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¿Avergonzado por la música que te gusta? Tres reglas para liberarte del postureo
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contra el 'guilty pleasure'

¿Avergonzado por la música que te gusta? Tres reglas para liberarte del postureo

El músico y poeta Mariano Peyrou publica 'Oídos que no ven', un ensayo contra la idea de la "música intelectual" y el "placer culpable" como barreras para la escucha de cualquier género

Foto: Foto: Blocks/Unsplash.
Foto: Blocks/Unsplash.
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En 1940, el sociólogo Robert Morey llevó a cabo un conocido experimento. Viajó a Liberia, a una población de nativos africanos, para comprobar cómo se percibía allí la música clásica europea. Si las asociaciones que parecen impepinables en el imaginario occidental provocan las mismas reacciones en quienes no poseen las mismas raíces musicales. A "los de la loma de Liberia", la música de Mozart, Haydn o Schubert les resultó estridente hasta tal punto, que algunos "se pusieron nerviosos" y "la mitad se marchó" antes de que concluyeran las obras.

El experimento de Morey evidencia la naturaleza social, cultural y contingente de cualquier forma artística, y desmonta en cierto modo el viejo tópico de la música como "lenguaje universal". La obra de Mozart es el paradigma del equilibrio y la proporción en cualquier rincón de Occidente. Incluso se le atribuyen propiedades milagrosas en el crecimiento de las plantas o el desarrollo cerebral de los bebés. Pero en las lomas de Liberia de los años cuarenta, la música de Mozart resulta perturbadora y disonante. La paradoja se recoge en el ensayo 'Oídos que no ven' (Taurus, 2022), del poeta, músico y profesor del Centro Superior de Música Creativa de Madrid, Mariano Peyrou. El ensayo se propone derribar las barreras del oído cuando se enfrenta a una música desconocida. Peyrou descifra este carácter social y relativo del gusto musical, que puede hacer de Mozart un estruendo. Ese que nos empuja a ciertos géneros y nos aleja de otros, que tiñe la escucha de implicaciones prácticas, culturales, incluso políticas o de clase. Y, a veces, encorseta la única herramienta necesaria para valorar cualquier música que se haya escrito nunca: la escucha. A secas.

placeholder Portada de 'Oídos que no ven'. (Taurus)
Portada de 'Oídos que no ven'. (Taurus)

"Creo que ahora, más que nunca, la música está teñida de la identidad. Lo que escuchamos nos configura, y esto va mucho más allá de la música misma, sobre todo en Occidente. Los logos y las camisetas de un grupo, los discos, los símbolos, tus artistas más escuchados en Spotify... Se trata de la música como un medio para configurarnos y no tanto de una experiencia estética", opina Peyrou. "Pero en las sociedades preindustriales ocurría algo parecido. La música no solo era para 'flipar', sino que servía para un rito religioso. O para invocar la lluvia, por ejemplo. Hace que la comunidad se sienta unida y favorece su supervivencia. En realidad, estas dos formas de entender la música (en la sociedad de consumo y en la sociedad preindustrializada) no son tan diferentes".

'Oídos que no ven' propone un espacio crítico con ambas perspectivas, que libere a la música de una cárcel de usos y significados. Y al oyente, del 'postureo' que le impide afrontar una obra desconocida desde una escucha sincera. Con el oído —y no solo la costumbre, los prejuicios o el conocimiento previo— como primer filtro. "La distinción de la dimensión puramente artística de la música y de sus otras dimensiones es casi imposible en la práctica. Siempre nos movemos entre una y otra. ¿Por qué nos gusta la música que nos gusta? ¿Por qué escucho a John Coltrane, a The Clash, a Ariana Grande o a Beethoven? No podemos saber si es solamente porque nos aporta una experiencia estética o porque, simplemente, retroalimenta nuestra identidad y nos hace sentir guais", señala el escritor. "Igual que te encuentras a mucha gente en un concierto de 'death-metal' que se perderá para siempre la oportunidad de flipar con Beethoven, te encuentras a mucha gente en los conservatorios que se va a perder la experiencia de flipar con Pink Floyd".

placeholder El poeta y músico español Mariano Peyrou.
El poeta y músico español Mariano Peyrou.

"Siento que hay mucha gente perdiéndose experiencias estéticas, música que le puede hacer flipar, sufrir o sentir intensamente, por una serie de prejuicios que no tienen demasiado sentido", defiende el escritor. 'No me gusta el jazz porque no lo entiendo'. 'No me gusta la música clásica porque no se puede bailar'. En última instancia, la escucha alejada de prejuicios como estos es un misterio. Un oído limpio, completamente libre del intelecto, es una quimera similar al trance de la escritura automática o inconsciente. La comprensión de la música que se propone en 'Oídos que no ven' "consiste no en intelectualizar, no tratar de captar la realidad a partir de categorías mentales, sino con los sentidos o la imaginación". En términos freudianos, que Peyrou cita en su ensayo, consiste en liberar al 'ello' que habita en nuestro oído del 'superyó' que, en ocasiones, lo apresa. Escuchar sin prejuicios, sin los códigos que nos aporta la experiencia y el conocimiento. A través de las ideas de Peyrou, en conversación con El Confidencial, se sugiere una guía en tres pasos para abrirse a nuevos géneros. Y juzgar la música desde ese lugar ignoto y oscuro que, en el fondo, es solo el placer de escuchar.

1. Contra la música 'intelectual'

"Creo que cuando alguien considera que cierta música es 'demasiado intelectual', lo que suele ocurrir es que está tratando de entender la música intelectualmente sin conseguirlo", señala el escritor en el ensayo. Calificar ciertos géneros de impenetrables, complejos o esforzados y rechazarlos de plano por este motivo "no nos permite escuchar", según Peyrou. "La música siempre ofrece algunas dimensiones intelectuales y otras que no lo son tanto. Como toda forma de arte, nos permite llegar a rincones alejados de la razón. A lugares que tienen más que ver con el mundo del oído, el cuerpo o el espíritu". Despojar a la música clásica, académica, contemporánea o al jazz de lo que sí se atribuye a otros géneros (su energía, sus efectos sobre el cuerpo) supone despojarla de su esencia. "Cuando John Coltrane dice que 'uno puede hacer música con el cordón de un zapato, si es sincero', se refiere precisamente a esto", zanja.

Foto: Foto: Iciar Iturmendi.

2. Libérate del 'guilty pleasure'

"El concepto del 'placer culpable' en los gustos musicales existe porque todos tenemos una especie de compartimentos de lo que mola y lo que no, lo que es adecuado y lo que no, lo que funciona en determinado contexto y lo que no. Tiene que ser así en ciertos momentos, pero no en el arte", opina Peyrou. "El arte es el territorio de la anarquía y la libertad absoluta del individuo. Por ponerlo en términos algo simplones, está esa dicotomía entre lo que escucha un profesor de composición de conservatorio y un cantante de punk... Parece que sus gustos musicales son irreconciliables o que pertenecen a compartimentos diferentes. Pero esas distinciones, si se piensan desde un punto de vista antropológico, no existen. Toda la música que escuchamos pertenece al mismo orden, se trata de una humanidad que se expresa y se retrata a sí misma a través del arte".

"Una instrumentación que nos parece cursi a veces nos impide escuchar una melodía que nos podría parecer bella. Un arreglo que nos parece tosco a veces nos impide escuchar un ritmo que nos podría resultar sugerente", señala en el ensayo. "Creo que lo interesante sería poder construir una identidad más flexible, más abierta, y escuchar de una forma más libre y verdadera: lograr una especie de escucha salvaje, independiente de todo lo sancionado por la cultura".

3. Desaprende

"Stravinski tiene una cita que me encanta: 'Mi música la entienden mejor los niños y animales'. Muchas veces, el público más o menos educado de la música, la gente que compra discos, va a conciertos, es más o menos melómana, es bastante prejuiciosa. En cambio, en otros ambientes donde la gente es 'analfabeta' musicalmente hablando, que ni siquiera es aficionada, tiene una escucha más abierta y sincera", opina Peyrou. "Se trata de desaprender ciertas ideas o ignorarlas cuando obstaculizan una relación directa entre la obra y el oyente".

"Este tipo de escucha se ve en los niños a ciertas edades, cuando todavía no se tiene un filtro que le dé significado a los estilos o a los géneros. Todo es música, sonido, y pueden jugar con ello. Lo que aprendemos y lo que sabemos no es siempre un obstáculo, y también ayuda para comprender otras dimensiones de una obra. Pero es cierto que puede llegar a estorbar y a no permitir una relación 'cuerpo a cuerpo' con la música", señala el escritor.

"En los colegios, lo que se enseña a un niño de 12 años es que leer un poema consiste en detectar figuras retóricas"

La enseñanza académica del arte es una de las culpables de que todo ese conocimiento se interponga en la experiencia estética, según defiende Mariano Peyrou. "En los colegios, lo que se enseña a un niño de 12 años es que leer un poema consiste en detectar figuras retóricas. Siempre hay excepciones, pero el estándar es ese. Que el primer contacto de los niños con la poesía consista en hacer una lista de figuras retóricas, con unos nombres terroríficos, y descubrir qué significa un poema. Parece un juego de adivinanzas, y no tiene demasiado que ver con mi forma de entender la experiencia de leer poesía. No se trata tanto de aprender como de desaprender. En algún momento de la vida, merece la pena criticar todo eso que hemos aprendido desde que tenemos dos años y empezar a juzgar el arte desde la experiencia propia. Empezar a juzgar la música con los oídos".

En 1940, el sociólogo Robert Morey llevó a cabo un conocido experimento. Viajó a Liberia, a una población de nativos africanos, para comprobar cómo se percibía allí la música clásica europea. Si las asociaciones que parecen impepinables en el imaginario occidental provocan las mismas reacciones en quienes no poseen las mismas raíces musicales. A "los de la loma de Liberia", la música de Mozart, Haydn o Schubert les resultó estridente hasta tal punto, que algunos "se pusieron nerviosos" y "la mitad se marchó" antes de que concluyeran las obras.

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