Camuflaje y señuelos: la guerra en Ucrania tira de las viejas tácticas nacidas en la IGM
El conflicto ha conllevado situaciones inesperadas que van más allá el material que no funcionaba tan bien como se esperaba o la aparición de nuevas tecnologías. Así es la segunda vida de las técnicas que todos daban por obsoletas
En el plano militar, la guerra de Ucrania está deparando innumerables sorpresas. No se trata solo de las grandes decepciones en cuanto a un armamento supuestamente magnífico que luego no lo es tanto. Ni tampoco del auge de nuevas técnicas y tecnologías, como el empleo masivo de drones. Al mismo tiempo, el conflicto ha traído de vuelta unas prácticas que parecían olvidadas, donde la guerra de trincheras es un claro ejemplo, así como dos viejas tácticas que también parecían secundarias: el empleo del camuflaje y de los señuelos.
Aunque el camuflaje pueda parecer un recurso más actual, lo cierto es que en la guerra se ha empleado, de distintas maneras, casi desde siempre, para evitar que el enemigo detecte aquello que no interesa que vea. Simplificando, se podría decir que tiene dos objetivos. Por un lado, fundirse con el entorno y evitar ser visto; por otro, confundir al enemigo, dificultar la identificación o intentar parecer lo que no se es.
Como disciplina a nivel generalizado, se inicia con la Primera Guerra Mundial, aunque ya antes se venía empleando de manera más puntual. En la gran contienda se aplicó sobre todo en aviones y buques de guerra. Se trataba, aunque no en todos los casos, de crear diseños que dificultaran la identificación o confundieran al enemigo. A partir de la Segunda Guerra Mundial se aplicó a todo, desde el uniforme de los soldados hasta vehículos y aviones. Incluso hoy, el esquema de pintura gris claro u oscuro que se ve en muchos aviones (y que todo el mundo ha normalizado) no es más que una pintura de baja visibilidad.
Camuflar un vehículo ha sido siempre muy sencillo y, además del esquema de pintura, se puede lograr un buen resultado con una sencilla red y algo de vegetación, además del polvo que se posa sobre él en cuanto maniobra por el campo. Para los tiradores de élite se emplean sofisticados atuendos, que hacen dificilísimo localizarles sobre el terreno, y para los aviones, ahora se utilizan mucho los patrones de pintura pixelada, que enmascaran las formas del avión, en detrimento de esquemas tradicionales.
Todo eso hace que camuflarse no sea un añadido, sino una prioridad. En el combate de blindados, el único invulnerable es aquel que no se puede ver, y ahí no solo entra el espectro visual, sino también al infrarrojo.
Perseguir el rastro del calor
Los infrarrojos han cobrado una gran importancia en estas últimas décadas, a medida que las cámaras de visión térmica o infrarroja (IR) iban ganando en calidad, así como la amenaza de los misiles, que cada vez en mayor medida utilizan señales IR en sus sistemas de guiado. El hecho es que, ocultarse a la vista es relativamente fácil, pero no tanto ante los infrarrojos.
Por ello, han surgido sofisticados equipos de enmascaramiento que no van solo al ocultamiento visual, sino también al térmico, minimizando lo que en términos militares se denomina "firma infrarroja". Esta "firma" es el inevitable producto del calor generado en el motor y sistemas que hacen que, por mucho que el vehículo se disimule con lonas o ramas, acabe siendo indiscreto, localizado y atacado.
Uno de los sistemas más interesantes de este tipo es el sueco Barracuda, que consiste en un kit de elementos hechos a medida para cada tipo de carro. Es muy eficaz, pero a la vez muy caro. Rusia tiene una versión propia, denominado Nakidka. En esencia, es un accesorio con una filosofía similar y que ya se ha visto en modelos T-90. Para desgracia de los rusos, uno de los ejemplares más potentes de este carro de combate y en su versión más avanzada cayó en manos ucranianas, intacto y con su camuflaje Nakidka. Por las fotos, se intuye que el kit ruso es mucho menos sofisticado y tal vez se tratase de un prototipo.
En cualquier caso, seguro que es mucho más barato. Aquí hay que decir que la industria occidental a veces tiende a soluciones complejas, verdaderos alardes tecnológicos, con resultados soberbios, pero precios desorbitados. Frente a esto, por ejemplo, en algunas unidades acorazadas españolas se han hecho pruebas con medios fáciles de encontrar y casi a coste cero, sin más que emplear determinados modelos de césped artificial. No funcionarán como el Barracuda, por supuesto, pero si tan solo consiguieran reducir una parte de la firma térmica, supondría una relación coste-eficacia enorme.
#Ukraine: For the first time ever the most advanced Russian main battle tank T-90M was captured by the Ukrainian army - presumably in #Kharkiv Oblast.
— 🇺🇦 Ukraine Weapons Tracker (@UAWeapons) September 18, 2022
This tank is also covered with Nakidka radar-absorbent and heat-insulating material. pic.twitter.com/EgS9gxnd3b
El camuflaje naval
Aplicar estas técnicas a buques siempre ha tenido los dos objetivos básicos, dificultar su localización y disimular su silueta. A mayores, y sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial, se aplicaron técnicas especiales que mezclaban esquemas de pintura con falsas superestructuras, buscando parecer un navío diferente. Se trataba de disimular la silueta con falsas proas o popas pintadas, enmascarando así las verdaderas dimensiones del buque, pero también de aplicar esquemas disruptivos, tipo Zebra, y bastante elaborados, que dificultaban que se pudiera obtener un cálculo correcto para las soluciones de tiro, que se hacían de forma generalizada con medios ópticos.
Estos patrones disruptivos eran especialmente útiles contra los submarinos pues, en aquellos años, la visión desde el periscopio, a menudo de noche o con malas condiciones meteorológicas, dejaba bastante que desear. Es por ello que se aplicaron mucho a buques mercantes. También se utilizaron técnicas muy imaginativas, como simular el agua levantada por la proa del buque, dando la apariencia de que navegaba a gran velocidad. Los japoneses, por ejemplo, utilizaron este ardid en varios de sus buques.
Con la mayoría de edad de los radares y los modernos sistemas de guiado de los misiles, todas estas innovaciones carecían de sentido y la inmensa mayoría de marinas de guerra optaron por la clásica pintura gris, que disimula el buque sobre el mar y en la distancia. Tan solo algunos patrulleros y buques de acción litoral, como los de la marina noruega, conservaron vistosos patrones de camuflaje.
Todo ha cambiado con la guerra de Ucrania. La proliferación de los UAV pilotados en remoto, así como los drones navales, pequeñas embarcaciones cargadas de explosivo y también pilotadas en remoto, han devuelto el enmascaramiento a las unidades navales y, así, se ha podido comprobar que los rusos están pintando sus buques con falsas proas y popas, en un claro intento de disimular sus dimensiones y confundir a los operadores ucranianos.
***UPDATE***
— H I Sutton (@CovertShores) September 4, 2023
Russian Navy deceptive camouflage.
Analysis remains that this is intended to disrupt both maritime drones (USVs) attacks and satellite observation.
Rescue ship Epron is interesting, previously noted July 19 (https://t.co/eKXsKNNcqT)#OSINT pic.twitter.com/qBeJEDdPyx
No es ninguna tontería. Los drones controlados a distancia son manejados mediante cámaras ópticas y la visión que el operador tiene no es perfecta. Además de las dificultades impuestas por la meteorología, muchas veces la decisión de atacar mientras se busca un objetivo es cuestión de segundos. Con el camuflaje de estos buques, se hace muy difícil identificar qué unidad se está atacando, ya que lo normal es tratar de priorizar sobre determinadas unidades.
Los señuelos vuelven a la palestra
La razón por la que se utilizan señuelos es obvia, pues siempre se ha tratado de engañar al enemigo para que ataque falsos objetivos. Se han utilizado con diversa intensidad en muchos conflictos, como en la Segunda Guerra Mundial, y no hay más que recordar el engaño tramado por los aliados, haciendo creer a los alemanes en un desembarco en Calais —en lugar de en Normandía— con aquel inexistente ejército de Patton.
La guerra de Ucrania ha devuelto los señuelos —que nunca se han dejado de utilizar— a un nivel prioritario y la causa es también la proliferación de drones. Los señuelos están siendo muy empleados por los ucranianos, que estaban sufriendo en sus carnes el azote de los eficaces drones suicidas Lancet, un ingenio pequeño, con unos 40 km de autonomía, pero que se ha convertido en una pesadilla de la artillería y tropas de Kiev.
Con una gran escasez de medios sofisticados para detener estos ataques, como equipos de localización e interferencias, no ha quedado más remedio que recurrir a soluciones imaginativas, como las jaulas antidrón —conocidas como "pajareras"— que tratan de crear una pantalla protectora sobre el objetivo. El problema es que solo sirven para un uso estático.
Mucho mejor es el empleo de señuelo, que los ucranianos han elevado casi a la categoría de arte. Se trata de utilizar bien modelos hinchables que simulan lanzadores de misiles, carros o piezas de artillería, o construir verdaderas réplicas de estas con madera y otros materiales. El nivel de realismo es tremendo, hasta el punto de que cuesta diferenciar uno de estos señuelos del modelo real.
⚡️🇷🇺Russian kamikaze drone "Lancet" attacks a 🇺🇦Ukrainian fake target in the form of a Buk-M1 air defense system pic.twitter.com/Be6DwJ50tm
— 🇺🇦Ukrainian Front (@front_ukrainian) September 5, 2023
Esto confunde a los operadores de los Lancet —que se guían mediante cámaras de visión— y atacan a los señuelos. Tan sofisticados son que, en ocasiones, la propia propaganda rusa ha llegado a difundir vídeos dando por destruidos lanzamisiles u otro tipo de objetivos que, en realidad, eran réplicas de madera.
El resultado final es que, por costoso que sea un señuelo, siempre será mucho más asequible que los 35.000 o 40.000 dólares de un Lancet. Además de que, coste aparte, se evita la destrucción de un objetivo real, y aquí es donde está su verdadera eficacia. En cualquier caso, no se trata de patrimonio exclusivo de Kiev: los rusos también utilizan sistemas similares.
En el plano militar, la guerra de Ucrania está deparando innumerables sorpresas. No se trata solo de las grandes decepciones en cuanto a un armamento supuestamente magnífico que luego no lo es tanto. Ni tampoco del auge de nuevas técnicas y tecnologías, como el empleo masivo de drones. Al mismo tiempo, el conflicto ha traído de vuelta unas prácticas que parecían olvidadas, donde la guerra de trincheras es un claro ejemplo, así como dos viejas tácticas que también parecían secundarias: el empleo del camuflaje y de los señuelos.
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