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De Suiza a Irlanda: repatriar a James Joyce, la exhumación de la discordia
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VOLVER A IRLANDA, ¿ÚLTIMA VOLUNTAD DE JOYCE?

De Suiza a Irlanda: repatriar a James Joyce, la exhumación de la discordia

Dos concejales irlandeses han propuesto una moción para repatriar los restos del escritor, pero la idea no convence al presidente de la Fundación James Joyce en Zúrich

Foto: El dublinés James Joyce, autor de 'Finnegans Wake'.
El dublinés James Joyce, autor de 'Finnegans Wake'.

En plena Segunda Guerra Mundial, una peritonitis mató a James Joyce. El escritor irlandés huyó de la Francia ocupada por el nazismo y se estableció con su familia en Suiza, zona neutral. Llegó a Zúrich en 1940, donde moriría repentinamente un año más tarde. Joyce tenía 58 años y habían pasado 29 desde que pisó por última vez su Dublínnatal. Cuando le informaron de la muerte del escritor, el secretario del Departamento de Asuntos Exteriores de Irlanda envió un telegrama a un diplomático establecido en Suiza. Le encargó que expresara a la viuda de Joyce sus condolencias y su “incapacidad para asistir al funeral”. Y una cosa más: “Si es posible, averigüe si ha muerto católico”.

James Joyce fue enterrado en el cementerio Fluntern de Zúrich. Al funeral no asistió ningún cargo oficial irlandés. Su viuda, Nora Barnacle, intentó repatriar los restos del escritor poco después, “pero la hostilidad hacia Joyce entre el clero católico, los académicos y los políticos era tan intensa que la petición se rechazó”, según el biógrafo Gordon Bowker. El escritor y su familia descansan desde entonces en Zúrich. Cuando abandonó Irlanda en 1904, Joyce entregó su literatura al exilio, al recuerdo sombrío de Dublín y de su patria, que llegó a comparar con “una vieja cerda que se come a sus crías”. Pero los años han rescatado al escritor repudiado en el pasado y ahora homenajeado en el Bloomsday cada 16 de junio, el día en el que transcurre su monumental ‘Ulises’. Hace apenas dos semanas, el Ayuntamiento de Dublín registró una petición para exhumar y repatriar los restos de Joyce antes del centenario de la novela, en 2022.

placeholder Retrato de James Joyce en 1915. (Alex Ehrenzweig)
Retrato de James Joyce en 1915. (Alex Ehrenzweig)

Los concejales Paddy McCartan y Dermot Lacey propusieron la moción argumentando que éste era último deseo de Joyce y Barnacle. “Hoy, Dublín está muy orgullosa de James Joyce. No siempre fue el caso. Aunque somos una ciudad que ha dado grandes escritores, no siempre hemos sido buenos con ellos. Afortunadamente eso ha cambiado y Dublín es una ciudad más progresista e inclusiva de lo que fue en mi juventud”, explica Lacey a este medio. El concejal laborista cuenta que algunos “locales interesados en honrar a Joyce” les pidieron la repatriación de los restos.

No todos los estudiosos de la obra del irlandés avalan el proyecto de los concejales. Fritz Senn, director de la Fundación James Joyce en Zúrich, tiene dudas sobre los últimos deseos del escritor, que en vida tuvo una relación accidentada con su tierra natal: “No existe ninguna evidencia de que Joyce quisiera ser enterrado en Dublín o Irlanda. Técnicamente, formalmente, nunca recuperó la ciudadanía irlandesa. Muchos expertos están de acuerdo conmigo. Algunos piensan que la medida tiene motivaciones políticas, no lo sé”.

Irlanda y James Joyce

James Joyce nació en Dublín, en 1882. Creció bajo la tutela de su madre, católica devota, y un padre alcohólico que condujo la familia hacia la quiebra. El escritor se casó con Nora Barnacle y abandonó Irlanda en 1904. Volvió fugazmente antes de morir, pero aquel fue el año del exilio autoimpuesto, de arrancarse las raíces para mirarlas y escribirlas durante el resto de su vida. Las calles dela capital irlandesa y su niebla eterna son una paradoja en la obra de Joyce.

Se enfrentó y asistió al auge de una Irlanda católica, conservadora y nacionalista que atormentó a sus álter ego literarios. En su ensayo ‘James Joyce y la lucha por la comunicación total’, Domingo García-Sabell señala la pulsión en la obra del escritor apátrida: "James Joyce deseaba [...[ 'ser amado por el padre y ser amado por la patria’. El amor del padre que era ‘como una piedra de molino al cuello’, y el amor de la tierra, del pueblo, ese pueblo que lo negaba a él y a su obra y que era, también, otra oscura piedra puesta pesadamente sobre el corazón”.

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Estatua del escritor en el cementerio de Fluntern, Suiza. (Reuters)

Joyce vivió el exilio en París, Trieste y Zúrich, su último refugio. Pero plasmó en sus líneas el recuerdo de una Irlanda herida por el cainismo y la estrechez de miras. Su mirada fue la de Stephen Dedalus, uno de sus personajes más célebres: “Maldijo la farsa del catolicismo irlandés: una isla en la que los habitantes confiaron sus voluntades y su mente a otros para asegurarse una vida de parálisis espiritual, una isla en la que todo el poder y las riquezas están en manos de aquellos cuyo reino no es de este mundo, una isla en la que César confiesa a Cristo y Cristo confiesa a César para que juntos puedan engordar”. El escritor tuvo dificultades para encontrar editores en Irlanda. Aunque ‘Ulises’ nunca se prohibió, sufrió la censura durante décadas después de su primera publicación, en 1922 .

La segunda novela de Joyce, a la que se dedicó enteramente durante siete años, fue tachada de provocadora y sucia. En ella dejó sus obsesiones y una travesía oscura y enrevesada por el Dublín de sus recuerdos. Y la paradoja que señala García-Sabell, lo verdaderamente enigmático en la relación de Joyce y su tierra natal, es la fascinación que le provocó desde que huyó de ella por primera vez. Según la conservadora del Museo de Inmigración Irlandesa, Jessica Traynor, uno de los pasatiempos del escritor en París era buscar a dublineses para que le recitaran los nombres de las tiendas y los pubs desde Amiens Street hasta la columna de Nelson en la calle O’Connell.

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Estatua de James Joyce en la calle O'Connell de Dublín. (Reuters)

Ese amor extraño que Joyce profesaba por las raíces que una vez le ahogaron no fue correspondido hasta mucho después. Desde 1954, los devotos de Joyce dedican la festividad de Bloomsday al protagonista de la odisea irlandesa. El día en el que transcurre la novela, andan el camino de Leopold Bloom en Dublín y reproducen sus gustos gastronómicos desayunando vísceras de animal fritas. La Irlanda de James Joyce, enterrado a miles de kilómetros, se ha convertido en tradición, insignia y reclamo turístico.

“Esta no es la primera vez que la repatriación de Joyce se plantea”, explica Paddy McCartan, uno de los concejales que presentaron la moción. “Muchos creen que Dublín debería ser su lugar de descanso final. Su mujer estaba a favor de ello. Como ‘Ulises’ inmortalizó la ciudad y cumple cien años en 2022, creo que es el momento de reabrir este debate”. Desde el lugar donde descansa Joyce, Fritz Senn señala un nombre clave para el traslado de los restos: Stephen James Joyce, el nieto del escritor. “A menos que él lo consienta -cosa extremadamente improbable, dada su actitud- el proyecto quedará en nada. El Ayuntamiento de Dublín no tiene esa potestad y la decisión quedará sin efecto”.

“Muchos creen que Dublín debería ser su lugar de descanso final. Su mujer estaba a favor de ello"

Además del escritor, en el cementerio de Fluntern están enterrados los cuerpos de Barnacle, su hijo Giorgio y su segunda mujer, que apenas tuvieron lazos con Irlanda. Senn lamentaría el traslado, pero no está preocupado. En caso de que los restos de Joyce fueran repatriados, la Fundación no tomaría acciones para impedirlo. “No tenemos un posicionamiento oficial y muy poco nacionalismo cultural”. Desde el Ayuntamiento de Dublín, Dermot Lacey lamenta que el asunto haya llegado a los medios antes de poder contactar con los descendientes de James Joyce. “Ante la imposibilidad de dar con el nieto del escritor y los distintos puntos de vista de James y Nora Barnacle, hemos dejado el proyecto ‘en espera’. No procederemos a no ser que ese sea el deseo de Stephen James Joyce”.

En plena Segunda Guerra Mundial, una peritonitis mató a James Joyce. El escritor irlandés huyó de la Francia ocupada por el nazismo y se estableció con su familia en Suiza, zona neutral. Llegó a Zúrich en 1940, donde moriría repentinamente un año más tarde. Joyce tenía 58 años y habían pasado 29 desde que pisó por última vez su Dublínnatal. Cuando le informaron de la muerte del escritor, el secretario del Departamento de Asuntos Exteriores de Irlanda envió un telegrama a un diplomático establecido en Suiza. Le encargó que expresara a la viuda de Joyce sus condolencias y su “incapacidad para asistir al funeral”. Y una cosa más: “Si es posible, averigüe si ha muerto católico”.

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