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El triunfo de los 'dictadores del relato': las elecciones en Turquía las decidirá el mensaje
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El triunfo de los 'dictadores del relato': las elecciones en Turquía las decidirá el mensaje

En los últimos años, se ha puesto de moda en el campo de la ciencia política un concepto para definir aquellos sistemas de gobierno que, sin ser democráticos, no pueden ser considerados dictaduras al uso

Foto: Recep Tayyip Erdogan. (Reuters/Murad Sezer)
Recep Tayyip Erdogan. (Reuters/Murad Sezer)

A priori, las elecciones del pasado 15 de mayo en Turquía parecían las más complicadas que Recep Tayyip Erdogan había afrontado jamás, con una economía en caída libre —la inflación había alcanzado un récord del 85% pocos meses antes, y con la lira turca devaluada un 450% en cinco años—, teniendo que hacer frente a las consecuencias de un devastador terremoto en el sureste del país, y con la oposición por primera vez unida tras un solo candidato. Y sin embargo, pese a las expectativas de adversarios y observadores, Erdogan obtuvo cinco puntos más que su rival, Kemal Kiliçdaroglu. No logró la mayoría absoluta, pero superó cómodamente el desafío que se le planteaba. Este domingo ambos políticos se enfrentan en una segunda vuelta, y la mayoría de las encuestas —aunque no todas— le dan la ventaja a Erdogan.

Lo ocurrido en esa primera vuelta ha sido explicado de muchas maneras: a Erdogan le ha beneficiado la altísima participación (de hasta un 90%) y el voto de la diáspora europea. Las cuestiones identitarias han pesado más que las económicas: la oposición ha ganado no solo en las áreas más liberales del país (como la costa y las grandes ciudades) o las más levantiscas (como las regiones kurdas), sino también en aquellas zonas industriales más afectadas por la inflación y la pérdida de competitividad, pero en el resto de Turquía el presidente ha arrasado. Como señala un irónico titular de la publicación Foreign Policy: "En Turquía no es la economía, estúpido". Pero sobre todo, esta victoria representa el enésimo triunfo de las "dictaduras del relato", del que el régimen de Erdogan es probablemente el ejemplo más sobresaliente.

Algunos expertos hablan de "autoritarismo competitivo", "autocracias electorales" y "democracias iliberales"

En los últimos años se ha puesto de moda en el campo de la ciencia política un concepto para definir aquellos sistemas de gobierno que, sin ser democráticos, no pueden ser considerados dictaduras al uso. Algunos expertos hablan de "autoritarismo competitivo", "autocracias electorales", "democracias iliberales" y otros términos que reflejan ese carácter híbrido. Uno de los términos que más éxito ha cosechado es el de los spin dictators, un juego de palabras con el concepto de spin doctors o asesores de comunicación hoy omnipresentes en el ámbito político, y que podría traducirse como "dictadores del relato". El término, acuñado por los profesores Sergei Guriev y Daniel Treisman en un libro del mismo título publicado el año pasado, supone un contraste con los "dictadores del miedo" tradicionales, aquellos que cimentan la estabilidad de sus regímenes en el uso del terror y la represión masiva.

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin. (Reuters/Mikhail Klimentyev)

"La principal diferencia entre los dictadores del relato y los dictadores del miedo es que estos últimos utilizan abiertamente la represión, mientras que los primeros fingen ser demócratas", explica Sergei Guriev. "Kim [Jong-un] no celebra elecciones. Erdogan dice 'soy popular, gano elecciones'. Las elecciones en Turquía de hecho son no justas, que es exactamente el motivo por el que Turquía no puede ser considerada una democracia. Es un régimen no democrático que finge ser una democracia; así es como definimos a una dictadura del relato", dice a El Confidencial.

En este concepto hay otros aspectos clave: el uso selectivo de la represión, donde a los opositores no se les encarcela por razones políticas sino por supuestos delitos comunes, fiscales e incluso sexuales; el mantenimiento de un aparato estatal teóricamente independiente pero donde todos los poderes están bajo el control del régimen, especialmente la judicatura; el uso de los recursos del estado para crear redes clientelares; y sobre todo, el control de los medios de comunicación, para poder manejar la propaganda y las narrativas políticas a conveniencia. Los nuevos dictadores del siglo XXI —Vladímir Putin, Nicolás Maduro, Ilham Aliyev, Daniel Ortega o, cada vez más, Víktor Orban— siguen todos ese mismo manual, aunque a la mayoría de ellos, llegado el momento, no les ha temblado el pulso a la hora de recurrir a la violencia y a la supresión sangrienta de protestas y disidentes.

Controlar los medios y las narrativas

"Erdogan es un caso muy interesante. Después [del golpe de estado fallido en] 2016, el número de periodistas arrestados, opositores políticos, disidentes, jueces y demás, aumentó considerablemente y superó la escala usual de represión limitada de otras dictaduras del relato. Hubo un estado de emergencia prolongado. Y, sin embargo, los principales elementos de las dictaduras del relato se mantuvieron: se celebraron elecciones pero no se permitió a oponentes significativos participar por "razones no políticas", el paisaje mediático estaba dominado [por Erdogan] pero no mediante la introducción de censura total, etc.", comenta Guriev.

"¿Puede un autócrata como Erdogan perder unas elecciones? Sí, y lo vimos en Estambul. La diferencia entre elecciones justas e injustas es que en democracia el aspirante a la reelección y la oposición tienen las mismas oportunidades. Si la oposición es incluso solo un poco más popular, como por ejemplo Lula el año pasado, Trump en 2016, Biden en 2020, gana", señala Guriev. "En un régimen no democrático, incluso si la actuación subyacente y la popularidad del candidato a la reelección está significativamente por debajo, como Erdogan y sus problemas económicos y la exposición de la corrupción de su régimen debido al terremoto, todavía es capaz de ganar", añade este experto.

Uno de los pocos observadores que previó los resultados del 15 de mayo fue Soner Çagaptay, autor de varios libros sobre la Turquía de Erdogan. A diferencia de otros analistas, que se mostraban mucho más optimistas acerca del probable fin del gobierno del actual presidente turco, diez días antes de las elecciones Çagaptay publicó un largo artículo en el que detallaba las características que hacían al régimen tan resiliente. Entre otras cosas, señaló que gracias a su control de los medios de comunicación turcos, Erdogan había conseguido cambiar los términos del debate acerca de las consecuencias del terremoto y lograr que en su lugar se hablase de los logros industriales y militares de Turquía bajo su mandato.

Foto: Recep Tayyip Erdogan. (Reuters/Umit Bektas)

"La principal fortaleza de Erdogan es su control de la información. Dada su abrumadora influencia sobre los medios turcos y al hecho de que alrededor del ochenta por ciento de la población no puede leer otros idiomas que el turco, el dar forma al mensaje se ha convertido en una de sus armas más poderosas para conseguir votos", escribió Çagaptay en la revista Foreign Policy. Los medios turcos apenas mencionan la inflación o los problemas en la respuesta al terremoto, y jamás hablan de la corrupción gubernamental u otros asuntos inconvenientes. "En su lugar, a los ciudadanos se les suministra un torrente continuo de noticias sobre el creciente estatus de Turquía como una gran potencia internacional", explica.

De hecho, una de las narrativas que más impacto ha tenido en las elecciones ha sido la de que la oposición es "amiga de los terroristas", en este caso la guerrilla kurda del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), para lo que Erdogan recurrió incluso a un burdo montaje en vídeo en el que se veía a los líderes de la organización armada apoyando a Kiliçdaroglu. La idea de que si gana la oposición pondrá en libertad al líder del PKK, Abdullah Öcalan, y a otros militantes kurdos, ha calado profundamente entre gran parte de la población, lo que ha permitido dividir, neutralizar e incluso capitalizar un voto que quizá de otro modo en algunos casos habría sin duda ido a parar a los rivales de Erdogan.

La venganza de Anatolia

Pero además del nacionalismo, hay otro aspecto que explica la adhesión a Erdogan de una gran parte de la población turca, que este ha sabido manejar con gran acierto: el temor de la Turquía más conservadora a un regreso al statu quo anterior, en el que la religión era a menudo reprimida por los secularistas en el poder. En la Turquía moderna fundada por Mustafá Kemal Atatürk, los militares siempre han actuado como garantes del laicismo, y cada vez que los experimentos democráticos han llevado a un político de corte más religioso (o abiertamente islamista) al poder, las fuerzas armadas han intervenido para restablecer las políticas seculares. Esta represión a veces ha llegado a extremos absurdos, como la prohibición de acudir a la universidad llevando velo, lo que llevaba a las estudiantes más conservadoras a colocarse pelucas encima de la prenda para poder recibir una educación secundaria.

Erdogan es el único líder conservador que ha logrado romper ese ciclo y sobrevivir a las presiones del ejército, y parte de su atractivo inicial residía en la promesa de que su Partido Justicia y Desarrollo (AKP) era la versión islámica de los democristianos europeos, un partido de base religiosa pero sobre todo demócrata, más liberal que sus oponentes kemalistas. "Respetamos todos los estilos de vida, pero queremos que se respete el nuestro", fue uno de los principales mantras del AKP en su primer año en el poder, una premisa que el tiempo acabaría demostrando falsa.

Foto: Partidarios de Erdogan celebran los resultados (EFE/Necati Savas)

Pero la huella de aquella época persiste. "En las partes rurales de Turquía, la gente religiosa, las mujeres que llevan velo, están traumatizadas. Fueron maltratadas por los kemalistas, por los republicanos, durante décadas. Ese trauma es demasiado precioso para romper con él", señala el escritor turco Kaya Genç en una reciente entrevista. "Quieren mantener ese trauma, quieren sentir cómo una figura de un sultán es lo que les une y les protege. De otro modo serán atacados de nuevo por los kemalistas, por los poderes occidentales, que se llevarán sus velos, su forma religiosa de vida, sus libertades religiosas", dice con cierta ironía.

Un vídeo emitido en los días previos a la primera ronda electoral recoge perfectamente este espíritu. Una señora con velo, al ser preguntada a quién va a votar, responde: "Al AKP, porque antes los médicos nos maltrataban, y ahora si no nos gusta el médico podemos pegarle". Ese empoderamiento, y el temor a perderlo, es lo que explica que una parte enorme del electorado se haya movilizado para votar, y para hacerlo a favor de Erdogan.

El presidente turco, por supuesto, es muy consciente de este factor, y lo ha explotado en los mítines, apelando no solo al miedo por el posible regreso de los kemalistas al poder, sino también a la característica de supuesto "infiel" de Kiliçdaroglu por su condición de aleví, una fe minoritaria que muchos musulmanes suníes consideran herética. Y en un guiño simbólico a las bases más religiosas entre sus votantes, en la víspera de las elecciones Erdogan fue a rezar en Hagia Sofia, el antiguo templo bizantino convertido en museo por el kemalismo y que hace tres años el gobierno turco reconvirtió en mezquita.

La trampa de las elecciones

Quizá la trampa más hábil planteada por Erdogan es la misma celebración de elecciones, que nadie espera que sean ecuánimes. Los observadores de la OSCE enviados a la primera vuelta describen así el proceso: "Las restricciones continuadas en las libertades fundamentales de reunión, asociación y expresión erosionaron la participación de algunos políticos y partidos de la oposición, la sociedad civil y los medios independientes en el proceso electoral. Sin embargo, la campaña en sí fue competitiva y en gran medida libre para la mayoría de los participantes, pero caracterizada por una intensa polarización, y plagada de una dura retórica, algunos casos de mal uso de recursos administrativos, y la presión y la intimidación contra un partido de oposición". O, como se suele decir, "elecciones libres pero no justas".

"Turquía conoce la represión extrema, como atestigua el elevado número de periodistas y activistas encarcelados. Pero, en paralelo, el gobierno mantiene un espacio para la competición política. Los partidos de oposición pueden hacer campaña, generando un apoyo significativo, y los medios pro-oposición lanzan sus mensajes. La oposición crea esperanza y hace las elecciones interesantes. Y al hacerlo, proporcionan algo de gran valor para el líder autoritario: legitimidad. Si es elegido en elecciones competitivas, claramente disfruta de apoyo real y no se apoya simplemente en la fuerza bruta para acallar cualquier voz opositora", apunta Michael Meyer-Resende, director ejecutivo de la ONG alemana Democracy Reporting International. "En la batalla esencial por la opinión pública nacional e internacional, esas visiones son oro puro para la percepción de la legitimidad de Erdogan. Pintan la imagen de una elección normal en la que los resultados no han sido predeterminados. Una imagen que oscurece el hecho de que las condiciones para la derrota de la oposición han estado en preparación desde hace más de una década", afirma en un reciente artículo.

Es una idea perspicaz, por cuanto algunos de los principales oponentes de Erdogan, como el líder kurdo Selahattin Demirtas —que fue el cuarto político más votado en las elecciones de 2015— llevan media década en la cárcel, igual que muchos activistas y figuras relevantes que apoyaron las llamadas protestas de Gezi de 2013 (en 2018, Turquía pasó de ser un país "parcialmente libre" a "no libre" en la clasificación de la organización estadounidense Freedom House). La tercera fuerza de oposición, el ultranacionalista Partido de Acción Nacional (MHP), fue cooptada por el gobierno y desapareció como rival. Casi todos medios de comunicación independientes fueron sometidos a importantes multas por no cumplir con ciertas supuestas regulaciones, y casi todos los que no pasaron a estar bajo control directo del régimen han desaparecido. Y mientras el AKP goza de todos los recursos del estado y los utiliza de forma electoralista, a los partidos opositores se les pone una traba tras otra. La politóloga turca Gönül Tol ponía de manifiesto esta injusticia esta semana en un tuit sobre cómo una televisión estatal trata la carrera electoral, donde junto a la foto de Erdogan se habla de "el otro candidato", sin que aparezca su nombre ni su foto.

La duda es si, en estas condiciones, la competición electoral es un mero espejismo o la oposición puede realmente vencer en las urnas. La pérdida de las alcaldías de Estambul y Ankara en las últimas elecciones locales avivó la expectativa de sacar a Erdogan del poder por medios democráticos. Pero la narrativa de esperanza promovida por la oposición no cosechó los frutos esperados en la primera vuelta, y de cara a esta segunda ronda Kiliçdaroglu ha endurecido su mensaje: no solo promete devolver a su país a millones de sirios en un plazo de dos años —algo que ya había señalado, y que es una idea popular entre muchos turcos—, sino que también rechaza cualquier concesión a los "terroristas" kurdos, en un intento de ganarse el voto ultranacionalista.

El resultado de las elecciones, parece, lo decidirá el relato. "Si Erdogan gana, serán malas noticias para la economía y la sociedad de Turquía. En términos globales, Turquía es un país muy importante. Pero la victoria de Erdogan será solo otra victoria para los dictadores del relato, no la primera ni la última", apunta Guriev. "Los movimientos democráticos alrededor del mundo sacarán algunas lecciones. Y lo mismo harán los dictadores del relato. La batalla global por la libertad continuará", concluye.

A priori, las elecciones del pasado 15 de mayo en Turquía parecían las más complicadas que Recep Tayyip Erdogan había afrontado jamás, con una economía en caída libre —la inflación había alcanzado un récord del 85% pocos meses antes, y con la lira turca devaluada un 450% en cinco años—, teniendo que hacer frente a las consecuencias de un devastador terremoto en el sureste del país, y con la oposición por primera vez unida tras un solo candidato. Y sin embargo, pese a las expectativas de adversarios y observadores, Erdogan obtuvo cinco puntos más que su rival, Kemal Kiliçdaroglu. No logró la mayoría absoluta, pero superó cómodamente el desafío que se le planteaba. Este domingo ambos políticos se enfrentan en una segunda vuelta, y la mayoría de las encuestas —aunque no todas— le dan la ventaja a Erdogan.

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