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Dejar el trabajo es el nuevo divorciarte de tu pareja a los 40 y hacerte 'runner'
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Dejar el trabajo es el nuevo divorciarte de tu pareja a los 40 y hacerte 'runner'

Como el casado aburrido que piensa que el origen de sus problemas son los demás, y no él mismo, la tentación a abandonarlo todo, renunciar, decir que "no", siempre está ahí

Foto: Una crisis de los 40 constante. (AP Photo/The Canadian Press, Nathan Denette)
Una crisis de los 40 constante. (AP Photo/The Canadian Press, Nathan Denette)

Con datos, uno produce información y con anécdotas, no le queda otra que la opinión; y esto, me temo, es un artículo de opinión. Porque por mucho que repitan una y otra vez que las cifras no sustancian la idea de que se haya producido una Gran Renuncia en España (ya saben, ese movimiento masivo de abandono del empleo que se ha producido en países como EEUU o Italia), mi experiencia me dice lo contrario. La gente está renunciando o, al menos, soñando con hacerlo.

Ahí está la clave, en que la vida es sueño. Como me explicó en su día el profesor Anthony Klotz, el psicólogo que acuñó el término, la Gran Renuncia no es un fenómeno económico sino psicológico. Y, por lo tanto, es difícil medir de manera exacta la cantidad de gente que durante los últimos meses ha soñado con cambiar de vida y que podría ser, en un momento dado, todo el mundo. Ya no son solo las hordas de opositores desencantados con el sector privado, el banquero que se metió a profesor después de sentirse humillado por una degradación o el que no aguantaba más y prefirió morirse de hambre que de ansiedad, sino todos los que miran al atardecer y piensan "a tomar viento".

La Gran Renuncia es una metáfora sobre nuestra necesidad recurrente de dejarlo todo

En realidad, la Gran Renuncia es una metáfora sobre nuestra necesidad recurrente de dejarlo todo para volver a tomar las riendas de nuestra vida. En esta ocasión, la hemos tomado con el trabajo, entre otras razones, por coyuntura pandémica. Durante el confinamiento, redescubrimos los placeres del hogar, y de repente nos dimos cuenta de que lo que nos gustaba del trabajo no era el trabajo en sí, sino todos los extras. Los compañeros (los que nos caen bien), el café de la mañana y las cañas de por la tarde.

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Es lógico sospechar del trabajo como la principal fuente de nuestros males. Al fin y al cabo, es a lo que dedicamos más tiempo, esfuerzo, anhelos y frustraciones en nuestras vidas. Al menos ocho horas diarias, si no contamos los sobreesfuerzos y las noches sin dormir; para muchos, es la vara de medir su éxito vital. Esa centralidad del trabajo en nuestras vidas provoca que cuando algo nos va mal, sea el primer sospechoso.

placeholder La media maratón de Madrid. (Foto: EFE/Rodrigo Jiménez)
La media maratón de Madrid. (Foto: EFE/Rodrigo Jiménez)

Es posible que el trabajo es una fuente de miserias como ninguna, pero que también su abandono súbito no deja de ser en algunos casos una variante de la vieja crisis de los 40; aquella que nace de la sospecha de que haber entregado tu vida a otra persona ("esa" otra persona) ha sido la peor decisión posible, y que un cambio de aires facilitará que por fin seamos nosotros mismos.

Ya saben, dejar a la esposa o esposo, hacerse 'runner' (o buscarse una afición extemporánea semejante) o echarse un o una amante veinte años más joven… Hasta que unos años después, uno termina agotado de tanto correr y se da cuenta de que todo eso que te iba a hacer feliz no te hace más feliz. Eres igual de desgraciado que antes, pero en otras circunstancias. Las barras de los bares y las tiendas de videojuegos están llenas de cuarentones desengañados por haber pensado que cualquier otra vida era mejor que la suya.

Con la Gran Renuncia, perseguimos una metáfora: la de nuestra liberación

Cuento esto porque esta semana han aparecido varios artículos en la prensa americana que empiezan a hablar del Gran Arrepentimiento. Es obvio el interés por presentar historias con moraleja ejemplarizante ("esto es lo que te va a pasar si te marchas"), pero también, que lo que dicen las encuestas como la realizada por el tabloide 'USA Today' o lo que cuentan algunos expertos es de cajón de madera de pino: gran parte de la gente que pensaba que dejando sus trabajos su vida iba a cambiar por completo (uno de cada cinco o un 72% según la fuente, qué más da) se han dado cuenta de que no es así.

Porque tal vez lo que iban persiguiendo era una metáfora, porque se habían quedado con la parte literal de la Gran Renuncia. Como el casado aburrido que piensa que el origen de sus problemas son los demás, y no él mismo, la tentación a abandonarlo todo, renunciar, decir que "no" siempre está ahí. Es normal. En un mundo lleno de obligaciones, de exigencias y de trampas, la fantasía de ser otra persona es demasiado tentadora como para olvidarse de ella. Por eso nos gusta tanto hablar de la Gran Renuncia, porque no deja de ser otra manera de fantasear con una vida alternativa, en otro lugar, de otra manera.

Un cuarentón en mallas

Esa masa de trabajadores que saltan de trabajo insatisfactorio en trabajo insatisfactorio que en teoría son los protagonistas de la Gran Renuncia no deja de ser tan diferente de la de esos treintañeros que pasan de ligue en ligue sin que ninguno termine de cuajar. Tal vez incluso sean los mismos. El común denominador, una insatisfacción continua que nos lleva a cambiar lo esencial de nuestra vida (el amor, el empleo; la familia no, porque no podemos) para cambiarnos a nosotros mismos.

Foto: Un trabajador cualquiera en un mercado laboral conocido. (Reuters/Vincent West) Opinión

Como me decía el propio Klotz, es posible que a medida que vuelva nuestra vida convencional desaparezcan las tentaciones de abandonar el trabajo (y solo quede la de abandonar a nuestros seres queridos), que no haya sido más que un espejismo pandémico. Que no sea la panacea no quiere decir que no debamos intentarlo. Si la Gran Renuncia es una metáfora, su significado es el de la necesidad de recuperar control sobre nuestras vidas. Abandonar, marcharse, no tiene importancia por sus consecuencias, ni porque nos vaya a hacer felices o no, sino por la sensación liberadora de que, por una vez, tener tu destino en tus manos.

Aún no sé si todos esos amigos que han abandonado sus puestos en los últimos años están más contentos, si en unos años se sentirán satisfechos con su decisión o si se arrepentirán de ella. Tal vez debería haberles dicho que calculasen mejor sus opciones antes de hacerlo. Pero ¿para qué? Tan solo les habría impedido que recuperasen la sensación de que su futuro es suyo. Y eso es imperdonable en un mundo tan futurofóbico.

Con datos, uno produce información y con anécdotas, no le queda otra que la opinión; y esto, me temo, es un artículo de opinión. Porque por mucho que repitan una y otra vez que las cifras no sustancian la idea de que se haya producido una Gran Renuncia en España (ya saben, ese movimiento masivo de abandono del empleo que se ha producido en países como EEUU o Italia), mi experiencia me dice lo contrario. La gente está renunciando o, al menos, soñando con hacerlo.

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