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Las lecciones de Hannah Arendt sobre el trabajo en un mundo poscovid-19
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UNA "VIDA ACTIVA"

Las lecciones de Hannah Arendt sobre el trabajo en un mundo poscovid-19

Con la crisis sanitaria, hemos visto que una de las teorías de la pensadora alemana se hacía patente: la importancia de los cuidados y la salud como centro de la actividad humana

Foto: Imagen de archivo.
Imagen de archivo.

La pandemia del coronavirus ha creado un escenario social inédito e impensable hace tan solo unos meses. En cuestión de días, la propagación mundial de este agente microscópico paralizó nuestra vida social, y con ella, el trabajo. Las rutinas de millones de personas fueron abruptamente detenidas, suspendidas ante el imparable avance de la enfermedad. Los bares y tiendas echaron la reja para enfrentarse a una larga cuarentena que nos confinó durante más de cuarenta días.

Ahora que por fin parece que vislumbramos la salida al final del túnel, o al menos nuestras miradas apuntan a lo que ya se conoce como la “nueva normalidad”, los gobiernos de los países más sacudidos por la pandemia, como Italia, Reino Unido o España, ya están firmando decretos para reanudar la actividad económica y la vida social como parte de sus planes de desescalada. Estas medidas de reactivación social siguen inmersas dentro de un contexto de temerosa incertidumbre sobre lo que pueda pasar en el futuro, y el miedo a un posible rebrote que nos haga volver a una cuarentena estricta atenaza los corazones de todos los sectores sociales, en especial los de los trabajadores sanitarios, quienes han sido sometidos a una presión en los últimos meses como nunca antes en su vida.

El trabajo proporciona un ‘artificial’ mundo de cosas, claramente distintas de todas las circunstancias naturales

El momento en el que nos encontramos es determinante. Urge tomar decisiones para garantizar la seguridad de los ciudadanos a la par que reabrir la economía para dar un respiro a los trabajadores que, de la noche a la mañana, perdieron sus empleos o para los empresarios que han tenido que cerrar sus negocios. Este es el mayor riesgo al que nos enfrentamos, la dicotomía de nuestra época: ¿qué es más importante, la economía o la salud? Estos dos conceptos, ahora más relacionados que nunca, han estado en el centro de la discusión sobre las acciones a llevar a cabo para luchar contra la pandemia. Un debate originado a comienzos de la crisis (recordemos la posición inicial de Boris Johnson y su pretendida “inmunidad de rebaño”) cuya resolución adquiere la mayor relevancia en estos momentos de vuelta paulatina a la normalidad.

placeholder Hannah Arendt en 1924. (Wikipedia)
Hannah Arendt en 1924. (Wikipedia)

En este contexto tan complejo y decisivo, merece la pena revisitar las ideas de pensadores que removieron las conciencias y sembraron algunas de las claves del tiempo que hemos heredado hasta nuestros días. De entre todos ellos sobresale Hannah Arendt, filósofa y teórica política alemana de origen judío, quien reflexionó en sus libros sobre los totalitarismos y algunos de los conceptos que han estado en el centro del debate filosófico desde siempre. En concreto, nos interesa su visión del trabajo, recogida en su obra ‘La condición humana’, a la que ella denomina “vida activa” dividiéndola en tres apartados: la labor, el trabajo y la acción, que a su vez se refieren a las tres respectivas condiciones del ser humano: vida, mundanidad y pluralidad.

Para Arendt, el trabajo se compone de tres esferas: la labor (“labor”, es el término inglés que ella escoge), el trabajo (“work”) y acción (“action”). El primero se refiere a las actividades naturales, biológicas, que permiten la supervivencia de la especie y su continuidad en el tiempo, pero que no son duraderos, ya que se agotan en el momento en el que son realizadas y consumidas. Sin embargo, son las más importantes, ya que sin ellas no podríamos vivir. El segundo, el trabajo como tal, es aquel que produce una serie de resultados acabados u objetos que están llamados a perdurar a lo largo del tiempo: esto bien podría ser edificar una casa o instrumentos de uso para realizar otra serie de actividades.

“El trabajo proporciona un ‘artificial’ mundo de cosas, claramente distintas de todas las circunstancias naturales. Dentro de sus límites alberga cada una de las vidas individuales, mientras que este mundo sobrevive y trasciende a todas ellas”, escribe Arendt. “La condición humana del trabajo es la mundanidad”. Por su parte, la tercera esfera de esa “vida activa” sería la acción, que no es más que la actividad que se da en el espacio artificial creado por el trabajo y por la que los humanos hablan y deciden sobre lo que quieren hacer, es decir, la toma de partido política.

Una mesa

Para entender mejor la relación que tienen estos tres conceptos entre sí podemos pensar en una mesa. En ella, los distintos individuos se reúnen para realizar actividades básicas permitidas gracias a la extracción de bienes de la naturaleza (“labor”), que en este caso se reducirían, entre muchas otras, a ingerir los alimentos (que no son duraderos, pero permiten la supervivencia) previamente producidos o extraídos del medio natural. Para completar esta acción se necesita una mesa (perdurable en el tiempo), que también ha de ser ensamblada por terceras personas, en este caso los trabajadores o artesanos de una fábrica o taller de carpintería. Y por último lugar, gracias a los alimentos y a la mesa (o en su defecto el techo de la casa que protege a los individuos del frío o la lluvia), las personas pueden llegar a una serie de decisiones políticas sobre su vida en común, esa misma existencia que comparten juntos al estar en ese momento y lugar determinado.

Es el momento de aprovechar esta oportunidad para pensar en lo que es un trabajo valioso de verdad

¿Cómo se conjuga este concepto de “vida activa” de Arendt con los tiempos actuales? Hay que hacer un ejercicio de memoria. Y en este sentido, entender la división de la filósofa entre los conceptos de “labor” y “work”, una divergencia semántica que se ha hecho patente desde el comienzo de la pandemia. Mientras la mayor parte de la población tuvo que quedarse en casa para frenar la curva de contagios, una pequeña pero considerable parte de trabajadores acudían a sus puestos de trabajo para garantizar esa satisfacción de necesidades básicas.

De ahí que, en el momento más crítico que experimentó la sociedad a causa del coronavirus, se comenzara a usar el término “héroes” para referirse a aquellas personas como médicos, enfermeras, camioneros, limpiadores, transportistas, cuidadores, cajeros o reponedores de supermercado. Es decir, aquellas personas, y en especial los sanitarios, cuyos bienes y servicios prestados se agotan con su consumo. Tanto es así que la realidad nos ha dado una lección, ya que hasta antes de la pandemia sufrían cierta invisibilidad con respecto a trabajos en los que el grado de preparación es mucho más alto. En el caso de los profesionales de la salud es más evidente, ya que se han jugado la vida por salvaguardar la de los demás, atendiendo a las necesidades naturales de personas en un contexto de máxima presión y sacrificio. Así es como la lección de Arednt, formulada varias décadas atrás en el tiempo, se hace patente en la sociedad de hoy en día. Y está aquí para quedarse, pues el debate entre economía o salud sigue abierto.

Hacer una mesa puede ser un gran acto, pero más aún curar un cuerpo que está enfermo, que sufre y que se está muriendo

Así lo reconoce la escritora británica Lyndsey Stonebridge, experta en la filósofa alemana, quien en un artículo publicado en el rotativo ‘NewStatesman’ asevera que muchas de estas funciones del trabajo natural (“labor”) en su país durante la crisis han sido realizadas por personas inmigrantes, además de los sanitarios. Y en particular, y a lo largo de la historia, por las mujeres, siempre relegadas a la tarea de los cuidados. De ahí la contribución al feminismo de Arendt como reflejo y denuncia del desigual reparto de las actividades económicas entre los géneros, relegando la “labor” a la mujer, un trabajo hasta ahora invisibilizado y poco o nada retribuido.

Pero más allá de estas consideraciones, Stonebridge opina, como tantos otros expertos hoy en día, que si quisiéramos construir una sociedad mejor a partir de este desastre epidemiológico, deberíamos empezar por poner más en valor esta serie de trabajos naturales que garantizan la supervivencia de la especie. “Debemos aprovechar esta oportunidad para pensar en lo que es un trabajo valioso de verdad”, defiende. “Hacer una mesa puede ser un gran acto, pero más aún curar un cuerpo que está enfermo, que sufre y que probablemente se está muriendo. El NHS (Servicio Nacional de Salud de Reino Unido) fue fundado para hacer ese trabajo. ¿Qué pasaría si en lugar de ver el NHS como algo frágil y meramente valiente que necesita protección, lo considerásemos como la mesa alrededor de la cual todos debemos llegar a crear un futuro político realmente diferente y más humano?”.

Foto: ¿Automatizable? (Reuters/Javier Barbancho) Opinión

Como muchos expertos han asegurado en las últimas semanas, Stonebridge defiende la necesidad de contar con una sanidad pública fuerte apoyada desde el Estado, no solo como medida de contención frente a un posible rebrote, sino para establecer un respaldo social a la tarea de los cuidados que garantice una compensación acorde al valor que suponen estos oficios para el conjunto de los seres humanos. En España, por ejemplo, han surgido distintas voces que denuncian las condiciones precarias en las que trabajan muchas cuidadoras de ancianos. Y según la escala de Arendt, los empleos que atienden esas necesidades básicas no dejan de ser las bases de la pirámide económica, ya que por muchos bienes y servicios duraderos en el tiempo que produzcamos o por muchas acciones políticas que pensemos tomar, si no perseveramos en la salud y el cuidado de las personas, no podemos pasar a las dos siguientes fases de esa “vida activa”. La mesa perderá su utilidad si nadie se sienta a hablar en ella.

La pandemia del coronavirus ha creado un escenario social inédito e impensable hace tan solo unos meses. En cuestión de días, la propagación mundial de este agente microscópico paralizó nuestra vida social, y con ella, el trabajo. Las rutinas de millones de personas fueron abruptamente detenidas, suspendidas ante el imparable avance de la enfermedad. Los bares y tiendas echaron la reja para enfrentarse a una larga cuarentena que nos confinó durante más de cuarenta días.

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