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Ser guardia civil hoy en Intxaurrondo: "Ahora se puede hacer vida normal"
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así se vive en el cuartel más castigado por eta

Ser guardia civil hoy en Intxaurrondo: "Ahora se puede hacer vida normal"

“El cambio se ha notado mucho; la gente que es ajena a la izquierda ‘abertzale’ se ha abierto y eso se nota. Te da confianza y tranquilidad”, relata un agente

Foto: Material incautado a ETA por la Guardia Civil, en el cuartel de Intxaurrondo. (EFE)
Material incautado a ETA por la Guardia Civil, en el cuartel de Intxaurrondo. (EFE)

Jorge (nombre ficticio para guardar el anonimato) ha perdido la cuenta de los ataques de ETA que ha sufrido la comandancia de la Guardia Civil en Intxaurrondo en sus largos años de residencia. Algunos los recuerda como si hubieran sucedido ayer pero, otros, por la razón que sea, parecen haberse ido de la memoria. Han sido muchos y por un periodo interminable, y es difícil poner cifras.

Los números se escapan pero los recuerdos permanecen atrapados en el baúl del cerebro. ¡Cómo olvidar a todas las familias resguardadas en unos metros cuadrados en torno a tabiques! ¡Cómo no recordar a los niños protegidos en las bañeras! ¡Cómo no tener en mente esas largas y silenciosas oscuridades impuestas (se apagaban las luces de todas las estancias como autoprotección ante un previsible ataque con ametralladoras desde el exterior tras el lanzamiento de granadas)!

Muy duros y dolorosos fueron en este cuartel los años de plomo de ETA, en los ochenta y noventa, cuando el cuartel de San Sebastián era objetivo prioritario de los terroristas. Fue una lucha sangrienta contra ETA que causó decenas de agentes asesinados y que se vio recrudecida por el silencio, el repudio y la exclusión de buena parte de la ciudadanía hacia los guardias civiles y sus familias. La sociedad cortó de raíz toda relación, la soledad se convirtió en la sombra y los niños estaban obligados a vivir en un gueto. Cada día, tres o cuatro autobuses salían del cuartel de Intxaurrondo con hijos de guardias civiles a los colegios, principalmente a la otra punta de la ciudad, al barrio de El Antiguo. Los vehículos iban escoltados y al llegar a su destino los pequeños eran saludados con pancartas de “asesinos” o “vamos a matar a vuestros padres”. Este recibimiento venía acompañado en ocasiones del lanzamiento de pintura, piedras o incluso artefactos incendiarios contra la fachada del colegio. “Que unos niños tuvieran que ir al colegio en estas circunstancias ya dice mucho de lo dura que era la situación. Quiero pensar que se protegía más al agente que iba en el autobús una vez dejaba a los niños y no que los terroristas tuvieran en mente atentar contra los pequeños, pero esto es algo que nunca se sabrá”, reflexiona Jorge.

Te reconocen por la calle. Claro que sí. Pero ya no tienes esa tensión que existía no hace 30 años sino hace 10 años

Mucho ha cambiado a nivel social desde aquellos tiempos de lucha a los que la televisión ha puesto ahora imágenes con la miniserie ‘El padre de Caín’, creada a partir de la novela homónima de Rafael Vera, quien fuera secretario de Estado de Seguridad durante el Gobierno de Felipe González y condenado por pertenecer a los GAL. En especial, la transformación “se ha notado mucho” en los últimos cinco años, desde que ETA decretara el fin de la actividad armada. No ha variado “el odio y la rabia” del entorno de la izquierda ‘abertzale’, que sigue manteniendo a este cuerpo dentro de su diana, pero el resto de la ciudadanía, por norma general, ya no da la espalda. “La gente que es ajena a la izquierda ‘abertzale’ se ha abierto y eso se nota. Te da confianza y tranquilidad. No hay ese rechazo a lo que representa ser guardia civil y sus familiares”, señala.

placeholder Desfile de varias unidades de la Guardia Civil de Intxaurrondo. (Interior)
Desfile de varias unidades de la Guardia Civil de Intxaurrondo. (Interior)

Los escupitajos a las parejas de guardias civiles a las puertas del colegio o las miradas de odio a los familiares por la calle han dado paso a unas relaciones más o menos normalizadas. La ‘marca verde’ ya no es sinónimo de exclusión. No es una quimera que un agente tenga amigos dentro del nacionalismo moderado. Los bares, los comercios o los supermercados del barrio han abierto sus puertas. “Ahora se puede hacer vida normal”, afirma. Antes, en los años de plomo, el radio de acción apenas se prolongaba 100 metros, la distancia que separaba el bar o el comercio más próximo del acceso físico a la comandancia. Salir de esta barrera imaginaria que aportaba “seguridad” era poco más que un suicidio.

Hoy en día el único miedo que tengo es que me revienten el coche o aparezca una pintada por donde hacen vida mis familiares

“Te reconocen por la calle. Claro que sí. Pero ya no tienes esa tensión que existía no hace 30 años sino hace 10 años”, admite. ¿Qué ha podido cambiar? Jorge estima que el fin de ETA ha venido acompañado de una “mejor percepción” de este cuerpo a nivel social. “Quizás la gente se ha dado cuenta de que durante años se ha estado combatiendo un fenómeno terrorista y ahora estamos volcando los esfuerzos hacia el terrorismo yihadista. Se están dando cuenta de que damos un servicio, ahora en prevención de terrorismo islámico, intervención de armas en las fronteras, costas o puertos, y no les molestamos. Se está viendo que no éramos tan malos como se vendía. Había un grave problema, una situación terrible, asesinaban a gente, a veces cada 72 horas, los atentados eran casi diarios y esa gente que antes permanecía callada, muchas veces por cobardía, se ha abierto mucho más con los guardias y, sobre todo, con las familias”, argumenta.

Un barrio aislado

Intxaurrondo antes era un barrio aislado. Estaba la comandancia y poco más. Era un cerro, un monte. Los únicos vehículos que transitaban por la zona estaban ocupados por agentes o familiares, y la exposición a la diana de ETA era mayor. El cuartel era un búnker. Con los años, el barrio fue creciendo hasta convertirse en una zona residencial, en el que los agentes se sienten “integrados”. En todo caso, el cuartel, el más atacado por la banda terrorista en su historia (la banda terrorista ha matado a 230 guardias civiles, de los que cerca de un centenar formaban parte de este acuartelamiento), sigue siendo un fortín que cobija a unas 1.500 personas entre agentes y familiares. La seguridad no ha variado y son necesarios los mismos controles para poder acceder a sus más de 35.000 metros cuadrados. Lo que sí ha podido cambiar es una “cierta mayor relajación” en los agentes en las medidas de autoprotección por la ausencia de las bombas o el tiro en la nuca. “Hoy en día el único miedo que tengo es que me revienten el coche o aparezca una pintada por donde hacen vida mis familiares porque eso va a afectar a las personas que quiero”, se sincera Jorge.

Queda el odio en un colectivo y, si se juntan las circunstancias, el lugar y el momento adecuado, sí se podría dar un nuevo Alsasua

La comunidad que vive en las instalaciones se ha reducido en los últimos años. Hay menos efectivos policiales y también menos familias con hijos. Puede parecer una “contradicción” que ahora, en un contexto más favorable, haya menos niños que durante la época de las trincheras pero es la fiel realidad. Jorge no cree que ahora las familias estén más predispuestas a residir fuera del cuartel, que “no deja de aportar un plus de seguridad”, pero no se atreve a dar una explicación a este descenso. “Igual antes la gente más joven tenía más hijos. No sé, pero lo cierto es que la evolución ha sido descendente”, expone. Ascendentes sí son las relaciones estables entre agentes y vecinos de San Sebastián o de la provincia. Ahora no existe el temor de entonces a que una mujer se acerque de noche a un agente en un bar para llevarle a una emboscada radical. Y también es más habitual que los matrimonios se instalen de forma definitiva en Euskadi, cuando antes era casi obligada la marcha a la tierra de origen del agente. “El 90% de los guardias civiles en Intxaurrondo se acaba yendo”, detalla Jorge, que, como sus compañeros, sigue manteniendo en silencio su condición de guardia civil.

La propaganda y la intimidación del entorno radical no han desaparecido. En las proximidades del cuartel siguen apareciendo pancartas contra la Guardia Civil. Las pintadas han resurgido en los últimos tiempos de la mano del movimiento Fan Hemendik que promueve la salida de este cuerpo de Euskadi y que ha organizado escraches a las puertas de algunos cuarteles vascos y navarros. Jorge no descarta que se pueda dar un nuevo Alsasua, donde radicales agredieron de madrugada en un bar a dos guardias civiles fuera de servicio y sus parejas, hechos por los que la Audiencia Nacional acusa a nueve jóvenes de un delito de terrorismo. “Queda el odio en un colectivo y si se juntan las circunstancias, el lugar y el momento adecuado, sí se podría dar. Si saben que tienen superioridad y creen que pueden salir impunes por el lugar o la hora, es posible que vuelvan a agredir”, señala.

Había promociones que según salían de la academia venían directamente a Euskadi y dejaban la Guardia Civil

Durante largos años fueron habituales las concentraciones numerosas a las puertas del cuartel de Intxaurrondo cada 12 de octubre con motivo de la celebración del Pilar. Cada vez que sonaba por el altavoz el himno de España o el de la Guardia Civil dentro de los actos castrenses que se celebraban en el interior, la multitud congregada al otro lado de los muros, unas 300 o 400 personas, se ponía a ladrar. De ahí viene el histórico grito radical de “Kanpora txakurrak (fuera perros)”. La presión social llevó a colocar periódicos en las ventajas de cuarteles para no estar expuestos a la calle, como muestra ‘El padre de Cain’. Jorge asegura que él nunca ha visto papeles en las estancias de Intxaurrondo para evitar las miradas ajenas, pero precisa que “esto no quiere decir que no se haya dado o que en otros cuarteles más expuestos a la calle como Oñate o Leiza adoptaran esta medida”.

La emisión de la miniserie producida por Boomerang TV para Telecinco ha estado acompañada de polémica y ha caído como una bomba en algunos cuarteles de la Guardia Civil, en especial en Euskadi y Navarra. Jorge la ha visto, como la inmensa mayoría de los residentes en Intxaurrondo, que arrastra la mancha de la guerra sucia del Estado contra ETA con torturas en sus instalaciones que, sobre el papel, llevaban la firma del general Enrique Rodríguez Galindo. Más que en el ruido generado en el exterior por el oscuro pasado de este recinto, este agente pone el foco en lo que muestra la cámara, y que ha permitido que se conozca la “dura vida” de los guardias civiles de este cuartel durante los años de plomo. Sí lamenta que la producción se haya centrado en los grupos de información y “se haya obviado a los agentes que más han sufrido, aquellos que todos los días patrullaban en los pueblos o salían a los controles”. Y no todos aguantaron esta presión. “Hubo agentes que dejaron la Guardia Civil al ser trasladados aquí. Había promociones que según salían de la academia venían directamente a Euskadi y dejaban el cuerpo”, asevera.

Jorge (nombre ficticio para guardar el anonimato) ha perdido la cuenta de los ataques de ETA que ha sufrido la comandancia de la Guardia Civil en Intxaurrondo en sus largos años de residencia. Algunos los recuerda como si hubieran sucedido ayer pero, otros, por la razón que sea, parecen haberse ido de la memoria. Han sido muchos y por un periodo interminable, y es difícil poner cifras.

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