Es noticia
En estas elecciones se acaba Erdogan o la democracia turca
  1. Mundo
¿un cambio en Turquía?

En estas elecciones se acaba Erdogan o la democracia turca

Las elecciones en Estambul están más ajustadas que nunca. Gobierno y oposición buscan la presidencia ante los posibles cambios de rumbo de Turquía tras el recuento

Foto: Un hombre con la cara tapada frente a un enorme cartel con la imagen del presidente turco Recep Tayyip Erdogan. (EFE/Sedat Suna)
Un hombre con la cara tapada frente a un enorme cartel con la imagen del presidente turco Recep Tayyip Erdogan. (EFE/Sedat Suna)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Pese a que el régimen de Erdogan solo puede ser calificado de autocracia debido a la persecución constante de opositores y periodistas, el sometimiento absoluto de la judicatura y todos los demás poderes al ejecutivo y una larguísima lista de atropellos contra el estado de derecho, la paradoja es que en Turquía las elecciones siguen siendo importantes. Los observadores electorales de la OSCE consideran las elecciones en Turquía "libres, pero no justas": aunque el partido gobernante utiliza todos los recursos del estado a su favor, aquí —a diferencia de otros países donde nominalmente se celebran comicios con regularidad, como Rusia, Nicaragua o algunos estados postsoviéticos— la contestación política en las urnas es auténtica. En convocatorias anteriores no se ha producido fraude electoral masivo porque Erdogan no lo ha necesitado: su popularidad era legítima y sus victorias, reales.

La prolongada crisis económica —agravada por una serie de decisiones tomadas personalmente por el propio Erdogan— ha venido a acabar con todo eso. Según el grupo de expertos independientes Enagrup, citado en un análisis del Real Instituto Elcano, en marzo la cifra interanual de inflación alcanzó el 112,5%, al tiempo que la lira se ha depreciado enormemente en los últimos cinco años, algo que los ciudadanos turcos notan de forma visible.

Foto: Miles de personas protestan en Turquía por la condena del alcalde de Estambul. (Reuters/Alp Eren Kaya)

La erosión que todo esto genera viene siendo evidente desde hace tiempo, especialmente desde 2019, cuando el AKP perdió las alcaldías de Estambul y Ankara ante el opositor Partido Republicano del Pueblo (CHP). Y la puntilla a esta tendencia decreciente se la dio el terremoto del pasado 6 de febrero, en el que el número de víctimas —más de 50.000 muertos y 100.000 heridos, el mayor en la historia reciente de la región— se vio sin duda agravado tanto por la corrupción de numerosos constructores como por las amnistías a los edificios fabricados sin licencia que el propio AKP de Erdogan aprobó en los años previos a la tragedia. Al AKP, a menudo apodado "el partido de los constructores", este desastre le ha acabado pasando factura, pese a los intentos del gobierno de prometer ayudas para los afectados y de buscar rápidamente cabezas de turco entre los empresarios del ladrillo.

A eso se le suma que la oposición, por primera vez, ha logrado consensuar una candidatura conjunta liderada por Kemal Kiliçdaroglu (un veterano político del CHP con una larga reputación de honradez aunque carente de carisma, lo que ha generado enormes fricciones en la coalición opositora, muchos de cuyos miembros habrían preferido a otros candidatos con más tirón, como los nuevos y muy populares alcaldes de Estambul y Ankara, Ekrem Imamoglu y Mansur Yavas, que finalmente irán en las listas como vicepresidentes). Esta agrupación de seis partidos incluye desde el centro-izquierda hasta la ultraderecha nacionalista, y es apoyada desde fuera por la principal formación kurda.

Un vídeo electoral de Kiliçdaroglu llamando a la pluralidad religiosa de Turquía —en contraste con el férreo e intolerante nacionalismo islamista propugnado por el partido de Erdogan— ha sido visto más de 114 millones de veces, lo que lo convierte en uno de los más reproducidos en la historia del país. Además, la diáspora se ha movilizado de forma histórica para votar, tanto por correo como, en muchos casos, regresando a Turquía para hacerlo presencialmente. El voto por correo —que tiende a favorecer a la oposición— ha alcanzado una cifra récord del 51% en 73 países, lo que representa casi 900.000 votos.

Puede ser el fin de Erdogan… o de la democracia turca

Para Erdogan y su entorno cercano, esta elección va más allá de lo político y entra en el terreno de la lucha existencial. Dados los numerosos abusos durante su gobierno —desde la represión contra la oposición hasta los múltiples casos de corrupción—, es probable que en caso de perder el poder, el actual presidente, varios miembros de su familia y unos cuantos ministros y altos cargos de su partido acaben sentados en el banquillo en algún momento.

Por eso, no se descartan los escenarios más oscuros, desde que se recurra al fraude electoral masivo hasta que el AKP se niegue a ceder el poder si pierde, algo para lo que ya parece estar preparando el terreno, acusando a la oposición de "estar apoyada por los terroristas" y negociando en secreto con la insurgencia kurda del PKK. "Mi nación no será entregada a alguien que se convierte en presidente con el apoyo de Kandil [la región del norte de Irak donde están las bases del PKK]", dijo Erdogan el lunes pasado en un mitin. Su ministro de interior, Suleyman Soylu, ha afirmado que "el 14 de mayo es un intento de golpe de estado político", y que "está muy claro que Occidente es parte de ese golpe", que busca "dejar a Turquía indefensa". También ha acusado a EEUU de interferir en las elecciones a favor de sus rivales.

Más allá de buscar inflamar los ánimos de sus seguidores y pintar un panorama apocalíptico en caso de una victoria de la oposición, estos comentarios han sido interpretados por algunos analistas como un intento de deslegitimar el proceso electoral, para bloquear cualquier transición de poderes incluso ante una derrota clara en las urnas. Y en este contexto, los observadores más pesimistas creen que si Erdogan logra mantenerse en el gobierno de algún modo, será la última vez que se celebren elecciones libres en Turquía, porque el presidente y sus acólitos no pueden volver a correr este riesgo.

Entre los escenarios que se plantean está la intimidación o la persecución a los observadores electorales independientes, la presión al Consejo Nacional Electoral para certificar unos resultados dudosos o anular bloques de votos en lugares donde haya vencido la oposición, o el juego sucio contra sus rivales políticos. Hace una semana, Kiliçdaroglu denunció que operativos del gobierno estaban negociando en la 'dark web' para reclutar a especialistas tecnológicos que pudiesen lanzar un vídeo con tecnología 'deepfake' que desacreditase al candidato opositor. Es dudoso que el gobierno de Erdogan tenga en estos momentos la fuerza suficiente como para poder imponer un fraude de estas características, pero eso no son necesariamente buenas noticias: si pese a todo el régimen decide mantenerse en el poder aún en caso de una evidente victoria de la oposición, la posibilidad de grandes movilizaciones —y de contramovilizaciones de los partidarios del presidente, con el consiguiente riesgo de violencia— es muy real.

Pese a que el régimen de Erdogan solo puede ser calificado de autocracia debido a la persecución constante de opositores y periodistas, el sometimiento absoluto de la judicatura y todos los demás poderes al ejecutivo y una larguísima lista de atropellos contra el estado de derecho, la paradoja es que en Turquía las elecciones siguen siendo importantes. Los observadores electorales de la OSCE consideran las elecciones en Turquía "libres, pero no justas": aunque el partido gobernante utiliza todos los recursos del estado a su favor, aquí —a diferencia de otros países donde nominalmente se celebran comicios con regularidad, como Rusia, Nicaragua o algunos estados postsoviéticos— la contestación política en las urnas es auténtica. En convocatorias anteriores no se ha producido fraude electoral masivo porque Erdogan no lo ha necesitado: su popularidad era legítima y sus victorias, reales.

Estambul
El redactor recomienda