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¿Qué falló en Tokio? Los sistemas que evitarán nuevas catástrofes aéreas
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ACCIDENTE EN JAPÓN

¿Qué falló en Tokio? Los sistemas que evitarán nuevas catástrofes aéreas

Las nuevas tecnologías minimizan las posibilidades de que se produzcan siniestros: de la IA para apoyar el control del tráfico aéreo a la localización y transmisión de datos por satélite

Foto: Accidente en Tokio. (EFE/Jiji Press)
Accidente en Tokio. (EFE/Jiji Press)
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Un avión comercial de Japan Airlines (JAL) y otro de la Guardia Costera japonesa colisionaron este martes en el aeropuerto Haneda de Tokio. A pesar de que las espectaculares imágenes de la primera aeronave envuelta en llamas presagiaban una gran tragedia, los 367 pasajeros y los 12 miembros de la tripulación fueron evacuados con éxito. En cambio, cinco de los tripulantes del segundo aparato murieron en el accidente. ¿Volar sigue siendo la opción de transporte más segura, como siempre nos han contado, aunque de vez en cuando nos sobresalten sucesos como este?

En este caso, a falta de aclarar las circunstancias concretas y la causa última del siniestro, todo apunta a algún tipo de negligencia o error humano. El vuelo 516 de JAL, que procedía de un aeropuerto del norte de Japón, aterrizó y chocó con el aparato de la Guardia Costera, un MA722 que se preparaba para despegar hacia aeropuerto de Nigata para ofrecer ayuda a los afectados por el terremoto de magnitud 7,6 que se produjo el día de Año Nuevo en la costa oeste del centro del país, dejando decenas de muertos. Los pasajeros y la tripulación del avión comercial lograron salir por un tobogán de emergencia mientras el aparato era consumido por las llamas.

Lo cierto es que los accidentes aéreos son muy escasos en nuestros días, especialmente si tenemos en cuenta el volumen de tráfico diario. Las estadísticas no solo respaldan esa afirmación, sino que demuestran que los sistemas de seguridad cada vez son mejores. A pesar de que el número total de vuelos no deja de crecer, el número de incidentes y el de víctimas mortales tienden a disminuir de forma significativa en los últimos años (aunque no es una relación lineal porque, a veces, un solo siniestro puede provocar decenas de muertes).

Vuelos cada vez más seguros

En 2023 fallecieron 110 personas en seis accidentes, siguiendo la estela de años anteriores, con algunos altibajos (81 muertes en 2021 y 179 en 2022). Puede parecer mucho, pero estas cifras no tienen nada que ver con las de hace algunas décadas, sobre todo si tenemos en cuenta que circulaban muchos menos aparatos. El peor año fue 1972,​ con 344 accidentes y 3.346 muertes, incluyendo el famoso siniestro de los Andes que podemos ver ahora en los cines de la mano de José Antonio Bayona. En cambio, en 2017 no hubo ni una sola víctima mortal en un vuelo comercial.

placeholder Restos del avión en el aeropuerto de Tokio. (EFE)
Restos del avión en el aeropuerto de Tokio. (EFE)

En el caso del accidente de Japón, cuesta entender por qué los dos aviones compartían pista en el momento del siniestro. “Este tipo de accidentes, muy poco frecuentes”, solo se explican por “una cadena de sucesos y eventualidades”, según comentaba a TVE Francisco Cruz, responsable de SEPLA de los Comités Locales de Seguridad. En su opinión, “no hay que olvidar que, en esta situación, Japón estaba bajo una situación de emergencia por un terremoto” y ahora solo cabe recoger información y analizar lo que pasó.

De todos modos, una colisión en las pistas de un aeropuerto está detrás de algunos de los grandes siniestros de la aviación, incluido el desastre de Los Rodeos, en Tenerife, el mayor accidente de la historia: el 27 de marzo de 1977, con una intensa niebla, murieron 583 personas tras un choque entre Boeing 747. La peor colisión en el aire se produjo en la India en 1996, con 349 fallecidos, tras el choque de un Ilyushin Il-76 y otro Boeing 747. ¿Puede la tecnología paliar los errores humanos y evitar este tipo de situaciones?

placeholder Investigación del accidente. (EFE)
Investigación del accidente. (EFE)

IA de apoyo a los controladores

Los expertos están convencidos de que sí y, de hecho, existen muchos proyectos en marcha. Uno de ellos echa mano de la inteligencia artificial para apoyar a los controladores aéreos. Denominado AISA (AI Situational Awareness Foundation for Advancing Automation), está impulsado por un gran consorcio europeo que incluye a la Universidad Politécnica de Madrid (UPM). Para los investigadores, el reto consiste en introducir “una conciencia situacional artificial” para gestionar el tráfico aéreo.

Los científicos se preguntaron si es factible desarrollar un sistema inteligente que adquiera la misma “consciencia situacional” que la de los controladores. Si es así, ¿la máquina y el humano utilizarán el mismo razonamiento y llegarán a las mismas conclusiones para tomar decisiones? Para averiguarlo, llevaron a cabo varios experimentos. Entre la información recopilada, estaba el seguimiento de la mirada de los profesionales, sus conversaciones con los pilotos y el análisis de sus decisiones. Esos datos sirvieron para evaluar el desempeño de su trabajo y analizar si la IA podía realizar algo similar.

Los profesionales interactuaron con la nueva herramienta y valoraron su utilidad de acuerdo con sus estándares. Los resultados indican que el sistema artificial puede adquirir “una consciencia situacional similar a los controladores aéreos”, según las conclusiones. No obstante, los responsables de este proyecto europeo aclaran que en ningún caso se pretende sustituir al humano ni siquiera a largo plazo, sino garantizar que dispone de toda la información para tomar las decisiones más adecuadas en cada circunstancia.

La posición, un problema básico

Esta iniciativa forma parte del programa europeo de gestión del tráfico aéreo SESAR (Single European Sky ATM Research). Desde hace más de 15 años, EEUU desarrolla un proyecto similar para la próxima generación de sistemas de transporte aéreo (de ahí su nombre, NextGen), que podría terminar de implementarse en 2030. El objetivo es modernizar el espacio aéreo a través de nuevas tecnologías para mejorar la seguridad, la eficiencia, la capacidad y la flexibilidad del sistema. De hecho, se espera un impacto positivo en los tiempos de vuelo que incluso ayude a mitigar los impactos ambientales de la aviación.

placeholder Un avión en Barajas. (EFE)
Un avión en Barajas. (EFE)

El principal reto es gestionar un espacio aéreo cada vez más congestionado no solo por la aviación clásica, sino también por drones y otros aparatos. La clave para garantizar la seguridad pasa por conocer la posición de cada aeronave en cada momento. Tradicionalmente, esa información la proporcionan los radares en tierra, pero este sistema no siempre permite realizar un seguimiento permanente, como demuestra la misteriosa desaparición del vuelo 370 de Malaysia Airlines en 2014. Por eso, la ubicación a través de GPS, gracias a los satélites en órbita, es uno de los pilares de la futura gestión del espacio aéreo. La tecnología está disponible, pero su implementación en este sector está resultando más costosa y lenta de lo que algunos esperaban.

Sin embargo, hay un elemento de NextGen y SESAR cuya implementación ya está mucho más consolidada. Es el denominado sistema ADS-B (por las siglas en inglés de automatic dependent surveillance broadcast), que determina la posición por satélite de una manera mucho más precisa que los radares y ofrece mucha más información general sobre el vuelo. A su vez, los pilotos tienen acceso a los datos del tráfico aéreo que los rodea, como la distancia a la que están o la velocidad que llevan otras aeronaves, lo que permite mantener las distancias; pero también a datos de radares meteorológicos o a una superposición de terreno que sobrevuelan. Todo esto se transmite de una manera pasiva y automática, sin que controladores o pilotos tengan que ocuparse de ello. Del mismo modo, los aviones cada vez van más equipados con sensores que permiten monitorizar el vuelo desde tierra. De cara al mantenimiento, pueden alertar sobre el deterioro de piezas, pero incluso pueden señalar fallos en tiempo real.

Soluciones descabelladas para problemas improbables

Probablemente, nada de esto es suficiente para evitar un accidente aéreo al 100%. Según un análisis que llevó a cabo Simon Ashley Bennett, experto de la Universidad de Leicester (Reino Unido), las causas más probables de tragedia aérea son, por este orden: el error del piloto (a medida que ha mejorado la tecnología con el paso de las décadas, este es el error más común, rondando ya el 50% de las tragedias), el fallo mecánico, el mal tiempo y el sabotaje; sin descartar otras posibilidades. Por eso, el mundo de la ingeniería aeronáutica nunca deja de proponer soluciones y alternativas para tratar de salvar vidas.

Una de las que más ha dado que hablar en los últimos años por original y, según algunos expertos, descabellada, fue patentada por un inventor ucraniano, Vladímir Tatarenko. Su propuesta es cambiar el diseño de los aviones comerciales, construyendo cabinas de pasajeros desmontables: en caso de emergencia durante el vuelo (por ejemplo, si se incendian los motores), podrían separarse del resto del avión y desplegar un paracaídas para aterrizar de forma segura. La idea se hizo enormemente popular en internet y tuvo su eco en los medios de comunicación, pero es bastante poco realista para los expertos: no solo resultaría carísimo construir un sistema de ese tipo, sino que es difícil que funcionase como dice la teoría y, además, pone el foco en uno de los fallos menos probables.

Un avión comercial de Japan Airlines (JAL) y otro de la Guardia Costera japonesa colisionaron este martes en el aeropuerto Haneda de Tokio. A pesar de que las espectaculares imágenes de la primera aeronave envuelta en llamas presagiaban una gran tragedia, los 367 pasajeros y los 12 miembros de la tripulación fueron evacuados con éxito. En cambio, cinco de los tripulantes del segundo aparato murieron en el accidente. ¿Volar sigue siendo la opción de transporte más segura, como siempre nos han contado, aunque de vez en cuando nos sobresalten sucesos como este?

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