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Ginevra Bompiani, la última superviviente del libro: "Los editores han desaparecido"
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ENTREVISTA

Ginevra Bompiani, la última superviviente del libro: "Los editores han desaparecido"

Un testigo único para recordar la ambiciosa ilusión de unos pocos locos lúcidos poseídos por el sueño de un universo compartido capaz de construir Europa mediante las palabras

Foto: Bompiani en las Conversaciones literarias del Formentor, Mallorca. (Cati Caldera)
Bompiani en las Conversaciones literarias del Formentor, Mallorca. (Cati Caldera)

Ginevra Bompiani (Milán, 1939) ha sido todo en el mundo literario. Tras superar por méritos propios el odioso sambenito de ser hija de, en este caso del gran editor Valentino Bompiani, emprendió una personalísima carrera entre traducciones de clásicos contemporáneos como Louis-Ferdinand Céline, Antonin Artaud, Giles Deleuze, Leonora Carrington o Margarite Yourcenar, obras propias del nivel de Mondanità o L’incantato y una intensa labor editorial tanto en Bompiani como en su propio sello, Nottempo, que dirigió hasta el año pasado con la firme apuesta de mostrar la potencia de una estructura pequeña en un universo donde los grandes grupos han cambiado el paradigma del mundo bibliófilo hasta sumergirlo en una desorientación decadente en muchos sentidos.

Hablar con ella adquiere pleno sentido desde su visión experta producto de más de medio siglo en el sector. Nos encontramos en Formentor, donde ya estuvo en 1961, cuando debutó el Premio en una atmósfera radicalmente distinta. Las playas paradisiacas, el mítico pino y el hotel gozaban de una condición mucho más asilvestrada. Ginevra llegó a esa edición novel en un Audi junto a Giulio Einaudi y su hija Paula. En cierto sentido es la última superviviente de la mitología, un testigo único para recordar la ambiciosa ilusión de unos pocos locos lúcidos poseídos por el sueño de un universo compartido capaz de construir Europa mediante las palabras.

PREGUNTA: Vino a Formentor en 1961.

RESPUESTA: Sí, eso parece, pero en otros momentos otros me dicen que fue en 1960 y hace pocos minutos un compañero tuyo me ha dicho que fue en 1962, algo que encajaría por las fotos de esa edición, donde pasaron por aquí amigos muy queridos como Italo Calvino.

P: También fue el año de Elio Vittorini y otros grandes nombres.

R: Recuerdo muchas cosas, lo que más la playa, pues nos pasábamos días en ella, era nuestro lugar de encuentro y conspiración.

P: Era todo mucho más asilvestrado que ahora.

R: Me acuerdo de todos estos árboles. El ambiente era muy distinto, más libre y menos organizado. Había menos gente, pero funcionaba de maravilla. La gran diferencia con la actualidad es que en el primer premio el jurado se reunía aquí, no como ahora donde se decide meses antes en la ciudad del ganador del año anterior. En nuestro caso las discusiones eran muy intensas y sólo se sabía el nombre del vencedor poco antes de clausurar el evento.

placeholder El hotel Formentor, emplazamiento de las Conversaciones Literarias.
El hotel Formentor, emplazamiento de las Conversaciones Literarias.

P: Esto que cuenta lo sabía a partir de las historias legendarias sobre Gabriel Ferrater, que preparaba mucho sus argumentaciones y hasta en una edición aprendió polaco para poder leer a Witold Gombrowicz.

R: Ferrater era muy especial, pero en realidad todos hacían lo mismo, cada uno luchaba para sostener su candidatura y era algo más que un juego, la lucha y las batallas dialécticas eran acérrimas. En mi edición Henry Miller acudió para defender a su candidato. Ya era mayor, vino de Estados Unidos y al llegar enfermó. Permaneció toda la semana encamado y los editores se olvidaron por completo de él porque era más importante defender a sus candidatos.

P: ¿El espíritu original de estas reuniones quería construir una unidad cultural europea a partir del trabajo conjunto de las editoriales?

R: Sí, esta era la idea y ahora no se da porque muchos creen que esa Unión Europea existe, lo que no es en absoluto cierto. Existía esta idea y otra esencial para comprender el espíritu de entonces era unir las fuerzas editoriales del Viejo Mundo para luchar contra el Franquismo.

P: Me fascina ese espíritu porque ahora entre escritores europeos es más bien extraña la posibilidad de cruzar fronteras y establecer diálogos transnacionales.

R: Es más que posible. Por aquel entonces había escritores mucho más importantes, todo debe decirse. Quizá el tiempo ponga a los de hoy en día en una posición elevada, pero juntar a los de entonces era como crear un simposio de inteligencias.

P: Lo mismo podría decirse en muchos casos de los editores.

R: Sí, en ese punto no puedo estar más de acuerdo, pero como siempre sucede debemos entender los motivos. Nada ocurre por casualidad. En esos años sesenta había menos editores y eran muy importantes. Estos factores si quieres tienen algo de tópico. Lo más importante es que sobre todo eran personas que, además, mantenían fuertes vínculos de amistad entre ellos.

P: En este sentido los encuentros del Premio Formentor eran la continuación de un diálogo permanente.

R: Eso es. Eran amigos tanto fuera como dentro de sus fronteras. Los seis o siete editores italianos más importantes mantenían lazos muy estrechos a través del contacto cotidiano. Eso posibilitó mi llegada a Formentor. Giulio Einaudi me invitó para que mi padre, ausente en esa edición, no se enfadase.

P: A veces, aunque lo más probable es que me equivoque, da la sensación que la Italia de los primeros sesenta contenía una presencia cultura femenina casi revolucionaria entre escritoras y periodistas.

R: Por desgracia no era nada revolucionaria por mucho que los nombres femeninos de ese momento si lo fueran. Teníamos grandísimas escritoras, de Elsa Morante a Dacia Maraini, pero no aparecían en ninguna antología, no figuraban en los libros de historia literaria y estaban por completo marginadas. Además eran esquivas, sobre todo Elsa Morante, a quien no le gustaba frecuentar el mundillo literario, prefería ir con amigo. Anna Maria Ortese no veía a nadie y Natalia Ginzburg hacía lo mismo.

P: ¿Era una cerrazón interna?

R: No exactamente, no les gustaba la vida mundana, mientras los escritores sí estaban todo el santo día entre tertulias, debates, presentaciones y charlas en las terrazas, como las de Piazza del Popolo en Roma, en el Canova o en el Café Rosati.

P: Donde Moravia se juntaba con Pasolini, Calvino y otros.

R: Sí, cada uno de los bares simbolizaba un universo literario. Lo curioso es que, cuando más frecuenté a Elsa Morante, ella se ahorraba la visita al Rosati, como si no quisiera ir más con Alberto Moravia, que fue su pareja durante más de dos decenios.

No sé cómo estáis la edición en España, pero al menos en Italia se ha perdido cualquier interés por la forma y la experimentación

P: ¿Cree que en los sesenta y los setenta tanto editores como escritores arriesgaban más que ahora?

R: Sí, desde luego mucho más que ahora, no me cabe la menor duda. No sé cómo estáis en España con esta cuestión, pero al menos en Italia se ha perdido cualquier interés por la forma y la experimentación.

P: ¿Cómo hemos llegado a esta situación?

R: Desde mi punto de vista la situación empezó en el mundo editorial entre los años setenta y ochenta, cuando los sellos de más prestigio entraron en crisis y fueron vendidos a grandes grupos. Mi padre tiró la toalla en 1973 y Einaudi quebró pocos años después. La figura del editor desapareció y si se ha salvado, casi como una especie de transformación para supervivir, es por los de las pequeñas editoriales. Sin embargo, su perfil clásico se extinguió con la absorción de los sellos míticos por grandes grupos que más que literatura apuestan por el negocio puro y duro.

P: Esta decadencia se aprecia en otros aspectos que antes se cuidaban más. Parecerá una tontería, pero si comparo cubiertas de hace unas décadas con las de ahora el nivel ha descendido una barbaridad.

R: Sí, estaban más cuidadas las de entonces. Insisto en el trabajo de los pequeños editores, que en este aspecto se preocupan por ofrecer productos que sean atractivos también a nivel estético, que entren por los ojos. En esta decadencia que mencionas hay otro factor de peso, que es cómo los best-sellers han comido mucho terreno al libro de bolsillo, que hasta hace unos años tenían mucha presencia en el mercado italiano. Ahora lo normal en las librerías es ver grandes montones de súper ventas amontonados, casi como si todo se equiparara a las grandes superficies comerciales y la literatura de verdad fuera un secreto conocido por muy pocos.

P: La homologación que ya anunció en su momento Pier Paolo Pasolini.

R: Pasolini tuvo mucha intuición en este asunto y en muchos otros. Lo que quizá no pudo imaginar es cómo las librerías alquilan sus mesas a los que producen estos best-sellers. De este modo el mundo literario deviene más pequeño y el interés por la calidad artística de las obras disminuye a pasos agigantados.

P: ¿Queda algo de esperanza?

R: Por supuesto. Cuando existe un camino principal siempre hay bifurcaciones laterales que permiten abrir nuevas vías. Hay que esperar que la gente se aburra de ser inculta. Debe ser horrible la vida ignorante.

P: Y como pasaba en 'La carta a Lord Chandos' de Hugo von Hofmannsthal parece que el lenguaje no baste y las palabras vayan vaciándose de significado.

R: Muchas personas no conocen el significado de las palabras esenciales. Se reduce el lenguaje a partir de una dirección tomada, consciente y muy difícil de cambiar. Debemos tener la voluntad de resistir y rebelarnos.

Ginevra Bompiani (Milán, 1939) ha sido todo en el mundo literario. Tras superar por méritos propios el odioso sambenito de ser hija de, en este caso del gran editor Valentino Bompiani, emprendió una personalísima carrera entre traducciones de clásicos contemporáneos como Louis-Ferdinand Céline, Antonin Artaud, Giles Deleuze, Leonora Carrington o Margarite Yourcenar, obras propias del nivel de Mondanità o L’incantato y una intensa labor editorial tanto en Bompiani como en su propio sello, Nottempo, que dirigió hasta el año pasado con la firme apuesta de mostrar la potencia de una estructura pequeña en un universo donde los grandes grupos han cambiado el paradigma del mundo bibliófilo hasta sumergirlo en una desorientación decadente en muchos sentidos.

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