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El piso de la calle Ferroviarios: una historia de prostitución y "miedo" en Madrid
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El piso de la calle Ferroviarios: una historia de prostitución y "miedo" en Madrid

La jueza archiva la denuncia de una testigo protegida a instancias de la Fiscalía, pese a los informes psicológicos que advierten rasgos “compatibles con una situación de explotación”

Foto: Operación policial contra una red que obligaba a mujeres a prostituirse. (EFE/Archivo)
Operación policial contra una red que obligaba a mujeres a prostituirse. (EFE/Archivo)

En el piso de la calle Ferroviarios estaba prohibido rechazar clientes, ni siquiera cuando se tenía la menstruación. Al llegar a esa casa, las otras chicas le enseñaron a “taponarse”. Las tarifas de precios tampoco eran cosa suya, ni siquiera cobrar a los clientes, con los que había que ser amables por obligación. Este es el relato de una testigo, protegida de la Policía Nacional, que denunció la situación de explotación sexual que vivió durante meses en una casa de Madrid. Sus secuelas aparecen recogidas en los informes de la trabajadora social y la psicóloga. Sin embargo, ni la Fiscalía ni el juzgado aprecian un caso claro de trata de seres humanos.

La mujer no es española. En su país de origen trabajaba de camarera, pero con la “miseria” que cobraba no le daba para mantener a varios familiares que dependían de ella, entre ellos su hijo. Entonces apareció Steven X.M.T. en su camino. En septiembre de 2019 aceptó una oferta para viajar a España. Quedaba algo más de medio año para que la pandemia de covid paralizase el mundo. A diferencia de otras chicas, ella no llegó engañada, sabía que iba a vivir en una casa de citas donde se ejercía la prostitución. Pero nadie le explicó las condiciones. La promesa es que iba a ganar mucho dinero y que por eso no le costaría mucho devolver los 4.000 euros de deuda que —según le dijeron— costaba hacer todos los trámites de su traslado.

Foto: Una mujer víctima de trata cose en el taller de APRAMP. (Patricia Seijas)
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Steven le mandó el billete por correo electrónico. Costaba 500 euros. Junto a ella viajó otra mujer en dirección a España, pero en Barajas no las dejó pasar la Policía. Permanecieron varios días en el aeropuerto hasta que asesoradas por un abogado de oficio pidieron asilo y lograron salir. Así es como llegaron al piso de la calle Ferroviarios, en el corazón del barrio madrileño de Usera. Según su relato, lo regentaba una mujer llamada Carolina V.C., que también estaba a cargo de un bar cercano, rodeado de comercios chinos y alguna casa de apuestas. En el local también se ejercía la prostitución, según la testigo protegida.

En la casa vivían nueve chicas, aunque había mucha rotación, no siempre eran las mismas. Las normas las ponían Carolina y un hombre llamado Bairon N.Q., que dormía en el piso con ellas. Les daban la opción de ejercer en el domicilio o en el bar. También podían solapar ambos lados, lo que significaba doblar el turno. Esta mujer empezó con seis horas diarias todos los días en la casa, menos los domingos. Luego dice que le exigieron continuar en el bar los fines de semana, por lo que la jornada de trabajo se extendía hasta las tres de la madrugada. Bairon cobraba a los clientes y luego arreglaba cuentas con las chicas. A veces les daba menos de lo que les correspondía, pero quejarse tampoco estaba permitido. Ni dar el teléfono a los clientes.

Estaba obligada a dar parte de su dinero al señor que vivía con ellas, además de un porcentaje por cada servicio sexual que prestase

Esta mujer dice que Carolina y Bairon eran quienes imponían todas las condiciones, las tarifas y los horarios. Los preservativos, sábanas y servicio de lavandería se descontaban de lo que ganasen en la cama con los clientes. Cada semana estaba obligada a dar una parte de su dinero al señor que vivía con ellas, además de un porcentaje por cada servicio sexual que prestase. Las chicas dormían todas juntas repartidas en dos habitaciones. Ante los agentes del Grupo I de la Brigada Central contra la Trata de Seres Humanos, correspondiente a la Comisaría General de Extranjería, esta mujer les dijo que tenía miedo de denunciar por temor a represalias.

Miedo a ser localizada

A la chica que llegó con ella a España la amenazaron desde el principio porque se negó a pagar la deuda de los 4.000 euros. Una noche Steven le dio “una paliza”, les contó a los agentes en una primera declaración prestada en junio de 2020. Declaró de nuevo pasados unos días. Insistió en el miedo a ser localizada pese a que, según dijo, ya no mantenía contacto con ninguna de las chicas. Detalló que tuvo que esperar varios días en el aeropuerto y pedir asilo porque Steven, la persona que compró su billete, ni siquiera pagó la reserva de hotel que le iba a servir de coartada para hacerse pasar por turista.

Foto: Foto: iStock.

La denuncia de la mujer y la investigación policial recayeron en el Juzgado de Instrucción número 37 de Madrid, que dirige la magistrada Purificación Elisa Romero. El pasado 28 de febrero emitió un auto al que ha tenido acceso El Confidencial en el que archiva las diligencias dirigidas contra Carolina y Bairon por un presunto delito de explotación sexual. Sí ordena, en cambio, seguir la investigación contra Steven por favorecer la inmigración irregular.

La Fiscalía destaca que la testigo protegida sabía que venía a ejercer la prostitución, pero advierte de que eso no significa que no exista explotación. No obstante, el ministerio público sostiene en un informe del pasado 27 de enero que la denunciante mantuvo en todo momento su pasaporte, no siempre dormía en el piso ni la amenazaron o multaron por incumplir las condiciones. Los informes de la trabajadora social y de la psicóloga dijeron que su situación “puede ser compatible con la situación de explotación vivida”. También consta en la causa un informe psiquiátrico, según el cual la mujer presenta un “trastorno adaptativo de rasgos depresivos” que tiene su origen en los hechos denunciados.

placeholder Decoración instalada en la estación de metro de Usera con motivo de la celebración del Año Nuevo chino. (EFE)
Decoración instalada en la estación de metro de Usera con motivo de la celebración del Año Nuevo chino. (EFE)

“Pero pese a lo que informan los peritos —zanja la Fiscalía—, se considera que debe estarse fundamentalmente a las declaraciones de la testigo protegida y de dichas manifestaciones no se desprende una situación de explotación en los términos referidos por la jurisprudencia examinada”. Sí considera que Steven tiene en su contra indicios claros de favorecer la inmigración ilegal al haber pagado el billete de avión y lucrarse exigiendo a las mujeres una suma muy superior al precio del pasaje por las gestiones realizadas.

La versión de los acusados

Ninguno de los tres investigados quiso declarar en comisaría. Tan solo lo hicieron ante la jueza asistidos por un equipo legal integrado por los abogados penalistas Juan Gonzalo Ospina y Beatriz Uriarte. Su defensa se basó en demostrar que solo eran facilitadores de las labores de prostitución, pero que no ejercían ningún tipo de explotación. Steven dijo trabajar como taxista privado y que conocía a los otros de verlos en el bar de la calle Ferroviarios, pero negó cualquier relación con el piso en el que se prostituyen las chicas.

placeholder Un hombre camina por una de las calles del barrio de Usera. (EFE)
Un hombre camina por una de las calles del barrio de Usera. (EFE)

En una segunda declaración, admitió que también se gana la vida prestando dinero y cobrando un 25% de intereses. En esas actividades de usura enmarcó el hecho de haberles prestado varios miles de euros a unas chicas en septiembre de 2019. Según dijo, fue porque se lo pidió una amiga. Admitió también haber reservado un hotel para ellas y hasta ofrecerles un abogado cuando no las dejaban salir del aeropuerto.

Intento de suicidio

Reconoció haber visto a las dos chicas después en discotecas en compañía de un conocido suyo. A una de ellas la dejaron abandonada tras caer al suelo de espaldas. Dijo que estaba “como drogada o borracha”. Esa misma mujer, la que se negaba a devolver el dinero de la deuda y a la que supuestamente pegó una paliza, había tratado de suicidarse, según contó Steven a la jueza. Por su parte, Carolina lo negó todo. Dijo que en su bar no se ejercía la prostitución, que un colchón que tiene en el local es “para descansar”. Negó cualquier relación con una serie de listados que aparecieron en los registros en que se aprecia una actividad de prostitución.

Bairon explicó que esas anotaciones son las cuentas de dos chicas a las que tiene realquilado el piso. Son dos prostitutas, pero afirma que ejercen porque ellas quieren. La Policía ha detectado que este hombre está detrás de anuncios publicados en la web de sexo Pasión.com. “Chófer para chicas. Precios económicos las 24 horas del día”. Los teléfonos de Bairon y de Carolina están vinculados a un total de 21 anuncios relacionados con la “búsqueda de chicas sudamericanas para trabajar en piso relax y bar de copas”.

En el piso de la calle Ferroviarios estaba prohibido rechazar clientes, ni siquiera cuando se tenía la menstruación. Al llegar a esa casa, las otras chicas le enseñaron a “taponarse”. Las tarifas de precios tampoco eran cosa suya, ni siquiera cobrar a los clientes, con los que había que ser amables por obligación. Este es el relato de una testigo, protegida de la Policía Nacional, que denunció la situación de explotación sexual que vivió durante meses en una casa de Madrid. Sus secuelas aparecen recogidas en los informes de la trabajadora social y la psicóloga. Sin embargo, ni la Fiscalía ni el juzgado aprecian un caso claro de trata de seres humanos.

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