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Viaje al origen de las cucharas: su historia es mucho menos aburrida de lo que piensas
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Viaje al origen de las cucharas: su historia es mucho menos aburrida de lo que piensas

Agarrar una es uno de los primeros hitos de nuestro desarrollo como especie. Las cucharas son benignas y domésticas, aunque no siempre lo fueron

Foto: Foto: iStock.
Foto: iStock.

Partamos de la base de que no hay mayor alegría que comer. No solo porque es una necesidad, un instinto, sino porque comer pone en marcha todos nuestros sentidos. Es cierto que lo de palpar el alimento como lo hacían nuestros más remotos antepasados (y no tan remotos) en el mundo en el que se ha dispuesto (y a veces impuesto) la máquina al ritual ha ido desapareciendo. No entedemos comer sin todo un arsenal de utensilios fabricados para ello. Es más, hemos convertido el gran número de estos en una forma misma de ritual. Poner la mesa se parece así bastante a una práctica artística, aunque en un mundo mecanizado no puede ser, por supuesto, de cualquier forma. Y entonces surgen normas, fundamentos, un protocolo del alimentarse "correctamente": el tenedor de tres puntos, el tenedor de dos, el cuchillo alargado, el menos afilado, la cuchara grande… La cuchara pequeña.

Cualquier alimento que imagines lleva asignado un instrumento y un orden. Hay ocasiones en las que, además, modificarlos o confundirlos parece casi un sacrilegio. Pero todo orden establecido genera su contra, y en estos momentos en Internet el debate está más que abierto. La juventud ha elegido: hay algo mejor que comer en sí, y es comer cualquier alimento con una cucharadita.

Foto: Cata de vinos entre nobles. Livre d'heures de la reine Yolande, del siglo XI. (Fuente: Biblioteca Méjanes de Aix-en-Provence, vía Wikipedia).

Ya lo dijo en The New yorker, la crítica gastronómica Hannah Goldfield: "Las cucharas son instrumentos de paz, a diferencia de los tenedores, con su imperativo de apuñalar, las puntas amenazantes se muestran como dientes o cuchillos afilados, envainados en bloques de madera o colgados, como sospechosos en una rueda de reconocimiento, de bandas magnéticas". Desde que Goldfield escribió estas palabras en 2018 hasta ahora, el asunto solo se ha vuelto más y más viral. ¿Qué está pasando? ¿Por qué los jóvenes millennials y a la generación X han elegido comer con cucharas pequeñas?

De la humildad al prejuicio

Lo cierto es que agarrar una cuchara es uno de los primeros hitos de nuestro desarrollo como especie. Las cucharas son benignas y domésticas, aunque no siempre lo fueron. Tampoco fueron siempre, en general, pero desde que nuestros antepasados le dieron su primera forma son un elemento viral. Sin embargo, su construcción y uso a menudo han reflejado pasiones profundas y prejuicios ferozmente arraigados.

placeholder Detalle de Virgen y el niño con una sopa de leche, realizado en entre 1515 y 1520. (Wikimedia)
Detalle de Virgen y el niño con una sopa de leche, realizado en entre 1515 y 1520. (Wikimedia)

"Cuchara" proviene de 'cóclea' en griego, que significa "concha en espiral", porque recuerda a las conchas que se usaron a menudo con el mismo fin gracias a su forma y tamaño natural. En latín sería 'culiare' o 'cochleare', más tarde 'cugare' y 'cuchare'. Un nombre que la sitúa miles de años antes que los tenedores. En concreto, las primeras se remontan a la Era Paleolítica. Fueron solo pequeños trozos de madera para ayudar a recoger alimentos que no eran lo suficientemente líquidos como para beberlos directamente La etimología de la palabra refleja así no solo orígenes remotos, sino al mismo tiempo humildes.

Más tarde llegaría la cuchara de madera, poco a poco más y más pulida. Desde su invención, no tardó en convertirse en parte integral de una impresionante variedad de tradiciones culturales. Servía para todo, incluso más allá del comer. En este sentido, Charles Panati señala en su libro Orígenes extraordinarios de las cosas cotidianas, que se han descubierto cucharas de madera junto con versiones de oro y plata en las tumbas de los antiguos egipcios, "lo que indica que sus dueños las consideraban lo suficientemente útiles como para considerarlas esenciales incluso en el más allá".

El poder a través de las cucharas

A este lado del plano existencial, las cucharas adquirieron el mismo poder eterno cuando, por ejemplo, en 1660, Carlos II volvió al trono de Gran Bretaña durante el período conocido como la Restauración. El país llevaba entonces 11 años viviendo sin ningún rey tras haber ejecutado a al último en 1649. Imponerse supuso pues el primer objetivo de Carlos II, y una de las formas en que lo hizo fue a través de cucharas.

placeholder Mango de cuchara tréfido posmedieval. (Wikimedia)
Mango de cuchara tréfido posmedieval. (Wikimedia)

El monarca había estado en la corte de Francia, donde tenían un tipo particular de cuchara llamada 'trefid'. Nadie en Gran Bretaña había comido nunca con una de estas cucharas antes de 1660; casi de la noche a la mañana se convirtió en la forma dominante.

En la Península Ibérica, el uso de la cuchara se hizo común durante el período musulmán. Entre las gentes del campo, además, fue casi instintivo hacer cucharas con pan para comer sopas y guisos. Por supuesto, reutilizable, porque terminada la comida se comían la cuchara, ya reblandecida y empapada. De ahí el dicho: “Dure lo que dure, como cuchara de pan”, con lo que se daba a entender lo breve de una situación o lo poco que duran las cosas en la vida.

El Renacimiento de la comida

En la España de Cervantes se hablaba de cuchara o de "cuchar", indicando que la etimología de la palabra remite a la voz latina cochlear, empleada para referirse al cucharón, término que recordaba el uso antiguo que tuvieron las conchas de mar utilizadas como cucharas.

placeholder Cucharas de plata parcialmente dorada del siglo XVI. Cuentan con tallos rematados con un botón de balaustre, cola de rata añadida y cuencos ovalados. (Wikimedia)
Cucharas de plata parcialmente dorada del siglo XVI. Cuentan con tallos rematados con un botón de balaustre, cola de rata añadida y cuencos ovalados. (Wikimedia)

Los cambios más notorios para este utensilio llegaron a lo largo del Renacimiento y se extendieron hasta el siglo XVIII. Fue entonces cuando el diseño moderno, un cuenco angosto de forma elíptica unido a un mango largo con un extremo redondeado se formalizó entre la nobleza.

Pulir su forma resultaba fundamental en la corte ya que no eran pocos los accidentes que producían las de mango puntiagudo. Además, para ese momento ya existía el tenedor para pinchar trozos de alimentos más sólidos. Un mango redondo se entendió como más elegante, porque permitía grabar la inicial del apellido de su dueño e incluso el escudo de la familia. Lo humilde dejó de serlo para formar parte de las dinámicas de estatus.

De la madera a la plata

También el material para su fabricación comenzó a modificarse entonces, concretamente desde finales del siglo XVI, y durante los siglos XVII y XVIII. Surgieron entonces las cucharas de plata en la corte y los hogares adinerados. En la España del siglo XVII y XVIII, la ciudad especializada en la fabricación de cucharas fue Reus, aunque fue industria particularmente pujante en Gerona, cuyas cucharas de madera de brezo o de boj se vendían en Europa. También había cucharas de asta de buey, pero alcanzaban precios prohibitivos. Naturalmente, llegaron desde aquí a América en el proceso de colonización.

placeholder Campesinos compartiendo una comida sencilla de pan y bebida en el siglo XIV. (Wikimedia)
Campesinos compartiendo una comida sencilla de pan y bebida en el siglo XIV. (Wikimedia)

Llegado el siglo XIX se produjo otro gran cambio social protagonizado directa e indirectamente por las cucharas: la sociedad comenzó a comer diferentes platos por turnos por primera vez. Es decir, la noción de entrantes, platos principales y postres no había existido hasta entonces. Como explica Bee Wilson, autora de Consider the Fork: A History of How We Cook and Eat, en una estrevista para Splendid Table, todo se disponía junto por toda la mesa de una vez.

Estaba sucediendo también la consagración del postre como un plato en sí mismo. Un plato, por lo general, dulce, que como se detalla en otro artículo para esta sesión dedicado al mismo, ponía fin a la experiencia de una comida. En francés 'desservir', lo que podemos traducir como "limpiar la mesa", el postre aparece por primera vez escrito en textos del siglo XVII. Dos siglos después, aquel bocado incluía ya un sinfín de posibilidades cuya popularidad fue la excusa perfecta para un nuevo instrumento destinado a facilitar este disfrute.

¿Modales? Comodidad

Wilson apunta que una de las cosas más importante que sucedieron en el siglo XIX fue "una nueva civilización de modales en la mesa: una nueva ansiedad por manipular la comida". Et voilà cucharas especializadas para ello. "Creo que es parte de toda una cultura de modales. Si observamos las reglas que aparecen sobre el manejo de alimentos en los libros de etiqueta del siglo XIX, encontraremos frases como: 'La sopa siempre debe beberse desde el borde de la cuchara sopera para no acercarse demasiado al cuenco (a excepción de los hombres con bigotes, se les permitía beber la sopa del extremo de la cuchara)'".

placeholder Detalle. (Wikimedia)
Detalle. (Wikimedia)

Podemos remontarnos hasta Pompeya para encontrar los primeros esbozos de tipos diferentes de cucharas. Gracias a los numerosos hallazgos arqueológicos en las áreas donde se asentó la civilización perdida, sabemos hoy que la cultura romana entrelazó a la hora de las comidas dos tipos diferentes de cucharas que más tarde darían forma a la producción de cucharas hasta el presente. El primer tipo es conocido como "ligula", consistía en una copa ovalada puntiaguda y un mango con una decoración en la punta. El segundo, conocido como "cochleare", tenía una copa pequeña y redonda y un asa puntiaguda.

placeholder Un banquete multigeneracional representado en un mural de Pompeya. / Cuchara romana. (Wikimedia)
Un banquete multigeneracional representado en un mural de Pompeya. / Cuchara romana. (Wikimedia)

Hoy en día, la cuchara de postre compite constantemente con la de té o café. Por lo general, ambas se suelen separar del resto de cubiertos para que los comensales no la confundan, ¿o quizás para que nadie haga el amago de ir contra el sistema? El uso de cucharas de postre en todo el mundo varía mucho, por supuesto: en algunas zonas son muy comunes, mientras que en otras regiones casi ni existen.

Un gesto casi político

En términos de escala, una cuchara de postre suele ser similar en tamaño a una cuchara de sopa, aunque el área que sostiene la comida es ovoide, en lugar de redondo como en el segundo caso, y con un extremo que acaba en punto. Asimismo, la capacidad de una cuchara de postre suele ser de alrededor de dos cucharaditas de café o té, lo que permite colocar porciones saludables cada cucharada, lo cual es útil sobre todo cuando se comen postres complejos y en capas, pues permite que de un solo bocado queda un poco de cada sabor.

placeholder Bodegón sobre una mesa con frutas y flores, por Jan van Kessel el Viejo a finales del siglo XVII. (Wikimedia)
Bodegón sobre una mesa con frutas y flores, por Jan van Kessel el Viejo a finales del siglo XVII. (Wikimedia)

En los últimos tiempos es este el tamaño que lo ha petado en redes. Así lo plasma en un artículo para Eater Jaya Saxena: La devoción por las cucharas de postre "se ha convertido en un rasgo de personalidad" con memes que lo atestiguan en redes sociales, imágenes bucólicas que forman parte de movimientos como el 'Cottagecore' e incluso eslóganes en camisetas.

Una cucharadita es el vehículo perfecto, dice Fran Höpfner en The take out, para ofrecer infinidad de platos (sopas, cremas, arroces, yogur, helados, puré de patatas o pasta pequeña…), pero lo más importante es que una cuchara pequeña alarga la comida. "Te permite llevar la comida a tu papilas gustativas en bocados más pequeños, brindándote la oportunidad de disfrutar más y mejor. Incluso se podría argumentar que comer con una cucharadita es un acto anticapitalista porque prolonga el placer y nos hace extendernos en el tiempo dedicado a ello, nos mantiene inmersos en una sola cosa porque no hace falta más, impide volver a cualquier trabajo que quede al otro lado de la comida". Un acto rigurosamente calmante.

Partamos de la base de que no hay mayor alegría que comer. No solo porque es una necesidad, un instinto, sino porque comer pone en marcha todos nuestros sentidos. Es cierto que lo de palpar el alimento como lo hacían nuestros más remotos antepasados (y no tan remotos) en el mundo en el que se ha dispuesto (y a veces impuesto) la máquina al ritual ha ido desapareciendo. No entedemos comer sin todo un arsenal de utensilios fabricados para ello. Es más, hemos convertido el gran número de estos en una forma misma de ritual. Poner la mesa se parece así bastante a una práctica artística, aunque en un mundo mecanizado no puede ser, por supuesto, de cualquier forma. Y entonces surgen normas, fundamentos, un protocolo del alimentarse "correctamente": el tenedor de tres puntos, el tenedor de dos, el cuchillo alargado, el menos afilado, la cuchara grande… La cuchara pequeña.

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