciado por los Reyes Católicos. Ni Canarias, ni el Sáhara, ni Ceuta y Melilla fueron fruto del colonialismo europeo del XIX, sino del mismo nacimiento del imperio español en el XV y XVI. Diego García de Herrera desembarca en las Islas Canarias en 1476 y el cardenal Cisneros, siguiendo la última voluntad de Isabel la Católica, prepara la conquista de Orán, justo cuando los últimos cabos sueltos del futuro imperio se están atando. Fernando de Aragón, como regente, pugna por el poder con su yerno Felipe el Hermoso, porque a los dos reinos de la península que han cohesionado la reconquista de la Península, Castilla y Aragón, hay que sumar la alianza dinástica con los Habsburgo, que marcará el futuro.

La única forma de dominar y consolidar el proyecto de imperio pasaba por la victoria contra la base de flotas piratas berberiscas que habían establecido los hermanos Barbarroja con la bendición del sultán del imperio otomano. La guerra infinita contra el infiel. Así, en la primavera de 1509 se reúne en Cartagena una armada de 10 galeras, 80 naos y otras embarcaciones para transportar a un ejército de "de 10.000 piqueros, 8.000 escopeteros y ballesteros y 2.000 jinetes de caballería pesada y ligera" según recoge Joseph Pérez —'Cisneros, el cardenal de España (1436-1517)', (Taurus)—.

La amenaza corsaria

La expedición de Cisneros culminó con éxito y tras la toma de Orán, lo que supuso que los corsarios de Argel reconocieran en 1510 la autoridad del reino cristiano, para asentarse en el peñón de Argel después de otra victoria naval contra el corso. Tal y como relata Feijoo, Argel, temiendo ser la siguiente en la lista de ciudades conquistadas y cuidadosamente saqueadas, acata finalmente el vasallaje al rey de Castilla. Al sometimiento argelino le siguió Trípoli, en la actual Libia, consolidando la presencia de la monarquía hispánica en el norte de África siguiendo la voluntad de la reina Isabel en su testamento. El resultado fue que entre 1505 y 1510 toda la costa norteafricana, desde Melilla hasta Trípoli, se convierte en española.

La expansión en el norte de África tenía un interés defensivo y de consolidación en el Mediterráneo, ya que sus ciudades eran pobres y no se sacaba un especial provecho de su ocupación y vasallaje. Sin embargo, el dominio de las orillas era un puntal necesario y de increíble valor estratégico para el imperio en ciernes. A mediados del XV, la reacción de los corsarios berberiscos, apoyados por el sultán otomano, supondría más de dos siglos de guerras y batallas en el Mediterráneo. España abandonaría Argelia en 1830 poco antes de la invasión francesa, que le convertiría en una de las colonias europeas del XIX.

Había llegado antes y tuvo que renunciar a Argel, pero Ceuta y Melilla, además de las Canarias, pasarían a formar parte del suelo español, a pesar de estar en otro continente. No fueron colonias sino territorios. El problema se intensificaría siglos después y España sí tuvo que ceder el protectorado de Marruecos tras la Segunda Guerra Mundial, pero las plazas de Ceuta y Melilla ya eran parte del reino y así ha seguido hasta nuestros días. La clave de esa expansión norteafricana se revelaría en los siguientes pasos del gran imperio que acaba de nacer con el testamento de Isabel I de Castilla. Precisamente el mayor impulsor de ese proyecto isabelino, el cardenal Cisneros, quien tenía que recibir al nieto de su reina, Carlos I, para entregarle las llaves —no sin dificultad— de la empresa de Castilla y Aragón en el mundo.

"Que no cesen de la conquista de África". Así rezaba la última voluntad de Isabel I de Castilla en la cláusula añadida a su testamento el 26 de noviembre de 1504. La controvertida valla de Ceuta y Melilla, la última frontera de Europa en el continente africano, es lo que queda del mayor proyecto geopolítico de la historia moderna. Más de quinientos años después, los dirigentes de España siguen teniendo el deber de defender el territorio conquistado. Pedro Sánchez lo habría garantizado a cambio de ceder el Sáhara y enemistarse con Argelia, el gran enemigo ya en tiempos de los Reyes Católicos en el Mediterráneo. La Reina Isabel pensó a más largo plazo. Eran otros tiempos.

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