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El factor Putin: ¿cómo un país con menos PIB que Italia acapara la geopolítica global?
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Y una renta per cápita menor que rumanía

El factor Putin: ¿cómo un país con menos PIB que Italia acapara la geopolítica global?

Vladímir Putin tiene pocas cartas, pero las juega como si tuviera un repóker: su Ejército y el control del gas son las únicas armas de la que fuera superpotencia en el siglo XX

Foto: Vladímir Putin, a lomos de un caballo en una imagen de archivo. (Reuters/Ria Novosti)
Vladímir Putin, a lomos de un caballo en una imagen de archivo. (Reuters/Ria Novosti)

Si la política internacional fuera una partida de póker, Rusia sería uno de los jugadores con peores cartas. Su trepidante historia y sus galones de potencia nuclear están empañados por su modesta economía, su notable recesión demográfica y una geografía engañosa: imponente sobre el mapa, pero llena de vulnerabilidades estratégicas. Rusia no tiene buenas cartas, y, sin embargo, aquí estamos de nuevo: midiendo los gestos de Vladímir Putin y la seriedad de su envite militar a Ucrania.

El presidente estadounidense, Joe Biden, ha emplazado a un equipo de meteorólogos a analizar la severidad del invierno ucraniano, y calcular así un posible comienzo de la nueva invasión rusa. Según el Gobierno estadounidense, es posible que Putin contase con que el suelo se helara en enero para mover cómodamente su maquinaria bélica, y que ahora, dada la calidez inesperada de estos días, tenga que esperar a febrero para poner a rodar los tanques.

Foto: Putin en una reciente reunión del Ministerio de Defensa. (Reuters/Pool/Sputnik)
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Frente a Putin, y sus más de 100.000 soldados desplegados al norte y al este de Ucrania, cada detalle cuenta. A veces, el presidente ruso solo está marcándose un farol. Otras, invade Crimea o envenena a disidentes en suelo europeo. Quizá, más allá de mirar los titulares de máxima tensión o las hojas del té de las declaraciones de los líderes, sea interesante examinar los fundamentales de la partida. Pese a las apuestas inmediatas en torno a Ucrania, descritas por Nicolás de Pedro en este diario, el tiempo, a la larga, parece correr en contra de Rusia.

La otra cara de Rusia

Las marcas estadounidenses, desde Apple a Nike, Netflix, Levi’s o Gillette, dominan los mercados. Y muchos de sus productos se fabrican en las poderosas industrias de China. La patria de Pushkin y Tolstói, de Tchaikovski y Eisenstein, del Hermitage y de la versión más bella del cristianismo, en cambio, está de capa caída. Su lengua continúa siendo estudiada en todo el mundo y su influencia regional es innegable. Pero, más allá, ¿qué produce hoy Rusia? El 60% de sus exportaciones son gas y petróleo, que representan, en total, un tercio de su economía, ligada, por tanto, a los vaivenes del precio de la energía. Les siguen otras materias primas y aparejos de guerra como el Kaláshnikov. El PIB ruso, al final, es inferior al de Italia. En términos de renta por habitante, Rusia anda a la zaga de Kazajistán, Croacia y Rumanía.

Foto: Foto de archivo de un tanque ruso en la región de Rostov, Rusia. (Reuters/Sergey Pivovarov)

Pese a su 'intelligentsia' técnica, heredera del complejo militar-industrial soviético, Rusia es uno de los países industrializados menos productivos del mundo: ocupa el puesto 39, de un total de 42, del índice de productividad de la OCDE. Por cada hora de trabajo, Rusia produce unos 24 dólares. Aproximadamente la mitad que la media de este grupo de países. Las causas, según expertos citados por 'The Moscow Times', se resumen en un “cóctel de ‘capitalismo de Estado’, corrupción, bajas inversiones, malos equipamientos y una demografía desfavorable”.

Una de las claves de la prosperidad económica es el tamaño y la juventud de la población activa. Ningún país europeo está particularmente en buena forma, pero Rusia, dentro del general declive demográfico, está nuevamente al final de la lista. Según distintos cálculos, su ya escueta población, dado el territorio nacional, podría reducirse entre un 7% y un 17% más para mediados de este siglo. Se trata de un problema urgente. Hace años que China, con una población 10 veces superior, compra tierras cultivables en el oriente ruso. Y manda a sus ciudadanos a gestionarlas. Más de la mitad de los rusos, según una encuesta de la agencia Rosbalt, teme una potencial colonización china de las regiones despobladas de Siberia.

Foto: El presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, visita el frente con fuerzas prorusas en la región de Donetsk. (EFE/Servicio de prensa de la presidencia ucraniana)
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La impresionante geografía, por otra parte, tiene sus trucos. Casi el 80% de los rusos, así como sus grandes ciudades y su principal tejido económico, reside en las regiones occidentales del país, a tiro de piedra, técnicamente, de la OTAN. Y Centroeuropa es una llanura adecuada para mover ejércitos. Como apunta Tim Marshall en su libro 'Prisioneros de la geografía': desde la invasión de Napoleón en 1812 hasta la Segunda Guerra Mundial, acabada en 1945, los rusos han entrado en guerra con algún país europeo, de media, una vez cada 33 años.

Aun así, Rusia, con aproximadamente el doble de territorio que Estados Unidos, tiene una proyección militar humilde. Washington gasta siete veces más que Moscú en sus fuerzas armadas, que dominan el aire y, sobre todo, los mares. La mayoría de los puertos rusos, incluido el de Vladivostok, en el Pacífico, se hielan varios meses al año, lo cual impide a Rusia convertirse en una potencia naval. Esto hace que sus puertos de aguas cálidas, el de Sebastopol, en la península de Crimea, y el de Tartus, en Siria, tengan la máxima prioridad geoestratégica, tal y como demuestran las dos intervenciones militares rusas de la última década: en Ucrania y en Siria.

Es un argumento contraintuitivo. Estamos hablando de un país que, en la segunda mitad del siglo XX, era considerado una superpotencia. Un imperio que se extendía desde Berlín hasta el mar del Japón y cuya ideología, el marxismo-leninismo, llegó a reinar sobre un tercio de la población del planeta. Pero había gato encerrado: los estadounidenses gastaban en defensa un 4% del PIB. Los soviéticos, según distintos cálculos, hasta un 40%. Era una superpotencia pobre. Un país capaz de fabricar una bomba de hidrógeno o de mandar a un hombre al espacio, pero cuyos habitantes hacían horas de cola para adquirir un pedazo de pollo azul. En 1975, uno de cada dos estadounidenses tenía un coche, frente a uno de cada 54 soviéticos.

Cuando los simpatizantes de Rusia destacan que Occidente, después de reírle las gracias a Mijaíl Gorbachov durante la Perestroika, se llevaron los despojos del imperio soviético en 1991, tienen algo de razón. Como anota Tim Marshall: 15 años después de la disolución del Pacto de Varsovia, la alianza militar comunista, todos sus exmiembros ya formaban parte de la OTAN o de la Unión Europea. Estados Unidos y cía se habrían aprovechado de un 'momento de debilidad' de Rusia para colocar misiles, tropas y espías en el umbral de su casa. Un argumento que, sin embargo, desdeña la voluntad libre y democrática de todas esas naciones.

Foto: Vladimir Putin en una comparecencia reciente. (Reuters/Metzel) Opinión
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A la vista de las circunstancias, sin embargo, ¿fue este un 'momento de debilidad' o simplemente una vuelta a la normalidad después de un excepcional 'momento de fortaleza', la Guerra Fría, que no llegó a durar medio siglo?

El as de Putin

En otras palabras, Vladímir Putin tiene pocas cartas que jugar, pero las juega como si tuviera un repóker. Su Ejército, uno de los más grandes del mundo, está entrenado, modernizado y bregado en combate. Diríamos que ese es su as: la carta en la que se apoya para intimidar a sus rivales. Y luego está la carta del suministro energético, que tampoco duda en usar y que le da resultados con algunas naciones europeas.

Desde el punto de vista ruso, Ucrania no es el jardín de su casa; es el vestíbulo. Putin reitera que rusos y ucranianos son el mismo pueblo. Pese a esta íntima hermandad, sin embargo, no es capaz de convencer a los ucranianos de que den la espalda a Occidente y vuelvan al tradicional y bucólico 'russkiy mir' (o mundo ruso). Tiene que amenazarlos, tiene que ponerles una pistola en la sien. La suya es una relación posesiva. Ucrania es o mía o de nadie, como recuerdan esos más de 100.000 soldados.

Foto: Encuentro entre Zelensky, Duda y Nauseda. (EFE)

¿Por qué ahora? Quizá por dos razones. La primera, que Rusia habría percibido a una Ucrania todavía más díscola, más decidida a acercarse a Occidente; y, con unos EEUU políticamente divididos y más volcados hacia China, habría decidido que este era el momento de actuar: de redibujar sus líneas rojas. Tratando de obligar a la OTAN, por la fuerza, a dar garantías legales de que Ucrania jamás entrará como miembro.

La segunda razón, como escribía en 'The Wall Street Journal' Kathryn Stoner, experta en asuntos rusos de la Universidad de Stanford, es que las aventuras exteriores de Rusia suelen coincidir con una ola de represión interna. Como si los tambores de guerra avivasen los instintos nacionalistas y el culto a la autoridad, sentimientos aprovechables, también, para acallar las crecientes voces de la disidencia.

Limitado a estas dos cartas, y sintiéndose históricamente acorralado, Vladímir Putin sería el último líder del siglo XIX que queda en Europa. Una especie de canciller prusiano que piensa en términos de territorio, recursos y fuerza bruta. Un estratega hiperrealista que trataría de apuntalar, de salvar, lo que queda del sueño ruso. Si no con la persuasión de la cultura, la ciencia o la economía, pues con la de los tanques.

Si la política internacional fuera una partida de póker, Rusia sería uno de los jugadores con peores cartas. Su trepidante historia y sus galones de potencia nuclear están empañados por su modesta economía, su notable recesión demográfica y una geografía engañosa: imponente sobre el mapa, pero llena de vulnerabilidades estratégicas. Rusia no tiene buenas cartas, y, sin embargo, aquí estamos de nuevo: midiendo los gestos de Vladímir Putin y la seriedad de su envite militar a Ucrania.

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