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Vivimos en la edad de oro de la cultura barata
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El erizo y el zorro

Vivimos en la edad de oro de la cultura barata

La invención del libro barato fue el principio del acercamiento de la cultura a la población. Es uno de los grandes inventos de la humanidad moderna, aunque hoy lo demos por sentado

Foto: Un cliente en una librería. (EFE/Koen Van Weel)
Un cliente en una librería. (EFE/Koen Van Weel)

En 1934, el joven editor británico Allen Lane fue a la estación de Exeter St Davis, en Devon, a coger un tren para ir a visitar a su amiga Agatha Christie en Londres. Para hacer tiempo, y por curiosidad profesional, se acercó al quiosco de libros de la estación a ver qué tenían a la venta, y le pareció que todos los ejemplares exhibidos eran de mala calidad y, sobre todo, muy caros. Así que, después de pensarlo, decidió que su editorial debía hacer libros muy baratos, “que se compren con la misma facilidad e indiferencia que un paquete de tabaco”, y que tuvieran el precio aproximado de este. Se le ocurrió que el emblema de esos libros podía ser un pingüino y mandó a un empleado al zoo de Londres a contemplar a esos animales y hacer bocetos. Colocó uno en el lomo de un libro que tendría tres bandas de color horizontales y sería de tapa blanda y tamaño reducido. Había nacido el libro de bolsillo moderno.

Las novelas y los ensayos de bolsillo cambiaron por completo la relación de los ciudadanos con la cultura —la traducción de la 'Odisea' al inglés publicada en edición de bolsillo en 1946 vendió tres millones de ejemplares—, de un modo solo comparable a como lo habían hecho los periódicos sensacionalistas y baratos a partir del siglo XIX, gracias a la imprenta moderna que permitía tiradas enormes y, más tarde, la radio. Si entonces el creciente número de ciudadanos alfabetizados aumentaba a un ritmo enorme, y los procesos industriales evolucionaban para satisfacerlos —es llamativo que el primer libro de bolsillo publicado en español fuera 'La rebelión de las masas', de Ortega y Gasset, en la colección Austral, una copia de la de Penguin—, ahora nos encontramos en un momento extrañamente afín: no hay más gente alfabetizada, porque en los países ricos supone casi el cien por cien de la población, pero vivimos una edad de oro de la cultura barata.

Los libros de bolsillo cambiaron la relación de los ciudadanos con la cultura de un modo solo comparable a los periódicos sensacionalistas

El libro de bolsillo pervive, aunque ahora sea un poco más caro y se publiquen menos. Pero esto último se debe en parte a la aparición del formato digital, aún más barato. Además de eso, por supuesto, están las nuevas plataformas de 'streaming' de cine y música. Puedo entender perfectamente a quienes lamentan la decadencia de las salas de cine, pero la verdad es que son ridículamente caras, pese a que la experiencia sea mejor. Cuando pienso que puedo acceder al catálogo completo de HBO por unos nueve euros al mes, o al de Filmin por ocho (alquilar una película en Blockbuster en 2011 costaba 4,99 euros), me pregunto si nos damos cuenta de lo asombroso que es.

Mi juventud estuvo marcada por la frustración que me producía no poder comprar toda la música sobre la que leía y que me apetecía conocer. Ni siquiera podía arriesgarme a comprar discos que no fueran a gustarme, porque valían 3.000 pesetas (18 euros). Así que me pasaba una cantidad de tiempo desproporcionada en la tienda de discos escuchando decenas de ellos antes de decidir cuál me llevaba: los meses buenos, podía comprar como mucho dos. Hoy, con Spotify (ocho euros al mes) o servicios equivalentes, uno tiene acceso ilimitado a casi toda la producción musical de los últimos setenta años. Por no hablar de los periódicos: hoy son aún más baratos que cuando más se popularizaron gracias a ser, precisamente, muy baratos (¡suscríbase a El Confidencial por menos de seis euros al mes!). Pero no solo es el dinero: es la nula dificultad para acceder a un universo cultural inmenso. Además de los mencionados, por ejemplo, están los fondos digitalizados de instituciones culturales como la Fundación Juan March (con cientos de conferencias grabadas, catálogos digitalizados y exposiciones digitales) o el Museo del Prado: visitar sus exposiciones online no puede comprarse con la experiencia física, pero es mucho mejor que nada para quien vive lejos o no quiere pagar una entrada.

Foto: El CEO de Spotify, Daniel Ek. (Getty/Michael Loccisano)

No es solo internet. El diseño, aunque con frecuencia no lo consideremos cultura, es uno de sus rasgos más importantes: somos lo que leemos, dice un tópico razonablemente cierto, pero también somos los objetos de los que nos rodeamos o con los que cubrimos el cuerpo. Y ahí vivimos también una edad de oro barata: los muebles de Ikea, la ropa de Zara, Uniqlo y H&M, las libretas de Muji, las plumas baratas de Kaweco o Lamy, los relojes Swatch; en muchos sentidos, es ahora cuando se ha hecho más o menos realidad el proyecto de los grandes diseñadores industriales o de movimientos como la Bauhaus de poner a disposición de casi todo el mundo cosas bonitas y prácticas producidas en serie. Por supuesto, nunca nada es sencillo: la ropa barata tiene problemas medioambientales y de explotación muy serios; del mismo modo, se podría decir, los altos costes de la tecnología quizá se coman el bajo coste de estas innumerables posibilidades de consumo. No creo que esto último sea cierto, pero aun si lo fuera, lo que tenemos ahora a nuestra disposición sigue siendo un prodigio en comparación con el pasado. Y es un poco extraño hablar de decadencia cultural en un contexto así: a quienes quieran experiencias de lujo tampoco les faltará oferta.

En un artículo escrito una década después de la invención del libro de bolsillo, George Orwell afirmaba que, incluso en tiempos de inflación como los de entonces (en la posguerra mundial), el libro seguía siendo, después de la radio, la forma más barata de consumir cultura, y que él seguía gastando más en tabaco que en libros. La invención del libro barato fue el principio de un proceso de acercamiento de la cultura a la población general. Todo lo que ha sucedido en ese sentido en los últimos años ha sido maravilloso. De hecho, es uno de los grandes inventos de la humanidad moderna, aunque hoy lo demos por sentado. Ojalá resista estos nuevos tiempos de inflación.

En 1934, el joven editor británico Allen Lane fue a la estación de Exeter St Davis, en Devon, a coger un tren para ir a visitar a su amiga Agatha Christie en Londres. Para hacer tiempo, y por curiosidad profesional, se acercó al quiosco de libros de la estación a ver qué tenían a la venta, y le pareció que todos los ejemplares exhibidos eran de mala calidad y, sobre todo, muy caros. Así que, después de pensarlo, decidió que su editorial debía hacer libros muy baratos, “que se compren con la misma facilidad e indiferencia que un paquete de tabaco”, y que tuvieran el precio aproximado de este. Se le ocurrió que el emblema de esos libros podía ser un pingüino y mandó a un empleado al zoo de Londres a contemplar a esos animales y hacer bocetos. Colocó uno en el lomo de un libro que tendría tres bandas de color horizontales y sería de tapa blanda y tamaño reducido. Había nacido el libro de bolsillo moderno.

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