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El chapucero plan para acabar con Hitler
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“QUERÍAN QUITARLE EL BIGOTE Y PONERLE PECHO”

El chapucero plan para acabar con Hitler

Suena a broma, pero el Director de Investigación de la OSS, predecesora de la CIA, diseñó un plan para hormonar al dictador nazi hasta que se convirtiese en una fémina pacifista

Foto: Hitler, pasándolo bien junto a su amiga Leni Riefenstahl. (Cordon Press)
Hitler, pasándolo bien junto a su amiga Leni Riefenstahl. (Cordon Press)

El 20 de julio de 1944, un grupo de oficiales de la Wehrmacht organizados alrededor del parche del coronel aristócrata Claus von Stauffenberg intentó acabar con la vida de Adolf Hitler en la célebre Operación Valkiria. Fue un fracaso. La bomba instalada en la Guardia del Lobo apenas causó heridas leves al líder nazi. A cambio, decenas de conspiradores terminaron siendo ejecutados y miles de personas, detenidas como represalia.

“Operación Valkiria”, en referencia a las servidoras de Odín en la mitología nórdica que elegían a los luchadores más heroicos para conducirlos al Valhalla, podría haber sido un buen nombre para la conspiración contra Hitler que se gestó al otro lado del Atlántico, en los despachos de la entonces incipiente OSS (Office of Strategic Services), la agencia de inteligencia que terminaría convirtiéndose en la CIA. No porque Hitler fuese un héroe, sino porque el plan era feminizarlo todo lo posible.

O al menos eso era lo que deseaban los conspiradores, cuyo principal ideólogo era Stanley P. Lovell, uno de los personajes secundarios más descacharrantes de la segunda guerra mundial. Como explica Sam Kean, autor de 'El pulgar del violinista', en su último libro, ' The Bastard Brigade', que se centra en el plan de científicos y espías para evitar que los nazis obtuviesen la bomba atómica, fue el fundador de la OSS, el “salvaje” Bill Donovan quien le pidió al científico que fuese el Moriarty de su recién fundada agencia.

Los expertos están de acuerdo en que Hitler se encontraba muy cerca de la frontera que separaba al hombre de la mujer

Nadie sabe muy bien por qué lo comparó con el enemigo irreconciliable de Sherlock Holmes, ya que se parecía más a Q, el tipo de los cacharros de James Bond. En su currículum, una larga lista de inventos escatológicos sobre los que volveremos más tarde, una propuesta para dejar ciegos al Führer y al Duce en plena reunión y un plan maestro para acabar con el nazismo, básicamente, convirtiendo a Hitler en una mujer. Algo que, según la lógica de la época, lo haría mucho más pacífico. Perdón, pacífica. Cedamos la palabra al entonces director de Investigación y Desarrollo de la OSS:

“Mi ataque favorito contra Hitler era el enfoque glandular” (todo esto es sic, aunque suene a pitorreo) “Los expertos en glándulas estaban de acuerdo en que se encontraba muy cerca de la frontera que separaba al hombre y la mujer”. El mito que presentaba a Hitler como un hombre genitalmente mutilado y algo afeminado se filtró en la estrategia de la OSS. “Un empujoncito hacia el lado femenino provocaría que se le cayese el bigote y tuviese una voz de soprano”.

placeholder Hitler y Goebbels, atentos a lo que echan en el plato. (Cordon Press)
Hitler y Goebbels, atentos a lo que echan en el plato. (Cordon Press)

Fue en las páginas del número de julio de 1963 de 'Popular Science', la mítica revista de divulgación científica, cuando Lovell contó en plan jiji-jaja cómo se le ocurrió el plan definitivo contra el nazismo.

La zanahoria de Hitler

La lógica de Lovell y su equipo era palmaria. Una de las formas más rápidas, inodoras, incoloras e insípidas de acabar con Hitler era envenenarlo. Lo cual tenía una gran dificultad: como era lógico, el alemán contaba con un catador que presumiblemente estiraría la pata antes de que Hitler contase hasta “drei”.

La alternativa era, por lo tanto, suministrarle alguna clase de producto que fuese acabando con él poco a poco, sin que se diese cuenta, y que fuese imposible de identificar por su sabor. Por ejemplo, estrógenos, que unidos a la hipotética condición un tanto afeminada del nazi provocarían rápidamente que perdiese vello facial, le creciesen los senos y terminase pareciéndose y comportándose como su hermana menor Paula, que trabajaba como secretaria.

Infiltramos a un jardinero, pero supongo que simplemente se quedó con nuestro dinero y tiró la medicación

Conectamos con el doctor Lovell de nuevo:

“Hitler era vegetariano. En Berchtesgaden [nota: el lugar donde se encontraba el Nido del Águila, la guarida de Hitler en los Alpes de Baviera], necesitaba jardineros que cultivasen sus verduras”. La célebre huerta de Hitler. “Se aprobó un plan para infiltrar allí a un hombre de la OSS. Le proporcioné hormonas femeninas con el objetivo de que las inyectase en las zanahorias del Führer”.

¿Qué podía salir mal? Pues probablemente todo, hasta el punto de que Lovell tampoco le dio mucha importancia a que la operación Adolfa no llegase a ningún sitio. “Simplemente supongo que el jardinero se quedó con nuestro dinero y tiró la medicación. Eso o que Hitler cambiaba a menudo de catador”. Otra posibilidad: que el plan diese resultado y el Führer acabase con su vida preguntándose por qué de repente le estaba creciendo el pecho.

Una historia para la posteridad

El experimento de Lovell siempre estuvo a la vista de todos durante décadas en las páginas de 'Popular Science', pero cayó en el olvido hasta que el profesor Brian J. Ford, uno de los grandes divulgadores británicos, publicó ' Secret Weapons: Technology, Science and the Race to Win World War II'. El biólogo es otro de los firmes defensores de que el plan podría haber tenido éxito.

“Existió un plan aliado para introducir estrógeno en la comida de Hitler y cambiar su sexo para que se hiciese más femenino y menos agresivo”, recordaba en su trabajo. “Los americanos lo tenían claro. Dijeron 'quitémosle el bigote y pongámosle pechos'”. Ford también aprueba el plan: “Habría sido completamente viable, los agentes podrían haberlo introducido en la comida”.

placeholder Toda gran historia merece su meme.
Toda gran historia merece su meme.

La base científica era, cuando menos, discutible. Las investigaciones sobre los tratamientos de hormonas se encontraban aún en pañales, y pensar que por inyectar estrógenos en las hortalizas de Hitler este iba a dejar de desear invadir Polonia cada vez que escuchase a Wagner era un tanto inocente. En el mejor de los casos, podrían haber conseguido que su voz fuese más aguda y que su apariencia física cambiase ligeramente. Pero tampoco es que el Führer encajase precisamente en el prototipo de la virilidad aria.

Dr. Lovell, especializado en artículos de coña

Kean hace en su último libro un listado de todos los artilugios que se le ocurrieron al doctor Lovell, que nació en Brockton (Massachusetts) en 1890 y estudió en la Universidad de Cornell. Desde los años 10, se convirtió en uno de los químicos más importantes de EEUU, que llegó a introducir más de 70 patentes en su currículum. Alguna de ellas, terroríficas armas de guerra.

La colonia replicaba fielmente el “desagradable olor de los movimientos estomacales” y era introducida en los pantalones de los oficiales japoneses

A saber: bombas que tenían la apariencia de moluscos y que se adherían a los barcos enemigos; cigarrillos y bolígrafos que disparaban balas; una harina explosiva con el nombre de Aunt Jemima (una popular harina para tortitas) que podía cocinarse fácilmente y que solo explotaba en caso de que se prendiese con un mechero o cerilla; y zapatillas con huecos para ocultar documentos. En definitiva, un arsenal de artículos que parece formar parte de los sueños húmedos del proveedor La Tienda del Espía.

Hay un punto en el que el espionaje de élite se cruza con el humor de la fase anal, y el químico que estuvo a punto de acabar con el Tercer Reich lo ejemplifica mejor que nadie. Gran parte de sus inventos eran particularmente escatológicos. La “cacasolina” (nuestra libre traducción de “cacalube”) podía ser introducido como combustible y destruir motores ipso facto. El proyecto Capricho implicó bombardear el norte de África con excrementos 'fake' de cabra para propagar enfermedades. La colonia de diarrea replicaba fielmente el “desagradable olor de los movimientos estomacales” y era introducida en los pantalones de los oficiales japoneses. Lovell, que más que un genio era un cachondo, lo llamó algo así como la bomba “yo no he sido”.

Foto: No hay nada como un animal para blanquear a un asesino sanguinario. (Cordon Press)

Puede ser que ni Hitler se convirtiese en mujer ni la segunda guerra mundial terminase entre flatulencias, pero los aliados terminaron saliendo victoriosos en la contienda. Y, lo que es más importante, plantando una semilla que terminaría eclosionando el 18 de septiembre de 1947, cuando la CIA tal y como la conocemos abrió sus puertas y la historia cambió para siempre.

El 20 de julio de 1944, un grupo de oficiales de la Wehrmacht organizados alrededor del parche del coronel aristócrata Claus von Stauffenberg intentó acabar con la vida de Adolf Hitler en la célebre Operación Valkiria. Fue un fracaso. La bomba instalada en la Guardia del Lobo apenas causó heridas leves al líder nazi. A cambio, decenas de conspiradores terminaron siendo ejecutados y miles de personas, detenidas como represalia.

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