Esto de la OTAN aportará a Madrid muchos intangibles, pero Bar Paco no vende un menú
A diferencia de otros eventos, la cumbre nunca reporta muchos beneficios a la ciudad que lo organiza. El teletrabajo y la seguridad alejan bares, hoteles o restaurantes de sus clientes
Hace no demasiado tiempo, incluso puede que la semana pasada, lograr una mesa en el Fanático a las 14:30 era casi una odisea, y pronto volverá a serlo. Este martes, sin embargo, uno de los últimos 'hypes' gastronómicos de la capital daba la impresión de estar cerrado. Pero no, a través de los ventanales se vislumbraba cómo algunos astutos clientes habían encontrado la manera de descolgarse hasta allí —no en coche— y comer en un ambiente de semipenumbra, rodeados de mesas vacías. Habitualmente es una ventaja competitiva que tu local esté situado en pleno paseo de la Castellana esquina con Martínez Campos, pero precisamente estos días no se puede decir lo mismo, con los mejores hoteles de la ciudad rodeados por un perímetro de seguridad de 500 metros y el centro de Madrid acotado por vallas metálicas y furgonetas policiales.
Mientras uno se dirige a pie a lo largo de la Castellana hacia el tramo donde se ubican los hoteles de lujo —a saber, el Villa Magna, el Wellington, el Four Seasons, el Ritz y el Palace—, donde se hospedan la mayoría de delegados, y el Museo del Prado, que acogerá la cena de gala de este primer día, la excesiva quietud que se respira pasa de ser anecdótica a preocupante.
En General Martínez Campos, el encargado argentino del bistró La Manon define el día como "tranquilo". A 600 metros de allí, en dirección al quilombo, el quiosquero de Rubén Darío lo enfatiza más aún: "Muy tranquilo". A primera hora aún se veía movimiento, pero con el avance del día ha desaparecido. Es especialmente impactante a la hora de comer, cuando todo el paisaje humano que brota de las oficinas y sedes cercanas para comer o tomar café se ha esfumado esta semana. En la Taberna del Café Gijón, situada kilómetro y medio más abajo, ya en Recoletos, la camarera describe el ambiente del local como "demasiado tranquilo". En cuestión de dos kilómetros, una misma palabra ha adquirido un aire de amenaza. Es verdad que no hay prácticamente nadie. A nuestro alrededor, un grupo de cinco turistas ha pagado y se marcha dejando la taberna casi vacía, tan solo una mesa al fondo y una mujer acodada a una esquina de la barra.
"Está bastante peor que en agosto", reconoce sobre la afluencia de público. "Y dicen que mañana va a ser peor que hoy".
Otras cafeterías cercanas, como El Espejo, ni siquiera han abierto. Pese a celebrarse formalmente en la Feria de Madrid, a varios kilómetros de aquí, la cumbre de la OTAN ha caído sobre el centro, más que como un ramalazo de verano profundo, casi como un nuevo confinamiento. Las empresas han mandado a sus empleados a teletrabajar y estos han cumplido a rajatabla. La semana pasada, la vicealcaldesa, Begoña Villacís, recomendó directamente no ir al centro.
En las semanas previas, los hoteleros y comerciantes jugaron con las habituales cifras de ocupación y con los millones que este evento iba a dejar en Madrid. Si hace dos semanas se hablaba de un 90-100% de ocupación hotelera, esta semana se rebajaba ya a un 70% y, horas antes de que la cumbre echara a andar, algún hotelero ya confesaba tener bastantes menos habitaciones ocupadas de lo que esperaba.
La economía de montar una cumbre
En términos de visitantes, la cumbre es un evento discreto: se calculan unos 5.000 en total, de los que algo menos de 2.000 son periodistas acreditados. Si la prensa se organizara bien con los mandatarios y delegados rivales, casi podrían cubrir la cumbre entera haciendo marcaje al hombre en vez de la acostumbrada defensa en zona. Pero por bajos que sean los números, la importancia del evento en términos de seguridad obliga a Madrid a tirar del enchufe de casi todos los establecimientos del centro.
La patronal hostelera de Madrid calculaba que, para los restauradores de la capital, la cumbre dejaría unos beneficios de 500.000 euros. No parece gran cosa y al mismo tiempo parece una cifra demasiado redonda para ser creíble, como cuando tras una larga comilona entre amigos con aperitivo previo y copas posteriores, el camarero acaba echando un vistazo rápido a la comanda para sentenciar, como la patronal de hosteleros: "50 euros por cabeza".
Pero aunque fuese preciso, no alcanzaría para tapar las pérdidas de todas esas cafeterías, bares de menú o restaurantes que abrirán para prácticamente nadie. Alrededor de las cinco de la tarde, los locales de la plaza Mayor comenzaron al unísono a plegar sus toldos. Sus lucrativas terrazas estarán cerradas durante los próximos días por seguridad. "¡Pero dentro seguimos abiertos!", precisaba lacónico el dueño del restaurante El Soportal antes de devolver una mirada de desolación a uno de sus empleados mientras acordonaba la sombrilla.
En términos de visitantes, la cumbre de la OTAN es un evento discreto, pero la seguridad obliga a Madrid a cerrarlo todo
En la turística Posada del Peine, junto a la plaza Mayor, reconocen que esas expectativas de un 100% de ocupación para estos días no se han cumplido. "Aún tenemos bastantes habitaciones libres", confirman.
Es prácticamente imposible que la cumbre de la OTAN, un esfuerzo de dinero público valorado en 50 millones de euros —principalmente por el coste de organizar todo el operativo de seguridad—, acabe compensando económicamente a Madrid o a España, al menos en el futuro inmediato. Y, sin embargo, lejos de estos silbidos de cafetera, allí donde se dirime el fin del mundo y no tanto el fin de mes, Madrid se ha marcado un puntazo organizando la que 'The Economist' ha bautizado como "la cumbre de la OTAN más importante en varias generaciones".
La literatura académica recoge múltiples intentos de valorar todo lo que la organización de un evento así aporta a una ciudad, pero las conclusiones no están demasiado claras, si acaso que las ciudades pequeñas y más desconocidas suelen beneficiarse más que las capitales de la proyección internacional que brinda una de estas cumbres internacionales. Conceptos como 'diplomacia de ciudades' están cada vez más en boga, aunque siguen siendo difusos, y desde un punto de vista turístico no está claro que ciudades como Huntsville, Kananaskis, Toyako o Heiligendamm se hayan convertido en destinos más atractivos a raíz de haber organizado una cumbre del G7. Por lo que a la OTAN respecta, cuatro de las cinco últimas cumbres han tenido lugar en Bruselas y la próxima se celebrará en Vilnius, Lituania.
Sin embargo, hay que reconocer que la guerra de Ucrania lo cambia todo, y puede hacer que realmente Madrid acabe en los libros de historia como sede de un importantísimo acuerdo o tratado que logre enderezar el futuro de Occidente. Aunque los estudios advierten de que, cuando uno juega a esto, también cabe la posibilidad de que suceda todo lo contrario y obtenga publicidad negativa si el evento es un fracaso. Es algo macabro, pero de cara a ser recordados por la historia, es casi más efectivo. Los Juegos de Barcelona 1992 fueron memorables, pero los de Múnich 1972 son imborrables.
Cuando el teletrabajo es imposible
Son todos esos intangibles los que, se supone, compensan una inversión de la que prácticamente nadie en la capital, más allá de los hoteles y grandes restauradores implicados, saldrá beneficiado a corto plazo.
Así, mientras en el Palacio Real los 40 jefes de Estado y sus consortes degustaban la merluza con salsa 'menier' tapioca y huevas de trucha o el bogavante con sopa de aceite y pomelo rosa elaborado por el chef Paco Roncero, mientras en el Palacio de Santa Cruz los ministros de Exteriores y Defensa a buen seguro bromeaban con la ocurrencia de José Andrés —asistido en los fogones por Carlos Tejedor, Diego Guerrero, de DStage, y Pepa, de El Qüenco de Pepa— de elaborar una ensaladilla Kiev como entrante, las empleadas del Faborit que hay junto al Congreso de los Diputados, dentro de la zona cercada por su cercanía al Palace, pasaron la víspera de la cumbre sin saber a ciencia cierta si podrían acudir a su trabajo al día siguiente. Teletrabajar una ensalada o un cortado no es una opción.
A media tarde, dos fornidos agentes de las Unidades de Intervención Policial (UIP) entraron a por sendos cafés con leche para alivio de una de ellas, que abordó a uno y le preguntó directamente qué iba a pasar en las próximas horas. "A veces hemos tenido que entrar por la calle de detrás", le explicaba —dada la cercanía del café al Congreso, se habrán visto envueltas en situaciones parecidas—. "Pero con esto no tenemos acreditación ni nada, no sé si nos dejarán llegar hasta aquí".
"¿De qué hora estamos hablando?", dijo el miembro de las UIP. Ella respondió que entraba a las siete de la mañana. "En otras circunstancias no habría problema, pero ahora no sé qué decirte, esta gente suele madrugar mucho", le espetó el agente. "Yo si fuera tú me tomaba el día libre".
A la hora de aquella conversación, la recomendación parecía algo excesiva, pero pronto se tornó adecuada. Alrededor de las seis de la tarde, el operativo de seguridad dio una nueva vuelta de tuerca y el estruendo de arrastre de las vallas acalló cualquier otro murmullo. La Puerta del Sol, hasta entonces animada con turistas que sorteaban las obras, se volvió infranqueable. Todo el centro de Madrid se plegó sobre sí mismo como una rosa metálica a la que solo las abejas de la geopolítica están invitadas a acceder.
Hace no demasiado tiempo, incluso puede que la semana pasada, lograr una mesa en el Fanático a las 14:30 era casi una odisea, y pronto volverá a serlo. Este martes, sin embargo, uno de los últimos 'hypes' gastronómicos de la capital daba la impresión de estar cerrado. Pero no, a través de los ventanales se vislumbraba cómo algunos astutos clientes habían encontrado la manera de descolgarse hasta allí —no en coche— y comer en un ambiente de semipenumbra, rodeados de mesas vacías. Habitualmente es una ventaja competitiva que tu local esté situado en pleno paseo de la Castellana esquina con Martínez Campos, pero precisamente estos días no se puede decir lo mismo, con los mejores hoteles de la ciudad rodeados por un perímetro de seguridad de 500 metros y el centro de Madrid acotado por vallas metálicas y furgonetas policiales.