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¿Puede Occidente seguir liderando el mundo?

Durante décadas, EEUU y Europa mostraron al mundo que libertad y la prosperidad iban de la mano. Ahora las democracias occidentales luchan contra una enorme ola de desafíos

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Durante décadas, Estados Unidos y Europa mostraron al mundo que la libertad y la prosperidad iban de la mano. Ahora las democracias occidentales están luchando contra una nueva ola de desafíos internos y externos.

En su discurso en el Muro de Berlín en junio de 1987, el presidente Ronald Reagan instó a su homólogo soviético con la célebre frase: "Sr. Gorbachov, ¡derribe este muro!" Presagiando el colapso del bloque soviético y el desmantelamiento del Muro dos años después, Reagan explicó por qué Estados Unidos y sus aliados triunfarían: "Hoy en Occidente, vemos un mundo libre que ha alcanzado un nivel de prosperidad y bienestar sin precedentes en toda la historia humana. La libertad conduce a la prosperidad. La libertad es la vencedora".

Hoy, sin embargo, Occidente se encuentra en una crisis existencial. Su papel como faro global está en tela de juicio, e instituciones como la OTAN están, en palabras del presidente francés Emmanuel Macron, "clínicamente muertas". El populismo nacionalista de derechas y las políticas identitarias de izquierdas amenazan a lo que solía ser un amplio consenso arraigado en valores compartidos de democracia y derechos humanos, un consenso nacido de las luchas de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría.

Foto: Esteban Hernández. (Salomé Sagüillo)

Al mismo tiempo, el asombroso ascenso de China durante las últimas tres décadas sugiere que la prosperidad puede llegar, efectivamente, sin libertad: un nuevo paradigma que está inspirando a los autócratas de todo el mundo. La pandemia del coronavirus que parece estar contenida en China también ha golpeado a gran parte de Occidente, con especial dureza, devastando repetidamente las economías a ambos lados del Atlántico, ya que la mayoría de los gobiernos no han logrado detener la segunda ola de la enfermedad.

Las amenazas a Occidente tampoco son simplemente externas. Como demuestra la continua controversia sobre las recientes elecciones estadounidenses, la fe en la equidad fundamental de las instituciones democráticas, para muchos, ya no se da por descontado en mitad de una polarización política que a menudo genera cámaras de eco de teorías conspiratorias.

Desde los adeptos a la conspiración derechista QAnon hasta los anarquistas de Portland que asedian los edificios del gobierno federal, o los chalecos amarillos en Francia y los llamados 'Reichsburgers' en Alemania, la frustración y la ira por el 'status quo' han forzado a que más ciudadanos de las democracias occidentales se aparten del sistema político establecido. Mientras tanto, los algoritmos de las redes sociales, alimentando con contenido extremista, han pulverizado lo que solía ser una comprensión ampliamente compartida de la realidad. Incluso la respuesta de salud pública al virus ha estado muy dividida con la cuestión de si usar o no la mascarilla, convirtiéndose en un marcador de lealtad política en los EEUU después de que el presidente Trump cuestionase su necesidad.

placeholder El todavía presidente de EEUU, Donald Trump, con mascarilla. (Reuters)
El todavía presidente de EEUU, Donald Trump, con mascarilla. (Reuters)

"La idea de Occidente sigue estando ahí, pero con soporte vital", dijo Brian Katulis, investigador principal del 'Center for American Progress', de tendencia izquierdista: "Y es en parte porque esto se ha visto reforzado desde dentro de estas democracias. Las termitas, las fuerzas populistas enojadas tanto en la derecha como en la izquierda, que son profundamente antiliberales, han estado socavando las sociedades abiertas desde dentro".

La discordia interna se superpone a una creciente división entre las naciones clave de Occidente. La sensación de tener valores y propósitos comunes entre Europa y Estados Unidos, el núcleo de lo que solía llamarse el "mundo libre", se está desvaneciendo. La deriva que comenzó bajo la presidencia de Barack Obama se convirtió en una absoluta acritud durante la administración Trump, que adoptó un enfoque transaccional con sus viejos aliados y desató guerras comerciales.

En la actualidad, solo un tercio de los europeos albergan opiniones positivas de los EEUU, según una encuesta de septiembre realizada por Pew, no siendo mucho mejor que sus opiniones sobre China y Rusia. La temática de la Conferencia de Seguridad de Múnich de este año, la reunión anual de líderes occidentales y sus instituciones de defensa y política exterior, fue explorar un nuevo sentimiento, y un miedo, de un "Westlessness" [una pérdida de Occidente].

La última Conferencia de Seguridad de Múnich, donde se reúnen muchos líderes, trato ese nuevo sentimiento de pérdida de Occidente

"Nunca me hubiera imaginado que llegase a ver esta relación volverse tan complicada y difícil. A lo largo de toda mi vida política, los lazos entre Europa y EEUU solían ser buenos por definición. Ahora ya no estamos seguros de ello", dijo en una entrevista Romano Prodi, antiguo primer ministro italiano y expresidente de la Comisión Europea.

En los últimos cuatro años, el francés Macron impulsó a Europa hacia una mayor "autonomía estratégica" que disminuiría su dependencia de unos Estados Unidos poco fiables, en un mundo de líderes autocráticos cada vez más asertivos como el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y el de China, Xi Jinping.

Otros, como la canciller alemana, Angela Merkel, se mostraron reacios a abrazar a toda velocidad el proyecto, aferrándose a las esperanzas de que la administración del presidente Trump mostrara una anomalía temporal. Es probable que el resultado rencoroso de estas elecciones convenza a muchos otros líderes europeos de que ha llegado el momento de confiar en sus propias fuerzas, independientemente de quién haya ganado la Casa Blanca esta vez.

Foto: Joe Biden. (Reuters)

"Había muchas expectativas puestas en los últimos cuatro años en que las cosas volverían a funcionar, pero habiendo observado las campañas de las elecciones, hay una perspectiva más realista puesta en los impulsores del avance de la política exterior de Estados Unidos, y una toma de conciencia de que, en cualquier caso, Europa debe cuidarse a sí misma", dijo Daniela Schwarzer, directora del Consejo Alemán de Relaciones Exteriores en Berlín y una asesora política de la Comisión Europea. Las turbias secuelas del voto estadounidense, agregó, "cambian la perspectiva sobre quién es Estados Unidos, y no facilita que los europeos se vean a sí mismos como anclados en ese viejo consenso liberal de las democracias".

El Occidente geopolítico es un constructo relativamente reciente. Fue forjado por las democracias que habían ganado la Segunda Guerra Mundial contra una ideología totalitaria, el nazismo, y fortalecido en las décadas siguientes de la Guerra Fría contra otro sistema totalitario, el liderado por el Bloque del Este.

Los valores de estas democracias se convirtieron en la piedra angular de las nuevas instituciones que sustentan a Occidente, como la OTAN y los precursores de la Unión Europea, que unieron a los ganadores y perdedores de la guerra. La carta fundacional de la OTAN en 1949 proclamó un compromiso con "los principios de la democracia, la libertad individual y el estado de derecho".

Son estos principios los que hicieron que Occidente fuese tan atractivo para aquellos a quienes se les negaban las libertades a este lado del Telón

Son precisamente estos principios los que hicieron que Occidente fuese tan atractivo para aquellos a quienes se les negaban las libertades en el lado este del Telón de Acero, y eso hizo que los países de Europa Central y Oriental se sintieran tan ansiosos por unirse a la UE y a la OTAN después del colapso de la Unión Soviética.

El hecho de que estos valores formaran el núcleo del consenso político en Occidente durante más de siete décadas, sin embargo, fue producto de la experiencia histórica y no de una característica innata de la civilización occidental. Después de todo, las dos ideologías totalitarias que empaparon de sangre a Europa en la primera mitad del siglo XX, sosteniendo que las libertades individuales debían ser eliminadas en nombre de la lucha de clases o la superioridad racial, son tanto un producto de la cultura y la historia occidentales como lo son los ideales democráticos ilustrados que terminaron ganando terreno. Estas ideologías totalitarias nunca desaparecieron por completo, y sus herederos mutantes están emergiendo nuevamente a la superficie en medio de la dislocación general y el fermento populista.

"Conforme nos distanciamos de los conflictos definitorios del siglo XX, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, nos sentimos cada vez más confundidos acerca de lo que representamos, en gran medida porque buena parte de la población no tiene un marco de referencia", dijo Danielle Pletka, miembro senior del American Enterprise Institute, de tendencia conservadora.

Foto: Despliegue policial en el centro de Viena. (Reuters)
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Una década después de que Francis Fukuyama proclamara "el fin de la historia" y el triunfo de la democracia liberal tras la Guerra Fría, un nuevo conflicto consumió las energías de Occidente: la guerra global contra el islamismo militante de al Qaeda, los talibanes y, más tarde, el Estado Islámico.

La arrogancia inicial con la que Estados Unidos y sus aliados intentaron rehacer Afganistán e Irak finalmente dio paso a frustraciones en relación a los límites del poder occidental. Al mismo tiempo, la proliferación de atropellos terroristas en el país, junto con la crisis de refugiados de 2015, creó nuevas fracturas dentro de las sociedades occidentales. Estos ataques continúan, con una serie de asesinatos en Francia y un atentado en Viena en los últimos días.

Aunque el nuevo enemigo era la ideología del islam político radical y no la de la fe musulmana como tal, muchos en Occidente respondieron recurriendo a una cosmovisión más atávica y antiliberal en medio de oleadas de inmigración de musulmanes.

Los movimientos populistas que supieron subirse al carro en mitad de estas ansiedades, y que llegaron al poder en algunas naciones, defendieron una idea diferente, y más antigua, de Occidente como un bastión del cristianismo y de los valores tradicionales amenazados por una invasión islámica, en lugar de un modelo universal de libertad e inclusión.

placeholder Víktor Orban, en Bruselas. (Reuters)
Víktor Orban, en Bruselas. (Reuters)

"Occidente caerá, ya que Europa está ocupada sin darse cuenta", predijo el primer ministro húngaro, Víktor Orban, en un discurso de 2018, destacando el número de musulmanes nacidos en países de la UE. "La última esperanza para Europa es el cristianismo".

Este debate sobre lo que realmente representa Occidente, provocado por el terrorismo y la inmigración, se mezcló con frustraciones por la profundización de la disparidad económica, particularmente a raíz de la crisis financiera de 2008, un evento que llevó a los líderes de China a decidir que había llegado la hora de desafiar al predominio mundial de Occidente.

"La crisis financiera supuso el momento en que la marea comenzó a cambiar: ya no era evidente que el sistema capitalista occidental tradicional iba a ser el modelo moderno predominante de gobernanza", dijo Alexander Stubb, ex primer ministro de Finlandia y profesor en el Instituto Universitario Europeo de Florencia.

A medida que los líderes autocráticos de países de la OTAN, como Orban en Hungría y el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, vieron consolidado su poder, la que fue un día casi una fe universal en la democracia representativa comenzó a desmoronarse en ambos lados del Atlántico. Según una encuesta de Pew, solo el 46% de los estadounidenses creía el año pasado que el gobierno de su nación se estaba dirigiendo en beneficio de todos, frente al 65% en 2002.

Foto: Erdogan y Macron en una rueda de prensa en Estambul en 2018. (Reuters)

En Alemania, según la encuesta, esa proporción bajó del 86% al 48%, y en Italia del 88% al 30%. Solo el 27% de los estadounidenses, el 23% de los ciudadanos franceses y el 37% de los canadienses estaban de acuerdo con la idea de que los funcionarios electos se preocupaban por sus intereses.

Los críticos de la izquierda culpan de esta situación a la codicia capitalista desenfrenada y a la captura de las instituciones estatales de Occidente por parte de los 'lobbies' de empresas centrados en maximizar las ganancias, así como a las divisiones generadas por la presidencia de Trump.

Los de la derecha discuten que la crisis de las democracias occidentales es causada por una enorme brecha entre el público en general, especialmente en las regiones excluidas por la globalización, y en las élites tecnocráticas liberales desconectadas de la realidad.

En los días en los que gobernaban Thatcher o Reagan, las virtudes de Occidente parecían evidentes por sí mismas

"Hay amenazas a la libertad y amenazas a la identidad nacional en nuestras sociedades, y provienen de las élites que han perdido la confianza en las virtudes de sus propias sociedades", dijo John O’Sullivan, presidente del conservador Danube Institute en Budapest, quien asesoró a la ex primera ministra británica Margaret Thatcher.

En los días de Thatcher y Reagan, las virtudes de Occidente parecían evidentes por sí mismas. Para los europeos del este que hacían largas colas para recibir alimentos, colas que serpenteaban por sus decrépitas ciudades, la democracia y la prosperidad de Occidente parecían indivisibles. Una sofisticada y moderna economía, al parecer, era incompatible con la dictadura.

En parte gracias a las nuevas tecnologías que hacen que el control estatal sobre los ciudadanos sea mucho más eficiente, China está demostrando que eso no es así, al menos hasta ahora. Beijing ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza y ha creado nuevos productos y empresas que son competitivas a nivel mundial mientras mantienen un sistema político cada vez más represivo. "El desafío de China es nuevo y diferente al desafío de la Unión Soviética porque China es visiblemente una sociedad con mayor éxito económico", dijo Peter M. Robinson, académico de la Institución Hoover de la Universidad de Stanford quien, trabajando como redactor de discursos para el presidente Reagan, escribió el discurso de Berlín de 1987.

Foto: Foto de archivo: un encuentro entre Biden, entonces vicepresidente de EEUU, y Xi Jinping. (Reuters)

"Los chinos están presentes en todo Silicon Valley, han invertido, tienen dinero. Esto nunca fue así en la Unión Soviética, que solo tenía dinero en metálico para comprar trigo".

En estos días, el triste invierno de los nuevos confinamientos en Inglaterra, Bélgica y Francia, donde restaurantes y negocios no esenciales se han cerrado al resurgir el virus, esto contrasta con una vida casi normal y una recuperación económica en China. En Wuhan, la ciudad donde se originó la pandemia, miles de personas se deleitaron en agosto con un concierto de música electrónica en un parque acuático, sin distanciamiento social ni mascarillas: precauciones que ya no se consideran necesarias.

En China, por supuesto, el Partido Comunista logró eliminar en gran parte el virus utilizando medidas draconianas y vigilancia intrusiva que sería inconcebible en Occidente. "El precio que pagas por tu libertad en Europa es que terminas con una situación que también aumenta la probabilidad de que las enfermedades se propaguen", dijo el Dr. Chris Smith, virólogo de la Universidad de Cambridge.

Aun así, la marcada diferencia con las naciones asiáticas que han permanecido en gran parte al margen de la pandemia está haciendo mella en la sensación de pesimismo y malestar que ya permeaba en Europa y Estados Unidos antes del coronavirus. "Ahora somos conscientes de lo desnudos que estamos en el mundo, y de lo mal preparados que estamos", dijo Peter Frankopan, profesor de historia global en la Universidad de Oxford.

El hecho de profetizar el fin de Occidente ha sido una industria artesanal que se viene prolongando durante los últimos siglos

"Hace apenas tres o cuatro años, éramos optimistas, estábamos convencidos de que íbamos a tener unos años dorados y que la fiesta tendría cabida para todos. Y es sorprendente que de repente haya esta transición a que la gente sea tan negativa e incluso hable sobre el fin de Occidente".

El hecho de profetizar el fin de Occidente ha sido una industria artesanal durante más de un siglo. "Las naciones occidentales se acercan a su disolución; las enfermedades que padecen son radicales y acumulativas, no responden al tratamiento", advirtió el escritor británico James Stanley Little en su tratado de 1907, 'The Doom of Western Civilization', que se centró en la destreza comercial de los asiáticos y la moral relajada de las mujeres europeas. 'The Decline of the West' de Oswald Spengler, que lamentaba la influencia corruptora de la democracia y la prensa, se convirtió en un éxito de ventas en la Alemania de 1920.

Y en Estados Unidos, el 'bestseller' de 2002 de Pat Buchanan 'The Death of the West' predijo el colapso de la civilización occidental debido a las altas tasas de fertilidad de los inmigrantes.

Pero a través de crisis y pruebas, Occidente ha logrado repetidamente reinventarse, mostrando una capacidad para la innovación y el cambio, una flexibilidad que la China de principios del siglo XIX o el Imperio Otomano del siglo XVII, entonces en la cima de la prosperidad y el poder, no lograron mostrar.

Foto: La comisaria europea de Salud Stella Kyriakides. (Reuters)

Edgars Rinkevics, el ministro de Relaciones Exteriores de Letonia, señaló que la Unión Soviética, como China hoy, también parecía tener una ventaja sobre Occidente en las décadas de 1950 y 1960, cuando envió el satélite Sputnik y el primer hombre al espacio. Esa superioridad, por supuesto, resultó ser un espejismo.

"Los regímenes autoritarios son más ágiles para enfrentarse a este tipo de crisis que estamos viviendo con el coronavirus", dijo Rinkevics. "Pero no puedo creer que a largo plazo su modelo prevalezca. El rumor sobre la muerte de Occidente es extremadamente exagerado".

Robinson, que fue redactor de discursos del presidente Reagan, también es cautelosamente optimista. "Es algo arriesgado en este momento. No está predestinado que Occidente vuelva a encontrar su equilibrio y vuelva a estar unido", dijo. "Pero si observas el largo recorrido de la historia europea, la capacidad de regeneración es asombrosa".

Durante décadas, Estados Unidos y Europa mostraron al mundo que la libertad y la prosperidad iban de la mano. Ahora las democracias occidentales están luchando contra una nueva ola de desafíos internos y externos.

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