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Dietrich Bonhoeffer, el pastor protestante que descubrió el origen de la maldad humana
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Dietrich Bonhoeffer, el pastor protestante que descubrió el origen de la maldad humana

No hay tanta irracionalidad en el mal, sino mucha estupidez. Esta es la conclusión a la que llegó este teólogo alemán y héroe trágico del Holocausto que llegó a conspirar para asesinar a Hitler

Foto: Dietrich Bonhoeffer con alumnos. (Wikipedia)
Dietrich Bonhoeffer con alumnos. (Wikipedia)

En el siglo XVIII, el escritor irlandés Edmund Burke redactó una frase que en nuestros días ahora ya resuena como un completo cliché: "Para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada". Decimos cliché, puesto que de tanto usarla en los argumentarios políticos de nuestra era, parece que ha perdido todo su significado. Alertar de un mal que se cierne sobre el mundo una y otra vez no vale de nada cuando ese mismo mal sigue extendiéndose. Posiblemente, esta frase fuera conocida entre los más cultos amos de la guerra del siglo XX, y aun así no se evitaron los terribles dramas humanitarios que llevaron a perder la esperanza en el ser humano.

Otra de las razones por las que la frase de Burke puede resultar peligrosa es porque los malos siempre son designados por los verdaderos malos de la película. Su mal primigenio es el engaño, entonces señalarán a sus enemigos como el adversario a derrocar, cargando en él todas las cualidades malignas para que otros se sientan amenazados y actúen contra ellos. Es difícil distinguir el mal y el bien en este mundo de sombras, espejos y espectáculo. Esta disyuntiva moral lleva en el seno de la filosofía occidental desde hace siglos. Arendt, Rousseau o Nietzsche, por citar algunos nombres, escribieron ríos de tinta sobre el tema. Pero pocos hablan de un personaje algo olvidado por la historia, quien escribió frases realmente inspiradoras al respecto, y que particularmente centró su atención en otra característica de todo ser humano: Dietrich Bonhoeffer y sus reflexiones sobre la estupidez.

"La persona estúpida, en contraste con la maliciosa, está satisfecha de sí misma, y al irritarse fácilmente, se vuelve peligrosa"

"La estupidez es un enemigo más peligroso del bien que la malicia. Uno puede protestar contra el mal; puede ser expuesto, y si es necesario, impedido por le uso de la fuerza. El mal siempre lleva dentro de sí el germen de su propia subversión en el sentido de que deja en los seres humanos al menos una sensación de malestar. Contra la estupidez estamos indefensos. Ni las protestas ni el uso de la fuerza logran nada aquí; las razones caen en oídos sordos; simplemente no es necesario creer en los hechos que contradicen el prejuicio de uno (en esos momentos la persona estúpida incluso se vuelve crítica) y cuando los hechos son irrefutables simplemente se los deja de lado como si fueran intrascendentes, como incidentales. En todo esto, la persona estúpida, en contraste con la maliciosa, está completamente satisfecha de sí misma, y al irritarse fácilmente, se vuelve peligrosa al lanzarse al ataque, por esta razón, se requiere mayor cautela que con uno malicioso. Nunca más intentaremos persuadir al estúpido con razones, porque es un sinsentido y peligroso". Bonhoeffer, alto y claro.

Contra el antisemitismo

Por tanto, según el autor, antes que hacer una distinción entre el bien y el mal habría que hacerla entre estúpidos e inteligentes, lo cual es más enrevesado, pues como vimos en otro artículo, hay mucha inteligencia en hacerse el tonto y muchos tontos que pecan de ser inteligentes. Antes que dar por sentado que la intelectualidad es buena vara de medir la bondad o la maldad, cabría reparar en el contexto y la vida del filósofo, que también vino truncada por la fe cristiana en una época en la que el mayor peligro que se cernía sobre la humanidad, el nazismo, se apropió de estos sentimientos religiosos en contra de otras confesiones como la judía.

"Hay seres humanos que son de un intelecto ágil pero estúpidos, y otros que son intelectualmente torpes, pero todo menos estúpidos"

Nacido en el seno de una familia burguesa prusiana, el joven Dietrich presencia algunos de los horrores más descarnados de la Primera Guerra Mundial con tan solo 8 años de edad, cuando sufre la pérdida de uno de sus hermanos y tres primos a causa del conflicto. Cuando cumple la mayoría de edad, decide dedicarse a la teología en la Universidad de Tubinga para luego trasladarse a Berlín. Sus pasos le llevarán a Barcelona, asumiendo la vicaría de la Iglesia Luterana de la ciudad condal. A los pocos años regresa a la Universidad de Berlín para ser profesor de teología y comienza a publicar libros. Es entonces, a comienzos de la década de los años 30, cuando empieza el ascenso del nazismo en las instituciones alemanas, con el consentimiento silencioso de los poderes eclesiásticos cristianos.

placeholder Dietrich Bonhoeffer, en una imagen de archivo. (Wikipedia)
Dietrich Bonhoeffer, en una imagen de archivo. (Wikipedia)

Hay que tener en cuenta que en aquella época los cristianos eran mayoría en Alemania, divididos entre católicos y protestantes. Entre estos últimos se encontraba el teólogo, quien frente a la pasividad mostrada por sus coetáneos, fundó la Iglesia Confesante o Iglesia de la Confesión que se oponía frontalmente al odio antisemita que diseminaba el nazismo entre la población. A lo largo de la década de 1920, la Iglesia Evangélica alemana era uno de los pilares de la sociedad y la cultura, siendo muy leal al estado. Surgieron los "cristianos alemanes" (Deutsche Christen), los cuales se diferenciaron del resto por su rápida asunción de los valores racistas y nacionalistas de la ideología nazi. Por ello, en los años venideros y hasta la derrota de Hitler existirá esta "guerra religiosa" (Kirchenkampf) dentro del protestantismo alemán. Guerra en todo el sentido de la palabra, pues opositores como Bonhoeffer (y aquí viene spoiler al artículo) eran ejecutados o detenidos en campos de concentración, como le sucedió al pastor Martin Niemöller, amigo íntimo de Bonhoeffer.

Ambos dirigieron una oposición frontal contra Hitler. En 1939 se unió a un grupo clandestino que tenía ramificaciones en la Abwehr, la Oficina de Inteligencia Militar alemana, y para la cual sirvió como agente doble. Viajó por Europa dando conferencias en las que supuestamente debía recabar información sobre la política y la sociedad de los lugares que visitaba. En lugar de ello, organizaba un complot contra Hitler auspiciado desde la oficina militar. En las semanas previas a que Alemania invadiera Polonia, dando así por comenzada la Segunda Guerra Mundial, marchó a Estados Unidos (suponemos que porque ya le habían descubierto). Pero una vez allí sintió que debía estar con su pueblo y su gente, decidiendo no quedarse de brazos cruzados con lo que ya él presagiaba como una gran debacle humanitaria. Burke habría estado orgulloso de él.

Foto: Hitler, pasándolo bien junto a su amiga Leni Riefenstahl. (Cordon Press)
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Poco se sabe de él en los años más cruentos de la guerra. Varias páginas web cuentan que intentó salvar al mayor número de judíos posible desde su posición de infiltrado, hasta que le descubrieron en 1943, cuando dos hombres le detuvieron y le condujeron hacia la presión de Tegel, en Berlín, en la que estuvo un año y medio acusado de conspiración (y en la que por cierto escribió las líneas sobre la estupidez que incluimos al inicio, en sus cartas desde la cárcel recogidas en el volumen Después de diez años). Dos años después, le llevaron al campo de concentración de Buchenwald debido su relación con el Plan Valquiria, el atentado fallido del 20 de julio de 1944 que pretendía asesinar a Hitler y en el que, al parecer, había participado también su tío, Paul von Hase, a quien pocos días después dieron la orden de ejecutar. A Bonhoeffer le llegaría su hora poco después, el 9 de abril de 1945, cuando era prisionero del campo de concentración de Flossenbürg.

Arendt y Bonhoeffer: dos formas de explicar el mal

Este héroe trágico llamado Dietrich Bonhoeffer legó al mundo un diagnóstico más para explicar lo inexplicable, aportando razón a un evento histórico tan terrible como el holocausto, al igual que hicieron otros a su manera. En su caso, el mal no se personalizó en generales militares que ordenaron exterminar a miles de judíos porque tan solo recibían órdenes de arriba, como tan bien analizó Hannah Arendt por su parte. No hay banalidad en el mal, como pensaba la filósofa, sino la estupidez que hizo que el discurso de odio inoculado por las autoridades nazis colara tan bien entre la sociedad, entre lo que podríamos llamar "gente corriente".

"No es tanto de que la estupidez sea un defecto congénito, sino que las personas se vuelven estúpidas o permiten que esto les suceda"

"Hay seres humanos que son de un intelecto notablemente ágil pero estúpidos, y otros que son intelectualmente bastante torpes, pero todo menos estúpidos", escribió Bonhoeffer, algo que casa a la perfección con lo que vimos más arriba. Su perspectiva es que no influyen las condiciones personales, sino más bien las circunstancias externas. Digamos que alguien no es estúpido porque sí, sino que se vuelve estúpido debido a un contexto concreto. "La impresión que se tiene no es tanto de que la estupidez sea un defecto congénito, sino de que, en determinadas circunstancias, las personas se vuelven estúpidas o permiten que esto les suceda".

"Habiéndose convertido en una herramienta, el estúpido será capaz de cualquier mal y al mismo tiempo incapaz de ver que forma parte de él"

Curiosamente, Arendt asoció el sentimiento de soledad de los individuos con el auge de los sistemas totalitarios. Algo a lo que se opone Bonhoeffer, pues él cree que esa estupidez que lleva a tolerar y no levantarse contra el mal de algún modo es contagiosa o es adquirida a través de un proceso de sociabilidad con los otros. "Observamos además que las personas que se han aislado de los demás o que viven en soledad manifiestan este defecto con menos frecuencia que los individuos o grupos de personas inclinadas o condenadas a la sociabilidad. Así parecería que la estupidez es quizás menos un problema psicológico que sociológico. Es una forma particular del impacto de las circunstancias históricas sobre los seres humanos. Si se observa más de cerca, se hace evidente que cada fuerte ascenso del poder en la esfera púlbica, ya sea de carácter político o religioso, infecta de estupidez a gran parte de la humanidad".

Foto: Foto: Wikipedia.

Obviamente, hay distintos tipos de soledad, y suponemos que Arendt no se refería a la física o sociológica, sino más bien a la existencial. Bonhoeffer, por su parte, da en el clavo a la hora de definir la relación entre el mal y la estupidez. "El poder de uno necesita de la estupidez del otro. El proceso en juego aquí no es que las capacidades humana particulares, por ejemplo, el intelecto, de repente se atrofien o fallen. En cambio, parece que bajo el impacto abrumador del poder en ascenso, los humanos se ven privados de su independencia interna y, más o menos conscientemente, renunciar a establecer una posición autónoma frente a las circunstancias emergentes", asegura.

"El hecho de que el estúpido sea a menudo testarudo no debe cegarnos ante el hecho de que no es independiente", prosigue. "Al conversar con él, uno siente virtualmente que no está tratando en absoluto con una persona, sino con eslóganes, consignas y cosas por el estilo que se han apoderado de él. Está bajo un hechizo, cegado, maltratado y abusado en su propio ser. Habiéndose convertido así en una herramienta sin sentido, la persona estúpida también será capaz de cualquier mal y al mismo tiempo incapaz de ver que forma parte de él". Esta es la mejor conclusión a la que podríamos llegar, y sobre la que personalidades políticas de nuestra época harían bien en reflexionar, así como sus voceros, los cuales no dejan de repetir sus eslóganes marcados por el odio. No es estúpido quien no sabe razonar, sino el que no tiene el suficiente pensamiento crítico para negar las locuras que otros dicen. O, parafraseando a Burke, no es que los buenos no hagan nada, sino que los malos pueden (o podemos) ser cualquiera que tenga la guardia baja en lo que se refiere a espíritu crítico.

En el siglo XVIII, el escritor irlandés Edmund Burke redactó una frase que en nuestros días ahora ya resuena como un completo cliché: "Para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada". Decimos cliché, puesto que de tanto usarla en los argumentarios políticos de nuestra era, parece que ha perdido todo su significado. Alertar de un mal que se cierne sobre el mundo una y otra vez no vale de nada cuando ese mismo mal sigue extendiéndose. Posiblemente, esta frase fuera conocida entre los más cultos amos de la guerra del siglo XX, y aun así no se evitaron los terribles dramas humanitarios que llevaron a perder la esperanza en el ser humano.

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