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Cuando el pueblo estadounidense tomó las calles por la inflación
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Cuando el pueblo estadounidense tomó las calles por la inflación

En los 60 y 70, los crecientes precios de productos básicos como carne y gasolina causaron estragos en la economía de EEUU, gracias a errores políticos y normativos que hoy sirven de advertencia

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En otoño de 1966, una ola de protestas recorrió EEUU, llamando la atención de los políticos de Washington, grandes líderes empresariales y redactores de titulares. Pero esos estadounidenses no estaban expresando su ira por la guerra de Vietnam o la discriminación racial. Las protestas eran en contra de los crecientes precios alimentarios, y los soldados de a pie en lo que se describió como una 'revuelta de amas de casa' fueron en gran medida mujeres de clase media con niños. Hartas por el creciente coste de la vida, se manifestaron en la puerta de supermercados con pancartas que pedían precios más bajos, a veces escritas con pintalabios.

Las protestas comenzaron en Denver y se extendieron a otras ciudades, lo que impulsó a la revista ‘Time’ a informar de que los boicots a supermercados se estaban extendiendo “como mantequilla en una plancha caliente”. El asesor especial del presidente Lyndon Johnson en asuntos del consumidor los alentó, instando a los manifestantes a “votar con su bolsillo”.

Las manifestaciones y boicots por los costes de alimentación aparecerían una y otra vez durante la siguiente década, centrados en los precios del café, la carne y otros productos. Se volvieron parte del terreno social, como colas de coches en zonas suburbanas que se extendían frente a las gasolineras y piquetes sindicales para aumentos salariales para el coste de vida. Un grupo local de mujeres, el FLP (For Lower Prices), de Long Island, Nueva York, tenía alrededor de 1.500 miembros, según ‘Politics of the Pantry’, un libro de la historiadora Emily Twarog que documenta algunas de las protestas.

El largo descanso norteamericano de la inflación muestra signos de llegar a su fin. Los precios al consumo aumentan

Hoy, tras décadas con una inflación casi invisible en EEUU, muchos estadounidenses no saben cómo es. Casi la mitad de la población estadounidense nació después de 1981, el último año de aumentos de los precios al consumo de dos dígitos. Pero el largo descanso norteamericano de la inflación muestra signos de llegar a su fin. Los precios al consumo están volviendo a aumentar: el índice de precios al consumo del Departamento de Trabajo creció un 5% en mayo respecto al año anterior, el mayor aumento en más de una década. La historia ofrece enseñanzas valiosas.

La acuciante inflación de finales de los años 60 y los 70 no llegó de la noche a la mañana. Se consolidó con los años, a través de una sucesión de traspiés y contratiempos políticos hasta que se integró en la psicología de casi todos los estadounidenses. Llevaría dos profundas crisis y nuevas formas de pensamiento económico dominar la inflación de ese periodo.

Puede que el repunte actual de los precios al consumo no conduzca a un problema de inflación a largo plazo similar. Pero podría ser necesaria un poco de audacia política por parte del banco central del país y otros legisladores para asegurarse de que no lo haga. Evitar la expansión de la inflación también podría implicar cierto sufrimiento económico.

Foto: Mercado de abastos.

“El problema surge cuando los legisladores son demasiado lentos a la hora de responder a sus errores”, declara Stephen Cecchetti, profesor de Economía en la Universidad Brandeis, que trabajó en el Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca entre 1979 y 1980. Su trabajo fue rediseñar indicadores de inflación que no reflejaban adecuadamente cómo estaban cambiando los costes de vivienda.

Ya había habido inflación antes, sobre todo en tiempos de guerra. El gasto gubernamental se disparaba para apoyar la lucha. Con un exceso de dinero entrando en bancos, empresas y hogares, y menos bienes que comprar debido a déficits de producción, los precios aumentaban. Cuando los esfuerzos bélicos y el gasto para financiarlos disminuían, la inflación desaparecía.

En mayo de 1917, justo después de que EEUU entrara en la Primera Guerra Mundial, el índice de precios al consumo del Departamento de Trabajo aumentó un 20% respecto al año anterior. Una vez que finalizó la guerra, se estabilizó durante los felices años 20. Del mismo modo, el índice subió un 13% en 1942, después de que EEUU entrara en la Segunda Guerra Mundial, se estabilizó con los controles de precios impuestos por el Gobierno y luego subió un 20% en 1947. El índice cayó en 1949 y luego se estabilizó en su mayor parte durante la década de 1950, a excepción de la guerra de Corea.

[Consulte aquí el panel macroeconómico de El Confidencial]

A mediados de los años 60, las cosas empezaron a parecerse al antiguo modelo. Los precios al consumo comenzaron a aumentar cuando el presidente Johnson quiso financiar la guerra de Vietnam y sus programas sociales de la Gran Sociedad. Pero, a medida que la guerra avanzaba, también lo hacía la inflación. “No hicieron nada al respecto”, declara Cecchetti.

Cuando Richard Nixon llegó a la Casa Blanca en 1969, la tasa de inflación anual ya había crecido hasta el 5%, desde menos del 2% durante la Administración Kennedy. Lo que vino después fue más de una década de mala gestión por parte de republicanos, demócratas y un elenco de apoyo en la Reserva Federal, una institución crítica que debía ser apolítica.

El presidente Nixon trató de gestionar el problema desde arriba. Cuando los precios de la carne se dispararon en 1973, algunos compararon el resultante boicot al consumo con el motín del té. La Administración impuso precios máximos para la carne por segunda vez, y el secretario del Tesoro, George Shultz, instó a las amas de casa a intentar “comprar de forma inteligente”. No funcionó. Los precios de la carne aumentaron un 37% en 1973, un 22% en 1975, un 24% en 1978 y un 27% en 1979.

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“Creí que un programa de control voluntario podía funcionar”, declara Barry Bosworth, alto miembro de la Institución Brookings que sirvió como director del Council on Wage and Price Stability de Jimmy Carter desde 1977 hasta agosto de 1979. “Tengo que admitir que fue simplemente un fracaso total”.

Bajo la superficie, se estaba desarrollando una fuerza económica más poderosa en la Fed, que controla el dinero en circulación del país. Cuando el banco central inyecta dinero en el sistema financiero, suelen pasar dos cosas. Primero, el coste de endeudamiento —el tipo de interés— baja, porque los bancos tienen mucho dinero y están dispuestos a ofrecer préstamos baratos. Segundo, el poder adquisitivo de ese dinero disminuye.

Imagine una economía en la que las personas solo producen y consumen naranjas. Cada individuo gana un dólar al día y compra una naranja al día de media. En un día normal, la naranja cuesta alrededor de un dólar. Si mantenemos la producción y el consumo de naranjas estables, pero introducimos un dólar extra en la cuenta bancaria de todos los individuos, lo único que cambiará es que las personas ofrecerán un precio más alto por las naranjas. El poder adquisitivo de un solo dólar decae a medida que se incrementa su oferta. Eso es la inflación.

placeholder Richard Nixon. (Casa Blanca: Ollie Atkins)
Richard Nixon. (Casa Blanca: Ollie Atkins)

Por ejemplo, en 1971, la tasa de inflación anual seguía por encima del 4%. Aunque mostró indicios de ralentizarse, el dinero en circulación en las cuentas bancarias de los hogares y los préstamos bancarios seguía creciendo rápidamente. La Fed elevó los tipos de interés a principios del año, pero después revirtió su curso drásticamente y empezó a reducirlos a finales de verano. El presidente Nixon estaba pensando en la reelección, y tenía buena relación con el presidente de la Fed, Arthur Burns. “Nunca diré esto fuera de esta habitación: mi punto de vista es que yo haría que se moviera un poco más lentamente ahora, para que pueda aumentar y tenga un gran empujón real más tarde”, dijo Nixon a Burns sobre su deseo respecto al crecimiento económico en una conversación grabada en marzo de 1971. El presidente Johnson y después el presidente Nixon importunaron a la Fed para que siguiera inyectando dinero en la economía y bajando los tipos de interés, creyendo que reduciría el desempleo y ayudaría a sus programas económicos y su perspectiva electoral. La Fed solía cumplir, pero el principal efecto era aumentar los precios.

Tras la reunión, Burns escribió que su amistad con Nixon era una de las tres más importantes en su vida y que quería mantenerla así. También escribió que quería que el presidente supiera “que nunca existió el más mínimo conflicto entre hacer lo correcto para la economía y hacer lo que servía a los intereses políticos de RN [Richard Nixon]”.

Antes de las reducciones de los tipos ese año, los tenientes de Nixon amenazaron a Burns publicando historias en los periódicos de que el presidente estaba considerando acumular partidarios de la Casa Blanca en el banco central y también acusando falsamente a Burns de buscar un aumento de sueldo. Además de las amenazas, intentaron comprarle con regalos, como gafas de sol y una chaqueta de Camp David.

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“Realmente utilizó a Burns como un juguete”, dijo Jeffrey Garten, oficial de comercio en la Administración Clinton cuyo futuro libro, ‘Three Days at Camp David’, trata la decisión de Nixon de ese año de permitir que el valor del dólar fluctuara en los mercados globales, otro movimiento que ayudó a impulsar la inflación.

El valor de un dólar en relación con otras monedas globales había estado fijado al precio del oro tras la Segunda Guerra Mundial. Eso implicaba que otros bancos centrales podían llegar a la Reserva Federal e intercambiar sus crecientes reservas de dólares —generadas a través de sus ganancias comerciales— por oro a un precio fijo. Pero las reservas de oro de EEUU estaban menguando a medida que el superávit comercial desaparecía y los dólares se iban al extranjero. Temiendo que EEUU se quedase sin oro, Nixon rompió el vínculo ese agosto, lo que redujo el tipo de cambio del dólar.

Como resultado, el precio de bienes importados se duplicó en los siguientes cuatro años. Por otra parte, dado que el comercio internacional de muchos bienes se denominaba en dólares, los exportadores de materias primas como el petróleo también estaban presionados. En octubre de 1973, los miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, OPEP, exprimieron las reservas en un embargo de petróleo que atacaba a Occidente. La intención era castigar a los países que apoyaban a Israel, pero también tenía el objetivo económico de aumentar el precio del petróleo, ya que su valor en dólares cayó.

Algunos economistas habían creído que, cuando el desempleo creciese, la inflación caería. Ambos aumentaron

Una inflación implacable sumergió la economía de EEUU en un juego de pídola. Los trabajadores pedían un aumento salarial para hacer frente al creciente coste de vida. Muchos de ellos obtuvieron aumentos a través de ajustes del coste de vida en contratos colectivos. Para seguir el ritmo del aumento de los costes, las empresas, a su vez, elevaron los precios todavía más. De este modo, surgió un concepto relativamente nuevo en el vocabulario económico, la ‘espiral de precios y salarios’.

Las relaciones económicas se salieron de sus antiguos patrones. Algunos economistas habían creído que, cuando el desempleo creciese, la inflación caería. En cambio, ambos aumentaron, dando origen a otro término nuevo, ‘estanflación’.

Para complicar la situación, la productividad de los trabajadores se ralentizó inexplicablemente, haciendo más difícil que la Fed entendiera hacia dónde se dirigía la economía. Una avalancha de mujeres en la fuerza laboral también hizo que fuera más difícil descifrar un índice estable de desempleo. “Los errores técnicos se convirtieron en una catástrofe”, declara Athanasios Orphanides, profesor de la Escuela de Administración y Dirección de Empresas Sloan del MIT, que empezó su carrera como economista en la Fed estudiando en qué se equivocó en los años 70.

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En 1979, Arthur Burns había salido de la Fed. Sorprendería a una audiencia de banqueros en Belgrado ese año con un discurso llamado ‘La angustia de los bancos centrales’, en el que realmente declaró su derrota. “Es ilusorio esperar que los bancos centrales pongan fin a la inflación que ahora azota las economías industriales”, dijo. El problema no era que fueran incapaces de hacerlo, sino que la política hacía imposible conseguir el objetivo.

Los hogares también se habían acostumbrado a ello. “Las personas han aprendido a lidiar con la inflación”, comunicó un directivo de un supermercado a ‘The Wall Street Journal’ en 1978. “Han llegado a aceptar los aumentos de precios con menos hostilidad”. Para millones de personas, los precios aumentaron más rápido que los salarios, dejándoles peor aunque su salario se incrementara.

Un nuevo líder de la Fed, Paul Volcker, estaba entre la audiencia del discurso de Burns en 1979. Alto como un jugador de baloncesto, con manos gigantes y una voz áspera, Volcker salió del encuentro en Belgrado con otras ideas en mente. La semana siguiente, diseñó un aumento drástico en los tipos de interés que se conocería como la ‘Masacre del sábado por la noche’. La lucha de Volcker contra la inflación incluyó restringir el crecimiento del suministro de dinero, lo que llevó a unos tipos de interés mucho más elevados que ayudaron a acabar con la presidencia del hombre que le eligió, Jimmy Carter.

La competencia global ha dejado a los trabajadores con menos poder negociador, dificulta aumentos de salario

Gran parte de la forma en que piensan los economistas actuales sobre la inflación fue determinada por dichos acontecimientos. La independencia del banco central y un objetivo oficial de una inflación baja se convirtieron en el norte de banqueros centrales de todo el mundo, incluida la Fed. Los economistas también llegaron a entender el importante papel que tiene la psicología en los asuntos monetarios de un país. Si los consumidores, trabajadores y empresas se convencen de que la inflación empeorará, aumentarán la oferta de precios y salarios de antemano, alimentando la misma inflación que aborrecen. Los banqueros centrales ahora supervisan las expectativas inflacionistas en encuestas y mercados financieros para tener pruebas de que su credibilidad está intacta.

Los episodios de inflación tras las dos guerras mundiales mostraron que a veces los ‘shocks’ golpean una economía, provocando un acelerón temporal de los precios, pero luego las empresas y hogares vuelven a funcionar de manera habitual. La inflación a largo plazo aparece cuando los legisladores, especialmente los banqueros centrales, pierden la voluntad de frenarla con políticas crediticias restrictivas que incluyen un coste a corto plazo en forma de pérdida de empleos o recesión.

Un aumento de la competencia global ha dejado a los trabajadores actuales con menos poder negociador, dificultando que pidan aumentos salariales como respuesta a la inflación. En 1976, seis millones de trabajadores sindicalizados tenían ajustes automáticos al coste de vida en sus contratos. En 1995, el número había caído a 1,2 millones, y ahora tales convenios son escasos. De esta forma, los trabajadores cargan con el peso de la inflación, pero las espirales de precios y salarios parecen menos amenazantes.

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En los últimos años, el recuerdo de la inflación en los 70 ha preocupado menos a los legisladores estadounidenses que el espectro del lento crecimiento y la baja inflación de Japón en los dosmil. La inflación se ha mantenido por debajo del objetivo de la Fed del 2% de forma sistemática desde 2008-09, incitando a las autoridades de la Fed a concluir que lo que realmente necesitaba la economía era un estímulo. Se han centrado en el estancamiento, no en la estanflación, que es el motivo por el que han trabajado de forma tan diligente para mantener unos tipos de interés bajos.

Los oficiales de la Fed dicen que los recientes aumentos de los precios al consumo son transitorios, vinculados a la crisis del covid-19. Los indicadores de las expectativas inflacionistas son estables. Bosworth dice que sospecha que los legisladores llegarán a la larga a la conclusión de que inyectaron demasiado dinero en la economía en respuesta a la pandemia. ¿Volveremos a ver a los norteamericanos en las calles protestando por precios fuera de control? No si los legisladores prestaron atención a las enseñanzas del pasado.

*Contenido con licencia de ‘The Wall Street Journal’.

En otoño de 1966, una ola de protestas recorrió EEUU, llamando la atención de los políticos de Washington, grandes líderes empresariales y redactores de titulares. Pero esos estadounidenses no estaban expresando su ira por la guerra de Vietnam o la discriminación racial. Las protestas eran en contra de los crecientes precios alimentarios, y los soldados de a pie en lo que se describió como una 'revuelta de amas de casa' fueron en gran medida mujeres de clase media con niños. Hartas por el creciente coste de la vida, se manifestaron en la puerta de supermercados con pancartas que pedían precios más bajos, a veces escritas con pintalabios.

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