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"Poneos de perfil, ya va a llegar": rubias de peluquería y policías en el territorio Trump
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"Poneos de perfil, ya va a llegar": rubias de peluquería y policías en el territorio Trump

Entramos en territorio Trump, en el "barrio olvidado" de Staten Island. Es la América tradicional a tiro de cañón, trabajadora, de mayoría conservadora y blanca, italiana, irlandesa

Foto: El candidato a la nominación republicana Donald Trump durante un acto de campaña en Poughkeepsie, Nueva York (Reuters).
El candidato a la nominación republicana Donald Trump durante un acto de campaña en Poughkeepsie, Nueva York (Reuters).

“Tenéis que poneros así, de medio perfil, y con la barbilla así...”, dice un policía retirado, con el pelo severamente engominado, corbata rosa y un anillo de oro grueso en la mano izquierda. Dos docenas de señores adustos, con una visera del NYPD, posan como si los fuesen a grabar en una moneda. Es un momento importante. El candidato está a punto de llegar y le van a entregar un premio ante las cámaras de televisión, en una sala del Hilton Garden Inn de Staten Island.

Donald Trump ha desembarcado, por fin, en la ciudad de Nueva York. Pero no en Manhattan o en Brooklyn, sino en el sur de esta isla a dos horas del centro. Lo llaman el “barrio olvidado” porque Staten Island está realmente a desmano. Es la isla del recuadro, la que no cabe en el mapa del metro, y a la que se llega tomando el ferry en la punta de Manhattan o cruzando el Puente de Verrazano.

Estamos de acuerdo con el 'Muro de Trump'. Creemos que es apropiado, porque la gente que viene a este país no está controlada, no sabemos quiénes son

“Olvidado”, también, porque Staten Island tiene poco que ver con el resto de la ciudad. Sus calles ondean entre filas de casitas con la bandera americana colgando de la fachada y vecinos lavando el coche en el garaje. Es el barrio donde viven gran parte de los bomberos y policías neoyorquinos, sedimentados desde hace décadas en la orilla sur. Es la América tradicional a tiro de cañón, trabajadora, de mayoría conservadora y blanca, italiana, irlandesa.

En 2008 y 2012, Staten Island votó por los candidatos republicanos a la Casa Blanca. El resto de Nueva York, una de las ciudades más multirraciales del mundo, lo hizo por Barack Obama.

La Asociación de Policías Veteranos de Nueva York, el club de policías más antiguo del país, fue el primero en apoyar a Trump, el 4 de julio de 2015. “Él no debe nada a nadie y le estamos dando las gracias por dedicar su tiempo, su dinero y su energía para hacer a América grande otra vez”, dice a El Confidencial su presidente, Lou Telano. “Estamos de acuerdo en lo que llamamos el 'Muro de Trump'. Creemos que es apropiado, porque la gente que viene a este país no está controlada, no sabemos quiénes son”.

Donald Trump se materializa con lenta dignidad, igual que un general dispuesto a pasar revista a las tropas. Acompañado por Lou Telano, el magnate saluda, uno a uno, a los veteranos, y asiente con masculina camaradería. Poco después se dirige a los periodistas. Está un poco bajo de energía, más comedido, y muy naranja. Como si lo hubiesen cubierto de arcilla.

Al discurso rápido y rutinario, de diez minutos, sigue el turno de preguntas, que Trump orquesta cómodamente. Parece conocer a la mayoría de los periodistas por su nombre. Habla de la convención republicana y de que espera no ver violencia si le quitan la nominación, pero que el sistema “está corrupto, cien por cien”. Cuando alguien de su campaña grita “última pregunta”, el magnate sigue respondiendo, “una más”, “Go”, “venga, otra”. Se nota que disfruta, es un deporte.

Pero no es el Trump de siempre, el de la tele, los insultos y los comentarios que han sido calificados de xenófobos. Este Trump aparece ahora, en el siguiente acto.

'Mi mujer dice: tienes que ser más presidencial, menos duro. Estoy seguro de que el 95% de la gente en esta sala no está de acuerdo con ella'. Medio millar de voces masculinas le respaldan

Los periodistas y guardaespaldas pasan a un enorme comedor con un centenar de mesas. Los comensales, que han pagado 150 dólares por persona para verle hablar, están entusiasmados. Sus ojos brillan y se ponen en pie. Ellas parecen recién salidas de la peluquería, con el pelo rubio flotando vaporoso, tacones altos y vestidos ceñidos de colores fuertes. Sus maridos llevan la gorra de Trump, cuadrada y sólida, como de camionero, trajes holgados y corbatas de fantasía.

Los iPhones ya están listos, como espadas en el aire, como antorchas.

El candidato entra disparado y la multitud estalla en vítores. Primero, agradecimientos y elogios al público. Su padre, el empresario inmobiliario Fred Trump, adoraba Staten Island, donde tenía varios bloques de pisos, dice. Él mismo, Donald, solía ir a trabajar allí los veranos. Después, la sustancia.

Trump insulta a Ted Cruz, “Mentiroso Ted”, y a “Deshonesta Hillary”. Reitera que México pagará por el muro y responde a las críticas del ministro de Finanzas chino diciendo que China lleva 30 años robando a EEUU. “No estoy enfadado con China, de hecho les respeto. Estoy enfadado con nuestros líderes por ser tan incompetentes de permitir que ocurra”, declara. “En la historia del mundo, este es el mayor robo perpetrado por una persona o un país, lo que nos ha hecho China”.

Da la impresión de que tiene una bombilla dentro. Aprieta el interruptor y se calienta, su piel se enciende, sus manos cortan el aire para luego apoyarse en el atril, haciéndolo crujir. Las palabras llegan en series rápidas, luego se ralentizan, bajan de tono, es grave, es importante, luego arriba otra vez. “Mi mujer dice: 'tienes que ser más presidencial, menos duro'. Estoy seguro de que el 95% de la gente en esta sala no está de acuerdo con ella”, y medio millar de voces masculinas le respaldan.

Cuando habla de dureza y rechaza la corrección política, el público se vuelve loco. “He oído que el general Patton [héroe de la segunda guerra mundial] de vez en cuando abofeteaba a los soldados. Hoy no sería general; hoy pasaría el resto de su vida en la cárcel. ¡Le enviarían a la silla!”.

Cuando habla de dureza y rechaza la corrección política, el público se vuelve loco. Luego va a por los medios de comunicación, y el abucheo casi hace temblar las mesas

La única persona del evento que no es blanca, un señor afroamericano, interrumpe su discurso y es rápidamente sacado fuera. “Ese hombre es un profesional”, desdeña Trump acompañado por un fuerte abucheo. “Seguro que le han pagado”, y luego va a por los medios de comunicación, “¡Los más deshonestos!” y aquí el abucheo casi hace temblar las mesas.

Trump dice que los medios van a informar del señor al que han sacado del hotel, pero no del buen ambiente que hay y de la gente que aguanta de pie los veinte minutos del discurso. Cuando acaba, se guarda el texto doblado en dos, con un clip, en el bolsillo izquierdo de la chaqueta, y desaparece.

Ha sido su primer discurso en la ciudad de Nueva York desde que empezaron la primarias. Él asegura que, como es neoyorquino, no le hace falta andar buscando votos en la Gran Manzana, por eso recorre el resto del estado. Otros barajan razones de seguridad; el jueves pasado, el centro de Nueva York fue cortado por una manifestación a las puertas del Hyatt, donde Trump iba a dar un discurso en la gala anual del Partido Republicano local.

El público se disgrega hacia la carretera, con el polvo del asfalto subiendo por sus perneras. Fuera del recinto, un hombre pregunta: “¿Qué tal ha estado?”. “Espectacular”, responde la mayoría. El hombre tiene aspecto de no poder pagar 150 dólares.

“Tenéis que poneros así, de medio perfil, y con la barbilla así...”, dice un policía retirado, con el pelo severamente engominado, corbata rosa y un anillo de oro grueso en la mano izquierda. Dos docenas de señores adustos, con una visera del NYPD, posan como si los fuesen a grabar en una moneda. Es un momento importante. El candidato está a punto de llegar y le van a entregar un premio ante las cámaras de televisión, en una sala del Hilton Garden Inn de Staten Island.

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