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"Síndrome de La Habana": las víctimas de Canadá acusan a su Gobierno de silenciarlo
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"Síndrome de La Habana": las víctimas de Canadá acusan a su Gobierno de silenciarlo

Según su versión, Ottawa no quiere enfadar a Cuba porque quiere asegurarse un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, para lo que el voto cubano es crucial

Foto: El primer ministro canadiense Justin Trudeau y su esposa con el presidente cubano Miguel Díaz-Canel durante una visita oficial a Cuba, en noviembre de 2016. (Reuters)
El primer ministro canadiense Justin Trudeau y su esposa con el presidente cubano Miguel Díaz-Canel durante una visita oficial a Cuba, en noviembre de 2016. (Reuters)

Una noche de la pasada primavera, un matrimonio canadiense que trabajaba en la Embajada de su país en Cuba vio con horror cómo sus dos hijos de corta edad empezaban a sangrar profusamente por la nariz casi a la vez. Los dos diplomáticos se dieron cuenta inmediatamente de que algo iba realmente mal, y que su familia, casi con certeza, había sido afectada por lo que posteriormente se conocería como el “Síndrome de La Habana”, una serie de síntomas neurológicos y daños cerebrales que Washington sostiene que son fruto de algún tipo de ataque de origen todavía desconocido. Los canadienses empezaron a sufrirlo en abril de 2017, casi medio año después de que se diesen los primeros casos entre estadounidenses, que resultaron ser agentes de la CIA.

“Habíamos oído los rumores [de los diplomáticos estadounidenses]. Y por lo que habíamos entendido, uno tenía que oír un ruido muy alto e inmediatamente sentir síntomas muy agudos. La mayoría de nosotros no tuvimos esa experiencia. Un montón de síntomas aparecieron de forma inconsistente o intermitente, y fueron creciendo con el tiempo, y podían ser explicados por otras razones… Así que nos llevó un tiempo darnos cuenta de que estábamos sufriendo las mismas cosas al mismo tiempo”, ha declarado uno de los afectados al Globe And Mail, el diario más importante de Canadá.

Foto: El barco espía ruso Viktor Leonov SSV-175 atracado en el puerto de La Habana, en enero de 2015. (Reuters)

El “Síndrome de La Habana” es uno de los grandes misterios diplomáticos del presente siglo: una dolencia que ha afectado a al menos 27 estadounidenses y una docena de canadienses, personal diplomático en La Habana y sus familiares, que han sufrido daños similares a los de una contusión cerebral, pero sin haber recibido ningún golpe en la cabeza (hasta el punto de que en el Departamento de Estado se han empezado a referir al fenómeno, en clave humorística, como “la Inmaculada Contusión”). Algunos de los afectados, pero no todos, escucharon sonidos agudos al mismo tiempo. Y en caso de tratarse de una agresión dirigida o tolerada por los servicios de inteligencia cubanos, sigue sin estar claro por qué se habría tomado como objetivos a ciudadanos de Canadá, un país que, a diferencia de EEUU, mantiene excelentes relaciones con Cuba. (Para añadir más elementos desconcertantes, una 28ª persona, una empleada comercial de la Embajada estadounidense en Guangzhú, China, resultó afectada hace siete meses).

Pero esa buena sintonía ha llevado al Gobierno de Ottawa a mantener un perfil mucho más bajo que el de Washington en todo este asunto y, según los diplomáticos afectados, a priorizar las sensibilidades de La Habana sobre el bienestar de sus propios empleados. Una diferencia abismal respecto a la postura adoptada por la Administración Trump, que ha evacuado a todo el personal de su Embajada en La Habana, ha expulsado a varios diplomáticos cubanos de EEUU y ha reducido sus relaciones diplomáticas al mínimo. “El deber de cuidar [de su personal] ha sido sobrepasado por los esfuerzos del Gobierno de Canadá para contener y limitar la información sobre esta historia”, afirman las víctimas en un comunicado conjunto.

“Tienen miedo de molestar a Cuba debido a la puja de Canadá por un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU”, asegura uno de los afectados. El país se encuentra ahora inmersa en una intensa campaña para hacerse con uno de dichos puestos rotatorios en 2021-22, y el voto de Cuba se considera crucial, debido a su influencia sobre muchos otros estados en vías de desarrollo en Latinoamérica y África. “Todos nosotros amamos nuestros trabajos. Queremos representar a nuestro país, y sabemos que hacerlo implica incomodidades, sabemos que hay que pagar un precio. Pero no esperábamos ser abandonados, o más exactamente, sacrificados. Así es como nos sentimos ahora”, señala otro.

placeholder La ministra de Exteriores canadiense Chrystia Freeland. (Reuters)
La ministra de Exteriores canadiense Chrystia Freeland. (Reuters)

La prensa, último recurso

Es este supuesto abandono lo que ha llevado a varios de ellos a romper su silencio y denunciar su situación a través del Globe and Mail. “Entendemos que la política exterior no siempre permite la transparencia. Nos damos cuenta de que no todo tiene que ser público porque eso podría no encajar con los intereses nacionales o los intereses de la situación. Lo entendemos. Pero no cuando se produce en detrimento de nuestra familia, nuestra salud y nuestra seguridad. Ahí es donde tenemos que trazar la línea. No es aceptable ser los corderos a sacrificar. Esa no es una solución aceptable”, se queja uno de ellos.

“Mientras Washington ha especulado abiertamente sobre que estos daños cerebrales fueron causados por misteriosos ataques con algún arma energética por una potencia extranjera, los diplomáticos canadienses han seguido siendo una oscura y ampliamente desconocida nota a pie de página”, señala el Globe. No obstante, para Canadá ha sido devastador: cuatro niños y ocho adultos -aproximadamente un tercio de la misión diplomática canadiense en La Habana, con al menos un representante de cada departamento excepto Inmigración- han resultado afectados.

Foto: Un coche pasa por delante de la Embajada de EEUU en La Habana, cuyo personal está al mínimo, el 2 de marzo de 2018. (Reuters) Opinión

Y los daños, aparentemente, son graves. Algunos de los afectados ya no pueden conducir o sentarse en un despacho. Según su versión, la Oficina de Asuntos Globales, el ministerio de Exteriores canadiense, ni siquiera les permitió en un primer momento ser examinados en Pensilvania por el equipo de especialistas médicos organizado por las autoridades estadounidenses para lidiar con este asunto. La prohibición se mantuvo hasta abril de este año, cuando el Gobierno canadiense empezó a reconocer la seriedad de la cuestión. “Sabemos que esto ha sido una experiencia desgarradora para los diplomáticos afectados y sus seres queridos, y tienen nuestro apoyo inquebrantable. Seguiremos haciendo todo lo que podamos para proporcionarles apoyo y asesoramiento en estas difíciles circunstancias”, ha declarado el portavoz de la institución, Adam Austen.

Pero, por encima de todo, lo que más molesta a estos diplomáticos son las insinuaciones de que están exagerando el problema, o que sus secuelas hayan podido ser producidas por el estrés, dada la extensa experiencia de muchos de ellos en puestos diplomáticos conflictivos. “Estamos hablando de personas que han pasado por golpes de estado, situaciones de emergencia, huracanes, ciclones, que han evacuado a mucha gente durante crisis. No somos el tipo de gente que tiende a reaccionar de forma exagerada”, indica uno de ellos. “Somos personas que tienen experiencia, que han pasado dificultades, que saben lo que es adaptarse y ajustarse y no entrar en pánico, porque esa es nuestra experiencia y formación. Así que nos llevó mucho tiempo llegar a estas conclusiones y decir que aquí hay un problema”.

Una noche de la pasada primavera, un matrimonio canadiense que trabajaba en la Embajada de su país en Cuba vio con horror cómo sus dos hijos de corta edad empezaban a sangrar profusamente por la nariz casi a la vez. Los dos diplomáticos se dieron cuenta inmediatamente de que algo iba realmente mal, y que su familia, casi con certeza, había sido afectada por lo que posteriormente se conocería como el “Síndrome de La Habana”, una serie de síntomas neurológicos y daños cerebrales que Washington sostiene que son fruto de algún tipo de ataque de origen todavía desconocido. Los canadienses empezaron a sufrirlo en abril de 2017, casi medio año después de que se diesen los primeros casos entre estadounidenses, que resultaron ser agentes de la CIA.

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