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Los secretos del cementerio de la Almudena: ilustres difuntos, un ángel de la muerte y tesoros ocultos
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UNA HISTORIA ESCRITA EN LÁPIDAS

Los secretos del cementerio de la Almudena: ilustres difuntos, un ángel de la muerte y tesoros ocultos

Con una extensión de 120 hectáreas, la Almudena se ha convertido en el mayor cementerio de Europa Occidental. El número de personas inhumadas desde su creación supera al de los actuales habitantes de la Villa y Corte

Foto: Una tumba en el cementerio de la Almudena. (Europa Press/Eduardo Parra)
Una tumba en el cementerio de la Almudena. (Europa Press/Eduardo Parra)

El sonido de la trompeta anunciadora en el cementerio de la Almudena ha hecho temblar durante décadas a aquellos que podían escucharlo. La leyenda cuenta que cuando una persona muere en Madrid, el ángel del Apocalipsis, conocido popularmente como Fausto, hace sonar este instrumento. Sin embargo, lo hace de una forma tan débil que solo algunos tienen la capacidad de oírlo. Fausto, que custodia la única capilla plenamente modernista de Madrid, se ha convertido con el paso del tiempo en uno de los símbolos más emblemáticos del camposanto más grande de Europa Occidental.

Con una extensión aproximada de 120 hectáreas, la principal necrópolis de Madrid es una ciudad dentro de otra ciudad. Conformado por tres zonas de enterramiento (el cementerio civil, el cementerio hebreo y el cementerio de Nuestra Señora de la Almudena) en este espacio descansan algunos de los personajes más importantes de la historia de la capital a lo largo de los últimos 140 años. Un museo al aire libre en el que las tumbas de la Faraona, Almudena Grandes, las Trece Rosas o la de aquellos que cayeron en Cuba y Filipinas nos recuerdan el pasado de un Madrid inconformista, frenético y acogedor. Un testimonio del Madrid que fue y que es.

La idea de crear un cementerio público en el este de la capital fue del monarca ilustrado Carlos III, pero realmente fue el rey Alfonso XII quien lo inauguró el 15 de junio de 1884. Más de un siglo de debates y planes fallidos después. El primero en ser enterrado allí fue Pedro Regalado Olmos, un niño que falleció con apenas 14 meses. Poco después llegó una pandemia, la cuarta que hubo en España en el siglo XIX, que hizo saltar por los aires la planificación urbanística funeraria de la época. El cólera, una enfermedad que provocó la muerte de más de 120.000 personas en España solo en el año 1885, llenó los cementerios de todo el país, y en el de La Almudena hubo que habilitar la zona más oriental.

En el Madrid del siglo XIX, los cementerios que eran de titularidad pública no permitían los enterramientos de personas que no fueran católicas. Los protestantes, judíos, musulmanes, masones, ateos o librepensadores no eran bienvenidos. Pero una Real Orden lo cambió todo. La normativa fomentó la creación de cementerios civiles en aquellos municipios que tuvieran más de 600 habitantes. Este hecho obligó a Alfonso XII a regresar al barrio de Ventas para inaugurar el cementerio civil. Dos necrópolis en menos de un año. Desde entonces, este camposanto ha albergado tumbas y panteones de algunos de los personajes más relevantes de la disidencia social, política y religiosa del país.

Foto: Pintadas sobre la estatua de Lola Flores, situada junto al panteón familiar en el cementerio de La Almudena de Madrid. (EFE)

Maravilla Leal, una joven de 20 años, fue la primera persona en ser enterrada en el civil. En los años posteriores lo harían los cuatro presidentes de la Primera República, varios dirigentes socialistas y comunistas, intelectuales, artistas y diversos miembros de la Institución Libre de Enseñanza. Paloma Contreras, presidenta de FunerArte, una asociación que trata de poner en valor el arte funerario de los cementerios, explica que Maravilla "fue enterrada con celeridad unos días antes de la inauguración oficial del cementerio católico", aunque su caso es paradójico. Hasta hace muy poco se decía que la decisión de enterrarla en la zona civil y no en la consagrada es porque era una suicida y las personas que se quitaban la vida no podían estar enterradas en suelo católico. "No me cuadraba que esto fuera así", asegura Paloma, que tras un arduo trabajo de investigación descubrió que la causa real es que era protestante. "Probablemente, murió de cólera", recalca.

La Almudena es uno de los camposantos histórico-artísticos más importantes de Europa y cuenta con uno de los pórticos de entrada más atractivos del continente. En el arco central de esta entrada, de estilo modernista, están las dos últimas obras del escultor Mateo Inurria: el Cristo del Perdón, que da la bienvenida a los visitantes, y San Miguel Arcángel, que porta una balanza para pesar las almas. Emiliano Barral, otro escultor célebre de la época, también dejó su huella en varias obras del civil, como el mausoleo de Pablo Iglesias, fundador del PSOE y de UGT.

placeholder La tumba de Pablo Iglesias en el cementerio de la Almudena. (Europa Press/Eduardo Parra)
La tumba de Pablo Iglesias en el cementerio de la Almudena. (Europa Press/Eduardo Parra)

La belleza está presente en las tumbas de personajes no tan conocidos, como es el caso de Santiago Núñez. Sobre su lápida hay una imagen en mármol de Mariano Benlliure. La leyenda dice que su viuda, que murió unos 20 años después, iba a llorar sobre la sepultura todos los días. "La realidad es que posó para el escultor y fue ella misma quien quiso aparecer como doliente, una figura típica decimonónica, sobre la sepultura de su marido", aclara la presidenta de FunerArte. Hay otras obras de arte de autoría anónima, como la tumba de Enriqueta Menéndez, en la que reposan también desde hace más de un siglo los restos de su hija Julia. En total, más de 300 lápidas protegidas por su valor artístico y más de cinco millones de personas enterradas en esta necrópolis. Cada una con su propia historia.

La presidenta de FunerArte insta a "documentar el arte funerario para entender a nuestros antepasados y para comprender su forma de pensar". "Vemos normal irnos a Egipto a ver tumbas faraónicas y conocemos la historia de sus enterramientos y no valoramos lo que tenemos aquí. No le damos un mínimo de importancia histórica, cuando rebosa de ella", critica.

Durante el siglo XIX, la mentalidad a la hora de crear sepulturas era completamente distinta a la tendencia actual. "Los decimonónicos tenían un ego descomunal y buscaban hacerse notar constantemente, incluso después de muertos. Su máxima se puede resumir en un yo estuve aquí, esto es lo que hice y aquí dejo mi tumba para que me recordéis eternamente", señala Paloma Contreras. La Guerra Civil y la aparición de las aseguradoras dan un giro de 180 grados a esta forma de pensar. "En el siglo XIX planeaban con delicadeza dónde serían enterrados y bajo qué monumento, previamente elegido. Había mucha más creatividad. Ahora nos hemos olvidado de que estos espacios una vez fueron lugares de paseo y recogimiento", lamenta.

Una insólita colección de históricos vehículos fúnebres

La necrópolis de la Almudena está llena de tesoros ocultos. En un lugar que pasa totalmente desapercibido para los visitantes hay una insólita colección de históricos vehículos mortuorios de principios del siglo XX, aunque es una zona que no está abierta al público. El filósofo José Ortega y Gasset o Gregorio Marañón fueron algunos de los personajes que utilizaron estas carrozas ornamentadas, que en un principio iban tiradas por caballos y posteriormente montadas sobre un chasis motorizado.

El cortejo fúnebre en la sociedad madrileña, así como las tradiciones vinculadas a la muerte, han cambiado por completo en el último siglo. "Con la llegada de los tanatorios sacamos a la muerte de nuestros hogares. Antes era mucho más tradicional fallecer en casa y hacer el velatorio allí mismo. Hoy en día los hospitales y funerarias se encargan de que no tengas que tratar con el cadáver en casi ningún momento hasta que está en la sala del tanatorio, cuando hace décadas lo normal era que tu propia familia te amortajara como un ritual más", subraya la presidenta de FunerArte.

En la ciudad del recuerdo también hay espacio para la vida. La simbología fúnebre es una manera de entender las culturas que nos han precedido en el tiempo. Sin embargo, hay elementos que perduran, pasen los años que pasen: son los que forman parte de la naturaleza. Uno de ellos son los cipreses, el árbol por excelencia de los cementerios, ya que pueden llegar a vivir más de 1.000 años y porque sus raíces crecen hacia abajo y no levantan las sepulturas del suelo.

placeholder Flores en la tumba de Almudena Grandes en el cementerio de la Almudena. (Europa Press/Eduardo Parra)
Flores en la tumba de Almudena Grandes en el cementerio de la Almudena. (Europa Press/Eduardo Parra)

"El concepto que se persigue es convertir estos espacios en jardines, por lo que las hiedras son bienvenidas (además de trepar hacia el cielo). En cuanto a las flores, se utilizan todas aquellas que evoquen en su nombre el recuerdo al difunto (siempreviva, pensamiento, nomeolvides) y crisantemos", asegura Contreras. Una flor única y que está muy presente en las tumbas de la Almudena son las rosas, que representan el amor más puro que se puede sentir hacia una persona.

El arte también se manifiesta a través de los epitafios, un texto que honra al difunto, normalmente inscrito sobre su tumba. Hay quienes se despiden de la vida con humor. "Menos flores y más JB", "Game over", "Aquí estoy con lo puesto y no pago los impuestos" o "Era marchoso y murió con marcha" son algunos de los que se pueden leer en el cementerio de la Almudena. Hay otros que dan lecciones de vida, como el favorito de Paloma Contreras, que es el de una mujer que falleció con casi 100 años y que está enterrada en el cementerio civil: "Escudriñadlo todo y retened lo bueno", aconseja a aquellos que visitan su lápida.

El sonido de la trompeta anunciadora en el cementerio de la Almudena ha hecho temblar durante décadas a aquellos que podían escucharlo. La leyenda cuenta que cuando una persona muere en Madrid, el ángel del Apocalipsis, conocido popularmente como Fausto, hace sonar este instrumento. Sin embargo, lo hace de una forma tan débil que solo algunos tienen la capacidad de oírlo. Fausto, que custodia la única capilla plenamente modernista de Madrid, se ha convertido con el paso del tiempo en uno de los símbolos más emblemáticos del camposanto más grande de Europa Occidental.

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