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La epidemia sexual que casi acaba con la Alemania nazi y la Italia fascista
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RACISMO DENTRO DEL EJE

La epidemia sexual que casi acaba con la Alemania nazi y la Italia fascista

Cuando germanos e italianos firmaron un pacto económico, había algo que estaban pasando por alto: el amor y el deseo pueden más que todas las políticas racistas

Foto: Obreras en una fábrica de armamento durante la Segunda Guerra Mundial. (Foto: Berliner Verlag/Cordon Press)
Obreras en una fábrica de armamento durante la Segunda Guerra Mundial. (Foto: Berliner Verlag/Cordon Press)

Se dice que la política hace extraños compañeros de cama y, si eres un pelín racista, es muy probable que creas que esas extrañas alianzas entre las sábanas se forman entre personas que, según tu criterio, no deberían mezclarse jamás. Es lo que ocurrió en la Alemania del Tercer Reich cuando en 1941 se encontró con un problema con el que no contaba: la gran cantidad de relaciones (amorosas y sexuales) que se estaban dando entre sus mujeres en la retaguardia y los trabajadores italianos que habían llegado al país para colaborar en su industria.

Los documentos lo prueban. Un informe de las SS del 22 de enero de 1942 mostraba que "el coito entre las mujeres alemanas y los trabajadores extranjeros estaba disparándose". Entre estos extranjeros había polacos, checos y franceses, pero también italianos, que provenían del otro lado del Eje. Algunas autoridades nazis se llevaban las manos a la cabeza ante los imprevistos efectos secundarios de la importación de mano de obra. Por ejemplo, Walter Gross, director de la Oficina de Política Racial nazi, se quejó en persona al embajador italiano de que la presencia de sus trabajadores en Alemania y la de las tropas alemanas en Italia estaba agudizando "el riesgo de una verdadera epidemia de matrimonios mixtos".

Las chicas muestran poca preocupación por la orden de que cualquier forma de coito interracial deba ser rechazada

Con lo que no contaban las autoridades nazis cuando, ufanas, firmaron el acuerdo económico de febrero de 1941 que condujo a 204.000 obreros alemanes a Italia es que, después de que un gran contingente de machos arios hubiesen sido llamados al frente, esos currantes terminarían ocupando su lugar en las alcobas alemanas. Como reza el dicho militar, en tiempo de guerra, cualquier agujero es trinchera. "Las chicas muestran poca preocupación por el hecho de que a pesar de la amistad política con ciertos países, como los italianos, cualquier forma de coito con ellos debe ser rechazada desde un punto de vista racial". Por ejemplo, tener "camareros italianos en restaurantes alemanes mientras los jóvenes germanos estaban en el frente era problemático".

Esta paradoja sin solución para italianos fascistas y alemanes nazis, que debían defender relaciones políticas y militares con países con cuyos miembros estaban vetadas las relaciones sexuales ha sido resumida por primera vez en un trabajo publicado en el 'Journal of Contemporary History' por Malte König, de la Universidad del Sarre. Pero así fue: las relaciones entre alemanas e italianos fueron un quebradero de cabeza no solo para los promotores de la Alemania nazi, al ver que entre sus ciudadanos el amor vencía a la pureza de la raza, sino también para los diplomáticos que tuvieron que intentar hacer entender a la población que había ciertos límites entre las sábanas, aunque no en los despachos.

Contigo no, nazi

Si algo descubre el trabajo de König es que establecer relaciones políticas y militares con países que consideras de una raza inferior suele ser peliagudo, especialmente si tienes que recurrir a ellos como mano de obra. De ahí que la ley que preparó Reinhard Heydrich, uno de los principales arquitectos del Holocausto, no llegase a entrar en vigor. La ley, que tenía a los italianos en mente, comprendía la pedagogía para que las mujeres entendiesen que "el coito entre alemanes y extranjeros es incompatible con el honor germano"; obligar a los trabajadores foráneos a firmar un documento por el que se comprometían a evitar relaciones íntimas con las alemanas; y utilizar a la policía secreta para deportar al extranjero que no hubiese podido contenerse y castigar al local.

placeholder (Berliner Verlag/Cordon Press)
(Berliner Verlag/Cordon Press)

La alternativa más diplomática fue una circular de mayo de 1940 que sugería que los "matrimonios con extranjeros" no estaban bien vistos. Con lo que no contaban es con que la situación iría a más, y del casi un millón de trabajadores extranjeros en Alemania de mayo de 1939, el número casi se quintuplicaría en apenas tres años y medio, hasta los 4.665.000. Las autoridades no tardaron en darse cuenta de que las campañas educativas en las que se explicaba a las jóvenes alemanas que alternar con italianos (no digamos polacos o checos) estaba mal eran totalmente inefectivas: "A las mujeres y niñas alemanas que habían sido reunidas para debatir sus planes de matrimonio se les pedía que no 'actuasen prematuramente', pero no tuvo apenas efecto".

El endurecimiento de la posición alemana tuvo como artífice, entre otros, a Heinrich Himmler, que no solo promovió una ley que limitase los matrimonios, sino también eliminó la posibilidad de que los extranjeros adquiriesen con su dinero tierra alemana o se afiliasen a organizaciones alemanas. A los italianos, ni qué decir tiene, no les hacía precisamente gracia que en la política racista de sus aliados les tocase jugar el papel de la raza inferior. La gran ironía de esta situación es que la propia Italia había instaurado sus leyes de prohibición de matrimonios mixtos en lugares como Etiopía, Eritrea o Somalia, bajo penas de cárcel de hasta cinco años. Ahora, les tocaba recibir la misma medicina.

Mussolini había defendido que el prestigio del imperio italiano se basaría en su superioridad racial, por lo que esta prohibición les dejaba en mal lugar

El embajador italiano, Dino Alfieri, concedió a los alemanes que la raza italiana debería conservar una pureza, pero añadió razonablemente que la prohibición del matrimonio entre italianos y alemanes sería difícil de transmitir a sus compatriotas. Al fin y al cabo, muchos de ellos creían a pies juntillas las palabras de Mussolini, que en su día afirmó que los imperios se creaban con armas y eran mantenidos con prestigio, y que este se conseguía a partir de "una clara conciencia de raza, que no solo dibuja fronteras, sino que también justifica un sentido claro de superioridad". Poca superioridad cabía esperar de un país que prohibía a sus miembros acostase o casarse con la "raza superior".

Hagamos como que no ha pasado nada

Alemanes e italianos reaccionaron ante esta encrucijada en la que endurecer las condiciones provocaría problemas diplomáticos y relajarlas abriría aún más las puertas a esa "epidemia" haciendo más o menos la vista gorda. O, mejor dicho, retrasando la decisión hasta un hipotético final de la guerra, pues los alemanes necesitaban a sus aliados italianos y enfadarlos por un quítame allá esos matrimonios interraciales no era la mejor opción. A ello había que añadir el problema diplomático que surgió tras la publicación de sendos informes que mostraban cómo los trabajadores italianos estaban siendo objeto de maltrato continuo.

Foto: La Liga de Muchachas y las Juventudes Hitlerianas, unidas por la misma causa. (Archivo Bild)

En noviembre de 1941, el ministro italiano Cosmelli envió un documento en el que reflejaba sus preocupaciones: "El conocimiento de la existencia de una prohibición en Alemania a los matrimonios mixtos con miembros de ciertas razas o pueblos, como judíos y polacos, ha causado una inquietud generalizada en Italia sobre la prohibición entre los matrimonios mixtos italo-germanos que ya no puede ser negada ni ignorada". La respuesta de los alemanes fue que nunca habían tenido la intención de discriminar a nadie, pero los italianos tenían sus motivos para tener la mosca detrás de la oreja. Aunque el ministerio de Exteriores Joachim von Ribbentrop se excusaba diciendo que la discriminación no estaba motivada por la raza, que hubiese una excepción que permitiese a noruegas, danesas, suecas y holandesas a casarse con soldados de la Wermacht probablemente les hacía pensar que, efectivamente, había algo en contra de los italianos.

El problema terminaría cuando Roma decidió retirar a sus trabajadores entre finales del año 1942 y comienzos de 1943, aunque como recuerda König, la razón no fue la supuesta discriminación hacia los italianos, sino cuestiones económicas; en concreto, la monstruosa deuda que había contraído Alemania con Italia. Muerto el perro, se acabó la rabia. O, en otras palabras, la única forma de ponerle vallas al campo de la libertad emocional y sexual es manteniendo a cada cual en su casa, encerrados bajo llave. Como bien saben los usuarios de Pornhub, no hay lugar para la discriminación racial entre las sábanas.

Se dice que la política hace extraños compañeros de cama y, si eres un pelín racista, es muy probable que creas que esas extrañas alianzas entre las sábanas se forman entre personas que, según tu criterio, no deberían mezclarse jamás. Es lo que ocurrió en la Alemania del Tercer Reich cuando en 1941 se encontró con un problema con el que no contaba: la gran cantidad de relaciones (amorosas y sexuales) que se estaban dando entre sus mujeres en la retaguardia y los trabajadores italianos que habían llegado al país para colaborar en su industria.

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