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La nadadora siria que ha pasado de heroína a traficante de personas en Grecia
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detenida en una cárcel de máxima seguridad

La nadadora siria que ha pasado de heroína a traficante de personas en Grecia

Hasta hace días Sara Mardini era una heroína sin mancha, la protagonista de una de las historias más conmovedoras de la crisis de los refugiados. Ahora está en una cárcel de máxima seguridad

Foto: Sara Mardini (i) y su hermana Yusra Mardini posan con el premio "Héroes Silenciosos" durante una ceremonia en Berlín. (Reuters)
Sara Mardini (i) y su hermana Yusra Mardini posan con el premio "Héroes Silenciosos" durante una ceremonia en Berlín. (Reuters)

Hasta el principio de la semana pasada la joven Sara Mardini, siria y de 23 años, era una heroína sin mancha, la protagonista de una de las historias más conmovedoras de la larga crisis de refugiados y un faro moral entre tanto racismo enmascarado. Pero hace apenas siete días todo cambió: se convirtió para la policía griega en acusada, nada menos, de traficar con personas, ser miembro de una organización criminal, espionaje y lavado de dinero. Y de un plumazo se encontró detenida en una cárcel de máxima seguridad en Atenas. Allí podría estar hasta 18 meses.

Sara había estado colaborando y apoyando a la ONG con base en Grecia ERCI (Centro Internacional de Respuesta a los Refugiados) desde el año 2016. La policía griega llevó a cabo una redada en la organización, realizando un total de 30 detenciones. ERCI, que ha negado todas las acusaciones, asegura que colaborará con la policía y confía en la imparcialidad de la justicia griega. Entre los arrestados hay seis griegos y 24 extranjeros, una de ellas Sara.

Las hermanas cruzaron el Egeo a nado hasta la isla de Lesbos arrastrando una barca con nada menos que 18 ocupantes

Según la investigación, ERCI habría estado tejiendo una red de contactos a través de las redes sociales con grupos de refugiados para ayudarles a cruzar a Europa, además de haber controlado, desde barcas con placas falsas del Ejército incluídas, los movimientos de las patrullas de Frontex y de los guardacostas que vigilan el Egeo. Todas estas actividades son delitos en Grecia.

Sara Mardini y su hermana Yusra fueron noticia y recibieron todas las alabanzas por completar la proeza, en el año 2015, de cruzar el Egeo a nado hasta la isla de Lesbos arrastrando una barca con nada menos que 18 ocupantes, que llegaron a las costas griegas sin un rasguño. Poco después de zarpar, el motor de la embarcación se paró y las hermanas se lanzaron al agua para conseguir llegar a tierra. Nadaron tres horas para poder cruzar desde Turquía a territorio europeo. Ambas habían entrenado a nivel profesional en Damasco gracias a la ayuda de su padre, que era entrenador. Por ello, y con muestra de gran humildad, dijeron a su llegada a la isla helena que lo que habían hecho no era una heroicidad porque nadar esa “su trabajo”… y eso fue lo que hicieron. Su merecida fama -y tener parientes en el país- consiguieron que en unos 25 días Alemania les recibiera con una beca y un permiso de residencia.

A partir de entonces parecía que, tras las bombas de Damasco, se abría para ellas un futuro nuevo. Cuando llegaron a territorio alemán todavía quedaba un año hasta los Juegos Olímpicos de Río, y ya empezaba a fraguar la idea de tener un equipo de refugiados para despertar las conciencias del mundo sobre el problema.

Mientras tanto el club alemán Wasserfreunde Spandau 04 las contactó para que empezaran a nadar para ellos. Yusra empezó a entrenar y terminó compitiendo en Brasil en estilo libre y mariposa. Sara, que ya tenía una dolencia en el hombro, sacrificó su carrera deportiva en aquel recorrido de tres horas: ya no podía nadar a nivel de competición, pero estuvo en las gradas animando a su hermana pequeña.

placeholder Yusra Mardini durante un entrenamiento en el Olympic park de Berlín. (Reuters)
Yusra Mardini durante un entrenamiento en el Olympic park de Berlín. (Reuters)

Poco después recibió la llamada de ERCI para que se les uniera en Lesbos y así ayudar psicológicamente a los centenares de sirios que, como ella anteriormente, seguían llegando exhaustos y desorientados a la “tierra prometida” europea. Sara, hasta la semana pasada, viajaba desde Berlín, donde reside su hermana, hacia Grecia regularmente para hacer su trabajo y seguir transmitiendo un mensaje que ha sido premiado y escuchado en, por ejemplo, las Naciones Unidas. Esta redada de la policía griega podría dar al traste con su trayectoria.

Sus entrenadores y patrocinadores en Alemania ponen la mano en el fuego por Sara y alaban su entrega para ayudar a los refugiados. Las autoridades griegas, que siempre han mirado con sospecha a las ONG, no lo ven igual. Más en los últimos meses, en los que el cuestionamiento de las actividades de las ONG que ayudan a los refugiados se ha incrementado y legitimado tanto directamente por los políticos de la derecha populista como Salvini u Orbán, como por la aquiescencia de otros como Macron o Merkel, que temen que un discurso pro-inmigración les cueste votos.

Las actividades de rescate de refugiados de estas organizaciones, cuando además se declaran a favor de abrir las fronteras, están siendo examinadas con lupa día a día, un problema además cuando muchas veces distinguir entre una operación de rescate y el tráfico está basado en tecnicismos legales. Algunos voluntarios hablan de una criminalización de sus actividades al calor de la ola antimigratoria.

Foto: Vista de las verjas del centro de Moria, en Lesbos (Santiago Donaire)

Crisis humanitaria en territorio de la UE

El caso más cercano lo tenemos en el de los bomberos sevillanos Manuel Blanco, Quique Rodríguez y Julio Latorre, que fueron juzgados en mayo por tráfico de personas, con unas acusaciones de base muy débil que finalmente fue desestimada por el juez, pero que les podría haber llevado diez años a la cárcel. Sara Mardini podría, gracias a su relevancia internacional, acabar saliendo de prisión antes de lo previsto, pero estas detenciones pueden servir, como pasó con los cooperantes españoles, de advertencia y de disuasión para aquellos que quieran colaborar con los activistas de las islas.

Unas islas que están mucho peor que cuando Sara llegó con su hermana en 2015, al borde de una verdadera crisis humanitaria en territorio de la UE. Mucho peor que Idomeni, que se puso como ejemplo de desastre humano y de gestión de los refugiados, y que Calais. Que haya un mar de por medio las hace ignorables, incluso para Atenas. Los llamamientos de los alcaldes de Samos y de Lesbos para que el Gobierno haga algo caen en el saco roto de las declaraciones de buenas intenciones.

Los campos, que más que de refugiados parecen de prisioneros, se encuentran en unas condiciones lamentables, el número de migrantes en ellos casi triplica las plazas para las que fueron proyectados, con los consecuentes problemas de abastecimiento de agua y comida. En Vathi, en Samos, 3.817 viven en un espacio preparado para 648. En Moria, el tristemente famoso campo, 8.455 en un campo de 3.100.

Hasta el principio de la semana pasada la joven Sara Mardini, siria y de 23 años, era una heroína sin mancha, la protagonista de una de las historias más conmovedoras de la larga crisis de refugiados y un faro moral entre tanto racismo enmascarado. Pero hace apenas siete días todo cambió: se convirtió para la policía griega en acusada, nada menos, de traficar con personas, ser miembro de una organización criminal, espionaje y lavado de dinero. Y de un plumazo se encontró detenida en una cárcel de máxima seguridad en Atenas. Allí podría estar hasta 18 meses.

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