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La vida (restringida) en pisos tutelados para las mujeres liberadas de explotación sexual
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"cultura del miedo" en la asociación

La vida (restringida) en pisos tutelados para las mujeres liberadas de explotación sexual

El aluvión de denuncias de antiguas trabajadoras de APRAMP deja al descubierto la vida de las mujeres tras salir de la red de trata. La asociación niega todo y amenaza con acciones legales

Foto: Foto: iStock.
Foto: iStock.

Les quitan su dinero e identificación, si la tienen, al entrar en el piso. No reciben cinco comidas diarias. Hablan por teléfono unos minutos a la semana con sus familiares. La puerta de su casa está cerrada con llave. Está prohibido que salgan solas a la calle. Las galletas, en el desayuno, están contadas, y se penaliza si se guardan alimento para improvisar un mínimo almuerzo. Así se expresan antiguas trabajadoras de la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (APRAMP) sobre la situación de las mujeres que ya han sido liberadas. Todas anónimas, menos una de ellas, y procedentes de diferentes pisos tutelados, más de 40 testimonios denuncian el trato que la asociación les daba como profesionales, pero también el que recibían las usuarias.

"Hacen con ellas lo mismo que en la red de trata. Les quitan el móvil y su identificación"

Recapitulemos. Aparece en televisión un vídeo grabado por la Policía Nacional con varios agentes de espaldas irreconocibles, en un club, en algunos pisos. Están desarticulando una red de trata que explotaba sexualmente a mujeres, normalmente migrantes. Y ahí se queda la noticia. Y luego, ¿qué ocurre con esas mujeres? Algunas de ellas terminarán en los pisos de tutela de APRAMP. Tienen cuatro en la capital con capacidad de hasta cinco mujeres en cada uno. "Hacen con ellas lo mismo que en la red de trata. Les quitan el móvil y su identificación, les controlan las comunicaciones y se las restringen como si fuera un privilegio", explica una educadora social que durante los ocho meses que estuvo en APRAMP trabajó en los cuatro dispositivos.

Foto: Imagen de una manifestación contra la trata de mujeres con fines sexuales. (EFE)

"Yo soy más libre en la calle que aquí" es lo que le dijo una de las usuarias que llevaba un año viviendo en el recurso a esta profesional que dejó de trabajar para la entidad en 2020. Por contra, Rocío Mora, la directora de APRAMP, niega las acusaciones y reivindica el papel que ejercen desde la asociación de cara a la reinserción de las mujeres: "Estas personas son testigos protegidos de un proceso judicial y por eso hay que controlarles las comunicaciones, porque pueden sufrir presiones para dejar el piso", afirma.

Racionar la comida

Otra trabajadora social de APRAMP que entre las oficinas de la organización y los pisos trabajó un año en la entidad comenta el aspecto de la alimentación: "No hacen cinco comidas diarias y los menús están supercuadriculados". Le complementa otra auxiliar de educación social que empezó con APRAMP en enero del año pasado: "Las cucharadas de la leche en polvo estaban contadas, al igual que el azúcar, y no es una exageración. En la previsión de la compra de la comida se medía cada galleta", en sus propios términos. Mora niega la mayor y afirma que las mujeres tienen cinco comidas diarias.

"No hacen cinco comidas diarias y los menús están supercuadriculados"

Todas coinciden en la "cultura del miedo" instaurada en la asociación, donde individualizan a cada una de las trabajadoras para que no tengan contacto entre sí, tal y como recalcan las afectadas. En este sentido, la directora de APRAMP incide en que si se hubiera dado algún conflicto de este calibre lo correcto hubiera sido solucionarlo de forma interna. Precisamente eso es lo que intentó hacer otra trabajadora social que asegura haber realizado funciones de educadora y que se incorporó en 2020: "Una chica en el piso pasaba hambre y se lo dijimos a la encargada, pero no nos hizo caso".

Ese clima de temor al que se refieren ha hecho que ninguna de ellas, excepto una, quiera aparecer con nombres y apellido en el artículo, pues les preocupa que la gran influencia que tiene APRAMP en el sector de la intervención social pueda granjearles represalias. No es el caso de Marta García Valdunciel, quien estuvo en la asociación de febrero a diciembre de 2019. Después de aquello, no ha vuelto a trabajar en lo social debido a la ansiedad con la que salió. "APRAMP nos echaba la culpa de todo y nos hacía cumplir algunas normas que a nosotras no nos entraban en la cabeza, como que no podían almorzar ni merendar, porque desde las ocho de la mañana que las llevábamos al taller hasta pasadas las dos de la tarde no comían nada", comenta.

Objetivo: declarar en el juicio

"Cuando llegan al piso se les da la opción de volver a su país de origen y si decían que sí se realizaban muchas reuniones para intentar que se quedaran, y una de las cosas que tienes que hacer si te quedas es declarar luego contra la red de trata en el juicio. Lo que hacen me parece un acoso y derribo con mujeres que anímica ni psicológicamente no pueden decidir nada solo para conseguir nuevas subvenciones, porque todo es cuestión de imagen", opina García.

Foto: María, durante la entrevista. (Fotos: Jorge Álvaro Manzano)
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La empleada de APRAMP que comenzó en 2020 también asegura que, "ante el alto índice de bajas por estrés y ansiedad que produce trabajar allí, la asociación tachaba de débiles a las compañeras y nos decían que no nos juntáramos con esa gente". Mora, la directora de la entidad, responde lo siguiente: "Hablamos de proyectos que son excesivamente fuertes, dispositivos donde las mujeres han sufrido mucha violencia y hay que estar preparadas para trabajar con ellas porque son mujeres especialmente vulnerables".

De hecho, una de las cosas que le llamaba la atención era la cotidianeidad de la vida en el piso: "Una mujer que ha pasado por una situación de explotación, que ha estado muy controlada, de repente se encuentra que tiene que levantarse a una hora concreta, la puerta de su casa cerrada con llave, no poder comer más que lo que le pongan en el plato, sin móvil y con una hora a la que irse a dormir. Tenemos que seguir las normas aunque estemos en contra y arriesgarnos a entrar en algún conflicto con las mujeres, porque si no lo hacemos las consecuencias también van hacia nosotras".

Foto: inspectores-hacienda-burdel-prostitutas-presiones
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Y apunta: "Qué casualidad que todas las profesionales que hemos pasado por la asociación, procedentes de diferentes pisos y con años de diferencia entre unas experiencias y otras, nos quejamos de lo mismo y que ninguna aguantamos más de dos años. Todo es mucha casualidad".

Irregularidades laborales ya denunciadas

El perfil de Instagram Alegría red social se llenó con más de cuatro decenas de denuncias en los términos expuestos con anterioridad. Rut A. Mijarra es una de las administradoras: "Llegó un testimonio y lo publicamos. A partir de ahí preguntamos por experiencias de trabajadoras antiguas y actuales de APRAMP y menudo aluvión. Al día siguiente de publicarlas también empezaron a llegar testimonios que hablaban de forma positiva de la asociación y también sacamos algunos a la luz, aunque los mensajes eran casi similares y decían que todo era mentira".

"Que coincidan en sus denuncias 45 personas que han pasado por diferentes recursos, alguna de ellas que estuvo hace 10 años en ellos, señala lo que parece una lógica estructural del funcionamiento", determina Mijarra.

"A las habitaciones solo pueden ir para dormir y tampoco les permiten decorarlas"

Algunas de estas denuncias versaban sobre el desempeño de funciones no acordes con la categoría laboral asignada en el contrato. Es lo que sucedió con una auxiliar educativa que cubrió el puesto de una educadora, tal y como afirma. Ella ha pasado por tres de los cuatro pisos de APRAMP y así habla de algunos aspectos de la vida de las mujeres: "Por las mañanas llevábamos a las mujeres a un centro en el que aprendían castellano y algunas nociones de cultura general, pero muchas veces eran cursos impartidos por voluntarios y estudiantes de intercambio. En la casa siempre están en el salón porque a las habitaciones solo pueden ir para dormir, y tampoco les permiten decorarlas". Mora, a su vez, agrega que "las mujeres no pueden estar continuamente en sus habitaciones porque tienen que convivir".

Una trabajadora que ha prestado servicios hasta mayo de 2021 corrobora la experiencia de la anterior, pues también dice que desarrolló funciones de educadora social mientras en su contrato figuraba que era auxiliar educativa: "Algunos límites son excesivos, como inventariar los rollos de papel, y tienen 10 minutos a la semana para hablar por teléfono con sus seres queridos mientras escuchamos todo. Dicen que es por razones de seguridad, pero esto se pasa de rosca cuando muchas de ellas no se comunican en castellano y estamos supervisando la llamada igualmente", dice mientras aporta pruebas al respecto a las que ha tenido acceso El Confidencial.

La directora de APRAMP, que no descarta emprender acciones legales debido a estas denuncias públicas, lo confirma: "Tenemos que hacer una valoración de riesgo y estamos presentes en las llamadas porque nuestro compromiso es de absoluto acompañamiento, desde el teléfono hasta las salidas médicas".

De hecho, esta misma educadora social estuvo de baja mientras prestaba sus servicios en la entidad. El parte médico al que ha tenido acceso El Confidencial, en el apartado de observaciones, recoge: "Ansiedad. Síntomas y signos que afectan al estado emocional. Problemas graves en el trabajo. Angustia y miedo".

Dos casos similares son los que defiende el abogado Juan Rubiño, del gabinete Red Jurídica. El letrado asiste a antiguas trabajadoras que han demandado a APRAMP ante los tribunales, aunque la entidad afirma que aún no se le ha notificado: "Les acusamos por el tema de la categoría profesional. Un indicio de ello es que todas las trabajadoras que estaban en los pisos tutelados de mis defendidas fueron contratadas como auxiliares, pero no había ninguna educadora social a la que auxiliar y lo único que dice la empresa es que tienen un teléfono con el que pueden llamar a las coordinadoras".

Mora, la directora de la organización, concluye: "Cuando empiezan a trabajar se lo explicamos muy bien. Aunque algunas tienen titulación como educadoras, desarrollarán funciones de auxiliar, además de que no tienen que tomar ninguna decisión y siempre pueden escribir por el chat que tenemos con las trabajadoras del piso en el que hacen informes de manera resumida para estar permanentemente conectadas".

Les quitan su dinero e identificación, si la tienen, al entrar en el piso. No reciben cinco comidas diarias. Hablan por teléfono unos minutos a la semana con sus familiares. La puerta de su casa está cerrada con llave. Está prohibido que salgan solas a la calle. Las galletas, en el desayuno, están contadas, y se penaliza si se guardan alimento para improvisar un mínimo almuerzo. Así se expresan antiguas trabajadoras de la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (APRAMP) sobre la situación de las mujeres que ya han sido liberadas. Todas anónimas, menos una de ellas, y procedentes de diferentes pisos tutelados, más de 40 testimonios denuncian el trato que la asociación les daba como profesionales, pero también el que recibían las usuarias.

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