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Acuerdos de armas, torturas y un pago de 474 millones: Nazanin al fin está en casa
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Rehén británica en Irán

Acuerdos de armas, torturas y un pago de 474 millones: Nazanin al fin está en casa

Durante seis años, la trabajadora de ONG, cuya historia dio la vuelta al mundo, ha sido víctima de una batalla geopolítica por una deuda histórica de Reino Unido con Irán

Foto: Nazanin Zaghari-Ratcliffe y Anoosheh Ashoori, tras aterrizar en Reino Unido. (EFE/Simon Dawson)
Nazanin Zaghari-Ratcliffe y Anoosheh Ashoori, tras aterrizar en Reino Unido. (EFE/Simon Dawson)

Alrededor de 20.000 personas rastrearon a través de FlightRadar cada movimiento del avión que aterrizó en la base de la Royal Air Force en Oxfordshire a las 1:07 de la madrugada de este jueves. Era el avión que traía finalmente a casa a Nazanin Zaghari-Ratcliffe. Aún estaba amamantando a su hija, Gabriella, cuando el 3 de abril de 2016 fue arrestada en el aeropuerto Imam Khomeini de Teherán, acusada por falsos cargos de espionaje. Iba a ser el comienzo de una pesadilla de seis años en la que esta ciudadana con pasaporte británico-iraní ha sido víctima de una batalla geopolítica, acuerdos secretos de armas, interferencia estadounidense, complacencia británica, luchas internas de gobiernos y guerras legales en Londres y La Haya. Ni el mejor guion de una película.

Durante todo este tiempo, Richard Ratcliffe, su marido, ha sido un implacable activista que ha luchado públicamente por su libertad, con huelgas de hambre y llamando constantemente la atención de la prensa internacional, desafiando así las súplicas de Downing Street para que guardara silencio, tal y como explicó en su momento a El Confidencial. De haber obedecido las peticiones, está convencido que su mujer aún seguiría presa.

Foto: Richard Ratcliffe, esposo de la británica de origen iraní Nazanin Zaghari-Ratcliffe. (EFE)

Gabriella, que tenía 21 meses cuando la arrebataron de los brazos de su madre, pasaría los siguientes tres años creciendo en casa de sus abuelos en Teherán, viendo a su madre solo durante las visitas semanales a prisión, y a su padre solo en videollamadas antes de regresar a Londres a los cinco años, sin hablar inglés, para empezar la escuela.

El 4 de abril de 2016, Nazanin debía estar de regreso en Londres tras haber pasado unas vacaciones en Irán, su país de origen, para ver a sus padres. En su lugar, despertó con los ojos vendados, esposada, encerrada sola en una celda estrecha, con un televisor a todo volumen y una luz brillante y continua de la Guardia Revolucionaria iraní. No fue hasta semanas después cuando sus captores le explicaron cuál era su situación. El Reino Unido tenía una deuda histórica con Irán de 400 millones de libras (474 millones de euros). Y si no la pagaban, jamás saldría de allí. El uso de rehenes por parte de Teherán como política exterior no es algo nuevo.

La deuda millonaria a la que se referían sus captores —y que finalmente ha sido pagada— se remonta a 1971, cuando Nazanin ni siquiera había nacido. El sha de Irán firmó un acuerdo con la agencia de tráfico de armas del Ministerio de Defensa para la entrega de 1.750 tanques Chieftain. El contrato fue cancelado por el Reino Unido después de la Revolución Islámica de 1979, pero el dinero, que Irán pagó por adelantado, nunca fue reembolsado. De hecho, durante la subsiguiente guerra Irán-Irak, Londres continuó suministrando armas a ambos bandos, violando su propio embargo, como una forma de mantener a los dos países atados en una guerra de desgaste.

Foto: El secretario de Estado de Exteriores británico, Dominic Raab. (Reuters)

En las primeras semanas de su detención, Nazanin fue sometida a torturas físicas y psicológicas, cuyo alcance total se conoció tan solo el año pasado, después de un informe detallado de los investigadores forenses. Durante los interrogatorios con los ojos vendados que duraron de ocho a nueve horas seguidas, le dijeron que su esposo la había dejado, que su familia la había repudiado y que nunca volvería a ver a Gabriella. Incapaz de extraerse la leche, desarrolló bultos en su pecho, además de una intensa claustrofobia y ansiedad.

En Londres, su marido recibió un mensaje de los captores explicándole que la liberarían sin juicio si accedía a presionar al gobierno británico para un intercambio no especificado con Irán. Cuando éste fue directo a decírselo al Foreign Office, le dijeron: “No sabemos de qué estás hablando”. Pero tan solo días después, tenía lugar una nueva audiencia dentro de la tortuosa batalla judicial por el impago de la deuda. Tres meses antes del arresto de Nazanin, Estados Unidos había pagado a Irán una deuda de 300 millones de libras por equipo militar no entregado, que aseguró la liberación de cuatro estadounidenses.

El tiempo pasaba lentamente sin que las autoridades ofrecieran a la familia de Nazanin ningún tipo de respuesta. Y el 1 de noviembre de 2017, Boris Johnson, por aquel entonces ministro de Exteriores, no hizo más que empeorar las cosas. Durante una comparecencia ante un comité de Westminster explicó, de manera errónea, que Nazanin “estaba en Irán simplemente enseñando periodismo”. No era cierto. Fue una metedura de pata sin igual porque las declaraciones se utilizaron por parte de Teherán como prueba en contra de Nazanin.

Foto: Nazanin Zaghari-Ratcliffe, en una imagen de archivo. (Reuters)

Ella jamás había estado involucrada en tareas periodísticas. Comenzó a trabajar para BBC Media Action —organismo de la cadena pública responsable de las campañas benéficas de desarrollo internacional— y luego pasó a ser parte del equipo de Thomson Reuters Foundation, centrado también en ONG. Tras su grave error, Johnson “prometió el mundo” a la familia, incluido el pago de la deuda y protección diplomática. Pero cuando regresó a Londres tras un viaje oficial a Teherán sin cumplir ninguna de sus promesas, le pidió a Ratcliffe que guarda silencio.

Para entonces, la salud de Nazanin se estaba deteriorando drásticamente en prisión. Aparte de los bultos en su pecho, comenzó a tener tendencias suicidas. Cuando se embarcó en una segunda huelga de hambre para exigir tratamiento médico, su marido hizo lo mismo y acampó a las puertas de la embajada iraní en la capital británica. Después de un juicio cuestionado por las organizaciones defensoras de los Derechos Humanos, fue condenada a cinco años de cárcel. En agosto de 2018, se le concedió una liberación de prisión de tres días que pasó con Gabriella en la casa de sus padres. Pero el dolor de la separación al regresar a la cárcel empeoró aún más su salud.

En 2019, la trabajadora de ONG tomó la agonizante decisión de enviar a su hija a Londres para que comenzara la escuela, sacrificando la oportunidad de verla durante las visitas semanales. Gabriella, que solo hablaba farsi y usaba su nombre persa, Gisou, regresó a casa con un padre cuyo único contacto había sido a través de la pantalla de un ordenador.

En marzo de 2020, Nazanin fue liberada para vivir en casa de sus padres con una pulsera telemática en el tobillo mientras el coronavirus arrasaba las prisiones de Irán. Los abogados presentaron un caso de clemencia bajo los términos descritos por el líder supremo de Irán, pero no recibieron respuesta. Un año después, en marzo de 2021, el día en que debía terminar su sentencia, le quitaron la pulsera, pero fue citada ante el tribunal por otros cargos relacionados con los comentarios de Johnson.
Afines de abril de 2021, fue castigada con un año suplementario de prisión y a otro de prohibición de salir de Irán por haber participado, en 2009, en una manifestación ante la embajada iraní en Londres. Fue acusada de difundir “propaganda contra el sistema”.

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A fines de octubre, su marido comenzó una nueva huelga de hambre frente al Foreign Office, lo que lo llevó a su primera reunión con la ministra de Exteriores, Liz Truss. Durante su huelga de hambre de tres semanas, recibió muchas visitas de diputados de Westminster. Pero apenas pasaron por allí los parlamentarios conservadores a los que se había pedido discreción desde la dirección del partido.

Finalmente, el Gobierno británico ha pagado la deuda histórica y Nazanin ha podido regresar a casa. Junto a ella, las autoridades iraníes liberaron también este miércoles a un segundo ciudadano con doble nacionalidad británica-iraní, Anoosheh Ashoori, detenido en 2017 e igualmente condenado en 2019 a una pena de 12 años de cárcel por cargos de espionaje que nunca fueron probados. Al menos otro ciudadano con doble nacionalidad británico-iraní sigue preso en Irán, Mehran Raoof, además de cuatro iraní-estadounidenses y tres con doble nacionalidad de otros países europeos. La República Islámica de Irán ha sido acusada de usar a estos presos como palanca de presión o para intercambio de prisioneros con otros países.

El último caso de una condena a un occidental fue el del francés Benjamin Brière, sentenciado en enero a ocho años de cárcel por espionaje por tomar fotografías con un dron cerca de la frontera iraní con Turkmenistán y a ocho meses por propaganda contra el régimen. “¿Esa es mami?”, preguntó el jueves con una sonrisa nerviosa Gabriella al verla bajar lentamente las escaleras del avión. “Esa es mamá”, confirmaba Ratcliffe a su hija sin poder contener la emoción.

De camino al aeropuerto, en un encuentro con la prensa, Ratcliffe señaló que a partir de ahora “serán pasos de bebé”. “Nazanin ha estado triste y deprimida la mayor parte del tiempo. Aprender a ser felices de nuevo es probablemente donde comenzamos como familia. Será un proceso, lo tomaremos con calma. Día a día. Es el comienzo de una nueva vida y, con suerte, feliz”, concluyó.

Alrededor de 20.000 personas rastrearon a través de FlightRadar cada movimiento del avión que aterrizó en la base de la Royal Air Force en Oxfordshire a las 1:07 de la madrugada de este jueves. Era el avión que traía finalmente a casa a Nazanin Zaghari-Ratcliffe. Aún estaba amamantando a su hija, Gabriella, cuando el 3 de abril de 2016 fue arrestada en el aeropuerto Imam Khomeini de Teherán, acusada por falsos cargos de espionaje. Iba a ser el comienzo de una pesadilla de seis años en la que esta ciudadana con pasaporte británico-iraní ha sido víctima de una batalla geopolítica, acuerdos secretos de armas, interferencia estadounidense, complacencia británica, luchas internas de gobiernos y guerras legales en Londres y La Haya. Ni el mejor guion de una película.

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