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La UE reduce su déficit comercial con China por primera vez desde 2017
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La UE reduce su déficit comercial con China por primera vez desde 2017

El desplome de las importaciones mejora la balanza un 27% respecto a 2022, pero las cifras siguen preocupando: los Veintisiete compran 291.000 millones más de lo que venden

Foto: El presidente chino, Xi Jinping, y la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen. (Reuters/Olivier Matthys)
El presidente chino, Xi Jinping, y la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen. (Reuters/Olivier Matthys)
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China es un rival sistémico para la Unión Europea desde hace un lustro. Al menos eso es lo que recoge el vocabulario oficial de Bruselas, que empezó a virar su postura hacia el gigante asiático a finales de la década pasada, en paralelo al estallido de la guerra comercial entre Pekín y Washington. Sin embargo, las importaciones comunitarias siguieron creciendo año tras año, consolidando una dependencia que la pandemia puso de relieve. Ni siquiera dejaron de hacerlo durante lo peor del coronavirus, cuando numerosas rutas comerciales se vieron afectadas por los confinamientos en el Viejo Continente, primero, y por la política de covid cero de la dictadura de Xi Jinping, después. La crisis inflacionista tras la reapertura, que disparó los precios, hizo el resto. Pero algo está cambiando.

Por fin, el discurso de la Comisión Europea, cada vez más asertivo, se traduce en hechos. La Administración de Ursula Von der Leyen ha situado los desequilibrios comerciales con China en el centro de sus prioridades, como demostró la propia presidenta durante el debate del Estado de la Unión, en septiembre, o su visita a Pekín, el pasado diciembre. El dato que más preocupa a los líderes del bloque es el déficit comercial, que en 2022 rozó los 400.000 millones de euros. Ahora, y tras acumular récords durante la última década, se ha producido el esperado cambio de tendencia, según los datos publicados esta semana por Eurostat, la oficina estadística del Gobierno comunitario.

La balanza comercial con China sigue siendo negativa, y mucho, pese a que las cifras mejoraron sustancialmente el año pasado. Los Veintisiete continúan comprando a la segunda potencia mundial más de lo que le venden, pero el déficit se redujo en 2023 hasta los 291.000 millones de euros. Son 107.000 menos que el año anterior, lo que supone una mejora del 27%, la primera desde 2017. Para hacerse una idea de la magnitud de este hecho, basta recordar que en 2013, cuando se inicia la serie histórica comparable —tras la incorporación de Croacia a la UE—, esta cantidad constituía, aproximadamente, el saldo total de las importaciones y las exportaciones.

Lo que pasó en la última década es conocido por todos: mientras China mantenía su mercado muy restringido a los productos comunitarios, se estaba beneficiando de la apertura de la UE para colocar los suyos en el mercado único, en una relación asimétrica a la que ahora Bruselas quiere poner coto. Un ejemplo es el de los vehículos eléctricos, una industria fuertemente apoyada por Pekín a través de subsidios públicos, y que ahora se halla bajo investigación de las instituciones comunitarias por competencia desleal.

Como resultado de este doble juego, el valor de las importaciones de los Veintisiete prácticamente se triplicó entre 2013 y 2022, hasta superar los 600.000 millones de euros, mientras que el de las exportaciones solo se incrementó un 70%, por encima de los 200.000. En solo 10 años, el déficit comercial se llegó a multiplicar por cuatro, disparando todas las alarmas en Bruselas.

Sin embargo, existe un matiz importante. Hasta 2020, el año de la pandemia, las importaciones y exportaciones crecieron de forma bastante pareja: un 61% y un 50%, respectivamente. El déficit comercial aumentó a un ritmo de 10.000 millones de euros por año, en un ambiente de relativa estabilidad económica, con un crecimiento bastante sostenido tras la Gran Recesión y unos precios contenidos. A partir de 2021, en cambio, este saldo negativo se duplicó, al sumar 215.000 millones en solo un bienio.

Como se puede apreciar en el gráfico, la escalada vino de un único lado, el de las importaciones, mientras las exportaciones continuaron la tendencia de los años anteriores. En otras palabras: aunque el desequilibrio siempre había existido, el problema no alcanzó su dimensión actual hasta después de la pandemia, como consecuencia de un aumento inédito de las compras, especialmente en 2022. La espectacular mejora de la balanza el año pasado, que también estuvo protagonizada por las importaciones (cayeron 113.000 millones de euros), podría deberse, si se sigue este razonamiento, a una cierta corrección tras el rebote posterior al covid. Todavía es pronto para asegurar que el primer repliegue de las compras a China en una década constituye un fenómeno estructural: solo supondrá un verdadero punto de inflexión si se mantiene durante los próximos años.

La inflación no es la causa

Lo que resulta indudable, en cambio, es que se está produciendo un retroceso en las relaciones comerciales entre ambos países, y no una simple distorsión provocada por la escalada de precios. La crisis inflacionista no disparó por sí misma el valor de las importaciones en 2021 y 2022, y la normalización del año pasado tampoco es la principal responsable de su caída: simplemente han agudizado el proceso. Los datos de volumen siguen una evolución similar a los monetarios, con un alza muy notable de las compras tras lo peor de la pandemia y un descenso el año pasado, como se ve en el gráfico.

Estamos ante algo más que un efecto estadístico. Las relaciones comerciales entre las capitales comunitarias y Pekín se han resentido en el último año como no lo habían hecho nunca. Ni siquiera en el fatídico 2020, cuando el volumen de exportaciones europeas a China batió récord y superó por primera y única vez a las importaciones. Tanto si se miden en términos de cantidad como de valor económico, 2023 fue testigo de un hecho histórico: es la primera vez que las compras y las ventas caen en un mismo año, incluso si se coge la serie histórica desde 1999, antes de que algunos de los Estados miembros se incorporaran al bloque comunitario o de que China entrase en la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Las cifras conocidas esta semana indican, por tanto, el primer retroceso del que se tiene constancia en los intercambios entre ambos países. Y no son las únicas que apuntan en esa dirección. La inversión extranjera directa de China en la Unión Europea también se está desplomando, mientras que las empresas occidentales ya repatrían capitales del gigante asiático, como se explica con detalle en este artículo. Si Europa quiere seguir reequilibrando su relación comercial con China, lo tendrá que hacer comprando menos, no vendiendo más. El proteccionismo de Xi no deja otra salida.

China es un rival sistémico para la Unión Europea desde hace un lustro. Al menos eso es lo que recoge el vocabulario oficial de Bruselas, que empezó a virar su postura hacia el gigante asiático a finales de la década pasada, en paralelo al estallido de la guerra comercial entre Pekín y Washington. Sin embargo, las importaciones comunitarias siguieron creciendo año tras año, consolidando una dependencia que la pandemia puso de relieve. Ni siquiera dejaron de hacerlo durante lo peor del coronavirus, cuando numerosas rutas comerciales se vieron afectadas por los confinamientos en el Viejo Continente, primero, y por la política de covid cero de la dictadura de Xi Jinping, después. La crisis inflacionista tras la reapertura, que disparó los precios, hizo el resto. Pero algo está cambiando.

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