No te metas con Kim Kardashian porque tú, en el fondo, deseas lo mismo
El mundo está lleno de gente que ocupa un lugar cargado de privilegios que no merece. Pero lo cierto es que somos nosotros quienes encumbramos a esa clase de figuras públicas
El mundo está lleno de gente que ocupa un lugar preeminente y cargado de privilegios. Personas que creemos que no merecen tal podio ni tal reconocimiento. Mucho menos la vidorra que llevan. Kim Kardashian es una de ellas. “Es el paradigma del americanismo de centro comercial, tan alejado del neoyorquino”, dice Anitta Ruiz, consultora de imagen.
Pero ahí la ven. Con el vestido que lució Marilyn Monroe aquel 19 de mayo de 1962 para cantarle el cumpleaños feliz a John Fitzgerald Kennedy. Una prenda con más de 6.000 cristales cosidos a mano, por la que ha pagado cinco millones de dólares a un museo para lucirla escasos minutos en la alfombra roja de la gala Met. Luego, en la cena, llevó una réplica. Por la que ha perdido siete kilos en tres semanas para que le cupiera. Por la que dice que compensó, al acabar el sarao, inflándose a pizza y donuts.
Kimberly Noel Kardashian tiene más de 307 millones de seguidores en Instagram.
Vivir de que otros hablen de ella
La primera de las Kardashian que conocimos —porque hay un porrón de hermanas y todas se han retocado para parecerse aún más entre ellas— se dio a conocer por un vídeo sexual con un señor con el que tuvo una relación. Luego hizo un 'reality' que la ha convertido en millonaria, ha tenido un ojo regular para escoger cabezas sanas con las que compartir su vida y también ha tenido hijos. Algunos biológicos y otros se los ha comprado vía vientres de alquiler. Pero tiene un imperio basado en una idea muy simple: vivir de que otros, nosotros, hablen de ella.
Qué mal ejemplo, diremos. Qué nefasto mensaje lanza a nuestros adolescentes, gritaremos. Y tendremos razón.
"Es otra dieta que va a vender, su negocio es subir y bajar de peso a costa de su metabolismo"
Porque para entrar en esa prenda renunció a los carbohidratos y al azúcar, solo comió verduras “y proteínas limpias” —ya me dirán qué demonios es eso— y llevó puesta una “faja de sauna”. Declaraciones que, a estas alturas del personaje, no escandalizan al dietista Pablo Ojeda. “Le viene divinamente decir esas cosas porque es otra dieta que va a vender, su negocio es subir y bajar de peso a costa de su metabolismo”, afirma.
La sarcopenia
Ojeda aprovecha para mencionar la enfermedad crónica más habitual en mujeres a partir de los 50 años: la sarcopenia. “Llega un momento, con tanta dieta, que tu organismo necesita sacar energía de donde sea, así que recurre al músculo. La sarcopenia es la destrucción de esos músculos”, afirma. Y añade que los trastornos de conducta alimentaria son la segunda enfermedad más habitual en adolescentes.
No es solo adelgazar siete kilos en tres semanas, es lo que se ha hecho en el cuerpo para ser otra
Todo mal, Kim. Promoviendo hábitos poco saludables cuando eres la 'influencer' más importante del mundo. Pero hay más. “Lanza un mensaje muy perverso. Tanto por lo que ella publicita como por lo que se le compra: debes esforzarte por encajar. No es solo la temeridad de adelgazar siete kilos en tres semanas, es todo lo que se ha hecho en el cuerpo para ser otra”, explica Patrycia Centeno, experta en lenguaje visual y autora de ‘Poderío. Liderazgo femenino, un cambio de postura’ (Destino).
“Hambrientos de referentes”
A quién estamos poniendo el foco, escribiremos. Y es a ella a la que más. Esa que no necesita adelgazar para un papel que le hará ganar un Oscar como hizo Adrien Brody para ‘El pianista’. Porque cada aparición de Kim, cada cambio de imagen, las 14 horas que se pasó hasta conseguir el tono de rubio que exigía esta alfombra roja, es una película por estrenar sin guion por estudiar.
Cuando enseña canalillo, cuando rellena su trasero y hace de su cuerpo un reloj de arena andante. Cuando se tapa con una especie de vestido burka, pero somos capaces de reconocer su silueta entre un millón. Cuando aparece asociada a decenas de dietas diferentes, todas muy parecidas a la que hemos hecho las mortales para entrar en ese vestido de la boda que tienes a finales de mayo, la operación bikini que no persigue otra cosa que desquitarnos en verano. Y haremos bien en criticarlo, pero también en reconocernos culpables de encumbrarla, o al menos de prestarle una atención desmedida.
Lo escribía la periodista británica Suzy Menkes —porque siempre viene bien citar a las grandes— en un artículo en la revista 'Vogue' allá por 2017. Pronosticaba la victoria de Donald Trump, otro ejemplo de americanismo de centro comercial con descuentos en grandes marcas, sirviéndose del ejemplo de KK. “Para algunos, el trasero de Kardashian puede ser tan desagradable como un discurso de Trump. Pero millones adoran el 'look' de Kim, tantos como los que le dieron un 'no me gusta' al traje pantalón de Hillary Clinton”, explicaba.
“De lo que estamos hambrientos no es de carbohidratos, sino de referentes”, me dice Patrycia Centeno. Y también, como la Menkes, tendrá razón.
El mundo está lleno de gente que ocupa un lugar preeminente y cargado de privilegios. Personas que creemos que no merecen tal podio ni tal reconocimiento. Mucho menos la vidorra que llevan. Kim Kardashian es una de ellas. “Es el paradigma del americanismo de centro comercial, tan alejado del neoyorquino”, dice Anitta Ruiz, consultora de imagen.
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