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Estados Unidos por fin tiene una estrategia para plantar cara a China. ¿Funcionará?
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Estados Unidos por fin tiene una estrategia para plantar cara a China. ¿Funcionará?

Se trata de un plan compuesto por tres pilares: aranceles, restricciones de seguridad y subvenciones tecnológicas

Foto: Puerto de Shanghái. (EFE/Alex Plavevski)
Puerto de Shanghái. (EFE/Alex Plavevski)
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Los nuevos aranceles que el presidente Biden anunció la semana pasada no son económicamente significativos. No obstante, desde el punto de vista simbólico, son inmensos.

Estados Unidos apenas compra a China vehículos eléctricos, acero o semiconductores, todos ellos sujetos a aranceles. Ahora, en lugar de rescindirlos, Biden está aumentando los aranceles que ya impusiera en 2018 el expresidente Donald Trump, lo que indica que el distanciamiento entre las economías china y estadounidense se está volviendo irreversible.

Y lo que es más importante, los aranceles son la pieza final de una estrategia económica para competir con China.

Los tres pilares

La estrategia consta de tres elementos. El primero consiste en subvenciones para crear un sector de producción tecnológica viable, desde energía limpia hasta semiconductores. El segundo son los aranceles a las importaciones chinas que amenazan esa labor. El tercero consiste en restricciones de acceso al capital, la tecnología y los conocimientos técnicos que podrían ayudar a China a competir. El cuarto pilar, un frente económico unificado con sus aliados, sigue sin concretarse.

Cuando se trata de estrategia económica, Estados Unidos es una especie de neófito. China traza su trayectoria hacia el dominio económico en planes quinquenales. Por su parte, el ascenso económico de Japón en la posguerra fue dirigido por su poderoso Ministerio de Comercio Internacional e Industria.

Foto: Joe Biden y Xi Jinping se saludan en 2023. (Reuters)

La estrategia estadounidense no tiene nombre ni sede. La culpa la tienen la histórica desconfianza hacia la política industrial (apoyo estatal a sectores favorecidos), la fragmentación de la autoridad económica entre el presidente y el Congreso, y las diferentes administraciones que en ocasiones cuentan con distintas facciones dentro de la misma administración.

De hecho, la estrategia estadounidense ha surgido por partes. Ya en 2016, funcionarios y miembros de la administración Obama, entre ellos Jake Sullivan, ahora asesor de seguridad nacional de Biden, habían empezado a cuestionar el consenso bipartidista que favorecía el libre comercio y el compromiso con China.

El giro de 2017

En 2017, Trump llegó al cargo con un equipo económico y de seguridad nacional decidido a romper con el statu quo. Ese mismo año abandonaron formalmente el compromiso y designaron a China como un competidor estratégico.

La ejecución inicial de Trump, sin embargo, fue chapucera. Sus primeros aranceles importantes los impuso a sus aliados en lugar de a China, para proteger el acero y el aluminio en lugar de la tecnología. Abogó por una fábrica de pantallas LCD de Foxconn Technology de 10.000 millones de dólares en Wisconsin que nunca se materializó. También revirtió la prohibición de su administración sobre la venta de tecnología sensible al proveedor chino de telecomunicaciones ZTE. En 2019, el entonces candidato Joe Biden tuiteó que él anularía la "irresponsable guerra arancelaria" de Trump con China, sugiriendo un retorno al statu quo anterior a Trump.

La ejecución inicial de Trump, sin embargo, fue chapucera. Sus primeros aranceles importantes los impuso a sus aliados en lugar de a China.

Esto nunca sucedió. Internamente, los principales asesores de Biden estaban divididos. La secretaria del Tesoro, Janet Yellen, defendió la reducción de aranceles y el compromiso con China. Mientras, la embajadora de Comercio, Katherine Tai, abogó por los aranceles. Otros dieron prioridad a la cooperación climática y a los equipos baratos de energía limpia. A medida que aumentaban las tensiones con China, como a raíz de un globo espía, también lo hacían los obstáculos a la reanudación de los contactos.

La estrategia que finalmente ha prevalecido es en gran medida obra de Sullivan, según funcionarios y ex funcionarios de la administración. Para él, el comercio, la política económica nacional y la seguridad están integrados. Y cuenta, más que nadie, con la confianza de Biden. No obstante, la estrategia también tiene una herencia bipartidista, ya que se basa en gran medida en iniciativas que comenzaron bajo el mandato de Trump. Los aranceles de la semana pasada fueron el resultado de una revisión de la propia investigación de Trump que condujo a los aranceles iniciales sobre China.

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden. (Reuters/Kevin Lamarque)

En 2020, tras la insistencia de los funcionarios de Trump, Taiwan Semiconductor Manufacturing Co., el fabricante líder de semiconductores de última generación, anunció que construiría una planta de fabricación de chips en Arizona. Por esas fechas, se presentó en el Senado un proyecto de ley bipartidista para subvencionar este tipo de plantas. Impulsado por funcionarios de Biden, ese proyecto acabó convirtiéndose en ley en 2022. Esto permitió al Departamento de Comercio anunciar en los últimos meses unos 29.000 millones de dólares en subvenciones a los principales fabricantes de chips del mundo.

Entre ellos se encuentra TSMC, que ahora afirma que para 2030 construirá tres fábricas en Arizona, en lugar de una. Si TSMC sigue adelante, sus clientes, como Apple y Nvidia, podrían algún día diseñar y fabricar sus chips en Estados Unidos en lugar de Asia.

El control de los semiconductores

Las amplias restricciones de Biden a la venta de chips avanzados y equipos de fabricación de chips a China siguen el modelo de las restricciones que la administración Trump utilizó por primera vez contra Huawei Technologies. A los representantes de Biden no les gusta relacionar estas restricciones, aparentemente dirigidas únicamente a las amenazas a la seguridad, con su estrategia económica más amplia. Sin embargo, es evidente que existe una conexión.

Las restricciones son un poderoso incentivo para que las empresas tecnológicas inviertan en Estados Unidos o en sus aliados en lugar de en China. La Casa Blanca, por ejemplo, está inmersa en una investigación continua sobre los riesgos de seguridad de los "coches conectados", que comparten los datos del conductor con el fabricante. Esto puede servir de pretexto para bloquear todos los vehículos eléctricos chinos en el mercado estadounidense, a pesar de que se monten en Estados Unidos o México.

Las restricciones son un poderoso incentivo para que las empresas tecnológicas inviertan en Estados Unidos o en sus aliados en lugar de en China.

Por lo tanto, Estados Unidos tiene por fin una estrategia para competir económicamente. Queda por ver si tendrá éxito. De entrada, llega tarde. El dominio de China en los mercados clave no ha hecho más que crecer desde 2017. El mundo se prepara ahora para una "segunda ola china" de exportaciones baratas que desborden a los productores locales. Por ejemplo, su cuota de producción mundial de chips "heredados" utilizados en automóviles, electrodomésticos y otras aplicaciones básicas ha pasado del 17% en 2015 al 31% en 2023. Va camino de alcanzar el 39% en 2027, según la empresa de investigación Rhodium Group.

Biden anunció la semana pasada que los aranceles sobre estos chips se duplicarán del 25% al 50%, lo que en teoría debería desviar la producción de China. Pero esos chips suelen entrar en EE.UU. integrados en otros productos, sin verse afectados por los aranceles. Y la expansión de la capacidad de China es en gran medida inmune a los aranceles porque está impulsada por la autosuficiencia, no por el beneficio, afirmó Jimmy Goodrich, asesor sénior de análisis tecnológico estratégico de la Rand Corporation.

La asignatura pendiente

La estrategia económica también se ha visto entorpecida por la política. Como Trump antes que él, Biden está obsesionado con el acero y su importancia para los estados indecisos del cinturón del óxido, al nordeste y medio oeste de EEUU. Subió los aranceles sobre el metal a pesar de que Estados Unidos ya tiene muchas alternativas nacionales y de sus aliados frente a China. Sin embargo, no elevó los aranceles sobre los drones, que cada vez desempeñan más funciones de seguridad nacional y para los que Estados Unidos depende por completo de China.

Por último, a pesar de lo mucho que se ha hablado, Estados Unidos y sus aliados han tenido dificultades para formar un frente unido para competir con China. Aunque los dirigentes de Biden suspendieron los aranceles de Trump sobre el acero y el aluminio de la Unión Europea, el acuerdo para rescindirlos por completo fracasó debido, en parte, a que la UE no quiso coordinarse con Estados Unidos para combatir el acero chino. Temerosa de quedarse atrás con respecto a Estados Unidos y China en materia de vehículos eléctricos, la UE está ocupada preparando sus propias subvenciones y aranceles.

La estrategia económica también se ha visto entorpecida por la política.

Estas divisiones podrían aumentar aún más si Trump vuelve al poder y cumple su amenaza de imponer aranceles a todas las importaciones, incluidas las de sus aliados. China se enfrenta en definitiva a una firme oposición económica de Occidente, pero puede consolarse con el hecho de que todavía no está consolidada.

*Contenido con licencia de The Wall Street Journal. Traducido por Federico Caraballo

Los nuevos aranceles que el presidente Biden anunció la semana pasada no son económicamente significativos. No obstante, desde el punto de vista simbólico, son inmensos.

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