Torpedo a la estrategia 'inteligente' de Holanda: la boda del ministro de Seguridad
El Gobierno holandés, que apostó por la autonomía y madurez social contra el coronavirus, ve como uno de sus ministros celebra su boda sin respetar las reglas
¿Por qué no confinan a los holandeses como se hizo con los españoles o los italianos? Es una de esas cuestiones que extrañó a muchos estos meses. Lo de Países Bajos se llama -lo llama así su propio gobierno- un “confinamiento inteligente”, una estrategia de libertad y autonomía para dirigirse a una “sociedad madura” que sabe “respetar las normas” por “solidaridad”, sin necesidad de que estas sean “impuestas” por la Policía o con multas. Esta fue la explicación que repitió hasta la saciedad el primer ministro holandés, Mark Rutte, desde el estallido de la pandemia.
Esa estrategia “inteligente” se dirigía a los que no conviven en la misma casa: hay que mantener una distancia social de metro y medio, no se debe darse la mano ni abrazarse, y hay que evitar grandes encuentros de gente. Si varias personas que no residen en la misma casa están “demasiado juntas”, la Policía -que depende del ministro de Seguridad y Justicia, Ferdinand Grapperhaus- les impondrá multas de hasta 400 euros. Eso sí, también hubo cierre de colegios, bares, discotecas, restaurantes y teletrabajo. Todas estas medidas se aplican a toda la sociedad, sin excepciones.
El propio Rutte respetó la distancia social, la medida clave de su estrategia, incluso en uno de los peores momentos de su vida: el fallecimiento de su madre el pasado mayo, en medio de la prohibición de visitas a las residencias de ancianos. No pudo pasar con ella sus últimos días de vida, y dio ejemplo a todos los holandeses: proteger al resto de la sociedad era más importante. Ocultó la noticia y siguió trabajando para controlar el virus. Todos aplaudieron y se reflejó hasta en las encuestas de opinión sobre el jefe del Gobierno y su gestión de la pandemia.
Dos de las figuras más importantes en esta estrategia son el ministro de Sanidad, el demócrata cristiano Hugo de Jonge, y su compañero de gobierno y de partido, Grapperhaus, un funcionario de 60 años a cargo de la cartera de Seguridad y bien valorado en la sociedad. Pero el ministro de “las multas” tiró por la borda toda esa filosofía de autonomía y madurez social cuando decidió celebrar su boda el 22 de agosto: los medios informaron brevemente un par de días después de que su enlace con una periodista holandesa, Liesbeth Wytzes, se celebró en un balneario en Bloemendaal, en la región de Holanda Septentrional.
Sin distancia y apretones de manos
Una semana después de eso, empezaron a publicarse en un programa de televisión las fotografías de la boda que muestran cómo los 35 invitados no respetaron la principal regla “inteligente” del Gobierno holandés: la distancia de metro y medio. El ministro, que amenazó a toda una sociedad con multas no respetó esa norma en su propia celebración. “Lamentablemente, hubo momentos en los que no se estuvo alerta a la distancia de 1,5 metros”, se disculpó en su Twitter cuando le empezaron a llover las críticas de la oposición, la sociedad y las autoridades que se encargan de multar y hacer respetar las normas para frenar los contagios.
De Jonge y Rutte salieron en su defensa. El primer ministro reconoció que las cosas no se hicieron del todo bien, pero que eso no afecta a la credibilidad de Grapperhaus. El funcionario había transferido a la Cruz Roja los 390 euros en su nombre y otros 390 en el de su esposa en concepto de “auto-multa” por lo que había ocurrido. El Parlamento fue comprensivo en general y disculpó al ministro porque “todos entienden que la gente a veces comete errores con la distancia social, es humano, aunque en el caso de Grapperhaus sea complicado porque él instó a otros a respetar la distancia”, dijo el socialista Maarten Hijink. “La pregunta ahora es si como ministro todavía puede pedir, con autoridad, que la gente respete las normas, la distancia de metro y medio”.
La ultraderecha insistió en convocar un debate parlamentario sobre la continuidad del ministro, mientras algunos abogados instaban al Gobierno a perdonar de forma masiva a todos aquellos que fueron multados por no respetar la distancia, después del traspié de Grapperhaus. El presidente del sindicato de los BOA (Buitengewoon Opsporingsambtenaar), oficiales de investigación autorizados a hacer cumplir ciertas normas contra delitos específicos, anunció que los agentes estaban emitiendo menos multas por la conmoción que ha provocado en la sociedad la boda del ministro. “Es difícil explicar por qué la gente tiene que recibir una multa si el propio ministro responsable no cumple las reglas”, dijeron.
"La pregunta ahora es si como ministro todavía puede pedir, con autoridad, que la gente respete las normas, la distancia de metro y medio"
Y cuando llegó el día del debate parlamentario, este miércoles, empezó a aparecer más información comprometedora. Dos de los cuatro hijos del ministro se contagiaron con el coronavirus en julio y ambos estuvieron en la boda, aunque no está claro si ya habían superado la enfermedad o si suponían un peligro. Además, el mismo programa publicó nuevas fotos de la boda: no solo los invitados no mantuvieron la distancia, el propio ministro había abrazado a su suegra y dio la mano a otros invitados durante la celebración. Esto desencadenó una tormenta de críticas políticas y sociales, que hicieron apuntar a que el ministro presentaría su dimisión.
Lágrimas y segundas oportunidades
“Ni siquiera se trata de esas reglas, tenemos que deshacernos de la sociedad del metro y medio. Pero alguien como Grapperhaus, que exige a otros cumplir, que hace que la policía interrumpa fiestas de niños y reparta multas altísimas, es ya poco creíble”, reaccionó el ultraderechista Geert Wilders. Los socialistas y la izquierda verde también entendieron que “esto ya es una historia diferente”, porque no solo fue cosa de la distancia social. “Cometer un error y estar demasiado cerca de alguien nos puede pasar a todos, pero no se puede dar la mano, sobre todo como ministro de Justicia, fue el primer acuerdo al que llegamos todos en marzo”, alertó el líder de los verdes, Jesse Klaver.
Los liberales, que lideran la coalición de gobierno, también consideraron que la metedura de pata del ministro “tiene un impacto en la autoridad y la credibilidad”, pero también en los empresarios de la industria del catering, que tienen que aplicar normas estrictas en las bodas. “¿Cree realmente el ministro que el virus es peligroso? Porque si lo es, entonces ha tratado a su suegra de una manera insensata”, dijo el ultraderechista Thierry Baudet, que no tardó en concluir que esta situación es “una prueba de que el Gobierno no considera grave” el coronavirus y es hora de relajar las medidas. “No es más que una gripe fuerte. Las fotos de la boda lo dejan claro. Detengamos este teatro”, conspiró.
Cuando le llegó el turno de la palabra al ministro, las críticas estaban en su punto álgido. “Las cosas no se hicieron mal durante mi boda. Ya pedí perdón por ello y lo vuelvo hacer hoy. Me dejé llevar, subestimé la situación, me subestimé a mí mismo. No hice bien las cosas. Me dejé llevar ese día y las cosas no se hicieron bien”, reconoció Grapperhaus, dejando caer alguna lágrima delante de los diputados expectantes. Entiende que a los agentes de la ley les cueste ahora hacer su trabajo y repartir multas a los infractores. “No prediqué con el ejemplo”, añadió.
El ministro había asegurado en marzo que “organizar una gran fiesta donde no se aplican las normas de distanciamiento social sigue siendo algo antisocial” y aseguró esta semana que, a pesar de todo, mantiene esa opinión. Pero se negó a dimitir. No considera que esto le haya hecho perder credibilidad y así se lo dejó claro al Parlamento holandés. Su discurso emotivo y sus disculpas llegaron a la mayoría de los diputados, que optaron por rechazar la moción de censura presentada por la ultraderecha, y le dieron una segunda oportunidad al ministro para que tratara de recuperar la confianza de la sociedad.
Eso sí, el ministro ofrece algo a cambio: las multas impuestas hasta ahora no aparecerán en los antecedentes penales de los ciudadanos y las sanciones pueden reducirse a menos de 100 euros, para que dejen de aparecer automáticamente en el historial de la persona. “Pero para las personas que, por ejemplo, escupen deliberadamente a los agentes, las reglas deben seguir siendo igual de estrictas”, añadió.
El presidente del sindicato de los BOA pide una política que pueda explicarse claramente a los ciudadanos de los Países Bajos y que logre “restaurar” la credibilidad en el Ejecutivo para poder aplicarse. "Esta política debe recibir el apoyo de la población y ser aplicada también por los encargados de exigir su cumplimento", enfatizó su presidente, Richard Gerrits. "Porque hay una gran grieta ahí", lamentó.
El contexto tampoco acompañaba al ministro holandés. Su error se produjo en la misma semana en la que salió a la luz una foto en la que los reyes de Países Bajos, Guillermo Alejandro y Máxima, posaban juntos y sin mantener la distancia con el propietario de un restaurante en Grecia, donde han pasado sus vacaciones de verano. “La espontaneidad del momento” les hizo olvidarse de las reglas de la distancia, lamentaron, en un comunicado emitido expresamente para pedir disculpas a la sociedad y instarlos a mantener la distancia.
"Errores" políticos
Políticos y líderes de alto rango de otros países también han sido desacreditados por no obedecer las reglas contra el coronavirus. Al mismo tiempo que se producía el debate parlamentario en Países Bajos para decidir el futuro político de Grapperhaus, FOX News publicó un video de Nancy Pelosi yendo a una peluquería en San Francisco. Estos locales han estado cerrados desde marzo, aunque el 1 de septiembre pudieron empezar a atender clientes solo al aire libre. Y la presidenta de la Cámara de Representantes tampoco llevaba puesta la mascarilla, al menos no cubriéndose la nariz y la boca.
En plena pandemia, cuando el Reino Unido ya empezó a aplicar unas normas más estrictas contra el coronavirus y confinó a la población, los ciudadanos solo podían salir de casa para cuestiones esenciales, como ir a hacer la compra o a la farmacia. Pero Dominic Cummings, el asesor del primer ministro británico Boris Johnson, se saltó la cuarentena en la que debía estar después de mostrar síntomas de la covid-19. Condujo unos 400 kilómetros hasta Durham, donde viven sus padres. Como Rutte, Johnson también apoyó a su hombre fuerte. Poco antes, uno de los asesores científicos principales del Gobierno de Johnson, Neil Ferguson, apodado "Mr. Confinamiento", tuvo que dimitir por saltarse la cuarentena para ver a su amante.
Pero no siempre se logró mantener un trabajo después de violar las normas. El ministro de Sanidad de Nueva Zelanda, David Clark, conocido por una gestión de éxito de la pandemia, decidió ir a la playa con su familia, a 20 kilómetros de su casa, y montar en bicicleta por las montañas, durante el nivel más alto de alerta en el país y en férreo confinamiento obligatorio para todos. El ministro se disculpó de inmediato ante la primera ministra, Jacinda Ardern, que le permitió quedarse al frente de la pandemia, pero en julio, cuando el país ya tenía bajo control los contagios por coronavirus, Clark dimitió.
Otro escándalo que se cobró el puesto no de un político sino de varias autoridades fue en Irlanda. Casi un centenar de invitados se dieron cita en un club de golf en Irlanda para celebrar un aniversario, en una pista al aire libre y después para cenar en un restaurante, en interiores. Las normas entonces limitaban a seis las reuniones dentro de los edificios, y 15 cuando se está al aire libre. Primero dimitió la ministra de Agricultura irlandesa, Dara Calleary, y después le siguieron un importante juez, varias personas fueron despedidas y el comisario europeo Phil Hogan se dio por vencido tras la presión.
¿Por qué no confinan a los holandeses como se hizo con los españoles o los italianos? Es una de esas cuestiones que extrañó a muchos estos meses. Lo de Países Bajos se llama -lo llama así su propio gobierno- un “confinamiento inteligente”, una estrategia de libertad y autonomía para dirigirse a una “sociedad madura” que sabe “respetar las normas” por “solidaridad”, sin necesidad de que estas sean “impuestas” por la Policía o con multas. Esta fue la explicación que repitió hasta la saciedad el primer ministro holandés, Mark Rutte, desde el estallido de la pandemia.
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