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Qué hace que Trump sea Trump
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UNA OBRA MAESTRA DE LAS RELACIONES PÚBLICAS

Qué hace que Trump sea Trump

No se puede vivir un solo día en EEUU sin escuchar su última soflama, su última victoria electoral. Estamos ante un fenómeno que ya se compara con la ascensión de Obama

Foto: El candidato a la nominación republicana Donald Trump durante un mitin de campaña en Las Vegas, el 22 de febrero de 2016 (Reuters).
El candidato a la nominación republicana Donald Trump durante un mitin de campaña en Las Vegas, el 22 de febrero de 2016 (Reuters).

Donald Trump parece a punto de estallar. “Su piel es cada vez más roja y su pelo más rubio”, se dice en los bares, frente a la figura del magnate en televisión. Porque Trump es omnipresente. No se puede vivir un solo día en Estados Unidos sin escuchar su última soflama, su última victoria electoral. Ya van nueve meses de campaña y nadie logra sacudirse la perplejidad.

El tantas veces calificado de “bufón” se mantiene número uno en la docena de estados que votan hoy, en el "Supermartes". Según CNN y ORC, obtendría la mitad de las papeletas, una ventaja inédita frente a los otros cuatro precandidatos, cuyo reclamo número ha pasado a ser “Yo sí puedo vencer a Trump”. Estamos ante un fenómeno que ya se compara con la ascensión de Barack Obama en 2008. Aunque de signo radicalmente opuesto, una obra maestra de las relaciones públicas.

Siempre se habla del contenido de sus discursos, pero ¿y la forma? La oratoria de Trump refleja una tendencia histórica a la simplificación. La revista online 'Vocativ' analizó 600 discursos presidenciales para examinar su complejidad usando el modelo de lectura Flesh Kinkaid en una escala de 4 a 21. Un discurso de nivel 4 es comprensible para un niño de 9 años; el nivel 21 es técnicamente accesible para quienes tengan un doctorado.

Desde los setenta, casi ningún discurso presidencial ha estado fuera del alcance de un estudiante de instituto. Obama y Bush utilizan un nivel de dificultad idéntico, entre 7 y 10

Los primeros presidentes de Estados Unidos, George Washington y Thomas Jefferson, siempre hablaban a un nivel de entre 16 y 20, como si fuesen catedráticos universitarios. Se dirigían a la selecta clase de terratenientes ricos y educados, los únicos que podían votar. Solo bajaban el listón (a un nivel 8 o 9) en los contados discursos que dieron a las tribus de nativos americanos.

A medida que avanzaba la democracia y el derecho de voto, los discursos se fueron simplificando para abarcar al creciente electorado. El presidente John F. Kennedy bajó mucho el nivel; le gustaba usar palabras de raíz germánica con una o dos sílabas, más breves y fáciles de entender. No es casualidad que su mandato coincidiese con el 'boom' de la televisión. Desde los años setenta, casi ningún discurso presidencial ha estado fuera del alcance de un estudiante de instituto. Los últimos presidentes, Barack Obama y George W. Bush, utilizan un nivel de dificultad idéntico, entre 7 y 10.

Donald Trump maneja un nivel medio de 4,1, compresible para un niño de nueve años. Menos de la mitad del nivel que vemos en el demócrata Bernie Sanders: un 10,1, equivalente un estudiante de bachillerato. Hillary Clinton está a medio camino, en el 7,7, según 'The Boston Globe'.

El comentarista y Youtuber Evan Puschak analizó la manera en que Trump responde a una pregunta. Tomando como ejemplo una entrevista en ABC, notó que sus respuestas siempre rondan el minuto exacto. Un ejemplo: 220 palabras, el 78% de una sílaba, emitidas “en series rítmicas” que terminan siempre con un término impactante: “problema”, “daño”, “muerte”, “morir”, “raíz”. Solo usa palabras de tres sílabas en cuatro ocasiones, tres de las cuales es la misma: “tremendo”. Casi todas las frases son simples y afirmativas y utiliza fórmulas personales como el imperativo, para dirigirse a la audiencia como si todo el mundo, incluido el entrevistador, ya estuviese de acuerdo.

Más allá de su contenido, el discurso de Trump es de una plasticidad formidable, compacto y limpio como un lata de Coca Cola, o un paquete de tabaco. Listo para consumo.

La cáscara se rellena de un contenido explosivo ideal para 2016. El magnate apela al votante frustrado por el bloqueo partidista, de clase humilde, que no percibe la recuperación económica y que ve cómo su país cambia étnicamente

El resultado, también, de su experiencia. Donald Trump es famoso desde hace más de tres décadas y parte de su carrera ha sido dedicada a construir su propia marca, que le ha servido de trampolín. En él se combinan la labia del vendedor inmobiliario y el descaro de un presentador de televisión, como atestiguan sus catorce años dirigiendo el programa 'The Apprentice'.

La cáscara, el envoltorio, se rellena de un contenido explosivo ideal para 2016. El magnate apela al votante frustrado por el bloqueo partidista de los últimos años, de clase humilde, que no percibe la recuperación económica y que ve cómo su país cambia étnicamente. Al votante que odia al Gobierno, como reflejan diversas encuestas sobre el enfado del electorado.

Un mensaje radical que promete soluciones como quien da un puñetazo en la mesa, sin ahorrar comentarios xenófobos o propuestas materialmente imposibles. Un mensaje que está muy bien descrito en el Twitter de uno de sus seguidores: “¡Donald Trump dice en alto lo que hemos estado gritando a nuestros televisores durante años!”.

Richard Ashby Wilson, profesor de Antropología y Derecho en la Universidad de Connecticut, dice que Trump “cruza la línea de populista a demagogo” porque “enfatiza las emociones sobre los hechos”, y lo compara con una buena gama de tiranos. “Dirigir el disgusto moral contra un grupo objetivo consolida inconscientemente la identidad de su grupo, de sus seguidores, que como resultado se pueden sentir empoderados y a cargo de su destino”, escribe en 'The Conversation'.

Para sus rivales, el insulto. “Si le criticas o estás en desacuerdo con él, o con sus métodos, o le cuestiones de alguna manera, cae sobre ti como una tonelada de ladrillos”, decía a El Confidencial Stanton Peele, psicólogo y autor del libro 'Recover! Stop Thinking Like an Addict'. “La gente desea evitar confrontaciones desagradables, una reticencia que Donald explota con habilidad”.

El conseguidor, de 41 años, tiene fama de estar siempre a la ofensiva, de consumir ríos de bebida energética y ser una persona que obtiene lo que sea. Esta es su primera campaña

La exageración, el miedo y el insulto servirían a un doble propósito: cabalgar ese enfado general y conseguir publicidad gratis en la cobertura de los medios, deseosos de morbo que genere visitas. Durante el primer tramo de campaña, 'The Donald' disfrutó de casi cinco veces más tiempo televisivo que Jeb Bush, el doble que Hillary Clinton y 23 veces más que Bernie Sanders.

Su jefe de campaña, un auténtico 'go getter'

Este fin de semana, Trump hizo un guiño a su propia técnica. El presentador del programa Meet the Press, en el canal NBC, increpó a Trump por haber tuiteado una frase del dictador Benito Mussolini. “¿Quiere ser asociado con un fascista?”, preguntó el presentador. “No. Quiero ser asociado con citas interesantes. (…) Lo envié [el tuit] y ciertamente ganó tu atención, ¿verdad?”.

Por eso Trump ha gastado muy poco en campaña: 24 millones de dólares hasta finales de enero, según la Comisión Electoral Federal. Menos de la mitad que Ted Cruz, una tercera parte que Marco Rubio y 5,4 veces menos que los 130 millones dilapidados por Jeb Bush. La suya es una campaña escueta, dirigida por un joven operador político de New Hampshire, Corey Lewandowski.

El conseguidor, de 41 años, tiene fama de estar siempre a la ofensiva, de atacar sin distinguir la etiqueta política, de consumir ríos de bebida energética y ser un go getter, una persona que obtiene lo que sea. Esta es su primera campaña electoral y su estilo de apisonadora ya le ha ganado el título de “alter ego” de Trump. Lewandowski, al igual que parte del equipo que dirige, proviene de Americans for Prosperity, una organización que difunde el mensaje ultraliberal de los hermanos Charles y David Koch. Según una fuente citada por 'Politico', gana 20.000 dólares al mes.

Donald Trump parece a punto de estallar. “Su piel es cada vez más roja y su pelo más rubio”, se dice en los bares, frente a la figura del magnate en televisión. Porque Trump es omnipresente. No se puede vivir un solo día en Estados Unidos sin escuchar su última soflama, su última victoria electoral. Ya van nueve meses de campaña y nadie logra sacudirse la perplejidad.

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