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La historia de tres víctimas en un país de puteros
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Relato de la explotación sexual

La historia de tres víctimas en un país de puteros

España es un buen negocio para la trata de personas. Tiene el mayor porcentaje de hombres que pagan por sexo en Europa y es el tercero del mundo después de Tailandia y Puerto Rico

Foto: Una mujer víctima de trata cose en el taller de APRAMP. (Patricia Seijas)
Una mujer víctima de trata cose en el taller de APRAMP. (Patricia Seijas)

Marcela llegó a Europa hace 17 años desde Brasil. En su país de origen, trabajaba como secretaria en un bufete de abogados y con el dinero que ganaba pagaba sus estudios de la carrera de Derecho. Pero llegó la crisis económica de 2004 y se quedó sin empleo. Una amiga le propuso trabajar en Europa y quedó con una mujer para conocer detalles de la oferta. "Me propuso quedarme seis meses con un sueldo de 1.200 euros trabajando como servicio doméstico. Tenía entonces 23 años y una familia no desestructurada económicamente pero sí emocionalmente. He sido una niña maltratada y nunca les importé, así que lo único que quería era demostrar a mis padres que no les necesitaba para ser alguien en la vida", explica.

Marcela mueve mucho las manos, enlaza sus dedos de forma vertiginosa, los aprieta y acaricia. Lleva una de sus muñecas llenas de pulseras y al hablar se le seca rápidamente la boca. Cuenta su historia de terror de forma tan serena que solo se romperá una vez. Tira de orgullo y solo quiere pensar en el presente y en el futuro. Pero quiere volver al pasado para contar por lo que pasó al llegar a Europa.

placeholder Las tres mujeres. (P. S.)
Las tres mujeres. (P. S.)

La mujer que le ofreció trabajo en un cibercafé (su "captadora", porque luego aprendió a llamar a las cosas por su nombre) se introdujo en su familia, conoció a sus hermanas y a sus sobrinas de cuatro y seis años. "Hizo de todo para demostrar que era amiga mía para ganar mi confianza, y a los tres meses acepté", explica. La noche antes del embarque nos reunió a todas (ocho mujeres, todas brasileñas, porque era lo que se demandaba entonces), nos dio 500 euros para pasar entre fronteras, el pasaporte (gestionado por la mafia), dinero para comprar ropa porque decía que en Europa la gente se viste diferente, cosa que luego vi que es mentira”, narra. Su ruta fue de Sao Paulo a Francia y de Francia a Vigo.

En la capital de Pontevedra, les esperaba una furgoneta con personal de seguridad que las recogió una a una y las llevó a Valença do Minho. Allí les esperaba otra mujer que las recibió con amabilidad, les recogió las pertenencias y les invitó a pasar una semana como turistas. Pasaban los días, lo estaban pasando bien, pero aquellas ocho mujeres brasileñas empezaban a hacerse preguntas. Habían ido a trabajar, no de vacaciones.

"Me rebelé al escuchar aquello y ahí recibí mi primera bofetada. Nos dijo que nuestra deuda inicial era de 5.800 euros"

La misma mujer amable las encerró en una habitación, pero su actitud había cambiado. “Nos dijo: 'No habéis venido aquí a ningún trabajo como servicio doméstico, habéis venido a ejercer la prostitución”. Marcela traga saliva al recordarlo. "Me rebelé al escuchar aquello y ahí recibí mi primera bofetada. Fue entonces cuando empezó a sacar fotos de mis sobrinas y me amenazó con que si no cumplía las órdenes las iban a secuestrar, a violar y a hacer trozos con su cuerpo. Nos dijo que nuestra deuda inicial era de 5.800 euros más los añadidos de la semana turística", cuenta. "Y a ti precisamente la que te va a vestir voy a ser yo", le dijo la que fue su segunda captadora.

En Portugal estuvo tres meses y de ahí la llevaron a Sevilla, un lugar donde las cosas se complicaron por culpa del idioma y de los hábitos. "Me dijeron que tenía que consumir droga si quería devolver la deuda con más rapidez", cuenta. Un camarero del club le enseñó el camino. La llevó detrás de la barra, “quizá lo único que se asemeja a las películas”, y le enseñó una bandeja llena de rayas de cocaína. "Me enseñó las fotos de mis sobrinas y me advirtió de que si un putero quería consumir y que yo lo hiciera, no podía negarme. Así que me convertí en otra persona. Era la que más bebía y la que más me drogaba", cuenta.

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Foto: P. S.

Se convirtió, dice, en la gallina de los huevos de oro, así que la mafia la llevó a Madrid porque "había que levantar un club". En cada local, afirma, había un cartel con las multas que tenían que pagar las mujeres por cada ‘incumplimiento’: llegar tarde, no pasar por peluquería, y también el coste del desayuno, la comida y la cena. Todo con tal de hacerles seguir aumentando la deuda. "Me pasé una semana con un putero en su casa a base de alcohol y drogas, porque en esa casa no había comida. Pagó 14.000 euros por aquello y al volver al local le dije a la dueña: coge tu parte del dinero, dame mi parte y mi pasaporte, que yo me voy. Llamó a seguridad y me dieron la paliza de mi vida. Me abrieron la cabeza y en vez de llamar a un médico llamó a una compañera a la que pidió que me arreglaran, me cosieran la cabeza como pudiera porque tenía que volver al trabajo", explica.

"En Nigeria hay que pagar por todo"

Marcela gira levemente su cuerpo y mira directamente a los ojos de quien escribe: "No te quitan la autoestima, te la roban, también la dignidad, y cualquier sueño". Deja claro que jamás ganó dinero, sino una enfermedad. "Hace años tuve un infarto, así que de ellos he heredado tener que tomar Sintron hasta el día que me muera", cuenta.

Blessing es nigeriana y está a punto de cumplir 25 años. Al decir la edad, pone cara de que son muchos y se echa a reír. Tiene una risa expansiva y sonora. "Hoy precisamente es el funeral de mi padre", dice con naturalidad. Blessing no pudo estudiar porque su familia no podía pagar la escuela, así que se puso a trabajar como peluquera y maquilladora. Se le planteó la posibilidad de hacer lo mismo en Europa y pensó que era la mejor opción, porque entonces su padre ya estaba enfermo y quería ayudar a pagar el médico y las medicinas. "En Nigeria hay que pagar por todo", añade.

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Foto: P. S.

La primera parada del viaje fue Libia, donde trabajó en varias bodas, pero al llegar a España le dijeron que tenía que ejercer la prostitución. La amenazaron con las consecuencias que su negativa tendría para su familia. Y añadieron un temor que es clave en países como Nigeria: el vudú. Estuvo encerrada en un bar africano de Málaga en el que no tenía libertad de movimiento y una deuda de 25.000 euros. "He recibido muchas amenazas, he pasado mucho miedo. La dueña de aquel bar no solo me explotaba sexualmente. Yo era la que limpiaba en su casa, cocinaba, cuidaba de su hijo… Siempre me gritaba: '¡Tú no tienes libertad!", cuenta.

A Blessing se le va la sonrisa de la cara al recordar aquella vez que tenía un dolor tan agudo en el abdomen que no se podía ni mover. Le pidió a aquella mujer que llamara a un médico. Recibió como respuesta: "Ni médico ni nada, tú a trabajar". "Yo no podía hacer nada en esas condiciones, pero le daba igual. Ni siquiera me dejaba descansar cuando tenía la regla", recuerda.

"Mi padre era un putero, y cuando se enteró de lo que me había pasado al llegar a Europa, me dijo: '¿En qué me he equivocado yo contigo?"

Le cede su silla a Laura, venezolana de 35 años. Otra mujer a la que le prometieron un trabajo en España que resultó un engaño. En su país, trabajaba en una panadería y conocía a los que fueron sus captadores porque había limpiado en su casa, pero al llegar a España todo cambió. "Llegué en 2014 con la intención de trabajar en una peluquería y me llevaron a una casa para trabajar como servicio doméstico. No sé si puedo decirlo, pero allí se traficaba con drogas. Imagíname, una mujer indocumentada, que no conoce España, temí por mi vida y acabar presa. Fue horrible. Me escapé de allí antes de que me obligaran a ejercer la prostitución y fui a la policía", explica. Tiene pocas ganas de recordar aquello, de dar detalles. Tiene las uñas muy largas pintadas de rojo, una melena negra rizada que desprende olor a acondicionador y unas pestañas infinitas. Abraza con ganas al terminar su relato.

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Foto: P. S.

Estas tres mujeres llevan hoy el mismo chaleco que las identifica como parte de APRAMP (Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida), la institución que las liberó de la esclavitud y desde la que hoy ayudan a otras mujeres que han pasado por el mismo calvario que ellas. Marcela trabaja desde hace 10 años en la unidad de rescate con Ana, la persona que le salvó la vida y de la que dice emocionada que nunca le soltó la mano. "He necesitado tres años para recuperarme y recuperar mis hábitos, mi vida, y he pasado por 11 psicólogos, les he vuelto locos a todos", bromea. Quiere acabar Derecho para defender a las víctimas de la trata como ella. Sigue sin querer saber nada de su familia porque ya les ha demostrado que puede. "Mi padre era un putero, y cuando se enteró de lo que me había pasado al llegar a Europa, me dijo: '¿En qué me he equivocado yo contigo?", aclara.

"El vudú ya no es nada para mí. Quiero decirles a todas las chicas que no tengan miedo"

Blessing vuelve a sonreír porque tiene la cabeza, dice, llena de ideas. "Puedo coser, maquillar, decorar casas… ¡Es que tengo muchas ganas! Y me gustaría tener mi propia peluquería", afirma. Laura, dicen sus compañeras, cose de maravilla, pero hay algo de miedo y desconfianza aún en ella. "Como España tiene convenio con Venezuela, mi familia está protegida y eso me calma un poco, pero tengo miedo de encontrármelos [a los explotadores] por la calle. Le he contado pocas cosas a mi familia, pero les he dicho que cambien las cuentas en redes sociales, de número de teléfono, porque no quiero que sepan nada de ellos", dice. Hay temor, vergüenza y desconfianza. "Las mafias nos buscan en redes sociales, a nosotras y a nuestras familias", confirma Marcela. Vuelve Blessing a la conversación porque tiene algo que decir: “El vudú ya no es nada para mí. Quiero decirles a todas las chicas que no tengan miedo, ¡que no existe!”.

España es un buen negocio para la trata de personas. Tiene el mayor porcentaje de hombres que pagan por sexo en Europa y es el tercer país del mundo después de Tailandia y Puerto Rico, según un informe de la Fundación Scelles, especializada en analizar la explotación sexual.

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Foto: P. S.

Ana María Estévez trabaja en la unidad de rescate de APRAMP desde 1998, junto con el equipo de mediadoras lingüísticas y agentes sociales. Aterriza esos datos con las decenas de historias que conoce desde entonces. Cuando empezó, las mujeres prostituidas eran consumidoras habituales de droga, víctimas de violencia de género y con un nivel de formación muy bajo. "A veces, incluso analfabetas", explica.

"La semana pasada, nos vino una niña rumana de 13 años recién cumplidos a la que sus padres habían vendido a las mafias"

Pero en este tiempo las redes se han ido organizando y han ido cambiando su 'modus operandi'. Siempre con violencia de por medio. "En la Casa de Campo, daban palizas y llegaron a atropellar a las chicas que estaban para que se fueran y colocar a las que ellos explotaban", dice.

Primero eran ellos los que se escondían en los árboles para vigilar a sus víctimas. Hoy son ellas las que explotan, las que captan. "Muchas de ellas asumen ese rol para no ser maltratadas, porque están amenazadas. No les queda autoestima porque les han dicho demasiadas veces que lo único que saben hacer es abrirse de piernas. Tienen mucho miedo a las represalias en el país de origen", añade.

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Foto. P. S.

Las cosas fueron a peor a partir de 2008, al detectar la presencia de menores a punto de llegar a la mayoría de edad. Hoy, las explotadas son niñas de entre 14 y 16 años porque es lo que demandan los puteros. "La semana pasada, nos vino una niña rumana de 13 años recién cumplidos a la que sus padres habían vendido a las mafias", dice.

Hoy es imposible establecer un perfil de putero. Son universitarios y son de 80 años, con formación y sin ella, con nivel económico alto y bajo. Consumen prostitución porque lo consideran una opción más en su tiempo de ocio. Despedidas de soltero, cumpleaños… España se ha convertido en un país de tránsito y de destino, dice Estévez.

"Las consideran una mercancía, a algunas les ofrecen hasta tres euros, menos que un paquete de tabaco", cuenta con cierta normalidad

"El viernes pasado, estuve en la Casa de Campo y en Villaverde. Estaba hablando con dos chicas nigerianas y se acercaron dos chicos que les dijeron: 'Tengo 10 euros'. Una de ellas les respondió: '¿Con una o con las dos?'. Y empezaron a reírse: 'Lo siento, es que mi novia era rubia y me recuerdas mucho a ella’. Las consideran una mercancía, a algunas les ofrecen hasta tres euros, menos que un paquete de tabaco”, cuenta con cierta normalidad, teniendo en cuenta, dice, que vivimos en una sociedad en la que "muchos padres llevan a sus hijos de putas cuando cumplen los 18 años".

Por no hablar del acceso a la pornografía desde bien pequeños gracias a los teléfonos móviles. "Cuando hablo con los jóvenes, me cuentan que ya pasan de invitar a una amiga al cine. Si quiero follar, voy a un polígono y punto. Me sale más barato".

Marcela llegó a Europa hace 17 años desde Brasil. En su país de origen, trabajaba como secretaria en un bufete de abogados y con el dinero que ganaba pagaba sus estudios de la carrera de Derecho. Pero llegó la crisis económica de 2004 y se quedó sin empleo. Una amiga le propuso trabajar en Europa y quedó con una mujer para conocer detalles de la oferta. "Me propuso quedarme seis meses con un sueldo de 1.200 euros trabajando como servicio doméstico. Tenía entonces 23 años y una familia no desestructurada económicamente pero sí emocionalmente. He sido una niña maltratada y nunca les importé, así que lo único que quería era demostrar a mis padres que no les necesitaba para ser alguien en la vida", explica.

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