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Guerra civil por la miel en la Castilla olvidada: "Prefiero enfrentarme a un oso que ir a Zamora"
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EL CONFLICTO QUE AMARGA LA MIEL

Guerra civil por la miel en la Castilla olvidada: "Prefiero enfrentarme a un oso que ir a Zamora"

Las frecuentes sequías y olas de calor han prendido la mecha de una guerra inveterada entre apicultores que tiene su principal frente en la frontera Salamanca-Zamora

Foto: Apicultor, durante su trabajo con una colmena de abejas. (iStock/Flyparade)
Apicultor, durante su trabajo con una colmena de abejas. (iStock/Flyparade)
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Como cada año desde 1950, la familia de César Ledesma inicia su ancestral rutina. Prenden el ahumador y de éste empieza a brotar un humo blanco y denso. Es necesario aplicarlo con gran sutileza sobre las piqueras de la colmena: un poco amansa a las abejas y logra recluirlas, pero demasiado humo las irrita. Al intuir la cercanía del fuego, el enjambre se lanza a ventilar los panales de cera para enfriar la temperatura de la colmena. También aprovechan para alimentarse de miel en caso de que sea necesario abandonar la colonia. Los apicultores aprovechan este momento para trasladarlas en camión, siempre de noche, desde la serranía de Huelva hasta tierras extremeñas. La primavera ha desplazado al invierno y para un recolector de polen no hay tiempo que perder. Cada vez menos, porque el calor cada vez llega antes y con más fuerza.

Ledesma, ingeniero de 44 años, es un apicultor trashumante de tercera generación que ahora trata de posicionar la miel de Valle de Anam, la empresa familiar, como ecológica. El cambio es sustancial, porque podrían pasar de vender el producto por tres o cuatro veces más. Pero no es sencillo. Precisamente su naturaleza trashumante les dificulta obtener distinciones de este tipo, o aspirar a una denominación de origen. Ni siquiera pudieron optar, hace un año, al descuento de los precios del combustible para profesionales, pese a que es una de las principales partidas de gastos en su actividad.

placeholder La antigua consejera de Agricultura y Ganadería de Castilla y León Silvia Clemente visita una instalación apícola.(EFE)
La antigua consejera de Agricultura y Ganadería de Castilla y León Silvia Clemente visita una instalación apícola.(EFE)

"Pasan el invierno en Huelva y allí les extraemos el polen", explica Ledesma. Luego, cuando el frío se disipa, comienza su periplo. Unas cuantas colmenas van a la vega sevillana del Guadalquivir, donde las abejas se especializan en el girasol. El resto de abejas irán más al norte, a Zafra, en busca de la retama, los arbustos de flores amarillas que colorean las dehesas cada primavera. "Luego las llevamos a la ribera del Guadiana, donde tenemos eucaliptos para sacar miel de ahí y por último las llevamos a Cuenca, donde el girasol sale dos meses después que en Sevilla", indica el apicultor.

Lo normal es que apicultores como ellos lleguen a un trato simbiótico con el dueño de la finca, que a cambio de permitirles instalar sus colmenas temporalmente, obtiene un doble beneficio: la polinización de sus cultivos y varios kilos de miel. Este trueque es tan antiguo como el hilo negro, pero sigue siendo la contraprestación habitual en estos tiempos.

Foto: Un joven fotografía un termómetro en el centro de Sevilla durante la quinta ola de calor del verano. (EFE/Raúl Caro)

Sin embargo, Ledesma ha tenido que hacer algunas modificaciones en la ruta de sus colmenas con respecto a la que hacían sus ancestros. En primer lugar, cada año los ciclos son cada vez más cortos, la temperatura aumenta, la floración se acaba y es necesario llevar a las abejas a más altitud, topográfica o geográfica, antes. "Antiguamente, las llevábamos al norte a finales de julio y ahora las estamos llevando a mediados de junio". El calor es clave porque, cuanta más temperatura hace, más deben esforzarse las abejas para mantener la colmena fresca. Esto les quita tiempo de su principal ocupación —fabricar miel— y las debilita, por lo que el riesgo de colapso de toda la colmena aumenta.

"La temporada ha sido entre mala y peor", reconoce. "No ha habido flores en primavera y no hemos sido capaces de recuperar los enjambres muertos el año pasado por las continuas olas de calor". El interior de la colmena suele estar siempre a entre 36 y 37 grados, gracias al esfuerzo de las abejas. "Hasta 40 grados son capaces de mantener la temperatura de la colmena y que no pase nada, pero con más de 40 grados ya les empieza a costar", añade Ledesma. "Si sube por encima de esa temperatura, los panales colapsan, la cera se derrite y las colmenas se mueren".

En segundo y más importante, ciertas zonas están dejando de ser accesibles para los apicultores trashumantes como ellos. "Hace años llevábamos las colmenas a la zona entre Ávila y Segovia, pero dejamos de llevarlas por los problemas que empezaron a ponernos los ayuntamientos".

Algunos empezaron a pedir a los trashumantes que les pagaran tres euros por colmena. "Sin tener potestad jurídica para hacerlo", protesta Ledesma, "pero en lo que tardas en pedir que se solucione pasan dos o tres años, pierdes el contacto con el dueño de la tierra, pierdes los asentamientos... esto pasa sobre todo en Castilla y León, que es donde la apicultura hobbista está más arraigada".

Los dos bandos

Hace un par de veranos, la prensa local salmantina recogía la historia de dos apicultores de Esteban de la Sierra: Agustín y David Montero, padre e hijo. Estos apicultores llevan cada verano 150 colmenas a Villablino, al norte de León. El precio a pagar por extraer la mejor miel de brezo es que la finca donde dejan sus abejas está frecuentada por osos, que más de una vez les han destrozado las colmenas. Sin embargo, están dispuestos a pagar el precio. "Hay un riesgo pero la miel es muy buena", declaraban. "Aquí en Salamanca la dehesa está llena de vacas y no dejan flores, está todo comido, y a Zamora no puedes ir porque a los trashumantes nos hacen la vida imposible".

Puestos a escoger enemigo, escogieron al oso.

Zamora —y, en segundo plano, Burgos, Palencia o León— se ha convertido en la zona cero de esta guerra civil entre apicultores estantes y trashumantes. Por varios motivos. Las temperaturas van llevando a los apicultores cada vez más al norte y cada vez más pronto, sin embargo hay un límite. Galicia ha puesto en marcha medidas muy restrictivas para ahuyentar a los trashumantes de fuera de la comunidad y la cornisa cantábrica, además de demasiado lejos —las abejas sufren en los traslados en camión, que deben hacerse de noche y no durar demasiado tiempo— está particularmente afectada por plagas como la avispa velutina. El tercer factor es que Castilla y León, como todo el norte peninsular, es el reino del minifundio, lo que facilita que se instalen hileras de colmenas que, pese a estar en otro terreno, se sitúan a menos de los 1.300 metros que marca la legislación.

placeholder Un apicultor 'esmelga' este domingo en O Caurel, Lugo. (EFE/Eliseo Trigo)
Un apicultor 'esmelga' este domingo en O Caurel, Lugo. (EFE/Eliseo Trigo)

Pese a todos los problemas que rodean a la apicultura, la miel sigue siendo un valor seguro y la actividad sigue atrayendo a cada vez más gente al sector. Estados Unidos tiene desde hace años alrededor de 2,6 millones de colmenas. España, pese a suponer un 5% de la extensión del país norteamericano, suma casi tres millones de colmenas.

Sin embargo, la miel que se extrae de una provincia depende del material disponible para hacerlo: el polen de las flores. Como esta cantidad es más o menos fija —o incluso decreciente, dependiendo del clima— es evidente que, si las colmenas se duplican, cada una de ellas extraerá la mitad de miel que antes. Ahí está la clave de bóveda de este conflicto, que según varios apicultores entrevistados se ha recrudecido en los últimos dos años.

Cada verano, el Seprona se prepara para investigar en Zamora robos de colmenas, abejas asfixiadas porque alguien ha cerrado las piqueras, agresiones entre apicultores locales y foráneos o denuncias por asentamientos ilegales de colmenas trashumantes. Los productores locales llevan años avisando: "Esto va a terminar en una auténtica guerra de imprevisibles consecuencias". Todos los factores antes enumerados están convirtiendo a la provincia con mayor tasa de despoblación de la España Vaciada en un hervidero. Muchos ayuntamientos han aprobado ordenanzas reguladoras apícolas, para expulsar a las colmenas foráneas, que han sido recurridas por asociaciones o sindicatos, sobre todo de Salamanca o Cáceres, de donde proceden la mayoría de apicultores que atraviesan el Duero en dirección norte.

"Solamente en Zamora hay 43.000 colmenas, y luego hay unas 115.000 colmenas trashumantes"

"Una colmena puede llegar a tener 50.000 abejas, por lo que cada uno de los camiones que traen los trashumantes puede almacenar perfectamente varios millones de abejas", entre siete y diez, calcula Paco Alonso, de Apis Durii, la unión profesional de apicultores de la provincia. "Si cada una de ellas liba entre 100 y 200 flores al día, ¿dónde encuentras un campo con mil millones de flores? Solamente en Zamora hay 43.000 colmenas, y luego hay unas 115.000 colmenas trashumantes".

La mayor presión melífera la soportan las flores de las comarcas de Sanabria, La Carballeda y Aliste, que alojan al 70% de las colmenas que van a parar allí en los meses de verano, y ahora también en la primavera tardía.

¿Quién tiene razón?

En la guerra civil de los apicultores es difícil tomar partido por uno de los bandos.

Los trashumantes son, en su mayoría, gente que lleva varias generaciones ejerciendo esta actividad sin percances. Estableciendo vínculos con aquellos terratenientes que tenían a bien alojar a sus abejas. "A los sitios a los que vamos dejamos una rentabilidad: comemos y dormimos allí o echamos gasolina", dice Ledesma. La gasolina es, por cierto, uno de los principales gastos para uno de estos apicultores trashumantes. "La mayoría de la gente que vamos lo hacemos con permiso, llevamos años arraigados, mi padre ha estado más de 50 años llevando colmenas a Cuenca y ahora sus hijos me conocen a mí porque llevo yendo desde los tres años". Antes esta trashumancia se hacía dentro de la misma comarca o provincia, a veces llevando las colmenas en carros tirados por burros, pero hoy es posible ampliar esos límites hasta varios cientos de kilómetros.

Los trashumantes se consideran profesionales frente a aquellos que un día deciden instalar diez o quince colmenas para autoconsumo o para complementar sus negocios, habitualmente agrícolas. Sin embargo, estos hobbistas también tienen sus motivos. "Tiene que tener más derecho el local que viene aquí a fijar población", protesta Alonso, "conozco a muchos apicultores de Cáceres y les digo: en tu pueblo sois 1.500 personas, en el mío somos 25".

"Tiene que tener más derecho el apicultor local que viene aquí a fijar población"

Además, estos nuevos apicultores suelen ser jóvenes, de menos de 40 años y cercanos a formar una familia, por lo que son el prototipo ideal de persona que uno quiere en su pueblo para darle un futuro, evitar que la escuela cierre, etcétera. "Conozco el caso de una chica joven que ha empezado hace poco con sus colmenas en Aliste, pero este verano tiene a tres trashumantes con las suyas a menos de 300 metros, y no puede hacer nada", dice Alonso sin dar nombres, en principio, para evitarle represalias.

Este zamorano admite que la cosa se está poniendo fea por ambos lados. Le vienen a la memoria varios episodios recientes. "A un conocido, un tío de Cáceres bajó del camión y le partió la cara de un puñetazo", o por el otro lado, "a los trashumantes les revientan la piquera o les revientan las cajas a martillazos".

placeholder Las abejas faenan en un panal de una colmena instalada en una urna de cristal, durante una feria de la miel. (EFE/Yahya Arhab)
Las abejas faenan en un panal de una colmena instalada en una urna de cristal, durante una feria de la miel. (EFE/Yahya Arhab)

Ambos bandos se acusan de no estar en el mundillo por la miel, sino por las subvenciones. La realidad es que todos se están dando cuenta de lo mismo. Hace apenas diez años sacaban entre 25 y 30 kilos de miel de cada una de sus colmenas. Hoy suelen obtener entre 12 y 16 kilos, dando un poco más de rendimiento las estantes que las trashumantes. "Y como baja la productividad, se ponen más colmenas", señala Alonso. "La gente cree que va a sacar más miel, pero lo que van es a sacar más subvenciones".

"Ellos tienen otra ventaja", puntualiza este apicultor zamorano. "Las colmenas trashumantes ya vienen lanzadas", explica. Al haber comenzado su actividad a finales del invierno y no a comienzos de verano, Alonso entiende que las abejas foráneas traen una capacidad mayor de capturar polen y transformarlo en néctar que las suyas, que empiezan en frío. "De esta forma limitan el crecimiento de nuestras colmenas", arguye.

Territorio trashumante

Salamanca marca el límite. Hacia el sur, prácticamente todos los apicultores (el 90%) son trashumantes. Inician su periplo en primavera en las dehesas donde las abejas revolotean entre los toros bravos, prosiguen hacia los márgenes del Duero y, cuando llega el calor, las colmenas buscan su refugio en las sierras de Béjar o Francia, y cada vez más, atraviesan la línea de puntos que les separa de Zamora y las otras provincias de la Castilla septentrional.

Hay pueblos pequeños, como Valero, San Miguel de Valero o San Esteban de la Sierra que, pese a no llegar a los 600 habitantes, aglutinan decenas de miles de colmenas itinerantes.

Enrique Cañete del Río es uno de estos apicultores, en su caso procedente de Doñinos, al oeste de la capital charra. "En otoño e invierno nuestras colmenas pasan por las zonas de Cáceres", explica. Además de por las temperaturas suaves, "buscamos flores como eucalipto, brezo y mogariza", una planta de flor rosada que suele brotar en los pinares. "A finales de febrero trasladamos nuestra explotación a Andalucía, donde solemos polinizar almendros y colzas, también hacemos floración de azahar y de girasol".

placeholder Cañete del Río, apicultor trashumante, expone y vende sus mieles en una feria.(Cedida)
Cañete del Río, apicultor trashumante, expone y vende sus mieles en una feria.(Cedida)

En los meses de mayo y junio, Cañete del Río prosigue su trashumancia al norte, por la zona de León, donde cosecha mieles oscuras de brezo y roble. "También dejamos parte de nuestras colmenas en Zamora y Salamanca", donde de nuevo liban el girasol. Aunque suele estar ensombrecida ante otras variedades más atractivas, como el romero, el eucalipto o el azahar, la miel de girasol es de las más importantes por volumen de producción.

Este trashumante reconoce también que, "aunque siempre ha habido algún tipo de roce entre ambas maneras de apicultura, estantes y trashumantes, es verdad que últimamente parece haber crecido el malestar entre apicultores".

Cañete admite que es cierto que "en el pasado, muchos trashumantes han respetado poco a los estantes en distancias y demás", pero señala que parte del problema está en la proliferación de este tipo de colmenas hobbistas, "que cobran subvención y además vendiendo miel en negro, en algunos casos hasta mezcladas con otras mieles del extranjero". La leyenda que circula es que la miel china que está entrando en nuestro país es utilizada para hacer una mezcla con variedades locales.

"Un estante con 25 colmenas te puede echar literalmente del término municipal de un pueblo"

"Es muy difícil ejercer la trashumancia cuando algún estante se te pone cerca", dice Cañete. "Según reglamento se debe guardar un kilómetro de colmenar a colmenar, por lo que un estante con 25 colmenas te puede echar literalmente del término municipal de un pueblo".

Es difícil dar toda la razón a uno de los dos bandos, estantes o trashumantes. Lo que es innegable es que, mientras ellos discuten por un quítame allá esas abejas, el cerco se va estrechando. La última temporada, como las anteriores "ha sido mala", dice sin paños calientes. "Los tres o cuatro años anteriores vienen siendo totalmente contrarios a la apicultura, venimos sufriendo unos cambios terribles de tiempo que condicionan nuestra profesión, años muy secos, meses fríos en verano y en otoño cálidos; poder adaptarnos a ello nos va a costar mucho e incluso va a llevarse explotaciones por delante".

La tormenta perfecta de la miel

El concepto refugiado climático se acuñó pensando en esos agricultores africanos que, diezmados por las interminables sequías que mataban a sus rebaños o dejaban sus campos yermos, se veían forzados a trasladarse con su familia desde Somalia a Etiopía. Una vez allí, tenían que vérselas con otras costumbres, otras tribus, la amenaza de Al Shabab o, de nuevo, la maldición del clima, y así seguir errando. Salvando todas las distancias y rebajando el drama en muchos niveles, el término es aplicable a lo que está sucediendo con los productores de miel en la meseta norte de Castilla.

"Hasta ahora los traslados y rutas de los apicultores trashumantes siempre han sido por tradición", dice Cañete del Río. "Bien es verdad que los cambios meteorológicos y cambios de clima hace que cada vez más los apicultores tengan que adaptarse a estos, buscando otros sitios o haciéndose estantes para no incurrir en riesgos".

Paralelamente, al no poder controlar las flores silvestres, inevitablemente los apicultores ponen el foco en los cultivos, donde saben que sí o sí sus abejas encontrarán pasto. Esto tiene dos consecuencias, se va perdiendo esa miel de montaña y, de nuevo, los productores se concentran cada vez más en las mismas zonas. El problema de esta guerra no es solo que compitan por los mismos recursos, sino que comparten las enfermedades.

placeholder Mariano Higes y Raquel Martín, los dos investigadores que encabezan el equipo del Centro Apícola de Marchamalo.(EFE/Nacho Izquierdo)
Mariano Higes y Raquel Martín, los dos investigadores que encabezan el equipo del Centro Apícola de Marchamalo.(EFE/Nacho Izquierdo)

Mariano Higes, responsable del Departamento de Patología Apícola del Centro de Investigación Apícola y Agroambiental de Marchamalo (Ciapa) en Guadalajara, lleva décadas analizando cómo el cambio climático está tendiendo una trampa a abejas y apicultores. "Lo que hemos visto a nivel de laboratorio es que el incremento de la temperatura y el descenso de la humedad hace que se acorte de una manera muy significativa la vida, tanto de las abejas obreras como de los zánganos, en los enjambres", explica. "Desde el punto de vista científico es muy importante, porque si realmente estamos entrando en escenarios como los de este verano, con periodos muy largos de calor y baja precipitación, puede que las abejas de verano vivan menos de las tres o cuatro semanas que en principio tendrían que vivir".

Esto se traduce en que la colmena, gobernada de una forma casi marxista, forzará la producción de abejas para compensar las bajas y mantener el equilibrio productivo. Esto les supone un estrés energético, al que se añade el de intentar mantener la temperatura de la colmena constante. "Al final les exige un esfuerzo que puede hacer que las colonias que estén afectadas por algún tipo de parásito sean todavía mucho más vulnerables", apunta Higes.

Todo esto refuerza la idea de que, para los apicultores de buena parte de la península, y muy especialmente de Castilla y León —la comunidad autónoma con más explotaciones de apicultura registradas— la única opción es trasladar las colmenas al cuello de botella de la meseta norte.

Una posible solución sería cambiar abejas españolas por otras mejor adaptadas

Una posible solución que se está estudiando en colaboración con otros países mediterráneos es que la abeja española (Apis mellifera iberiensis) pueda ser cruzada o sustituida por otras variedades de Argelia, Jordania o Emiratos Árabes. "Realmente el cambio climático a nivel real va a suponer un importantísimo reto para la apicultura", explica el investigador, "estamos intentando descifrar como seleccionar a aquellas subespecies que se puedan adaptar mejor, porque evidentemente hay algunas que no, ya sea por su uso, por su herencia genética o porque no tengan el comportamiento adecuado, pues lo pueden estar pasando mal como estamos viendo este verano".

La alta densidad de colmenas en un territorio favorece también que las mayores amenazas de las abejas (la varroa, la nosema, el abejaruco o la avispa velutina) salten de una a otra con cada vez mayor facilidad. Y por supuesto, estantes y trashumantes también se acusan mutuamente de haberse transmitido las enfermedades. Unos por haberla traído de otros sitios, los otros por tener sus colmenas poco frecuentadas.

En un círculo vicioso de destrucción, las bajas son cubiertas con más y más abejas. El néctar o polen silvestre —el llamado pan de las abejas— dura cada vez menos y los apicultores deben incurrir cada vez en más gastos de alimentación con sustratos. Y luego, paralelamente, el incremento del número de abejas melíferas acaba por ser devastador para el resto de polinizadores silvestres, como los abejorros. Improductivos para el capitalismo, indispensables para mantener los ecosistemas.

placeholder La extracción de la miel de los panales de abejas y su producción se ven afectadas por los incendios forestales y la aparición de la avispa velutina. (EFE/Eliseo Trigo)
La extracción de la miel de los panales de abejas y su producción se ven afectadas por los incendios forestales y la aparición de la avispa velutina. (EFE/Eliseo Trigo)

"Todos los problemas de las abejas se multiplican por 10.000 en el caso de los polinizadores silvestres", sentencia Higes, "Porque las abejas, al fin y al cabo, tienen un agricultor que les da de comer y les trata las enfermedades, pero los salvajes no tienen quien les cuide, sus colonias son mucho más pequeñas y sensibles a los cambios del clima".

En los congresos de entomología a los que asiste, la expresión sexta extinción es un lugar común —popularizada por el libro homónimo de Elizabeth Kolbert, periodista en el New Yorker— pero como dice Higes, "solamente tienes que darte un paseo por el campo para comprobar que ya casi no ves mosquitos, ni saltamontes ni mariposas, es un problema muy grave".

En los años noventa, unos apicultores belgas lograron colar que una frase sobre la extinción de las abejas y el fin del mundo en cuatro años fuera atribuida a Albert Einstein y diera la vuelta al mundo. Hoy en día y visto lo visto, quizá el mayor problema no sea tanto la falta de abejas sino todo lo contrario.

Como cada año desde 1950, la familia de César Ledesma inicia su ancestral rutina. Prenden el ahumador y de éste empieza a brotar un humo blanco y denso. Es necesario aplicarlo con gran sutileza sobre las piqueras de la colmena: un poco amansa a las abejas y logra recluirlas, pero demasiado humo las irrita. Al intuir la cercanía del fuego, el enjambre se lanza a ventilar los panales de cera para enfriar la temperatura de la colmena. También aprovechan para alimentarse de miel en caso de que sea necesario abandonar la colonia. Los apicultores aprovechan este momento para trasladarlas en camión, siempre de noche, desde la serranía de Huelva hasta tierras extremeñas. La primavera ha desplazado al invierno y para un recolector de polen no hay tiempo que perder. Cada vez menos, porque el calor cada vez llega antes y con más fuerza.

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