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El plan de la Stasi para acabar con el punk para siempre
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SE PUBLICA 'BURNING DOWN THE HAUS'

El plan de la Stasi para acabar con el punk para siempre

El nuevo libro de Tim Mohr desvela cómo la música punk se convirtió en uno de los grandes enemigos del brazo duro de la RDA durante sus últimos estertores

Foto: Un punk frente al muro de Berlín en el barrio de Kreuzberg, a finales de 1989. (Daniel Biskup/Cordon Press)
Un punk frente al muro de Berlín en el barrio de Kreuzberg, a finales de 1989. (Daniel Biskup/Cordon Press)

Abril de 1983. Grupos de Berlín, Dresde o Leipzig se reúnen en una iglesia de Halle, ciudad situada en el estado de Sajonia-Anhlat, para llevar a cabo el que probablemente fue el primer festival punk de la República Democrática Alemana. No había publicidad, pues sabían que las autoridades acabarían con ellos en cuanto pudiesen. Toda la promoción se había realizado de boca a boca. El acto se repetiría a mayor escala unos meses más tarde en otra iglesia, esta vez de Berlín. El público fue disuelto por la policía, y los miembros de bandas como Namenlos fueron detenidos. Sería el mayor acto de represión desde que Erich Honecker llegase al poder en 1971.

Los interrogatorios por parte de las autoridades de la RDA a la banda duraron meses, hasta que finalmente los músicos fueron sentenciados a pasar un año y medio en una cárcel de la Stasi, acusados por sus letras subversivas. Ni siquiera las habían publicado en forma de disco: la agencia de inteligencia contaba con chivatos en los conciertos que deletreaban a las autoridades las letras de esos peligrosos grupos de rock. Es una de las muestras más claras de lo duro que llegó a ser el enfrentamiento entre la anquilosada Stasi y la adolescencia punk en un momento en el que cada vez le resultaba más difícil a la RDA cerrar las puertas a los aires de cambio.

Para acabar con esos peligrosos punks, la Stasi recurrió a una vieja estrategia que habían empleado ya los nazis: la 'Zersetzung'

Fue un arduo proceso que terminaría teniendo un final feliz aunque agridulce, como desvela en 'Burning Down the Haus' Tim Mohr, que fue DJ en la Alemania reunificada a principios de los 90. Serían esos jóvenes oprimidos los que terminarían consiguiendo que el sistema paranoico-militar impuesto en la Alemania del Este se viniese abajo, aunque ello les condujese a poner en riesgo todo lo que tenían. “Los sacrificios que estos jóvenes estuvieron dispuestos a llevar a cabo como adolescentes son casi incomprensibles”, ha recordado el autor en una entrevista. “Estaban hipotecando todo su futuro. Se les echaba de los colegios y de los trabajos, tenían problemas con la policía y pasaban tiempo en la cárcel. ¡Y no tenían ninguna idea de que tendrían éxito, que el Muro caería 10 años después!”

placeholder Jóvenes punks se manifiestan en Alemania Oriental el 4 de noviembre de 1989, apenas cinco días antes de la caída del Muro. (ZB/Cordon Press)
Jóvenes punks se manifiestan en Alemania Oriental el 4 de noviembre de 1989, apenas cinco días antes de la caída del Muro. (ZB/Cordon Press)

El punk alemán fue un eco del 'boom' del británico que, probablemente, y a pesar de que la historia lo haya relegado a un lugar secundario, superó a aquel en su alcance histórico. Al menos, como asegura Mohr, es el único movimiento de esta índole que puede estar orgulloso de “haber hecho caer un régimen”. Se encontraría, eso sí, con un duro enemigo: el Ministerium für Staatssicherheit, conocido familiarmente como Stasi, que entre su fundación entre 1950 y la caída del muro espiaría a millones de personas. Un puñado de ellas eran estos jóvenes punks, que en muchos casos ni siquiera habían cumplido la mayoría de edad y que, a pesar de ello, quitaban el sueño al líder de la Stasi desde aquel primer festival en la primavera de 1983, como el propio Mohr ha recordado.

La guerra sucia contra los adolescentes

Para acabar con esos peligrosos punks, la Stasi recurrió a una vieja estrategia que habían empleado ya los nazis contra con sus enemigos políticos. Es la 'Zersetzung' (“descomposición” en alemán), una técnica de guerra psicológica que iba horadando poco a poco la confianza y salud mental de los enemigos políticos hasta que estos se sentían tan alienados que tenían que abandonar la lucha política. Eso, en el caso de los jóvenes punks, significaba que se les vetaba la entrada a la universidad o a un puesto de trabajo, se les desahuciaba y se les retiraba el pasaporte, lo que les impedía incluso abandonar su pueblo.

Un informe del gobierno de la RDA de 1981 cifraba el total de esas hordas punks en 1.000, a los que había que sumar otros 10.000 simpatizantes

La Stasi tenía oídos y ojos en casi todos los conciertos de la época, y el hecho de que muchos de los jóvenes fuesen menores les convertían en víctimas propicias. Como recuerda el autor, “la Stasi era muy buena a la hora de evaluar a la gente y convencerlos de que, si trabajaban con ellos, estarían 'ayudando' a sus amigos”. Además, la inteligencia de la RDA utilizaba el simple y llano chantaje para convencer a esos jóvenes: a menudo, explica Mohr, que ha revisado los informes policiales de la Stasi, se sugería a los subversivos punks que sería una pena que sus padres perdiesen el trabajo por negarse a colaborar con ellos. La mayoría no se atrevió a decir que no. Como recuerda Mohr, no podían saber que el Muro caería mucho antes de lo que podían esperar.

Una de las grandes protagonistas de esta historia es Major, una chica de quince años que en septiembre de 1977 se convirtió en la primera punk de Alemania del Este. Vivía en Köpenick, en las afueras de Berlín. Su trayectoria condensa a toda su generación: su abuelo había sido encarcelado por Hitler por comunista; su abuela, que la había criado, había formado parte de la lista negra de Heinrich Himmler por negarse a realizar el saludo nazi, pero su vida bajo el estalinismo no había sido nada fácil, así que despotricaba contra el sistema de la RDA. Cuando la joven descubrió a los Sex Pistols, se dio cuenta de que “el punk sonaba, lucía y se sentía como si fuese la liberación”. Era, además, su vía de protesta frente a un estado de las cosas que consideraba injusto, más pacífico que el terrorismo.

placeholder Los Archivos de la Stasi pueden ser consultados por cualquiera que desee saber quién le denunció bajo el comunismo. (Jean-Paul Guilloteau/Roger-Viollet/Cordon Press)
Los Archivos de la Stasi pueden ser consultados por cualquiera que desee saber quién le denunció bajo el comunismo. (Jean-Paul Guilloteau/Roger-Viollet/Cordon Press)

Major fue también una de las primeras personas que hizo llegar a los oídos de las autoridades alemanas esa palabra, “punk” (o “pank”, como escribían a menudo en los informes), que pronto se convertiría en su obsesión. Fue el 16 de mayo de 1978, cuando fue detenida e interrogada por la policía. Todas las bandas de las que habló (X-Ray Spex, The Clash, The Buzzcocks, The Vibrators, Wire o Stiff Little Fingers) provenían del peligroso mundo capitalista, así que el teniente la calificó como potencial desertora. Por esta razón, fue puesta rápidamente bajo la supervisión de la Stasi, que la mantuvo vigiliada. Fue la pionera de una paranoica obsesión que terminaría afectando a miles de jóvenes.

El final del siglo

Un informe del gobierno de la RDA de 1981 cifraba el total de esas hordas punks en 1.000 cabezas pensantes, a las que había que sumar otros 10.000 simpatizantes, como recuerda Mohr en un reportaje que terminaría convirtiéndose en el germen de su libro. En ese mismo año, después de un sonado concierto inaugural en la permisiva embajada de Yugoslavia, el “problema del punk” fue puesto en manos de los agentes de la Stasi, que no se andaban con chiquitas. Fue entonces cuando saltó al rescate de las crestas punk un aliado en apariencia inesperado: la Iglesia protestante, que les proporcionó asesoramiento legal, birra fría y lugares donde tocar.

No fue hasta que vieron al cantante de otro grupo de su barrio cuando se dieron cuenta de lo ocurrido: por fin se podía pasar de un lado a otro de la ciudad

La creciente opresión de la Stasi provocó que las letras de los grupos se radicalizasen aún más: al fin y al cabo, las redadas, interrogatorios y enfrentamientos con la poli eran material de primera para convertirse en canciones punk. La detención de Namenlos o Plantos fue un punto y aparte en la deriva del movimiento, y por unos instantes, la victoria temporal de la Stasi, que había conseguido desarmar a los agentes más peligrosos. En 1985, no obstante, apareció una nueva hornada de grupos, más afines a los sonidos del post-punk. Poco a poco, las autoridades cedieron y comenzaron a permitir la celebración legal de conciertos e incluso el sello musical estatal publicó algunos de los grupos menos comprometedores políticamente.

Es posible que no haya una anécdota que describa mejor el inesperado final de la división de Alemania que la que cuenta Toster, el líder de Die Anderen. Es el 9 de noviembre de 1989, y su banda ha conseguido un permiso especial para tocar al otro lado del Muro, en el Pike Club, situado en el barrio berlinés de Kreuzberg, muy cercano al checkpoint de Heinrich-Heine-Strasse. Es la primera vez que Toster ha viajado a Alemania Occidental, así que no se para a pensar demasiado cuando ve a un montón de gente entre el público agitando sobre sus cabezas sus pasaportes de la RDA: “Estábamos borrachos, y pensamos que ellos también debían de estarlo, riéndose de nosotros o lo que fuese”.

Foto: Aficionados holandeses celebran la victoria en la final del Mundial de Alemania, en Múnich. (Cordon Press)

Es chocante que a Toster no le extrañase que al otro lado del Muro abundasen los carnés de su estado natal. No fue hasta que de repente vieron al cantante de otro grupo de punk de su barrio cuando se dieron cuenta de lo que había ocurrido: por fin, después de más de 28 años de separación, se podía pasar de un lado a otro de la ciudad. Tras años de detenciones, represión y música, habían conseguido lo que pretendían, o al menos eso parecía. “Estuvimos toda la noche de fiesta”, recuerda Toster. Pero también tomaron una decisión: disolver la banda. En el nuevo mundo que emergía, el punk contestatario ya había cumplido su cometido.

Abril de 1983. Grupos de Berlín, Dresde o Leipzig se reúnen en una iglesia de Halle, ciudad situada en el estado de Sajonia-Anhlat, para llevar a cabo el que probablemente fue el primer festival punk de la República Democrática Alemana. No había publicidad, pues sabían que las autoridades acabarían con ellos en cuanto pudiesen. Toda la promoción se había realizado de boca a boca. El acto se repetiría a mayor escala unos meses más tarde en otra iglesia, esta vez de Berlín. El público fue disuelto por la policía, y los miembros de bandas como Namenlos fueron detenidos. Sería el mayor acto de represión desde que Erich Honecker llegase al poder en 1971.

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