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Mujeres en la cárcel: historias sobre violencia, machismo y los orígenes del mal
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entrevista a inma lópez silva

Mujeres en la cárcel: historias sobre violencia, machismo y los orígenes del mal

La escritora gallega Inma López Silva publica en Lumen 'Los días iguales de cuando fuimos malas', su tercera novela traducida al castellano

Foto: Reclusas en la cárcel Estrella de Phoenix, Arizona
Reclusas en la cárcel Estrella de Phoenix, Arizona

El punto de encuentro es el módulo femenino de la cárcel de A Lamas (Pontevedra). Cinco mujeres. Margot, la joven gitana que se vió abocada a la prostitución cuando su familia la repudió por haber engendrado un hijo demasiado rubio. Valentina, 'Carabonita', la niña violada que abandonó su pequeño pueblo en Colombia para buscarse un futuro en Galicia, que acabó entre rejas y que ahora espera un segundo hijo producto de un vis a vis. Laura, que aunque sus padres aspiraban a que fuese bailarina clásica, acabó llevando un moño tirante pero sin tutú, sino con el uniforme gris de funcionaria de prisiones. Sor Mercedes, la monja a la que le repugnan los hombres y que fue condenada por un caso de niños robados. Y por último Inma, una escritora acusada de "homicidio en grado de tentativa inacabada".

Inma, al igual que la autora del libro, Inma López Silva. Escritoras las dos. 'Los días iguales de cuando fuimos malas', una novela escrita durante cinco años a cuatro manos, las de la Inma real y las de la Inma ficticia, dos mujeres que se funden en la primera persona y que actúan como testigos y portavoces de cinco historias que pueden tener lo mismo de real que de literario. Un reflejo de la vida en la cárcel de cinco mujeres, la convergencia de pasados más o menos convencionales, de infancias más o menos traumáticas y de futuros más o menos halagüeños. ¿De dónde proviene el mal? ¿Por qué una persona comete un crimen? ¿Cuándo este puede ser justificado? López Silva escarba en la naturaleza humana, en la moralidad y las convenciones sociales para cuestionarse el papel del sistema penitenciario y denunciar la violencia -tanto física como estructural- a la que muchas mujeres se enfrentan en la cárcel y fuera de ella.

PREGUNTA. ¿Por qué una novela ambientada en el módulo de mujeres de una cárcel?

RESPUESTA. Antes de empezar a escribir pensé en que quería hablar sobre dos temas: la libertad y el mal. Además, sobre la libertad vinculada a las mujeres. Entonces se me ocurrió que el módulo de mujeres de una cárcel era un espacio idóneo para tratar esas dos cuestiones.

P. Supongo que para retratar un ambiente tan específico como el que viven las protagonistas de su libro tuvo que hacer una labor previa de documentación...

Me ayudó mucho el libro 'Penas y personas', de Mercedes Gallizo, que fue directora General de Instituciones Penitenciarias, en el que publica las cartas que le mandaban los presos y las presas, y que es maravilloso. También entré en contacto con funcionarios de prisiones, que me contaron cómo era la vida en la cárcel y con personas que estaban en la cárcel y que me contaron muy abiertamente sus delitos. Y luego, por una de estas casualidades geniales, un día me llegó una carta de Benigno, un interno del centro penitenciario de A Lama (Pontevedra), donde está ambientada la novela. Me escribía porque tenía un club de lectura con algunos compañeros y como en la biblioteca de la cárcel no los tenían, me pedía que se los enviase. Y comenzamos una relación epistolar, incluso me invitaró a su club de lectura. Eso me ayudó mucho a ver cómo son las emociones dentro de la cárcel.

P. Y después de conocer la cárceles de cerca, ¿a qué conclusión ha llegado? Porque su libro trasluce sus dudas sobre el funcionamiento del sistema penal...

Una cosa es la realidad y otra lo que debería ser. Yo creo que el sistema penitenciario debería servir para reinsertar a las personas. En mi libro he intentado demostrar que uno puede cometer un error, puede tener un rato de locura -porque hay mucha locura en las cárceles-, una puede equivocarse y cometer un delito. La cárcel nace para separar a la persona que hace daño a la sociedad, pero esa separación no debería ser definitiva. Ese tiempo de separación tiene que servir para rehacerte, para reintegrarte y obligarte a pensar. Pero poder hacerlo requiere de muchos recursos y de una conciencia colectiva. Y los recursos son insuficientes, porque el trabajo de reinserción en la sociedad no acaba cuando salen. Es muy difícil para alguien que ha estado en la cárcel salir al mundo otra vez.

"A veces la diferencia entre entrar o no entrar en la cárcel está en si tienes dinero para pagar un abogado". Y, ¿quién tiene dinero para un abogado?

P. En 'Los días iguales de cuando fuimos malas', varias de las protagonistas proceden de familias desestructuradas y de entornos conflictivos. ¿Estaban abocadas a acabar entre rejas?

R. Es muy raro que, en una sociedad como la nuestra, una persona entre en la cárcel desde una vida estructurada. La vida estructurada te orienta a la buena convivencia. La cárcel es un depósito de historias, y cuando las conoces, te das cuenta de que hay una especie de determinismo social. Hay gente que nace carne de cárcel: la pobreza y el dolor te pueden llevar a la cárcel. Mientras estaba escribiendo este libro, hablé con un inspector de policía que me dijo: "A veces la diferencia entre entrar o no entrar en la cárcel está en si tienes dinero para pagar un abogado". Y, ¿quién tiene dinero para pagarse un abogado?

P. España es el país de Europa con mayor tasa de mujeres en prisión. Sin embargo, sólo hay cuatro cárceles femeninas y muchas presas tienen que integrarse en módulos femeninos dentro de cárceles de hombres, sin poder acceder a los mismos servicios y derechos que ellos. ¿El sistema penitenciario está organizado exclusivamente desde un punto de vista masculino?

R. Ambienté la novela en un módulo de mujeres precisamente para eso. Ya bastante desgracia tiene una mujer con ir a la cárcel, porque casi siempre están por delitos a los que les llevaron sus maridos o sus novios, tráfico de drogas, robos o ese tipo de cosas. Es un perfil muy habitual. La cárcel refleja la desigualdad de las mujeres en la sociedad. Una mujer que está en la cárcel está doblemente discriminada: primero porque pertenece a un ámbito delictivo o desestructurado y luego porque es mujer. Como las mujeres en prisión son menos que los hombres, no es rentable construir prisiones femeninas, por eso las ponen a todas en un módulo dentro de una cárcel de hombres. Y allí conviven todo tipo de mujeres, las conflictivas al lado de las que son más tranquilas, algo que no suele pasar en los módulos masculinos.

P. Una de las protagonistas de su libro se enfrenta a la maternidad dentro de la cárcel. ¿Están preparadas las prisiones para convivir con la maternidad?

R. Es un asunto muy complejo. Las presas que son madres están discriminadas triplemente. A las mujeres que son madres las obligan a elegir, porque no todas las cárceles tienen módulos para que estén los niños y es más, cada vez hay menos. Las que quieran cumplir la condena con sus niños tienen que desplazarse; no tienen derecho a estar en la cárcel que les corresponde por proximidad. Y si solicitan el traslado y no les dan plaza en una cárcel con módulo para madres, tienen que separarse de sus hijos. Y, en el mejor de los casos, aunque les permitan estar en esos centros, a los tres años el niño tiene que salir. Antes o después va a haber una separación. Hablamos mucho del tema de la dispersión de los presos de ETA pero las mujeres viven eso mismo para poder aprovechar la maternidad.

P. "Cuando mi abuela decidió que aquello era un juego iniciado por mí, por andar con pantalones cortos y el ombligo a la vista, me propuse no abrir la boca". En su libro critica la culpabilización que sufre la mujer en las relaciones de abusos por parte de hombres. En uno de sus últimos artículos, 'Esas mulleres que...', también incide en esa idea...

R. Yo tengo dos niñas y es ahora cuando veo claramente que nos educan socialmente para asumir como normal un rol de sumisión que no cuestionamos colectivamente. Que lo normal sea que asumas que tu novio se puede enfadar por cualquier cosa… Ese artículo lo escribí a raíz del asesinato de Ana Enjamio, que me pareció el caso más evidente de lo que nos pasa. Era una chica, normal, con sus estudios, inteligente, joven, con un trabajo, y que se lía con un imbécil, con un compañero de trabajo. Y como mujer no estás preparada socialmente para asumir que el hombre con el que te lías porque quieres, porque te apetece, se puede enfadar hasta ese extremo. Y me indignó mucho que en la prensa esos días recalcasen que "volvía a casa sola", "a altas horas de la madrugada". Era como criminalizarla a ella, ¿cómo se puede criminalizar a alguien por eso?

Nos educan socialmente para asumir como normal un rol de sumisión que no cuestionamos colectivamente

P. Recientemente el artículo 'Víctimas de su sexismo', que escribió el columnista Manuel Morales en 'El correo gallego' levantó una ola de indignación en la opinión pública porque tachaba a algunas asesinadas a causa de la violencia machista de "mujeres estúpidas" que buscaban "el éxtasis [sexual] que demasiadas veces les trae la muerte". ¿Cree que es una opinión extendida?

R. Ese artículo luego se borró y suspendieron al autor. Si hay un hombre, más o menos culto, que trabaja en la prensa y que cree que puede escribir eso en público y que va a ser jaleado por un montón de gente y será que cree que es socialmente aceptable. He oído decir incluso que "a veces la convivencia es tan difícil que un hombre se harta". Aunque también está la criminalización de lo contrario: "Pobrecillas, que son muy débiles. Si fuesen más listas no se habrían liado con éste". Es una lucha por educar, educar y educar. Desde pequeños, incluso el patio del colegio es un espacio de agresividad brutal, donde los niños juegan a tirar de las coletas a las niñas. Y aunque parezca un juego, no lo es.

P. ¿Y cómo se educa?

R. Hace poco leí un artículo de Luz Sánchez-Mellado en 'El País' que decía que teníamos que educarnos a nosotras mismas para saber poner el primer límite. No estamos entrenadas para percibir dónde empieza el problema. Muchas veces nos autoculpabilizamos porque la sociedad nos culpabiliza. Eso es difícil, porque entran cuestiones psicológicas y emocionales. Piensas, "a lo mejor ha tenido un mal día". O, "a lo mejor soy yo". Es difícil.

P. Los periódicos, y en particular las columnas, son una herramienta de creación de opinión. Usted es columnista. Luz Sánchez-Mellado es columnista. Pero la realidad es que los 'columnistas estrella' suelen ser hombres. ¿Por qué piensa que es así?

R. En general, en todos los periódicos, veo que hay una minoría de columnistas mujeres. Y creo que los 'columnistas estrella' suelen ser hombres no porque lo digan los periódicos, sino porque son los más leídos, los más respetados. Los lectores -hombres y mujeres- los han elegido. Como mujer tú a lo mejor aportas una mirada distinta y es curioso cómo a la propia sociedad no le interesa el punto de vista que podemos dar las mujeres columnistas. Probablemente porque representamos la disidencia y porque decimos cosas que no gustan ni a hombres ni a mujeres. Estamos poniendo un poco el dedo en la herida. Y el problema no está en la prensa, está en la sociedad.

Se generó un Estado de autonomías en el que debería haber mucho más contacto e intercambio cultural entre unas autonomías y otras

P. Tanto su obra literaria como su obra periodística está escrita en gallego. Aunque tiene una obra más extensa, ésta es su tercera novela traducida al español ¿Escribir originalmente en gallego le supone renunciar a una mayor difusión de su obra?

El gallego es mi lengua materna, en la que pienso y en la que me siento cómoda escribiendo. Pero soy bilingüe y podría traducir mis novelas -de hecho he estado muy implicada en la traducción de esta última-. Sin embargo, yo procedo de otro sistema literario, que es el gallego, al que creo que el sistema literario español debe prestar más atención, aunque entiendo que son distintos circuitos, distintas editoriales…

P. ¿Cómo puede haber más relación entre ambos sistemas?

Creo que es una cuenta pendiente por los dos lados. Por una lado la lengua española es el canal por el que proyectar la literatura gallega hacia todo el mundo y a España y hay otra cuenta pendiente por parte de España de observar lo que se hace ya no sólo en Galicia, sino en toda la periferia. Pero creo que estamos asistiendo a un cambio feliz en ese sentido. Se generó un Estado de autonomías en el que debería haber mucho más contacto e intercambio cultural entre unas autonomías y otras.

P. ¿De nuevo educar, educar y educar?

En el sistema educativo público, que es donde se supone que se establecen las cuestiones vinculadas con nuestros acuerdos colectivos, no existe la posibilidad de estudiar gallego, catalán o euskera habitualmente. No digo que tenga que haber en todos los institutos de España las tres lenguas obligatoriamente, pero sí una mayor atención a esa diversidad, lo que además permitiría una mayor porosidad entre nosotros mismos. Pero eso es un deseo más que una realidad.

El punto de encuentro es el módulo femenino de la cárcel de A Lamas (Pontevedra). Cinco mujeres. Margot, la joven gitana que se vió abocada a la prostitución cuando su familia la repudió por haber engendrado un hijo demasiado rubio. Valentina, 'Carabonita', la niña violada que abandonó su pequeño pueblo en Colombia para buscarse un futuro en Galicia, que acabó entre rejas y que ahora espera un segundo hijo producto de un vis a vis. Laura, que aunque sus padres aspiraban a que fuese bailarina clásica, acabó llevando un moño tirante pero sin tutú, sino con el uniforme gris de funcionaria de prisiones. Sor Mercedes, la monja a la que le repugnan los hombres y que fue condenada por un caso de niños robados. Y por último Inma, una escritora acusada de "homicidio en grado de tentativa inacabada".

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