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Sello de calidad de la UE: por qué todos los partidos buscan el respaldo de Bruselas
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Sello de calidad de la UE: por qué todos los partidos buscan el respaldo de Bruselas

Los diferentes candidatos han pretendido durante toda la campaña el apoyo de las instituciones europeas, que son vistas como un árbitro neutral y superior de la política española

Foto: Vista de la bandera española y la bandera de la Unión Europea. (EFE/Yander Zamora)
Vista de la bandera española y la bandera de la Unión Europea. (EFE/Yander Zamora)

España ha desarrollado en los últimos años el vicio de convertir a Bruselas en el tribunal supremo de la política nacional. Durante la era de Pedro Sánchez en la Moncloa, esta tendencia se ha intensificado, con Gobierno y oposición intentando que la Comisión Europea se decante por sus posturas respecto a distintos debates, como el despliegue de los fondos europeos o el bloqueo del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Llegada la campaña, esta tendencia ha seguido su curso con una nueva variante: la de intentar convencer a una parte de los votantes de que las instituciones europeas y otros socios apoyan a uno de los lados de cara al 23 de julio.

Distintos miembros del Gobierno han hablado de que han recibido el apoyo de sus homólogos en las últimas reuniones. En otro ejemplo claro de esta tendencia, Nadia Calviño, vicepresidenta económica del Gobierno, llegó a asegurar que "todos" sus compañeros del Consejo de Economía y Finanzas (ECOFIN), donde hay ministros de Economía de Gobiernos ultraconservadores como el de Italia, Polonia o Hungría, difícilmente apoyarán a un ministro socialista por delante de uno conservador.

Foto: Pedro Sánchez, durante una rueda de prensa en Bruselas. (EFE/Olivier Hoslet) Opinión
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Otro ejemplo ha sido el uso por parte del presidente del Senado, Ander Gil, de una cita atribuida a Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, en la que supuestamente señalaba tras una reunión con Alberto Núñez Feijóo, candidato popular a las elecciones generales, que había ido al encuentro "sin ideas" y solamente "a desmontar el Gobierno de su país". El Ejecutivo comunitario tuvo que desmentir dichas palabras, pero el uso que se hizo de las mismas mientras estuvieron publicadas en una columna de opinión de El País, luego corregida y aclarada, muestra hasta qué punto el posicionamiento de una figura como Von der Leyen se consideraba un posible punto de inflexión.

Y eso teniendo en cuenta la figura relativamente gris y desconocida que puede llegar a ser Von der Leyen. Incluso durante el debate electoral entre Pedro Sánchez, Santiago Abascal y Yolanda Díaz, el presidente del Gobierno atacó al líder de Vox señalando que la presidenta de la Comisión Europea no se había reunido nunca con el grupo de los Conservadores y Reformistas (ECR), la familia política a la que pertenece Vox, como una manera de trasladar a España un aislamiento sufrido en Bruselas.

En el Partido Popular, por su parte, intentan esforzarse por hacer ver que Von der Leyen se aleja de Sánchez y empieza a acercarse a los populares como una muestra de que el resultado se da por hecho en Bruselas. En Génova saben que la relación entre el presidente del Gobierno y la alemana ha sido buena, e intentan hacer ver que ahora ellos son aceptados por la presidenta de la Comisión, que no deja de ser miembro del Partido Popular Europeo (PPE).

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante un encuentro en Moldavia con el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. (EFE/Fernando Calvo)

La razón de que se haga uso de esta carta europea en la política nacional es que la Unión cuenta con un enorme prestigio para la sociedad española, que es una de las más proeuropeas de entre los Veintisiete. Los españoles son, además, de los europeos que más confían en las instituciones comunitarias. Para un país con una democracia joven en 1986, cuando España ingresó en la Comunidad Económica Europea, el club comunitario era, en cierto modo, una garantía de consolidación del sistema democrático.

Era también, tras cuarenta años de aislamiento, la entrada definitiva en la modernidad. La idea de que Europa acaba en los Pirineos no venía solamente impuesta desde el norte de Europa: era algo asumido por los españoles. Ese complejo de inferioridad, ese hablar de Europa en tercera persona, es algo de lo que, de hecho, todavía sufren muchos políticos e incluso algunos técnicos. La política española en la Unión ha consistido en algunas ocasiones en intentar no irritar a nadie, producto de una especie de síndrome del impostor.

Foto: Acceso a la carretera de La Coruña a su salida por Madrid. (EFE/Víctor Lerena)

La relación de España con la Unión Europea y con Bruselas es, en muchas ocasiones, paternofilial. Y eso ayuda a explicar por qué en los últimos años Gobierno y oposición han intentado que la Comisión Europea se alinee con sus tesis: en la política nacional del día a día la oposición y el Ejecutivo luchan en un "tu palabra contra la mía", pero si uno puede arrogarse la autoridad de estar siendo respaldado por Bruselas entonces ganará el debate.

Por eso, en un escenario de "guerra total" entre los principales partidos, en un ambiente muy polarizado, en el que se han ido desgastando y vaciando todas las fuentes de legitimidad para unos votantes cada vez más encasillados en cada uno de los bloques, el escenario europeo puede ser determinante en la batalla política nacional. Si uno de los partidos o bloques logran recibir, aunque sea una parte de ese prestigio y autoridad que tiene Bruselas en plena sequía de legitimidad política, puede ser un elemento clave a la hora de ganar el pulso electoral.

España ha desarrollado en los últimos años el vicio de convertir a Bruselas en el tribunal supremo de la política nacional. Durante la era de Pedro Sánchez en la Moncloa, esta tendencia se ha intensificado, con Gobierno y oposición intentando que la Comisión Europea se decante por sus posturas respecto a distintos debates, como el despliegue de los fondos europeos o el bloqueo del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Llegada la campaña, esta tendencia ha seguido su curso con una nueva variante: la de intentar convencer a una parte de los votantes de que las instituciones europeas y otros socios apoyan a uno de los lados de cara al 23 de julio.

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