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Amarga Navidad en el Mediterráneo: así peligra la miel de tus turrones
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Colmenas en pena

Amarga Navidad en el Mediterráneo: así peligra la miel de tus turrones

Un clima cada vez más caluroso, extremo e impredecible está haciendo la vida imposible a los apicultores europeos, que este 2021 han vivido su 'annus horribilis'

Foto: Protesta a favor de una ley de protección de insectos en Berlín, Alemania. (EFE/Filip Singer)
Protesta a favor de una ley de protección de insectos en Berlín, Alemania. (EFE/Filip Singer)

En la isla italiana de Sicilia, un apicultor enseña sus colmenas vacías —"Ha sido una tragedia", lamenta— tras un verano achicharrante plagado de incendios forestales, una situación idéntica a la que se vive en Grecia y Turquía. En Eslovenia, país cuya diligente subespecie autóctona de abejas, la ‘Apis mellifera carnica’, es motivo de orgullo nacional, cerca del 80% de los apicultores no ha obtenido un solo gramo de miel de primavera debido a las temperaturas, en este caso gélidas. En las llanuras norteñas de Libia, hogar de la popular miel de Sidr (también conocida como miel de espina santa), 2.000 de las 4.500 colonias han colapsado a raíz de las olas de calor. En Francia, la Unión Nacional de Apicultura Francesa (UNAF) prevé que la cosecha de 2021 será la peor de la historia de la organización y, probablemente, la peor en más de medio siglo. De las 32.000 toneladas de miel recogidas el año pasado en el país galo, pasarán este año a cerca de 8.000, una caída del 75%.

Son retratos a lo largo y ancho del Mediterráneo de un mismo problema. En esta región, cuyo característico clima plácido invitó a sus primeros pobladores a empezar a domesticar abejas miles de años atrás, algo ha cambiado drásticamente a peor en las últimas décadas. Año a año, los efectos del cambio climático se sienten con mayor intensidad entre los apicultores. “Estamos ante un clima extremadamente cambiante, y para las abejas, esta imprevisibilidad es lo peor de todo”, afirma José Manuel Flores, profesor del Departamento de Zoología de la Universidad de Córdoba, a este periódico.

España, el país con más colmenas de toda la Unión Europea, ha esquivado, por la mayor parte, el ‘annus horribilis’ de sus vecinos apicultores mediterráneos. Pero eso no significa que haya salido impune. En Alicante, por ejemplo, la producción de miel ha disminuido un 35% en el último año, forzando a la célebre industria turronera de la provincia a importar este producto para asegurar su producción, de acuerdo con reportes del periódico local 'La Información'.

Los desastres naturales como incendios, heladas e inundaciones son solo una pequeña parte de la larga lista de problemas derivados del cambio climático para las abejas de la miel, una especie que cada vez requiere una labor más intensiva por parte de los apicultores para garantizar su supervivencia.

“Se está poniendo durísimo”

“Llevamos cuatro años complicadísimos de producción”, lamenta Alberto Uría, un ‘abeyeiro’ asturiano que ha obtenido este año un premio nacional a la segunda mejor miel de España. Los efectos de la crisis climática, afirma este productor artesanal, “están afectando mucho más a los apicultores pequeños”. “Yo dependo única y exclusivamente del campo: si hay flor hay miel, si no hay flor no hay miel”, dice a El Confidencial, una experiencia diferente a la de grandes compañías que, a menudo, optan por alimentar artificialmente las abejas o trasladar las colmenas allá donde la floración esté cerca de comenzar.

Foto: Foto: Unsplash/@borisworkshop.

Raquel Martín Hernández, investigadora del Instituto Regional de Investigación y Desarrollo Agroalimentario y Forestal de Castilla-La Mancha (Iriaf), explica que la subida de las temperaturas fuerza a las abejas a hacer una serie de tareas adicionales para ventilar la colmena, provocando que tengan menos tiempo para recoger el néctar y, además, que consuman más miel. Por otra parte, “el cambio climático provoca un desajuste entre las abejas y las plantas”, dado que estas últimas a menudo no han florecido para cuando los insectos detectan un clima que, antaño, significaba el inicio de la época de recolección de néctar.

El calentamiento global también supone una agravante para los otros desafíos que afrontan las abejas melíferas. Un estudio reciente reveló que las temperaturas más cálidas aumentan la probabilidad de que los insectos se infecten de varroosis, una plaga que durante las últimas décadas se ha convertido en el principal dolor de cabeza de los apicultores. Tanto en España como en resto de la Unión Europea —y, a estas alturas, en casi todo el planeta—, el ácaro varroa tiene un carácter endémico, obligando a un tratamiento sistemático de las colonias de abejas. A lo largo de los 10 años de la investigación, el número de abejas infectadas observadas en Reino Unido se multiplicó por seis.

La nueva normalidad de un clima más caluroso y, a la vez, más extremo e impredecible está poniendo a prueba una industria acostumbrada a los desafíos, pero cada vez más sitiada. “Antes, uno solo tenía que ir a las colmenas cuatro o cinco veces al año. Ibas a verlas alguna vez por si acaso y luego para sacar la miel. Ahora, como no vayas cada 15 días, en el momento en que llegas te las encuentras muertas. Se está poniendo durísimo”, describe Flores.

"Los tiempos que nos está tocando vivir a los apicultores van a poner a más de uno en su sitio"

José Ignacio Rodríguez Mata, apicultor y propietario de la empresa Miel de La Mata, considera que el sector está cerca de un punto de inflexión: “Los tiempos que nos está tocando vivir a los apicultores van a poner a más de uno en su sitio. Cada día tenemos una enfermedad nueva, un clima más impredecible, un nuevo problema. Ahora mismo, la apicultura es de las ganaderías más complicadas que existen”.

Tiempos de vino y girasoles

Rodríguez Mata guarda gratos recuerdos de su infancia, cuando acompañaba a su padre en la trashumancia hacia los amplios campos de girasoles de la campiña cordobesa. “A mí mi padre me decía que el mejor alimento para las abejas es el gasoil”, ríe. “Las montas en el camión y tiras”.

Hoy en día, este apicultor se mueve más bien poco. “Cada vez me renta menos”, expresa a este periódico. Ante los tiempos que corren, ha decidido optar por un modo de producción ecológica que le obliga a mantener sus colmenas en un mismo terreno.

Lejos quedan los tiempos del girasol, una de las flores más identitarias del paisaje español y que constituye uno de los ejemplos más evidentes del impacto de la industrialización de los cultivos en la apicultura, otro de los grandes problemas del sector. “El girasol ha sido, tradicionalmente, un alimento muy importante para las colmenas. Pero a lo largo de los años se ha ido diseñando genéticamente para la agricultura”, aclara el profesor Flores. El resultado es que la floración que antaño podía durar, tranquilamente, un mes y medio, hoy en día se acaba en una semana.

Foto: Una abeja polinizando una flor. Foto: EFE Robert Ghement

“Por aquel entonces, las abejas se quedaban desde mediados de mayo hasta final de julio. Dos meses y medio, imagínate”, relata Rodríguez Mata. “Aquello era increíble, hacíamos dos cosechas. Ahora, si eres capaz de que se llene una colmena de miel, date con un canto en los dientes. Bajas a finales de abril y para mediados de mayo ya te las puedes llevar, porque ya está todo seco”, asegura el apicultor, que 14 años atrás dejó por imposible la ruta que hacía con su padre.

Contrarrestar la proliferación de los monocultivos y la aceleración de su fase de floración es una labor complicada. La apicultura, desde el punto de vista económico, tiene un peso muy bajo en el sector. En los últimos años, han empezado a cundir iniciativas para cambiar los cultivos por razones de sostenibilidad y consumo de agua, “pero nadie va a adaptarlos para que las abejas puedan comer más”, lamenta Flores. Sin embargo, el impacto de la reducción de su alimento y hábitat va mucho más allá de la producción de la miel. Científicos estiman que alrededor de uno de cada tres bocados de comida que llega a nuestra mesa depende de la polinización de insectos.

Las polinizadoras olvidadas

La amarga realidad de las abejas productoras de miel es solo la punta del iceberg. Después de todo, esta es únicamente una de las más de 1.000 especies de abejas que existen en España (y 20.000 en el mundo), una cifra que duplica la de los pájaros, según Ignasi Bartomeus, investigador de la Estación Biológica de Doñana del CSIC y coautor de un popular vídeo que explica los principales problemas que afrontan los artrópodos.

Las abejas silvestres, el 95% de las cuales son solitarias y no forman colonias, son a menudo las grandes olvidadas en las frecuentes campañas por salvar a los insectos, la aplastante mayoría de las cuales (que van desde iniciativas de famosos hasta cuentas de TikTok) se centran en la abeja de miel. Sin embargo, si no se les presta más atención, “cada vez vamos a tener un campo y un medioambiente más pobre y menos diverso”, advierte Uría. “Es un problema ambiental tremendamente importante, pero como no son animales rentables 'per se' y nadie va a sacar directamente rendimiento económico de ellos, se ignoran”, critica el asturiano.

Un estudio global realizado el año pasado reveló que entre 2006 y 2015 fueron reportadas un 25% menos de especies de abejas silvestres que las registradas antes de la década de los noventa. Expertos señalan que el cambio climático afecta especialmente a este tipo de insectos debido a que regulan su actividad dependiendo casi exclusivamente de la temperatura. “Hay dos impactos bien documentados”, señala Bartomeus en entrevista con El Confidencial. “Primero, muchas especies están iniciando cada vez más pronto su actividad anual. Esto es peligroso, porque cuando hace mucho calor en enero, las abejas se exponen a heladas que pueden volver en febrero o marzo. Lo segundo es que las abejas buscan sitios más fríos subiendo de altitud, pero esa forma de adaptarse tiene un límite, ya que no todas pueden soportarlo. Muchas especies de montaña han visto sus poblaciones drásticamente reducidas”, expone.

Si la desaparición de estas especies continúa a su ritmo actual, el impacto en los ecosistemas que dependen de ellas puede ser devastador, con una reducción drástica de las plantas silvestres y de la fauna que dependen de ellas para sobrevivir. Nuestros hábitos alimenticios también podrían verse seriamente afectados, dado que las abejas melíferas no pueden encargarse solas de todas las labores de polinización. Un ejemplo clásico es el de la flor del tomate, cuyo polen se encuentra muy protegido y resulta inaccesible para estos insectos. Sin embargo, los abejorros, más grandes y vigorosos, pueden liberar los granos con su vibración. “Necesitamos esta diversidad, porque cada flor es diferente y, por tanto, necesita un polinizador que se adapte a ella”, señala el investigador. “Ningún equipo de fútbol funciona si solo juegas con delanteros”.

En la isla italiana de Sicilia, un apicultor enseña sus colmenas vacías —"Ha sido una tragedia", lamenta— tras un verano achicharrante plagado de incendios forestales, una situación idéntica a la que se vive en Grecia y Turquía. En Eslovenia, país cuya diligente subespecie autóctona de abejas, la ‘Apis mellifera carnica’, es motivo de orgullo nacional, cerca del 80% de los apicultores no ha obtenido un solo gramo de miel de primavera debido a las temperaturas, en este caso gélidas. En las llanuras norteñas de Libia, hogar de la popular miel de Sidr (también conocida como miel de espina santa), 2.000 de las 4.500 colonias han colapsado a raíz de las olas de calor. En Francia, la Unión Nacional de Apicultura Francesa (UNAF) prevé que la cosecha de 2021 será la peor de la historia de la organización y, probablemente, la peor en más de medio siglo. De las 32.000 toneladas de miel recogidas el año pasado en el país galo, pasarán este año a cerca de 8.000, una caída del 75%.

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