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Monty o Rommel: ¿quién fue el mejor general de la Segunda Guerra Mundial?
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Monty o Rommel: ¿quién fue el mejor general de la Segunda Guerra Mundial?

La imponente biografía comparada del gran historiador militar británico Peter Caddick-Adams recorre las vidas y peripecias bélicas de los dos archienemigos de la contienda

Foto: Erwin Rommel y Bernard Law Montgomery
Erwin Rommel y Bernard Law Montgomery

El 14 de octubre de 1944, los generales Wilhelm Burgdorf y Ernst Maisel visitaron al mariscal de campo Erwin Rommel en su casa de Herrlingen, al sur de Alemania. El Zorro del Desierto, convaleciente aún de las graves heridas sufridas tras ser tiroteado su vehículo en Normandía, los recibió en su habitación. Allí le comunicaron que tenían pruebas irrefutables de su participación en el atentado que había estado a punto de acabar con la vida de Adolf Hitler unas semanas antes. Rommel lo negó pero sus dos acusadores le explicaron que sólo tenía dos opciones: la expulsión degradante del Ejército y un juicio posterior en el Tribunal del Pueblo... o tomar la pastilla de cianuro que Burgdorf llevaba consigo y ser enterrado con honores y sin riesgos para su familia ocultándose así a la opinión pública alemana -que lo adoraba- su infamante condición de traidor. No hubo dudas, Rommel vistió su uniforme del África Korps, se despidió de su mujer y su hijo y se dispuso a morir.

Años después, cuando su íntimo enemigo, el mariscal de campo inglés Bernard Law Montgomery -más conocido como 'Monty'- recibió el título de vizconde por su actuación en la Segunda Guerra Mundial, no escogió el título de Montgomey de Normandía, -donde en realidad había sufrido una derrota 'técnica'- sino el de una lejana estación de ferrocarril: El Alamein. Rendía así un tributo póstumo a Rommel, el hombre con el que se batió en una serie épica de batallas entre las dunas de Egipto.

placeholder 'Monty y Rommel' (Ático de los Libros)
'Monty y Rommel' (Ático de los Libros)

Ático de los Libros recupera estos días en una nueva edición 'Monty y Rommel', la imponente biografía del historiador británico y experto en estrategia militar Peter Caddick-Adams de los dos más grandes generales de la Segunda Guerra Mundial -con permiso de Patton, Zhukov o Kuribayashiy- en la que -a la usanza de las 'Vidas paralelas' de Plutarco- recorre las vidas de dos grandes soldados que se combatieron tanto como se respetaron. Sus experiencias claves en la Primera Guerra Mundial, sus siempre impetuosas y conflictivas relaciones son sus superiores respectivos y las batallas legendarias que los enfrentaron en África y Europa. Nunca se conocieron, pero Rommel llamaba a Monty "mi viejo amigo" y el inglés colgó el retarato del alemán en su propia caravana de combate "para comprender lo que le impulsaba".

"Ambos fueron tremendamente polémicos", recuerda Caddick-Adams, "y estuvieron en guerra tanto contra el enemigo como contra sus superiores. Y, sin embargo, sus nombres todavía son célebres a pesar del tiempo transcurrido desde sus hazañas. (...) Ciertamente eran tozudos, no sabían trabajar en equipo y toleraban notablemente mal a los aliados. Montgomery se negó a aceptar las órdenes de Churchill sobre cuándo combatir en El Alamein; el precio que pagó por sus rifirrafes con sus superiores fue un daño perdurable a su reputación. Rommel, por su parte, desobedeció frecuentemente a Hitler. Al final eso le costó la vida".

Duelo en el desierto

Bernard Montgomery nació en 1887 en Kennington, un modesto barrio del sur de Londres, hijo de un clérigo anglicano. Su carrera militar arrancó en la India y, al estallar la Primera Guerra Mundial, fue destinado a Francia. Allí batalló, fue gavemente herido y condecorado. Acabada la contienda fue enviado a Irlanda donde represalió con dureza a los rebeldes de la guerra civil y se ganó el apodo de 'el irlandés'. Johannes Erwin Eugen Rommel nació en Heidenheim-an-der-Brenz -en lo más profundo de Suabia- en 1891. Hijo de un modesto profesor de escuela, se batió también en la Gran Guerra en Francia, Rumanía e Italia y su carácter sereno y racional le mantuvo refractario al resentimiento que comenzó a expandirse por el ejército alemán tras la derrota.

Foto: Revolución Alemana de noviembre de 1918

Explica Caddick-Adams que "tanto Montgomery como Rommel formaban parte de la generación que pasó por las trincheras, una generación que se sentía muy afortunada (o quizás culpable) por haber sobrevivido y que sentía un profundo pesar por todos los buenos amigos que no lo habían logrado. Ninguno de los dos desaprovecharon la oportunidad, cuando se presentó, de salvar la distancia que habían presenciado personalmente que separaba a los que estaban combatiendo en el frente de los mandos superiores y de sus equipos de oficiales, que habitualmente estaban en la retaguardia. Ambos se acercarían conscientemente a sus tropas como reacción a sus experiencias en la Gran Guerra y deliberadamente compartirían, y serían vistos compartiendo, las incomodidades de sus hombres".

placeholder Las tropas aliadas avanzan en la Batalla del Alamein en 1942.
Las tropas aliadas avanzan en la Batalla del Alamein en 1942.

Al empezar la Segunda Guerra Mundial con la conquista de Polonia por los nazis en septiembre de 1939, ni los aliados ni el Eje esperaban que uno de los escenarios decisivos de la contienda sería el aparentemente marginal Norte de África. El petróleo no era todavía el botín en disputa en que se convertiría décadas más tarde. La victoria entonces giraba en torno al control de El Cairo y el canal de Suez, esencial paso en la ruta hacia la India. Allí chocarían en 1942 Montgomery y Rommel, al mando de los nuevos Afrika Korps, en la llamada Guerra del Desierto. El alemán mostraría un arrojo sin medida en una embestida demoledora que haría retroceder a los Aliados desde Libia hasta Egipto: "Va a ser una Cannas moderna", escribía a su esposa Lucie. Mientras tanto, en Berlín, el genio diabólico de Goebbels alimentaba el mito de Rommel, el Zorro del Desierto, para un Reich hambriento de héroes. Por cierto que, en los desastres de una contienda mundial de una crueldad desconocida, la guerra del Desierto se jugó como una partida de caballeros en la que Rommel se negó a ejecutar las directrices de los nazis -a los que despreciaba- sobre el fusilamiento de los oficiales enemigos capturados, entre otros crímenes de guerra.

Rommel mostraría un arrojo sin medida en una embestida que haría retroceder a los Aliados de Libia a Egipto: "Va a ser una Cannas moderna"

Pero entonces Winston Churchill, loco por una victoria, se vio obligado a sustituir al general William Gott -muerto en un sorpresivo accidente de aviación- por el imprevisible Monty al frente del 8º Ejército. La posterior Batalla del Alamein -desarrollada en dos partes en el verano de 1942- pararía los pies al fin a Rommel e infringiría una demoledora derrota a una Alemania nazi mucho más preocupada por los hechos que estaban teniendo lugar en Stalingrado. Concluye el autor del libro: "Volviendo la vista hacía los éxitos de Monty, el aspecto que más destaca es su asombrosa habilidad para transformar el 8º Ejército que tenía la moral muy baja e iba de derrota en derrota, en un ejército que se enfrentó y venció a su célebre enemigo sólo dos meses después. La energía personal y el entusiasmo de Monty fueron fundamentales, una mezcla de personalidad y utilería".

El 14 de octubre de 1944, los generales Wilhelm Burgdorf y Ernst Maisel visitaron al mariscal de campo Erwin Rommel en su casa de Herrlingen, al sur de Alemania. El Zorro del Desierto, convaleciente aún de las graves heridas sufridas tras ser tiroteado su vehículo en Normandía, los recibió en su habitación. Allí le comunicaron que tenían pruebas irrefutables de su participación en el atentado que había estado a punto de acabar con la vida de Adolf Hitler unas semanas antes. Rommel lo negó pero sus dos acusadores le explicaron que sólo tenía dos opciones: la expulsión degradante del Ejército y un juicio posterior en el Tribunal del Pueblo... o tomar la pastilla de cianuro que Burgdorf llevaba consigo y ser enterrado con honores y sin riesgos para su familia ocultándose así a la opinión pública alemana -que lo adoraba- su infamante condición de traidor. No hubo dudas, Rommel vistió su uniforme del África Korps, se despidió de su mujer y su hijo y se dispuso a morir.

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