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Moda sostenible: ¿hay que dejar de comprar ropa para ayudar al medio ambiente?
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Mientras la regulación no avanza

Moda sostenible: ¿hay que dejar de comprar ropa para ayudar al medio ambiente?

La acumulación de inmensas cantidades de residuos producidos por la industria textil hace que sea imperativo replantearnos medidas para conseguir hacer este sector sostenible

Foto: El consumo excesivo de moda tiene grandes consecuencias medioambientales.  EFE
El consumo excesivo de moda tiene grandes consecuencias medioambientales. EFE

Acumulamos una cantidad infinita de prendas en el armario que va aumentando de forma considerable a lo largo de todo el año. Y si hablamos del período de rebajas, la cosa se recrudece: nos juntamos con cinco pantalones, de los cuales, solemos usar uno, ese que nos queda tan bien, que combina con todo y que se ha ganado el título de favorito. Coleccionamos un número suficiente de camisetas que dan para montar un mercadillo en la puerta de casa, pero aun así, somos incapaces de ignorar los estímulos publicitarios que nos incitan a seguir comprando una prenda nueva.

Lo quiero todo y lo quiero ya, da igual si no lo necesito, o si no es realmente urgente. Es la filosofía de vida que nos gobierna, la inmediatez y la abundancia son nuestros mejores aliados, sin habernos parado ni siquiera a pensar si es lo que queremos. Esa rueda a la que nos hemos subido, provoca que estemos pidiendo créditos continuamente a la tierra. Según la organización internacional Global Footprint Network, actualmente necesitamos 1,7 planetas para satisfacer la demanda de nuestros recursos. No solo nuestra cuenta bancaria está en números rojos.

"Creo que no debería ser un sector tan grande porque no tenemos una necesidad real de tener tanta ropa"

La industria textil es la segunda más contaminante del mundo, produciendo entre 4.000 y 5.000 toneladas de CO₂ anuales, lo que supone un 10% del cómputo global de residuos, según datos de la ONU. Sin olvidar el gasto de agua, que se sitúa, aproximadamente, en los 93.000 millones de litros cúbicos anuales. Después de conocer estas cifras, tal vez te hayas preguntado lo mismo que yo: ¿la solución es dejar de comprar ropa?

“Desde luego, debemos dejar de comprar a quien genera estos inmensos impactos en el medio ambiente”, apunta Gema Gómez, diseñadora, experta en moda sostenible y fundadora de la plataforma Slow Fashion Next. La industria está copada de empresas que nada tienen que ver con la sostenibilidad y que son las que dictan las normas de una producción que, si continúa a este paso, se carga el planeta, tal y como añade Gema: “creo que no debería ser un sector tan grande porque no tenemos una necesidad real de tener tanta ropa. Y si no existe esa necesidad, es absurdo que nos estemos cargando la tierra”.

placeholder Es necesario conseguir implantar el concepto de moda sostenible. EFE
Es necesario conseguir implantar el concepto de moda sostenible. EFE

Lo mismo defienden desde la Asociación de Moda Sostenible de España, AMSE. Así nos lo cuenta su presidenta, Marina López Domínguez: “es dejar de consumir para ser conscientes de que, si todo el mundo sigue haciéndolo a la misma velocidad, dentro de 20 o 30 años, nos quedamos sin planeta”. Pero como ambas apuntan, esta no es la única alternativa. En una época donde lo verde y lo ecológico vende más que nunca, la moda puede ser sostenible, pero sostenible de verdad.

“Se trata de comprar solo lo que se necesite, en vez de comprarnos cinco camisetas en cualquier tienda de fast fashion, adquirir una de algodón orgánico que nos cuesta 30 euros, pero que nos va a durar 20 años”, propone Marina como opción de consumo responsable. Pero existen muchas más, como el alquiler de la ropa, las tiendas de segunda mano, o la implantación de estrategias de eco diseño. Todas, añade, deben cumplir con los criterios que definen a una prenda realmente sostenible: “El tejido, que debe ser orgánico o reciclado, el lugar donde ha sido confeccionado porque puedes estar usando un tejido orgánico, pero este puede haber sido fabricado en Asia, donde las condiciones humanas y laborales son miserables y la huella de carbono que se genera en el transporte es muy perjudicial”. Y sin olvidar “el tipo de empaquetado, o la huella hídrica que se ha generado con la elaboración de esa prenda”.

placeholder Activistas de la organización Greenpeace protestan en la descarga de residuos de la empresa textil Kaltex. EFE
Activistas de la organización Greenpeace protestan en la descarga de residuos de la empresa textil Kaltex. EFE

Se trata de darle la vuelta a esa filosofía que nos gobierna, y tener menos cantidad con mayor calidad. Es decir, llevar a cabo un consumo responsable. Según Gema Gómez, “todo comienza por aquí”. Igual que cada vez tenemos más conocimiento sobre lo que comemos, y se empiezan a crear leyes que regulan todo aquello que aparece en la etiqueta de los alimentos, “el etiquetado de la ropa tiene que legislarse y debe existir una certificación europea que cumpla con los parámetros de sostenibilidad”, denuncia Marina desde AMSE.

Unos esfuerzos que comienzan a dar sus frutos, pero que son cada vez más costosos ante las prácticas de greenwashing de las grandes multinacionales textiles, desde donde se vende un concepto ‘eco’ y orgánico que tiene mucho más que ver con campañas de marketing, que con un verdadero respeto al medio ambiente.

Ante la poca educación textil de la población, que generalmente no se plantea de dónde viene la prenda que compra, es difícil no ceder ante este agresivo bombardeo. El consumidor de a pie prioriza lo que percibe como ‘barato’, sin saber que lo que se lleva a casa le está saliendo muy caro, tal y como apunta Gema: “no es que la moda sostenible sea cara, sino que sale muy barato explotar. Si esas grandes empresas, para poner el producto en el mercado, tuvieran que pagar lo que cuesta recuperar un río, sus prendas costarían más de 30 euros”. Desde hace unos 15 o 20 años, cuando el fast fashion comienza a coger impulso, nos parece cara la prenda de algodón orgánico, pues tenemos camisetas a tres euros en los grandes almacenes. “El precio de la moda sostenible es realmente lo que vale una prenda. Pero se ha extrapolado la producción a otros países, y eso hace que nos hayan malacostumbrado a unos precios que no son reales”, añaden desde AMSE.

Residuos textiles y reciclaje

Llevarse la producción a otros países también tiene otras consecuencias. Según datos de Greanpeace, se fabrican más de 100.000 millones de prendas al año, y en su mayor parte, con tejidos de malísima calidad. Esto provoca que la ropa, como los equipos tecnológicos, tenga una obsolescencia programada: “Te compras una camiseta de tres euros y a los tres lavados, está llena de agujeros. Pero te la has puesto las suficientes veces como para amortizarla, así que la tiras sin pensarlo, lo que provoca la inmensa cantidad de residuos textiles que tenemos ahora”, apunta Marina.

Foto: Consumidora eligiendo una prenda de ropa (EFE)

El próximo 1 de enero de 2024, se pondrá en marcha la ley de residuos que, entre otras cosas, obligará a una recogida selectiva de las prendas para evitar que todas lleguen al vertedero, donde las emisiones de CO₂ son muy elevadas. Y es que tal y como plantea el estudio de la fundación Ellen McArthur, casi a cada segundo, llega a los vertederos de todo el mundo, el equivalente a un camión de gran tonelaje lleno de ropa. Gema Gómez tiene claro que el proceso de reciclaje no es la panacea, y hay otras alternativas prioritarias: “lo primero es alargar la vida de las prendas, prepararlas para la reutilización mediante los materiales o las estrategias de eco diseño, y ya por último, el reciclaje. Cuando hablas de jerarquía de residuos, es una de las opciones, pero no la mejor”.

Acumulamos una cantidad infinita de prendas en el armario que va aumentando de forma considerable a lo largo de todo el año. Y si hablamos del período de rebajas, la cosa se recrudece: nos juntamos con cinco pantalones, de los cuales, solemos usar uno, ese que nos queda tan bien, que combina con todo y que se ha ganado el título de favorito. Coleccionamos un número suficiente de camisetas que dan para montar un mercadillo en la puerta de casa, pero aun así, somos incapaces de ignorar los estímulos publicitarios que nos incitan a seguir comprando una prenda nueva.

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