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Feijóo se la juega a todo o nada en unas elecciones con sabor a plebiscito
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ELECCIONES GALICIA 2016

Feijóo se la juega a todo o nada en unas elecciones con sabor a plebiscito

El candidato a la reelección parte como favorito frente a una izquierda que se conjura para acabar con siete años de gobierno del Partido Popular

Foto: El candidato del PPdeG a la presidencia de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, durante su intervención en un mitin del partido celebrado en A Coruña. (EFE)
El candidato del PPdeG a la presidencia de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, durante su intervención en un mitin del partido celebrado en A Coruña. (EFE)

El Partido Popular y Alberto Núñez Feijóo se la juegan a todo o nada en las elecciones gallegas de este domingo, que se presentan con una gran incógnita por encima de todas las demás: si el PP conserva o no su mayoría absoluta. Y, de no conseguirlo, si dispondrá del apoyo de Ciudadanos para mantenerse al frente del Gobierno. Cómo se ordenen los demás partidos cobra en Galicia una importancia menor, porque este 25-S ha sido planteado por todas las fuerzas políticas como un auténtico plebiscito sobre los siete años largos al frente de la Xunta del líder del PP gallego.

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Nadie esconde esta confrontación entre dos bandos de las elecciones del domingo, como se visualizó a la perfección en el debate televisado del 12 de septiembre. Así lo presenta Feijóo, cuando insiste en sus mítines en contrastar su propuesta con “el lío” del resto, en referencia a la pluralidad de fuerzas que deberán confluir para desalojarlo de Monte Pío, la residencia oficial del presidente de la Xunta. Del lado contrario, también PSOE, En Marea y el BNG se han centrado en sus ataques al PP y los han evitado entre ellos, por más que cada uno de ellos ventile asuntos de importancia capital con independencia de quién gobierne.

Los socialistas, por ejemplo, acuden a las elecciones del 25-S con el temor a quedar relegados a un tercer puesto, o a obtener el magro consuelo de integrar la parte minoritaria de un eventual Ejecutivo liderado por En Marea. En este partido, en el que participa Podemos, el riesgo consiste en defraudar la oleada de optimismo que se generó tras las elecciones generales de diciembre, que parecían situar a la izquierda rupturista a las puertas de la Xunta. Y en el BNG, autoproclamado depositario de las esencias del nacionalismo, el reto consiste en mantener los cinco diputados que le dan derecho a contar con grupo parlamentario, y la amenaza, en convertirse en una formación irrelevante.

Los socialistas acuden al 25-S con el temor a quedar relegados a un tercer puesto o a integrar la parte minoritaria de un Ejecutivo liderado por En Marea

Todo eso, con su importancia incluso para la inestable política nacional, en Galicia es ahora mismo secundario, cuando todos los partidos coinciden en plantear las elecciones en una disyuntiva entre PP o gobierno de izquierdas. Nadie discute que la victoria será para un Partido Popular que, desde que existe como tal, siempre ha sido el más votado en las autonómicas, con porcentajes de apoyos nunca inferiores al 44% de 1989, y con el 53% de 1997 como récord absoluto. Pero para poner en valor esa condición de ganador necesita algo más, necesita la mayoría absoluta, y la experiencia dice que en 2005, con casi el 46% de los sufragios, se quedó por debajo de ella. La última encuesta del CIS le da un 44,9%, pero la fragmentación del voto le permitiría seguir gobernando con una cómoda mayoría de 40 o 41 diputados en un Parlamento de 75.

El vuelco en Galicia sería que el PP perdiera la mayoría absoluta o que careciera de apoyo parlamentario de Ciudadanos para gobernar, porque, por lo demás, la transformación política experimentada en la política española en los últimos años ya estaba parcialmente amortizada en el escenario gallego. La indignación, ese nuevo elemento que tanto protagonismo ha cobrado, ya apareció en el voto de las últimas autonómicas, antes de que se trasladara al Parlamento Europeo, a los ayuntamientos y a las Cortes generales. En 2012 no existía Podemos, pero sí la Alternativa Galega de Esquerda, que irrumpió con fuerza. Tampoco se sabía mucho de Pablo Iglesias, pero sí de Xosé Manuel Beiras, el veteranísimo político gallego que encabezó aquella alianza liderada por una escisión del BNG y Esquerda Unida. Por eso no se espera un terremoto, aunque se sepa que un simple viento puede facilitar el cambio de ciclo.

Si las elecciones son plebiscitarias para el PP, tampoco para Feijóo habrá término medio entre el éxito y el fracaso. Los 38 diputados que dan la mayoría absoluta lo convertirían en el hombre de moda en el PP, pero, salvo auxilio de Ciudadanos, con 37 no le quedará más remedio que volver a su casa, para contemplar la política ya sea desde algún cómodo cargo en el que logre aposentarlo su partido, ya sea desde alguna empresa de las que dice tener ofertas. Él mismo ha reconocido que no liderará la oposición si no logra el Gobierno. Si gana, en cambio “intentará seguir” hasta 2020. O lo que es lo mismo: seguirá salvo que sea reclamado para interpretar un papel protagonista en el gran teatro de la política estatal, la aspiración apenas disimulada por el presidente de la Xunta.

Alberto Núñez Feijóo ha reconocido que no liderará la oposición si no logra el Gobierno. Si gana, en cambio “intentará seguir” hasta 2020

Todas las encuestas, no solo la del CIS, vaticinan que Feijóo logrará su tercera mayoría absoluta consecutiva. Es un cambio notable respecto al ambiente que se respiraba en Galicia hace apenas seis meses, cuando, con las generales aún recientes, todo hacía presagiar el relevo. Las cosas comenzaron a cambiar desde el momento en que Feijóo anunció que repetiría como candidato. Tanto por la mejor valoración que tiene el presidente de la Xunta respecto al resto de dirigentes de su partido como por la sensación de que no iba a jugársela en una operación tan arriesgada si la demoscopia no estuviera de su parte. Como contagiada de esa mudanza repentina, los opositores comenzaron en ese momento a conspirar contra sí mismos, para llegar a las elecciones, tanto En Marea como el PSdeG, desgarrados por sus problemas internos.

Los del PSOE empezaron en los juzgados, donde la imputación de su secretario general José Ramón Gómez Besteiro le obligó a dimitir y a renunciar a ser el candidato. Después vinieron una primarias marcadas por la división y una elaboración de listas igualmente conflictiva, que han lastrado las posibilidades de su aspirante, Xoaquín Fernández Leiceaga, apuesta personal del líder del PSOE, Pedro Sánchez.

La mayoría de las encuestas sitúa a En Marea por delante del PSdeG, a pesar de que la creación de ese partido instrumental y -sobre todo- la incorporación a él de Podemos, han sido procesos también traumáticos. Y por si fuera poco, este martes, a cinco días de los comicios, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón polemizaban públicamente en Twitter sobre estrategia política, para disgusto del candidato Luís Villares. Según el CIS, la En Marea a la que pone cara este magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Galicia recién llegado a la política obtendrá entre 15 y 17 escaños, frente a los 16 que le otorga al PSOE.

La encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas sitúa al BNG con solo dos diputados. Sería una derrota histórica para el nacionalismo gallego, que se produciría a pesar de las buenas sensaciones que ha dejado en la campaña su nueva portavoz y candidata, Ana Pontón. Todo lo contrario ocurre con Ciudadanos, al que pese a sus sucesivos errores y al nulo tirón de su candidata, Cristina Losada, el CIS le pronostica un diputado. Un diputado que puede ser tan importante para el partido de Albert Rivera como para la mayoría de Feijóo.

El Partido Popular y Alberto Núñez Feijóo se la juegan a todo o nada en las elecciones gallegas de este domingo, que se presentan con una gran incógnita por encima de todas las demás: si el PP conserva o no su mayoría absoluta. Y, de no conseguirlo, si dispondrá del apoyo de Ciudadanos para mantenerse al frente del Gobierno. Cómo se ordenen los demás partidos cobra en Galicia una importancia menor, porque este 25-S ha sido planteado por todas las fuerzas políticas como un auténtico plebiscito sobre los siete años largos al frente de la Xunta del líder del PP gallego.

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