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Auge y caída de Recep Tayyip Erdogan
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¿El final de una era en Turquía?

Auge y caída de Recep Tayyip Erdogan

El chico de barrio que quiso reinar y acabó lanzando bolsas de té en los incendios

Foto: Erdogan se la juega en unas elecciones en las que no parte como favorito. (Reuters/Dylan Martinez)
Erdogan se la juega en unas elecciones en las que no parte como favorito. (Reuters/Dylan Martinez)

Inventó el trumpismo antes de que Trump llegara al poder. Se le adora o se le odia. Era un hombre del pueblo que, ebrio de poder, se construyó un palacio megalómano. Hace muchos años visitó Sevilla y un kurdo sirio le tiró un zapato a la cabeza. Y ha prometido casi tantas viviendas como Pedro Sánchez para reconstruir la zona arrasada por los terremotos de febrero.

Es alto y un orador fogoso. Cambió el anís por el yogurt como bebida nacional. Juró a su dios que llegaría a la cima para ayudar a los pobres, pero ahora a los pobres y a los muertos les dice que los terremotos son cosa de dios.

Foto: terremoto-turquia-montana-mediterraneo
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También se puede decir que llegó al poder por un seísmo, y que un seísmo le podría arrebatar el poder. Los expertos dicen que eso sería una exageración. Pero es una metáfora muy tentadora que cuadra fechas y desencadenantes del auge y caída de Recep Tayyip Erdogan.

El ínclito mandatario, de 69 años, se juega su continuidad en el poder tras dos décadas invicto. Ha pasado de ser la gran esperanza del islam democrático, de los campesinos y obreros devotos, de ser el demiurgo del desarrollo económico y de colocar a Turquía en el mapa durante la década de los 2000, a convertirse en un gamberro furibundo que de tanto sacar la navaja contra Occidente en la arena diplomática se ha cavado su propia fosa.

"De tanto sacar la navaja contra Occidente en la arena diplomática se ha cavado su propia fosa"

La Turquía de ahora y la de hace 20 años tampoco es la misma. Primero dio un giro de 180 grados hacia el crecimiento económico, el respeto a la diversidad, la proyección internacional. Fue la victoria del turco negro contra el turco blanco, una forma de populismo que ya había practicado con éxito Süleyman Demirel en los 60 y 70. Pero Erdogan ha seguido girando la rueda de la fortuna y ahora Turquía es todo aquello contra lo que luchó, pero él es el rey.

De niño vendiendo rosquillas con sésamo en el barrio gris estambuliota de Kasimpasa, a adolescente con visos de ser fichado por el Fenerbahce, pasando por una clique de teatro islámico en su camino rutilante hacia el liderazgo del país. Unos años de bonanza. Y de ahí, fast forward a construirse una torre de marfil con más de mil habitaciones en Ankara y aferrarse al poder a costa de los derechos humanos y de la democracia.

Foto: Simpatizantes del candidato presidencial turco Kemal Kilicdaroglu. (EFE/E. Sahin)

Hubo un tiempo en el que Erdogan, desde su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), fue un buen líder para Turquía, en concreto sus diez primeros años, cuando la economía turca empezó a crecer por encima del 6%. Eso fue tres años después del terremoto de Izmit, que en 1999 dejó 17.000 muertos y desencadenó una gran depresión económica.

"Es una exageración decir que Erdogan llegó al poder gracias al terremoto de 1999. Es cierto que el terremoto desencadenó una crisis que las élites de entonces no supieron manejar y eso favoreció la victoria de Erdogan", explica a El Confidencial Andrew Finkel, cofundador de P24, una plataforma por la independencia de la prensa en Turquía, y primer occidental en entrevistar a Erdogan cuando este era todavía alcalde de Estambul, a finales de los 90. Su impresión de ese encuentro fue que el nuevo alcalde era huraño y poco amigable, "era muy desagradable y claramente no se sentía cómodo hablando con la prensa extranjera".

Foto: Un simpatizante de Erdogan grita consignas tras la bandera. (Reuters)

Fue precisamente durante su alcaldía, en 1996, cuando viajé por primera vez a la ciudad del Bósforo. Mis amigos de entonces eran profesionales kemalistas y de izquierdas. Reconocían que muchas de las medidas del alcalde eran efectivas. Había limpiado las hediondas aguas del Cuerno de Oro e invertido en infraestructuras, mejorado el tráfico. Pero desconfiaban de su religiosidad. Semanas antes ya había intentado prohibir la venta de alcohol en los cafés, una medida que tuvo que revertir ante las quejas del sector turístico.

Las canciones de moda ese agosto eran Rakkas de Sezen Aksu y, el verano siguiente, Simarik (Kiss Kiss) de Tarkan. Un paquete de cigarrillos costaba 3 millones de liras. Y Turquía tenía entonces una primera ministra, la muy prooccidental Tansu Çiller, a quien uno de mis conocidos del diario Hürriyet había fotografiado en el instante preciso en que su falda plisada ondeaba a lo Marilyn mientras bajaba de su avión en el antiguo aeropuerto de Atatürk. Ahora la estampa del poder es Erdogan con gafas de sol y chaqueta ochentera a cuadros, acompañado de su esposa Emine cubierta con un pañuelo como el que llevan la mitad de las mujeres turcas y que se ha convertido en un símbolo de "liberación" frente a la represión del laicismo.

"Semanas antes ya había intentado prohibir la venta de alcohol en los cafés, una medida que tuvo que revertir"

A finales del 97 Erdogan fue encarcelado durante diez meses acusado de intolerancia religiosa tras leer un poema de Ziya Gökalp: "las mezquitas son nuestros cuarteles, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas y los creyentes nuestros soldados". El británico Finkel volvió a entrevistarlo cuando salió de la cárcel, y había cambiado radicalmente. Era un charlatán encantador y trajeado que seducía a la prensa. Quizás ese nuevo carisma naciera de la conciencia de sentirse mártir, que es lo que requieren las causas religiosas y nacionalistas. Y el martirio lo catapultó al poder. En 2003 fue elegido primer ministro. Se declaró entonces devoto, pero aseguró que la religión no interferiría en su política.

El Erdogan de entonces devolvió la dignidad al turco de la calle, promovió el pluralismo y confirió poder a grupos marginalizados por el régimen laico, no solamente a los religiosos conservadores, sino también a los kurdos, alevíes y otras minorías. Erdogan permitió la enseñanza de la lengua kurda y, aunque ahora cueste creerlo, él encarnaba el entusiasmo por ingresar en la Unión Europea.

Foto: Ceremonia fúnebre de las víctimas kurdas muertas en la campaña de Anfal en 1988 (REUTERS/Azad Lashkari)

"Recuerda, Erdogan subió al poder gracias a las reformas de membresía de la UE, que lo convirtieron en un héroe contra los represivos militares turcos", explica a El Confidencial Mustafa Gurbuz, del Arab Center en Washington. "La de Erdogan es una tragedia shakesperiana. Toda su última década ha consistido en deshacer los logros que consiguió en sus primeros años en el poder. Turquía ha regresado ahora al militarismo autoritario, y no es una sorpresa que los costes económicos de esa política sean insostenibles".

Pero volvamos al cambio de milenio, cuando la economía iba muy bien. "Erdogan se atribuyó el mérito, pero las medidas económicas que se aplicaron entonces fueron las recomendadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), que acudió al rescate" cuando la situación económica era similar a la de hoy. "El verdadero ingeniero de la recuperación económica fue Kemal Dervis, que murió la semana pasada" (8 de mayo, a los 74 años), subraya Finkel. El aislamiento puede haber llevado al mandatario a tomar medidas irracionales, como su obsesión por mantener los tipos de interés bajos, en un intento por replicar un milagro, el de 2003, que no le pertenece, valora este observador británico. Otro de sus desvaríos fue en 2021, cuando visitó las zonas afectadas por los incendios y decidió que la solución era lanzar bolsas de té a los ciudadanos.

Con Erdogan, el típico campesino anatolio cabreado, barrigudo y machista ha perdido los complejos. Ahora sale a la calle a apedrear al alcalde opositor. También hay un núcleo indómito de población secular, adicta al poder y al clasismo, que se ha comprado apartamentos en Barcelona, Roma o Atenas y huido del país. Los erdoganistas son un 30% del censo electoral y seguirán votando al presidente aunque se les caiga la casa encima.

"Los erdoganistas son un 30% del censo electoral y seguirán votando al presidente aunque se les caiga la casa encima"

"Erdogan ya era trumpista antes de que (Donald) Trump llegara al poder. Cuanto más se le ataca, más apoyo recibe de los suyos", prosigue Finkel. Tras esa primera etapa de eficiencia política, las tensiones con la UE y EEUU empezaron a brotar: retrasos y escollos frustrantes con los europeos, críticas de Washington por el genocidio armenio y la guerra de Irak, y algún que otro paréntesis entusiasta como la alianza de Civilizaciones con José Luis Rodríguez Zapatero.

Los laicos siempre estuvieron convencidos de que Erdogan tenía una agenda islamista oculta. Fue en 2008 cuando este intentó por primera vez abolir la prohibición del velo en universidades, y lo consiguió pocos años más tarde. La narrativa antioccidental y las salidas de tono populistas ya estaban a la orden del día en las apariciones públicas del primer ministro en esas fechas. Fue entonces cuando Finkel se cruzó por última vez con él. Le preguntó por qué había cambiado su narrativa, y Erdogan le contestó "porque es lo que la gente espera de mí".

"El populismo de Erdogan es comparable al del venezolano Hugo Chávez", dice a El Confidencial Orcun Selcuk, profesor del Luther College, en Iowa, que ha centrado su investigación en populismo y polarización comparando a líderes como Erdogan, Chávez y el ecuatoriano Rafael Correa: "El nivel de polarización en Turquía se parece más al de Venezuela que al de Ecuador. Los sentimientos en torno a Erdogan son muy intensos a ambos lados. Como Chávez, tiene también una audiencia regional. Los dos querían ser líderes en Oriente Medio y en Latinoamérica".

Foto: Aftermath of the deadly earthquake in hatay

Con el éxito económico, Erdogan empezó a acariciar la idea de convertirse en un modelo de democracia islámica para el convulso Oriente Medio. Cero problemas con los vecinos, proclamaba entonces. Mejor ser cabeza de ratón que cola de león. Su narrativa antioccidental empezó a ganar adeptos en la región, donde se culpa de todos los males a Occidente. Y cuando en 2011 estalló la Primavera Árabe, Erdogan se alineó de inmediato con los sublevados, en su mayoría musulmanes suníes con líneas ideológicas cercanas a los Hermanos Musulmanes. Así lo hizo en Siria.

Como el resto de países que intervinieron en el conflicto, Erdogan pensó que sería cuestión de días derrocar a Bashar al-Assad. Doce años más tarde, cuatro millones de refugiados sirios viven en Turquía y Europa ha acogido más de un millón. El turco amenazó en 2016 a la UE con abrir las fronteras y dejar pasar al resto, a menos que le dieran dinero. De la misma manera no ha tenido escrúpulos para aprovechar el filón xenófobo de la oposición y ha prometido enviarlos de regreso a su país, donde pueden ser torturados o morir. Los mismos sirios que antes adoraban a Erdogan, ahora lo repudian. "No es más que un vendedor de alfombras", me dice un analista del país vecino.

Foto: Emmanuel Macron, y su homólogo egipcio, Abdelfatah al Sisi. (Reuters)

"El régimen represivo de Erdogan es tolerado por la UE debido a su acuerdo migratorio, que puede ser revocado si la oposición llega al poder. Por lo tanto, algunos líderes europeos ven a Erdogan como lo malo conocido, y son escépticos sobre potenciales nuevas negociaciones en la era post-Erdogan. Pero si la oposición gana, será el fin de la 'diplomacia de rehenes'", señala Gurbuz, quien añade que "Erdogan ha estado explotando estos acuerdos con Europa para llevar a cabo abusos de derechos humanos, exigiendo a Alemania y Suecia que deporten a Turquía a periodistas y miembros de la oposición incluidos kurdos". Turquía, con el segundo ejército más potente de la OTAN en la región por detrás de Israel, se ha opuesto también al acceso de Finlandia y Suecia, lo que beneficia a su "amigo" Vladímir Putin en su invasión de Ucrania.

En la deriva autoritaria de Erdogan, las protestas de Gezi de 2013 y el fallido golpe de estado de 2016 son dos de los puntos de inflexión. En Gezi se movilizaron más de tres millones de turcos de diversas ideologías contra sus políticas cada vez más represivas. El mandatario entró en shock. Él era la voz del pueblo, y ahora el pueblo se alzaba contra él. Su brutal represión de las protestas se saldó con una decena de muertos y 8.000 heridos. Y desencadenó la primera huida de talentos del país. El mandatario se aisló más y su paranoia fue in crescendo.

Con la represión del golpe, aparte de descabezar al ejército, encarceló a 127.000 funcionarios, intelectuales, profesores, abogados...

Con la represión del golpe fallido, aparte de descabezar al ejército, encarceló a 127.000 funcionarios, intelectuales, profesores, abogados, periodistas. Entre ellos, al carismático líder del partido pro-kurdo HDP, Selahattin Demirtas, y al filántropo Osman Kavala. A todos acusaba de conspirar contra él y colaborar con los terroristas golpistas, orquestados por su antiguo socio político Fetullah Gülen. Con esa misma justificación, detuvo al pastor estadounidense Andrew Brunson en 2018, lo que desencadenó las sanciones económicas de su amigo Donald Trump, y el inicio del declive económico de un país muy dependiente de la inversión extranjera.

Ha manoseado todas las leyes para mantenerse en el poder. De primer ministro a presidente en 2014, de democracia parlamentaria, a sistema presidencial con poderes ejecutivos en su persona. Algo queda de democracia en Turquía, porque en 2018 Erdogan perdió Estambul y Ankara, mal presagio. Luego vino la pandemia.

Los terremotos de febrero dejaron al descubierto las vergüenzas de su sistema. La ayuda y el rescate paralizados durante días a la espera de las órdenes del "reis", mientras las víctimas agonizaban bajo las ruinas. Cincuenta mil muertos y millones de damnificados. El hombre que acumuló todos los poderes culpa ahora a los demás, incluso a su dios, de todos sus males. El sultán está solo.

Inventó el trumpismo antes de que Trump llegara al poder. Se le adora o se le odia. Era un hombre del pueblo que, ebrio de poder, se construyó un palacio megalómano. Hace muchos años visitó Sevilla y un kurdo sirio le tiró un zapato a la cabeza. Y ha prometido casi tantas viviendas como Pedro Sánchez para reconstruir la zona arrasada por los terremotos de febrero.

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