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“Estuve tres días perdido en un volcán sin comida, pero me han pasado cosas peores”
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EL HOMBRE QUE LO SABE TODO DEL AGUA

“Estuve tres días perdido en un volcán sin comida, pero me han pasado cosas peores”

Ha viajado por todos los rincones del planeta y se ha convertido en uno de los exploradores más famosos del mundo. Tristan Gooley nos descubre los secretos de la naturaleza

Foto: Gooley brinda con agua para El Confidencial. (Foto: Héctor G. Barnés)
Gooley brinda con agua para El Confidencial. (Foto: Héctor G. Barnés)

Relájese, sírvase un vaso de agua y siéntese. Ahora, obsérvelo detenidamente. Muy probablemente, no le dirá nada. Es el típico vaso de agua incolora, inodora e insípida que ha visto toda su vida. Pero si usted se sumerge en 'Cómo leer el agua', uno de los superventas más sorprendentes del último año, será capaz de hablar de ese vaso durante horas. Pero no solo de él, sino también de orientarse en mitad del Océano Pacífico si se encuentra a la deriva, clasificar los distintos tipos de olas que existen o, simplemente, fardar ante sus amigos cuando esté en la playa y le explique que esa sombra que se aproxima no es un tiburón, sino la sombra de una nube.

Su autor, Tristan Gooley, es un personaje excepcional. Un rostro habitual en la televisión británica, Gooley se ha convertido en uno de los exploradores modernos más célebres gracias ante todo a sus dotes como observador y divulgador, que hace que sus libros sobre los signos de la naturaleza se parezcan más a un libro de aventuras que a una guía de 'boy scouts' para adultos, gracias a la mezcla de pasión y fascinación que desprenden, como de un Darwin moderno. Es, además, el heredero de Trailfinders, uno de los más veteranos operadores británicos de viaje, fundado en 1970 por su padre, Mike y que ha resurgido gracias al creciente interés por la naturaleza y el turismo de experiencia.

El agua se puede leer en la ciudad: como la luz del sol viene del sur, la acera en la que haya menos charcos será la norte

Se le conoce como "el navegador natural", porque ha realizado expediciones por los cinco continentes, siempre con el objetivo de descubrir algo nuevo y compartirlo con los demás. A los 19 años, se extravió durante tres días con un amigo en el volcán de una isla Indonesia, y por poco no lo cuenta. Comenzó a escalar algunas de las grandes cimas de África o Asia y se plantó en el Kilimanjaro (luego explicará por qué). Es la única persona viva que ha atravesado el Atlántico en avión y en barco, y ha convivido con tribus de todo el mundo, desde los tuareg hasta los dayak de Borneo. Pero no son simples muescas en su revólver, sino parte de un proceso de aprendizaje que nunca terminará y que ha compartido en sus libros.

La siguiente conversación con El Confidencial tiene lugar delante de un vaso en el que cabe el universo entero de 'Cómo leer el agua', y que Gooley utiliza con frecuencia para desvelar al despistado periodista los sorprendentes signos que la realidad nos desvela. Es un buen primer paso antes de sumergirse en el vasto océano. “Piensa en una zona de agua que te guste, sea un río, un estanque o el océano y pregúntate si tiene la misma apariencia dos días seguidos”, anima al lector. “Y, si no es así, por qué”. Vámonos de viaje con el Indiana Jones de los pequeños detalles.

P. Empecemos por este vaso de agua. ¿Qué podemos aprender de él?

R. Gran parte de mi trabajo se basa en lo que tenemos delante de nuestros ojos y no vemos. Si le preguntas a cualquiera cómo es la superficie del agua, te dirá que es plana. Pero si te fijas, verás que el agua se alza un poco en el borde que contacta con el vaso. Eso nos muestra que el agua es pegajosa. Una vez lo sabemos, y nos fijamos en la corriente de un pequeño río con bancos de lodo nos daremos cuenta de que el barro está húmedo alrededor del agua, y eso se debe a esa cualidad pegajosa, que hace que penetre por él.

P. ¿En qué momento se dio cuenta de todo lo que el agua nos puede descubrir?

R. Siempre me ha fascinado la parte cultural del agua. Hace cinco años, me di cuenta de que las habilidades empleadas a gran escala en lugares lejanos (por los habitantes del Pacífico, por los vikingos) pueden aplicarse en cualquier lugar. Lo que parece que solo resulta útil en el océano, también ocurre en una bañera. Descubrí patrones en un estanque en Inglaterra idénticos a los que los navegantes del Pacífico utilizan para localizar tierra firme mientas navegan. Si solo pudiese aplicarlo alguien que vive a miles de kilómetros de distancia, solo sería interesante para miles de personas; si puedes verlo en tu casa, puede resultar divertido para todo el mundo.

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Gooley portada

P. Un urbanita como yo, ¿qué clase de signos puede encontrar en su entorno, aquí en Madrid, por ejemplo?

R. Todas las calles están compuestas por luz y sombra, y como sabemos que recibimos la mayor parte de luz desde el cielo del sur, sabemos que el lado norte de las calles recibe más luz del sol. Por lo tanto, en la zona en la que haya más charcos será el sur, porque el sol impacta menos y tardará más en secarse. Lo siguiente es utilizar todos tus sentidos, acostumbrarte a la idea de que el agua es silenciosa. ¿Puedes escuchar el agua en la mesa? No. Sin embargo, puedes oír esto (remueve el agua con el dedo). Lo puedes oír porque el agua es silenciosa hasta que se mezcla con el aire. Siempre que la oigas, y en las ciudades es común, puedes probar a distinguir su origen. Entonces puedes aplicarlo a otras zonas como un río; cuando la oigas, sabrás que está corriendo, lo que en ocasiones puede significar que debes tener cuidado.

P. Leyendo el libro, uno tiene la sensación de que su cerebro funciona de manera distinta a la suya. ¿Cómo consigue descubrir todas esas cosas en un mundo ruidoso, lleno de distracciones?

R. ¿Te interesan las novelas de detectives? A la mayoría de gente sí. Mi mente funciona igual. La única diferencia es que en lugar de centrarse en descubrir un crimen, la utilizo para resolver otra clase de enigmas. Lo facilita nuestra naturaleza. Hace 10.000 años, la gente no pensaba “voy a ver una serie de detectives”, sino “el sonido de ese pájaro significa que hay comida a la vuelta de la esquina”. Si esa capacidad, no estaríamos aquí. Nuestra mente funciona de forma similar, la diferencia es en qué nos centramos.

P. Pero supongo que hace falta una mayor autodisciplina para no dejarse distraer.

R. No puedes convencer a alguien de que algo es interesante, pero sí puedes mostrarle que lo es. Hay una sutil diferencia. Otro ejemplo, volviendo al vaso: si te dijese que te centrases en la superficie del vaso 20 segundos, lo harías tres o cuatro, pero luego tu mente empezaría a vagar. “¿Qué voy a hacer luego? ¿Con quién quedo esta noche?” Pero si te dijese ¿puedes utilizar este vaso para captar el movimiento de la mesa?, lo único que tendrías que hacer es utilizar el reflejo del edificio de enfrente en este vaso; si golpease la mesa, podías comprobar cómo el reflejo se mueve. Es un ejemplo de mi trabajo. En lugar de decir “mira el vaso de agua, es interesante”, digo “observa las ondas en el agua”, porque apela a esa parte del cerebro ocupada, impaciente y cínica.

En Alicante vi cómo el florecimiento de otoño se producía primero en la cara sur. Nunca había visto nada semejante

P. De hecho, usted aboga precisamente por extraer placer de observar y comprender el mundo a nuestro alrededor.

R. Mi atención funciona como un filtro. Me siento como una urraca, recogiendo cosas interesantes que veo mientras camino, mientras voy en barco o que observo en un árbol. A lo largo de un año puedo coleccionar mil cosas, y quizá olvide 900 de ellas porque no sean suficientemente interesantes, y tres años después vuelque el resto en un libro, porque se han quedado conmigo. Tomo notas, pero intento no utilizarlas, porque sé que algo es interesante si lo recuerdo.

P. Su libro se ha convertido en un superventas de 'The New York Times'. ¿Cuál cree que es la razón?

R. Hay dos áreas entrelazadas en las que la gente cada vez está más interesada. Una es entender lo que nos rodea. No quiero decir el medio ambiente, sino simplemente lo que nos rodea. Por otra parte, ha habido un gran cambio en los últimos años en el consumo de productos y experiencias. Es decir, entre la economía que se basa en crear objetos que tan solo van a hacer a la gente feliz durante diez minutos y otras cosas como viajar. La gente se da cuenta de que gastar 100 euros en un cachivache electrónico es efímero, mientras que, por ejemplo, en mi caso, ir a ver al Madrid o al Barcelona es memorable. Los recuerdos son más valiosos que ese objeto que quedará inútil en un año.

P. ¿Había visitado ya España?

R. Sí, estuve hace muchos años, en Málaga y Estepona. Tengo muy buenos recuerdos de jugar al tenis en la playa. ¡Si juegas durante cuatro horas en Inglaterra quizá no tenga mucha gracia, pero si lo haces en el sur de España te acordarás bien! Hace algo más de un año fui a las montañas al noroeste de Alicante, y me quedé en una residencia de artistas. Estos me interesan, porque me ayudan a entender de otra forma el paisaje. Tanto ellos como yo buscamos una forma alternativa de ver las cosas y de encontrar significado en aquello que aparentemente no lo tiene.

P. ¿Qué descubrió en Alicante?

R. Una de las mejores formas de aprender es enseñar: es como un partido de tenis. Fui de paseo con un artista y le mostré la belleza del florecimiento de otoño, que se estaba produciendo primero en la cara sur. Ni él ni yo habíamos visto nada igual. Él, a cambio, me enseñó que la cola de las ardillas reaccionan a tu mano así (y hace el gesto de una ola con la mano). En las zonas secas del mundo, y España tiene muchas, puedes ver cómo la más mínima cantidad de agua genera vida. Si estás caminando por una zona árida y ves algún insecto, busca agua. Lo hago en el desierto. Viajé con los tuareg nómadas, y tienen una cultura curiosa, en la que si les preguntas algo te van a responder lo que quieres oír, no la verdad. Si después de pasar 10 horas caminando bajo el sol preguntas cuánto falta para el oasis, y te dirán “media hora”, aunque no sea verdad. Así que hay que recurrir a los insectos. Cuando veía que en sus espaldas había un par de moscas, sabía que el oasis no estaba muy lejos. Y eso funciona igual en todas partes.

placeholder Foto: Héctor G. Barnés.
Foto: Héctor G. Barnés.

Lo siguiente son las plantas. La gente piensa que si están verdes, quiere decir que hay agua, pero hay ciertas sutilezas. Según el color, puedes saber si está a dos metros bajo la tierra o si hay un río a 100 metros de distancia.

P. Tiene dos hijos. ¿Cómo les ha transmitido ese interés por la naturaleza?

R. Estoy en contra de ser un profesor. No me gusta decirle a nadie lo que debe hacer. Pero sí les gusta salir de paseo. Una de las mejores técnicas es no intentar guiar todo el rato. Aprendí pronto que debes dejarles hacer lo que les apetece. Un día, se salieron el camino y se fijaron en el tronco de un árbol. Les decía “venga, vamos, tenemos que seguir”, que es una forma muy adulta y estúpida de observar la naturaleza. Estuve a punto de cogerles y arrastrarlos, pero en ese momento descubrí esa expresión que utilizo en mis escritos: “es mejor dar un paseo que te lleve media hora que salir media hora a caminar”. Especialmente con niños. Si tienes que alcanzar un objetivo temporal, te saldrá mal, porque los niños se darán cuenta de que hay un plan detrás. Si simplemente caminas y se encuentran una babosa en la que quieren detenerse cinco minutos, es fantástico. Si les dices “vamos al bosque a encontrar una babosa” van a sentirse obligados.

Otra cosa es darles a los niños algo relacionado con lo que llamo el conocimiento secreto. Les puedes contar algo que no sepan sus profesores, o sus padres. Lo hago a menudo con los hijos de los amigos.

P. Supongo que tu padre te enseñó de una forma similar.

R. Tengo la suerte de haber viajado por todo el mundo a una temprana edad. Mis primeros recuerdos son en sitios lejanos como Filipinas. Pero mi padre era un hombre de negocios muy ocupado. Me aproveché de ello, porque me parecía normal vivir en Hong Kong a los cinco años, pero él no tenía un gran interés en la naturaleza. Mi interés debe provenir de otro lugar.

Para mí es más interesante salir de este hotel, dar un paseo de una hora y perderme que subir al Kilimanjaro detrás de un guía


P. ¿Cuál ha sido su último viaje?

R. Fui a las islas escocesas, donde hay chozos ('bothy'), una cabaña muy pequeña con una cama y un fogón, y nada más. Estaba investigando la nieve y sus patrones, y me gustó esa simplicidad. Me levantaba por la mañana y no había mucha luz (desde las 9 de la mañana hasta las 4 y media de la tarde), así que costaba hasta hacer cosas como un té.

P. Ha explicado en alguna ocasión que prefiere dar un buen paseo que subir al Kilimanjaro. ¿Por qué?

R. Para mí un viaje es más interesante si puedo entenderlo y formar parte del ello. Subí el Kilimanjaro cuando tenía 19 o 20 años, porque era como un hito que tenía que alcanzar. Había realizado otras subidas y el plan era seguir a ver jasta dónde llegaba. Pero de repente paré, porque me di cuenta de que una vez vas más allá, tienes que convertirte en un especialista. No quería verme forzado a aceptar esa disciplina. Para mí es más interesante salir de este hotel, dar un paseo de una hora y perderme que alguien me diga “sígueme, vamos a subir esta montaña hasta la cima”. Me gusta el sentimiento que tuve ayer en Barcelona, perderme en las Ramblas sin saber exactamente dónde me encontraba.

P. Eso nos devuelve al placer del que hablábamos antes. Usted esquiva el peligro. Sin embargo, mucha gente parece disfrutar la naturaleza solo si tiene este componente.

R. No soy un yonqui de la adrenalina. A los 20 años, los jóvenes, especialmente los hombres, quieren demostrar que son invencibles, pero esa etapa no duró mucho en mi caso. No me gusta ponerme en peligro mortal, sino la idea romántica de lo sublime que obtiene casi todo el mundo cuando mira un gran paisaje. Hace seis meses, estaba en Ronda y observé el Tajo y me quedé… Es como si la naturaleza te dijese “soy mucho más grande que tú”. Suelo experimentar esa sensación en situaciones más modestas. Por ejemplo, en un parque. “Estas flores están aquí porque los perros hacen pis en este signo y lo hacen en esa dirección porque es de donde viene la luz”. Cuando todas las piezas encajan, es la siguiente frontera de este renacimiento filosófico.

P. ¿Cuál es la situación más peligrosa en la que se ha encontrado?

R. Estuve tres días perdido en la isla de Lombok, en Indonesia, donde hay un volcán activo, sin comida. Pensé que iba a morir. Pero hay una diferencia entre lo que piensas que ha sido más peligroso y lo que objetivamente es. Creo que había entre un 60 y un 70% de posibilidades de que hubiese muerto en esa ocasión, pero corrí más peligro, de hecho, en el agua. Estaba nadando en la costa norte de Inglaterra y hacía tanto frío que mis brazos dejaron de moverse. Tuve suerte de que conseguí hacer pie en ese momento, porque si hubiese avanzado cinco metros más no estaría aquí.

placeholder El Tajo de Ronda que impresionó a Gooley. (CC)
El Tajo de Ronda que impresionó a Gooley. (CC)

P. Ha conocido a mucha gente en todos sus viajes. ¿Cuál es el gran error que suelen cometer estos viajeros o la idea que le saca más de quicio?

R. Hoy no se entiende bien en qué consiste explorar. La gente piensa que es hacer cosas físicamente exigentes en un país lejano. Pero históricamente ha sido un medio para alcanzar un fin. No era una carrera hasta la meta, sino que tenía como objetivo aprender algo. Los exploradores británicos hacían ciencia. La gente olvida que consiste en explorar y descubrir. Si saliésemos a la calle, podríamos encontrar un insecto desconocido para el ser humano a menos de 100 metros de aquí. No es probable, pero posible. Ocurre todos los días. Eso es lo que te convierte en un explorador, no ponerte una mochila que pese dos veces más que tú y subir y bajar una montaña que miles de personas ya han recorrido.

P. Imagino que su empresa, Trailfinders, estará funcionando bien por este apogeo del turismo de naturaleza.

R. Sí, por esa razón que te digo. La economía en Reino Unido e Irlanda es fuerte, pero también ha cambiado en qué se gasta la gente el dinero. ¿Necesitas una tele más grande? No creo. ¿Necesitas irte de vacaciones? Probablemente. El deseo de vivir experiencias más ricas está ahí. Cuando la gente llega al final de su vida, tengan el dinero que tenga, no dicen “ojalá hubiese tenido mejores muebles a los 30” sino “ojalá hubiese pasado más tiempo con la gente a la que quiero”. No todo el mundo quiere viajar más, pero sí experimentar más cosas.

P. ¿Algún lugar que le haya fascinado recientemente y que recomiende a nuestros lectores?

R. Estoy intentando no pensar en algo típico, porque lo curioso es que he ido a muchos lugares extraños, pero me siguen fascinando los clichés. ¡Cuando fui a Venecia la primera vez me quedé en plan 'guau'! Pero voy a recomendarte otra cosa: la parte más salvaje de Creta. Es realmente interesante. Monté una expedición para ir de la costa norte a la sur, que son los típicos lugares de vacaciones. Pero en el interior, la historia, la cultura y el paisaje son realmente salvajes. Es como estar en una película del salvaje Oeste en la Grecia antigua. No busco grandes lugares por descubrir, porque es imposible, sino pequeñas regiones como esta.

Relájese, sírvase un vaso de agua y siéntese. Ahora, obsérvelo detenidamente. Muy probablemente, no le dirá nada. Es el típico vaso de agua incolora, inodora e insípida que ha visto toda su vida. Pero si usted se sumerge en 'Cómo leer el agua', uno de los superventas más sorprendentes del último año, será capaz de hablar de ese vaso durante horas. Pero no solo de él, sino también de orientarse en mitad del Océano Pacífico si se encuentra a la deriva, clasificar los distintos tipos de olas que existen o, simplemente, fardar ante sus amigos cuando esté en la playa y le explique que esa sombra que se aproxima no es un tiburón, sino la sombra de una nube.

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