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Hablan las víctimas de la trata en España: “Mi familia me ofreció como esclava sexual”
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En España se detectan 1.500 casos al año

Hablan las víctimas de la trata en España: “Mi familia me ofreció como esclava sexual”

Rumanas, brasileñas, paraguayas... Cada año miles de mujeres llegan a España engañadas por redes criminales que buscan lucrarse a costa de un negocio que mueve millones de euros

Foto: Imagen de una manifestación contra la trata de mujeres con fines sexuales. (EFE)
Imagen de una manifestación contra la trata de mujeres con fines sexuales. (EFE)

30 millones de mujeres. Esa es la cifra de víctimas que en los últimos 30 años han sido objeto de la trata de seres humanos a nivel mundial, un lucrativo negocio que mueve cerca de 5.000 millones de euros anualmente. Sólo en España, las autoridades detectan cada año 1.500 víctimas de trata con fines de explotación sexual, según datos de la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (APRAMP). La inseguridad, el miedo a la estigmatización, a ser juzgadas por la sociedad… Pocas víctimas se atreven a hablar en voz alta de un crimen que en España se tipificó como tal hace tan solo cinco años.

“Me quitaron la voluntad. Me anularon”

Han pasado 11 años desde que fue liberada, pero Marcela todavía recuerda la pesadilla que vivió durante 2004 entre Portugal y España. “Abandoné Brasil cuando tenía 26 años en busca de un trabajo. Estudiaba Derecho y no podía costearme los gastos”, relata a El Confidencial. “Viajé junto con otras chicas a España. Nos prometieron un trabajo como limpiadoras o cuidando ancianos”.

Previamente, en São Paulo una “conocida” le ayudó con todo el papeleo y agilizó los tramites para viajar a España. “Más tarde descubrí que se dedicaba a captar mujeres para traerlas a Europa”, explica.

Las mujeres son engañadas y traídas a España con promesas de trabajo. Una vez aquí, son maltratadas y explotadas sexualmente por redes criminales

El infierno de Marcela comenzó en Portugal, de donde pasó a Sevilla y de ahí a Madrid. En total, un año de palizas, amenazas y coacciones en los que fue obligada a prostituirse y consumir drogas con alcohol. Desde un principio los proxenetas le recordaban a ella y a sus compañeras que debían pagar “la deuda” que habían contraído con ellos por traerlas a España.

“Con el dinero que ganábamos pagábamos la deuda, pero siempre nos cobraban por todo, por lo que la deuda nunca bajaba”, explica Marcela. Como tantas otras, esta joven brasileña terminó por volverse una persona desconfiada y aleccionada para no intentar escapar. “Tenía tanto miedo que desconfiaba de todo. Me quitaron la voluntad, me anularon”.

Un año después, ya en Madrid, fue rescatada gracias a las mediadoras sociales, profesionales que ‘peinan’ todas aquellas zonas susceptibles de ser lugares donde se practica la trata de mujeres. Más de una década después, Marcela es una mujer totalmente recuperada que ha comenzado una nueva vida en la capital.

Pese a tratarse de un problema conocido, lo cierto es que en casi todos los casos se repite el mismo patrón de captación: engaños, mentiras y toda una suerte de falsas promesas son el principio del fin para miles de chicas que cada año cruzan las fronteras en busca de un futuro mejor. En la mayoría de casos, son agencias y explotadores los que se encargan de embaucar a las jóvenes en sus países de origen con el cebo de un trabajo como empleadas del hogar o camareras. Una vez en España, no hay vuelta atrás y las chicas son forzadas a prostituirse.

Aunque España es, junto a Italia y Portugal, uno de los destinos más habituales, lo cierto es que no se trata de un problema endémico del sur de Europa. Según un informe de Naciones Unidas, la trata de mujeres se extiende también a otros países como Alemania, Suiza y Reino Unido.

“Mis tías me ofrecieron como esclava sexual”

Testimonios como el de Marcela se entremezclan con otros todavía más sangrantes como el de Rosa, una joven paraguaya entregada por su propia familia. Rosa tenía 17 años cuando cruzó el Atlántico en busca de un futuro. Su plan era trabajar en la capital y enviar dinero a su familia en Paraguay. “La vida en casa no era fácil, yo era la única solución”, explica.

Junto con su prima viajó a Madrid donde ya vivían sus tías, quienes les prometieron un buen trabajo nada más llegar. “Nunca imaginé a qué se dedicaban y qué planes tenían para nosotras”.

Cuando ambas descubrieron la verdad, Rosa y su prima se negaron a hacer lo que les pedían. “Nos encerraron en un sótano y no pude salir en 6 meses”, explica Rosa. Al ser menor de edad, solían mantenerla oculta, a diferencia de su prima, quien se veía forzada a acostarse con hasta 40 hombres al día. “Mi prima lloraba. Tuve miedo, pasé mucho tiempo encerrada sola. Pensé que cuando cumpliese 18 años me pasaría lo mismo”. A la hora de buscar ayuda, la situación irregular en la que se encontraban le pareció un obstáculo insalvable.

Expertos y oenegés coinciden: el miedo y la desconfianza son las razones que impiden a las víctimas denunciar. “Desconocen sus derechos y en muchos casos no saben en quien confiar”, explican fuentes del sector jurídico. “Han sido amenazadas y sometidas de tal forma que muchas ni siquiera llegan a denunciarlo en ningún momento”.

Esas mismas fuentes señalan el papel “fundamental” de las mediadoras sociales. “Ellas son las únicas que, con su trabajo diario, pueden acercarse de forma efectiva a las víctimas”, señalan. “Muchas de las mediadoras son víctimas rehabilitadas. Nadie mejor que ellas conoce cómo funciona ese mundo”.

Una víctima, denunciada por la ‘Ley Mordaza’

El pasado 1 de julio entró en vigor la Ley de Seguridad Ciudadana, más conocida como ‘Ley Mordaza’. Entre las novedades de la polémica ley –rechazada en pleno por la oposición- se incluyen medidas que, en palabras de la delegada del Gobierno en la capital, Concepción Dancausa, sirven para “combatir la prostitución” e “incrementar la presión policial en zonas como la calle Montera o la colonia Marconi”.

Fue precisamente en esa última zona, localizada en el distrito de Villaverde, donde una mujer de origen rumano fue denunciada hace poco por incumplir el artículo 37.5 de la legislación. Según la nueva ley, se penaliza “la realización o incitación a la realización de actos que atenten contra la libertad e indemnidad sexual, o ejecutar actos de exhibición obscena, cuando no constituya infracción penal".

La polémica saltó cuando se reveló que la mujer no era una prostituta sino una víctima de la trata. Según explican desde APRAMP, aunque “en ese momento la Policía no supo identificarla”, lo cierto es que el trabajo que realizan de forma conjunta las asociaciones, la Policía y la Delegación de Madrid resulta "fundamental" para combatir este crimen.

Por su parte, la Delegación del Gobierno en Madrid sostiene que “no fue multada” sino que “se levantó un acta de denuncia”. En pocas palabras, es el organismo que encabeza Dancausa el que ahora debe estudiar si abre o no un expediente sancionador y, en consecuencia, decidir si la mujer debe afrontar una multa que se mueve en una horquilla que va de los 100 a los 600 euros.

A día de hoy, pese a los múltiples tratados, convenciones y compromisos de lucha contra la esclavitud y todas sus formas existentes, lo cierto es que las cifras sugieren una cierta inacción por parte de la comunidad internacional. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), todavía hay 20 millones de personas que, como Marcela y Rosa, se han visto obligadas a realizar trabajos forzados a nivel mundial. Ellas lograron salir y ahora lo tienen claro: “A todas esas mujeres les digo lo que me dijeron a mí y que nunca olvidaré: tú puedes ser todo lo que quieras”.

30 millones de mujeres. Esa es la cifra de víctimas que en los últimos 30 años han sido objeto de la trata de seres humanos a nivel mundial, un lucrativo negocio que mueve cerca de 5.000 millones de euros anualmente. Sólo en España, las autoridades detectan cada año 1.500 víctimas de trata con fines de explotación sexual, según datos de la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (APRAMP). La inseguridad, el miedo a la estigmatización, a ser juzgadas por la sociedad… Pocas víctimas se atreven a hablar en voz alta de un crimen que en España se tipificó como tal hace tan solo cinco años.

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