Anarquistas, mafiosos y políticos: historias de la Modelo, la cárcel famosa de Barcelona
La cárcel dejó de acoger presos el pasado 8 de junio en medio de una alucinante labor periodística que rozó el ridículo, con un conocido locutor durmiendo una noche en una celda
Un lugar puede resumir la historia de una ciudad. Durante 112 años y 364 días la cárcel Modelo, llamada así porque debía ser ejemplar, ha visto circular a personajes de todo tipo y de condición, de delincuentes comunes a Jordi Pujol, de empresarios cazados comiéndose un bocadillo a leyendas populares como Juan José Moreno Cuenca, el Vaquilla. Sus puertas dejaron de acoger presos el pasado 8 de junio en medio de una alucinante labor periodística que en ocasiones rozó el ridículo propio de nuestra época, con un conocido locutor durmiendo una noche en una celda, otra prueba más de cómo esta especie de homenajes entroncan con el desdén a la que ha sido sometido durante decenios por poderes y medios de comunicación, que con demasiada frecuencia olvidan el horror oculto que han acogido sus muros.
Para el barcelonés desinformado debe ser extraño pensar en el entusiasmo que supuso su inauguración el 9 de junio de 1904. Su diseño, proyectado por Vinyals i Sabaté y Domènech i Estapà, dos arquitectos fundamentales olvidados por el name dropping turístico, quería sepultar en el recuerdo errores pasados. Antes todos los condenados, hombres y mujeres, dieron con sus huesos en el antiguo convento de Reina Amalia, donde se usaban las habitaciones de las monjas para clausurar a los reclusos, algo que no desapareció hasta julio de 1936, cuando la victoria contra los sublevados impulsó el derribo de ese espacio nauseabundo que con el estreno de la Modelo pasó a ser la cárcel de mujeres.
El aspecto de la Modelo, con ese perfecto panóptico inspirado en las teorías de Bentham, causó furor desde sus inicios
El aspecto de la Modelo, con ese perfecto panóptico inspirado en las teorías de Bentham, causó furor desde sus inicios. Al principio el recinto estaba aislado del centro urbano. Vivió su primer instante de curioseo ciudadano el 8 de agosto de 1908. Ese sábado el verdugo municipal Nicómedes Méndez ejecutó a Joan Rull, antiguo anarquista que junto a su familia había ideado un sistema para lucrarse con el miedo a las bombas. Logró ser confidente de los gobernadores avisándoles del momento en que iban a estallar supuestos artefactos ácratas. Si le pagaban no explotaban, pero si se quedaba sin su recompensa sembraba el pánico con especial querencia por los urinarios de la Rambla. Su madre, una inocente viejita que en ocasiones dejaba la carga en cestas de mimbre, era una de sus colaboradoras.
Rull causó tanto terror que por su culpa tenemos porteros en las grandes ciudades. Las autoridades catalanas, inmersas en el Procés de la época, llamaron a un inspector de Scotland Yard, Mr. Arrow, para arreglar el desaguisado, sin éxito. El día de la ejecución muchos chafarderos se reunieron en las inmediaciones de la cárcel Sabían de la fama del verdugo, marginado por su labor y famoso por sus excentricidades, y lamentaban no poder asistir al rito del garrote vil porque desde los últimos años del Ochocientos estaba prohibida la presencia del público en estos actos.
Rull fue la primera piedra de la leyenda a la que se sumaron muchos otros mitos de la capital catalana para hacer de la Modelo otro monstruo represivo como lo fueron en su tiempo el castillo de Montjuic o la Ciutadella, convertida tras la Gloriosa de 1868 en parque público y convertida dos décadas más tarde en sede principal de la Exposición Universal que inició el fin del provincianismo barcelonés.
La capilla gitana
El siguiente episodio de nuestro particular elenco se ubica en 1950. Helios Gómez, artista trianero vinculado durante toda su vida al anarquismo. Tras la guerra pasó por varios campos de concentración en Francia y Argelia. En 1944 volvió a Barcelona, fundó el grupo Liberación Nacional Republicana y cayó en las redes franquistas. Conocido como el artista de la corbata roja, en 1950 pintó a instancias de Bienvenido Lahoz, párroco del penal, la capilla gitana, donde representó a Santa Eulàlia, copatrona de la ciudad, con el niño en brazos acompañada de un coro de ángeles gitanos y a una serie de presos pidiendo perdón.
Actualmente las pinturas están bajo una capa de cal y Gabriel Gómez, hijo del pintor, lucha por recuperarlas e impulsar un centro de arte gráfico que explique lo que ha sido la Modelo durante más de un siglo, de momento sin concreción alguna por parte de las autoridades municipales
En los últimos años del Franquismo la cárcel acogió una representación más que variopinta de reclusos. En el imaginario barcelonés debería figurar con letras de honor la estancia de Josep María Huertas Clavería (Barcelona, 1939-2007), periodista esencial por su defensa y descubrimiento de la auténtica Ciudad Condal, que el 6 de junio de 1975 publicó en Tele/eXprés el reportaje “Vida erótica subterránea”, donde comentaba que un buen número de meublés estaban regentados por viudas de militares, algo que era de dominio público y conllevó su encarcelamiento durante largos once meses. Al día siguiente de su ingreso entre rejas, el 23 de julio de 1975, se produjo la primera huelga de prensa en España desde el final de la Guerra Civil. Sólo salieron a la calle los dos periódicos oficialistas y La Vanguardia, que hasta 1978 siguió llamándose española.
Durante su reclusión Huertas fue acusado de dar supuestamente apoyo a Wilson, un etarra implicado en el asesinato de Carrero Blanco, aumentándose su condena en dos años. Finalmente pudo salir el 13 de abril de 1976, convirtiéndose en el héroe del primer gran Sant Jordi tras la muerte de Franco gracias a la publicación de Tots els barris de Barcelona, obra fundamental que escribió durante su calvario mandándose cartas con el otro autor del texto, Jaume Fabre.
El mafioso enamorado
Podríamos hablar de Puig Antich, de fugas subterráneas, heroína en directo y muchos otros casos célebres. Ya lo habrán hecho otros. En 1984 Barcelona era una ciudad sucia que empezaba a despertar en vísperas de ser nombrada sede Olímpica. A las once de la noche del 14 de julio de ese año, fiesta nacional francesa, el mafioso marsellés Raymond Vaccarizi se asomó a su ventana se asomó a la ventana de la celda 314, ubicada en la tercera galería, para hablar con su mujer, quien le lanzaba besos desde el exterior. No pudieran cruzar muchas palabras porque dos disparos efectuados por un francotirador de un clan rival con un rifle de mira telescópica acabaron con sus días. El primero impactó en el corazón. El segundo en la frente.
Tras tanto ruido ha llegado el silencio. En los próximos meses se organizará una exposición con relatos de la cárcel, pero un acto así corre el riesgo de convertirse en anecdótico. Borrarla del mapa sería un triunfo estético, pero los episodios narrados y otros más mínimos merecen que esas piedras permanezcan para no enterrar la pesadilla, pues de nada sirve cancelar el pasado sin un esfuerzo que lo mantenga, algo que debería aplicar el actual Consistorio en otros campos, pues no creo que de nada sirva, por ejemplo, eliminar la estatua del Marqués de Comillas, como si así se borrara esa estela esclavista que ayudó a construir, entre otros lugares, el Eixample. Si queremos ser verdaderamente europeos debemos iniciar una labor didáctica con el espacio, de otro modo la nueva cárcel será la desmemoria.
Un lugar puede resumir la historia de una ciudad. Durante 112 años y 364 días la cárcel Modelo, llamada así porque debía ser ejemplar, ha visto circular a personajes de todo tipo y de condición, de delincuentes comunes a Jordi Pujol, de empresarios cazados comiéndose un bocadillo a leyendas populares como Juan José Moreno Cuenca, el Vaquilla. Sus puertas dejaron de acoger presos el pasado 8 de junio en medio de una alucinante labor periodística que en ocasiones rozó el ridículo propio de nuestra época, con un conocido locutor durmiendo una noche en una celda, otra prueba más de cómo esta especie de homenajes entroncan con el desdén a la que ha sido sometido durante decenios por poderes y medios de comunicación, que con demasiada frecuencia olvidan el horror oculto que han acogido sus muros.