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¿Qué hacer cuando descubres que tu ídolo es un monstruo? La tesis de Claire Dederer
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El dilema del fan

¿Qué hacer cuando descubres que tu ídolo es un monstruo? La tesis de Claire Dederer

Muchos de los genios a los que idolatramos seguramente han cometido actos terribles, como se está viendo con otros del pasado. Pero eso no hace que los dejemos de querer

Foto: Foto: iStock.
Foto: iStock.

Piensa en una obra de arte, sea musical, cinematográfica o pictórica, que te haya impactado mucho. En concreto, una que te removió tanto que podrías decir que ya no volviste a ser el mismo, ya que dio forma a tu personalidad y a tu manera de sentir posterior. Todos, en mayor o menor medida, tenemos una serie de fetiches artísticos personales. Estos nacen de una identificación muy intensa con el sujeto que dio forma a esos productos o esas obras. Si nos gusta mucho una canción de David Bowie, no solo es por su estructura armónica o lo bien que canta y toca la guitarra, sino porque es David Bowie y sientes que te está hablando a ti directamente. Todo lo que rodea a la canción (el videoclip, la manera de cantar y de vestir del artista, el contexto sociocultural en el que fue publicada, el momento concreto de tu vida en la que la escuchaste) es lo que cuenta a la hora de desarrollar una filiación estrecha hacia el personaje y su mensaje. Pues al final, la cultura es el resultado de una serie de obras geniales que se comunican entre sí.

Al cabo de un tiempo, pasados los años, descubres que David Bowie, aquel ser extraterrestre (nunca mejor dicho) que te hablaba directamente a ti, hizo cosas que no estuvieron del todo bien. No solo eso, sino que parte del daño que hizo a otras personas también tiene algún tipo de relación con el daño que te hizo a ti alguien en el pasado. Lo primero que notas es que algo muere dentro de ti, pues a quien tenías mitificado y te ha acompañado a lo largo de tu vida tenía unos valores que no estaban nada alineados con los tuyos. Aparece un titular en una revista que dice: "Perdí mi virginidad con David Bowie a los 15 años". ¿Crees en la palabra de aquella adolescente de la que el artista supuestamente se aprovechó o decides hacer como que no has visto nada y no hacer caso?

"Nuestras relaciones cambian a medida que crecemos; fingir que el amor no existe, o que no debería existir, no ayuda en nada"

Esta clase de dilemas, de los que tanto se habla a diario, forman parte de un debate muy amplio sobre la cultura de la cancelación y la caída de los mitos. ¿Qué hacemos con aquellas personas a las que idolatrábamos tanto, pero que luego demostraron ser asquerosamente malas por los actos que cometieron? Hay ejemplos para dar y tomar, cada uno con sus respectivas diferencias: el cantante Plácido Domingo y sus supuestos casos de acoso sexual, el cineasta Roman Polanski y sus relaciones no consentidas con menores... Unos auténticos monstruos. Podríamos hacer oídos sordos ante tamañas acusaciones, pero al final si el río suena es que agua lleva. Lo único que queda, una vez superado el trauma de darte cuenta de que tus ídolos eran personas terribles fuera de los focos, es una sensación de engaño o de arrepentimiento por haberles considerado dioses.

Un proceso natural de aprendizaje

De todo eso reflexiona la escritora estadounidense Claire Dederer en su nuevo libro Monsters: A Fan's Dilemma, publicado este mismo año, en el que resuelve que la solución no pasa por dejarse llevar por el rencor y aplastar a tus mitos, sino reconocer que nunca fueron dioses ni ídolos que, al igual que cualquier otro ser humano, eran personas de carne y hueso. Y esto no es óbice para eximirlos de sus graves pecados, que en caso de ser reales deberían repararlos o pagarlos, sino simplemente separar todo lo bueno que te transmitieron en su día de lo malas que fueron sus acciones. Algo que tampoco cae en el argumento de separar al autor de la obra, sino más bien tener en cuenta que la caída de un mito es un proceso natural del aprendizaje.

No podemos desechar a estas figuras, pero sí bajarlas del trono y admitir que pudieron ser tan monstruosos como cualquier otro ser humano

Otro ejemplo para darnos cuenta del enfoque de Dederer. En su libro, cuenta la historia de la escritora afroamericana Pearl Cleage, quien había crecido con Miles Davis. Lo había idolatrado durante toda su vida, para ella era un referente, hasta que empezó a investigar y descubrió que el músico más importante del jazz declaraba abiertamente en sus entrevistas que había abusado de varias mujeres. Entonces, Cleage pasó al otro lado y publicó una investigación contando el lado oscuro de Davis, dando voz a sus víctimas. Veintidós años después, la escritora reconoció que todavía seguía escuchando el Kind of Blue. "Cleage ama a Miles", asegura Dederer en su libro, en unos fragmentos extraídos de una reseña del mismo publicada en Slate. "Y luego lo odia, pero a la vez lo ama de una manera más inteligente". ¿Cómo puede caer en esa ambivalencia? Porque "nuestras relaciones cambian a medida que crecemos; fingir que el amor no existe, o que no debería existir, no ayuda en nada".

Al final, el dilema entre seguir venerando o acabar sintiendo repulsión hacia estos seres estriba en ese sentimiento de amor que nos une hacia ellos y sus obras, pues si no, no nos dolerían tanto sus acciones como la de tantos otros seres humanos perversos que habitan este planeta y a los que no prestamos atención. Dederer asegura que aparece una balanza imaginaria en la que se sopesa todo lo malo que hizo una persona frente a lo mucho que amamos su obra. "Creo que la gente debería comprender ambas perspectivas, pero al final el amor es lo importante, ya que si no lo sintiéramos, no habría tal dilema", asegura en una entrevista concedida a Seattle Times.

Figuras de autoridad y 'superyoes'

En este sentido, lo compara a cuando somos niños y de forma natural veneramos a nuestros padres y todo lo que hacen. A medida que nos hacemos mayores, comenzamos a ver sus fallos e imperfecciones, pero eso no es impedimento para no reconocer que les queremos. Obviamente, hay distintos grados de desprecio frente a la crueldad de los actos cometidos. Pero eso, en última instancia, depende de la relación actual que tengamos con ellos, que puede ser como mínimo más sana si pasamos por admitir que en su día fuimos presa del engaño. Lo realmente saludable sería considerar a estas figuras sagradas (sean padres, madres o artistas) como parte de un proceso de evolución personal que nos hizo ser quiénes somos ahora y, por tanto, no podemos desechar, pero a la par bajarles del trono y admitir que pudieron ser tan monstruosos como cualquier otro ser humano: al fin y al cabo, David Bowie solo era un muchacho inglés entre miles, al igual que tu padre o tu madre podrían ser perfectamente el padre o madre de un conocido.

Foto: ¿Es esto Helsinki o una ciudad cualquiera de Suecia que se hace pasar por Helsinki?. (Cedido)

"Cuanto más estrechamente estemos ligados a un artista, cuanto más extraigamos nuestra identidad de la suya o la de su arte, más colapsará la distancia entre ellos y nosotros, y más probable será perder una parte de nosotros mismos cuando la mancha comienza a extenderse", asegura Dederer. Esa figura de autoridad puede tener distintos rangos de filiación con nosotros, como decíamos, pero todos ellos de alguna forma cumplen un papel aspiracional en nuestra vida. Configuran una especie de "superyoes" a los que en su momento nos hubiera gustado parecernos y nos ayudaron a crecer. La escritora pone el ejemplo de Woody Allen, ya que cuando era joven sus películas le ilustraron un modo de vida metropolitana, culta e intelectual. Pero, cuando el cineasta se casó con la hija de su mujer, mucho menor que ella, se le cayó el mito y entonces el hechizo aspiracional cesó. Sin embargo, eso no quita para agradecerle, de alguna manera, lo que le hizo ver con sus películas, ya que le sirvió tiempo después para saber cómo le gustaría vivir.

En definitiva, todos dentro de nosotros mismos guardamos un pozo oscuro de maldad, que si no exteriorizamos al menos afluye en forma de omisión o como mínimo de pensamiento. Obviamente, algunos pecados son más graves que otros. La clave, en última instancia y según Dederer, consiste no tanto en cancelar (no de una forma colectiva, que es otro tema, sino personal), ni tampoco separar el artista de la obra (pues al final forman un todo), sino saber qué te aportaron esas figuras en ese momento de tu vida, despojándolas de todo fetichismo y sabiendo que son tan seres humanos como cualquier otro.

Piensa en una obra de arte, sea musical, cinematográfica o pictórica, que te haya impactado mucho. En concreto, una que te removió tanto que podrías decir que ya no volviste a ser el mismo, ya que dio forma a tu personalidad y a tu manera de sentir posterior. Todos, en mayor o menor medida, tenemos una serie de fetiches artísticos personales. Estos nacen de una identificación muy intensa con el sujeto que dio forma a esos productos o esas obras. Si nos gusta mucho una canción de David Bowie, no solo es por su estructura armónica o lo bien que canta y toca la guitarra, sino porque es David Bowie y sientes que te está hablando a ti directamente. Todo lo que rodea a la canción (el videoclip, la manera de cantar y de vestir del artista, el contexto sociocultural en el que fue publicada, el momento concreto de tu vida en la que la escuchaste) es lo que cuenta a la hora de desarrollar una filiación estrecha hacia el personaje y su mensaje. Pues al final, la cultura es el resultado de una serie de obras geniales que se comunican entre sí.

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