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El último confín del BNG: ya tiene la izquierda, ahora necesita a los votantes del PP
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LA HEGEMONÍA SE JUEGA EN LAS TABERNAS

El último confín del BNG: ya tiene la izquierda, ahora necesita a los votantes del PP

El frente de Ana Pontón necesita entrar en el electorado conservador para llegar a la Xunta. El cómo no es tanto una cuestión ideológica como de arraigo en el tejido social gallego

Foto: La portavoz nacional del BNG, Ana Pontón. (EP/Álvaro Ballesteros)
La portavoz nacional del BNG, Ana Pontón. (EP/Álvaro Ballesteros)
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La mayor pesadilla de un gallego es que le muevan los marcos. Estas delimitaciones de las fincas se han convertido en el símbolo del minufundismo, y han motivado viñetas, chapas, camisetas y todo tipo de expresiones populares. Pero se trata de un miedo ficticio: pasan los años y las leiras siguen en el mismo sitio, salvo cuando viene la concentración parcelaria. En política, la más efectiva de todas la practicaron los populares desde finales de los años ochenta, cuando Manuel Fraga regresó a su tierra para integrar las diferentes opciones del centro-derecha regionalista (Coalición Galega, Centristas de Galicia...) bajo sus siglas, hasta crear una de las mayores maquinarias electorales de Europa. El PP se transformó en el PPdeG y, para que nadie le moviese los marcos, Don Manuel estableció una barrera electoral del 5%. Desde entonces, muchos han amagado con cambiar los lindes de sitio, pero lo cierto es que apenas se han desplazado.

La derecha y la izquierda siguen muy igualadas en las autonómicas, elección tras elección: la diferencia en los últimos 15 años ha oscilado entre los 2.000 y los 81.000 votos, para un censo de unos 2,7 millones. Sin embargo, la victoria de la primera por unos miles de sufragios, la concentración del electorado conservador en el Partido Popular, frente a la división de los progresistas, y el efecto de una ley electoral que sobrepondera a las provincias más pequeñas ha asegurado al partido de Alberto Núñez Feijóo —antes— y Alfonso Rueda —ahora— la mayor hegemonía política que existe en España. Todas las fuentes consultadas coinciden: para gobernar Galicia, la izquierda tiene que entrar en el electorado del PP, su último confín, una vez que la mayor movilización no le ha servido para obtener la Xunta (ya había pasado en 2009).

La cuestión es cómo. El BNG, que experimentó una subida espectacular hasta obtener el mejor resultado de su historia en los comicios del pasado domingo (467.000 votos, el 31,6% del total), intentó durante toda la campaña mover los marcos, con una oferta mucho más pragmática que llegó a apelar a los gallegos que no se sienten nacionalistas. Paradójicamente, su crecimiento no consiguió derribar el muro del Partido Popular, sino más bien afianzarlo, justo en un momento en el que parecía empezar a tambalearse. A falta de las encuestas poselectorales, que determinarán exactamente los trasvases de votos que se han producido, todo indica que el miedo a un Gobierno del Bloque, explotado por los populares en los últimos días de la campaña, sirvió para movilizar a la derecha, desmovilizar a algunos habituales votantes socialistas en elecciones generales e incluso generar un cierto flujo de votos desde el PSOE hacia la derecha. En definitiva: habría permitido al PP de Rueda conservar la mayoría absoluta del PP de Feijóo.

Desde el equipo electoral del BNG se muestran prudentes ante estos análisis y, aunque reconocen que la campaña del PP contra ellos ha servido para activar el voto conservador, subrayan que, en esta ocasión, es el Partido Socialista quien ha fallado, tras cosechar sus peores resultados. A la espera de tener todos los datos, los nacionalistas dan por hecho que ya han pescado algo en el electorado popular. Y, para basar este análisis, aluden a un dato de la encuesta del CIS previa a los comicios: la candidata frentista, Ana Pontón, era valorada positivamente por un 32% de los ciudadanos que habían introducido la papeleta al PP en 2020. Una encuesta que manejaba su comité de campaña durante la jornada de reflexión la situaba incluso por delante de Rueda como la favorita para ocupar San Caetano, la sede de la Xunta; según el instituto demoscópico dirigido por José Félix Tezanos, ambos empataban en las preferencias de los gallegos, y el BNG le robaba a los populares el 5,4% de los votos.

Foto: La líder del BNG, Ana Pontón. (EP/Dylan)

La simpatía hacia la candidata no ha sido suficiente para desalojar al PP, pero sí para convertirse en el voto útil de los afines al PSdeG, Sumar y Podemos. De hecho, Pontón empata con José Ramón Gómez Besteiro entre los antiguos votantes socialistas y supera a Marta Lois entre los de Galicia En Común, el espacio de las antiguas mareas. Santiago Martínez, consultor político internacional con experiencia en varias campañas gallegas, lo tiene claro: "Entramos en un bipartidismo entre el PP y el BNG". Los nacionalistas ya monopolizan la izquierda, y ahora deben retenerla, apunta, evitando que los votantes que apuestan por partidos de ámbito estatal en otros comicios (generales, municipales) sucumban a la tentación de volver a cambiar de papeleta en las próximas elecciones autonómicas. Miguel Anxo Bastos, politólogo de la Universidad de Santiago de Compostela, también cree que este es un escenario plausible, especialmente si el Bloque da un giro a su discurso para ir, definitivamente, a por las bases de los populares.

He aquí la gran disyuntiva a la que se enfrentan los nacionalistas: o continuar su camino hacia la moderación —que le ha granjeado los mejores resultados desde la instauración de la autonomía—, aun a riesgo de perder una parte del electorado de izquierdas, o detenerse en este punto, confiando en que el tiempo haga su trabajo. Al final, argumenta Martínez, dentro de cuatro años el PP llevará 18 seguidos gobernando, con el desgaste que eso supone, mientras las ideas nacionalistas cada vez son aceptadas con naturalidad por capas más amplias de la población, lo que limitará el éxito de campañas negativas como la del 18-F, cuando los populares llegaron a comparar a Pontón con el coordinador general de Bildu, Arnaldo Otegi.

De momento, la líder del Bloque ha reconocido en varias entrevistas después de los comicios que va a hacer todo lo posible por ampliar su base electoral, hasta obtener esos votos de los populares que necesita para llegar al poder, aunque no está muy claro qué estrategia va a seguir. En todo caso, no parece que se vaya a producir el giro ideológico que le demandan algunos, más allá del pragmatismo —o maquillaje, según se mire— que caracteriza a Pontón.

Foto: Ana Pontón (BNG) y Alfonso Rueda (PP). (EFE/Lavandeira Jr.)

Rafael Cuíña, que ya saltó en su día ese linde que separa al PP del nacionalismo, es uno de ellos. Aunque no milita en el BNG, sino en una pequeña formación de centro galleguista denominada Compromiso por Galicia, el concejal en Lalín (Pontevedra, 20.000 habitantes) pone el ejemplo de este gran feudo conservador para señalar el comportamiento dual del electorado: el PP arrasa en las autonómicas, pero en las municipales se divide el voto con Compromiso. Lo mismo pasa en Pontevedra o Carballo (A Coruña, 30.000 habitantes), donde gobierna el BNG, pero la maquinaria popular vence en las gallegas. "El BNG tiene que decidir qué quiere ser de mayor, si un partido nacionalista de izquierdas, soberanista y marxista, o un PNV que sea más transversal", apostilla el hijo de Xosé Cuíña, mano derecha de Fraga en los noventa y uno de los artífices de la hegemonía del PP entre ese electorado próximo al nacionalismo que, en una sociedad de pequeños propietarios como la gallega, rechaza los discursos más rupturistas.

Resulta imposible saber si en el BNG, que todavía sigue controlado por un partido que se define como marxista-leninista (la UPG, cuyos antiguos dirigentes fueron expulsados del primer Parlamento gallego por negarse a jurar la Constitución), existen voces disidentes sobre la estrategia de Pontón. El hermetismo es total en el frente desde la Asamblea de Amio, cuando el líder histórico, Xosé Manuel Beiras, lo abandonó para aliarse con la izquierda de ámbito estatal.

Desde el equipo de campaña señalan que esas discusiones existenciales no existen, y las consideran una falsa dicotomía: "No es una cuestión de discurso ni de posicionamiento. El BNG tiene que ser más BNG aún". Ponen como ejemplo de madurez la unidad que ha mostrado la militancia tras una nueva derrota de la izquierda frente al PP, que contrasta con los debates de otras épocas sobre el modelo a seguir (ser un PNV, una ERC...). "Este país es diferente, el comportamiento social es diferente", aseguran. Para Bastos, el proyecto de Pontón solo logrará la hegemonía si deja de estar encasillado en el bloque de la izquierda en Madrid, para convertirse en un verdadero partido nacional, que se desmarque de la mayoría parlamentaria que apoya al Gobierno o incluso pacte con el PP si esto redunda en los intereses de sus potenciales votantes: "El problema del BNG es España".

"El éxito del BNG se basa en los jóvenes urbanos, que son los sectores más españolizados. Pueden votar nacionalista, pero no sienten la nación"

El reto de enraizarse más

Quizá la clave del éxito sea sencillamente esa: ser más gallegos. El PPdeG lleva explotando ese filón cuatro décadas, desde el "galego coma ti" de las primeras elecciones autonómicas, y presume de ser —las urnas lo avalan— el partido que más se parece a Galicia. El BNG aspira a serlo, pero para eso todavía necesita tiempo y mucho trabajo, según reconocen desde la formación frentista. Bastos, que siempre ha reivindicado el carácter personal de la política gallega —calificada por otras voces como clientelar o incluso caciquil—, ironiza: "El éxito del BNG se basa en los jóvenes urbanos, que son los sectores más españolizados del país: hablan en castellano, están alejados de la cultura gallega tradicional, consumen medios españoles y sus referentes políticos se hallan más allá de O Padornelo [límite entre Ourense y Zamora]. Pueden votar nacionalista, pero no sienten la nación".

Según un estudio preelectoral al que ha tenido acceso El Confidencial, el BNG es la fuerza mayoritaria entre los menores de 35 años, doblando al PP, mientras que las urnas evidenciaron su fortaleza en las zonas urbanas —llegó a ganar en los principales concellos de la ría de Vigo—. El Partido Popular, en cambio, siempre ha sido el más votado entre quienes hablan habitualmente en gallego, y obtuvo sus mejores resultados entre los mayores de 55 años y en las zonas más rurales, especialmente en las decisivas provincias interiores (Lugo y Ourense). Allí, el BNG se dejó seis puntos respecto a la media autonómica. El equipo de campaña de Pontón asegura que el Bloque no tiene techo en ningún ámbito, como demostraron los pasados comicios, pero reconoce que en esos segmentos es donde existe un mayor margen de mejora. Y creen que lo pueden aprovechar.

Desde la llegada de la actual líder, la izquierda gallega ha consolidado una tendencia histórica, ahora refrendada con más claridad que nunca por las urnas: mientras el PSdeG se ha mostrado, aseguran los nacionalistas, como una sucursal de Madrid, sin un proyecto en clave autonómica —la campaña teledirigida por Ferraz sería el mejor ejemplo—, Pontón ha emergido como la candidata que mejor defiende los intereses de Galicia, nueve puntos por encima del propio Rueda, como recogía el CIS preelectoral. Esto, consideran los expertos consultados, la sitúa en la mejor posición para arañar votos en el electorado conservador, consolidando la carrera a dos que se vislumbró en estas elecciones. "No es una cuestión únicamente de derechas o de izquierdas. Tampoco de nacionalismo o españolismo. Es una cuestión casi psicosocial, de saber entender la complejidad y el comportamiento del país", aseguran desde la sede del Bloque.

Foto: El candidato popular a la Xunta, Alfonso Rueda. (EFE/Lavandeira Jr)

En Galicia nada es lo que parece, y para entender lo que pasa y lo que la gente piensa —aunque a menudo no lo exteriorice— hace falta pisar el barro. Al igual que el PP, los nacionalistas tienen una organización bien engrasada, que abarca el conjunto del territorio, pero eso no significa que estén incardinados en todos los resortes sociales, como han logrado los populares. A veces se autoexcluyen por prejuicios ideológicos, recuerda Bastos. Para el politólogo, el Bloque es un partido "moderno y urbanita", que en ocasiones desecha los modos de vida más tradicionales, por lo que le cuesta conectar con un segmento importantísimo del electorado. Donde sí lo hace, añade, es capaz de gobernar con una forma de hacer política no tan diferente a las que instauraron Fraga y Cuíña. "El alcalde de Carballo no se pierde una misa", asegura, pero el ejemplo puede cambiarse por una comida popular o cualquier otro evento social. En muchos lugares de Galicia, mueve más votos un tabernero ("el PP tiene uno en cada pueblo") que un profesor de instituto como los que tradicionalmente poblaban las filas nacionalistas.

Más que un cambio ideológico, el Bloque buscará durante los próximos cuatro años estos referentes locales para lograr la Xunta. "El BNG está metido en la sanidad y la educación, pero el PP está metido en todos sitios", describe Cuíña. Tras una trayectoria muy centrada en su brazo sindical (la CIG), mayoritario en Galicia, los nacionalistas necesitan ahora introducirse en cada cofradía, cada comisión de fiestas, cada agrupación musical... en definitiva, en la sociedad civil de cada una de las 3.771 parroquias del país (término transversal que siempre ha usado el PPdeG para referirse a Galicia). Para ello, el giro de Rueda, que nacionalizó la campaña autonómica por primera vez en décadas, puede constituir un gran aliado, según apunta Martínez: "Si estos años [los nacionalistas] continúan el buen trabajo que están haciendo, podrán rascar algo en el centro derecha más galleguista. Todo apunta a que el PP va a desgalleguizarse; está españolizando mucho su discurso, entregándose al objetivo de la presidencia de Feijóo".

El BNG participó esta semana en el minuto de silencio que se celebró en el Congreso en memoria de los guardias civiles asesinados en Barbate (Cádiz). El cuerpo tiene un gran arraigo en el territorio, donde jamás se percibió como una fuerza de ocupación, a diferencia de lo que ocurre en determinadas zonas de Cataluña o el País Vasco. Este gesto descolocó al PP, que había hecho mucho daño a los nacionalistas durante la campaña al acusarlos de querer expulsar al instituto armado de la comunidad y, con él, a miles de gallegos que engrosan sus filas. Pontón también ha sido la primera líder nacionalista en dos décadas que ha visitado Inditex, la principal multinacional gallega, vista hasta hace muy poco como una empresa explotadora por buena parte de las bases del Bloque. Para llegar al poder lo primero es tener voluntad de poder, y el BNG la está demostrando, aun a costa de derribar muchos tabúes que se había autoimpuesto durante décadas. Ahora solo le falta un tabernero en cada pueblo que ayude a mover los marcos.

La mayor pesadilla de un gallego es que le muevan los marcos. Estas delimitaciones de las fincas se han convertido en el símbolo del minufundismo, y han motivado viñetas, chapas, camisetas y todo tipo de expresiones populares. Pero se trata de un miedo ficticio: pasan los años y las leiras siguen en el mismo sitio, salvo cuando viene la concentración parcelaria. En política, la más efectiva de todas la practicaron los populares desde finales de los años ochenta, cuando Manuel Fraga regresó a su tierra para integrar las diferentes opciones del centro-derecha regionalista (Coalición Galega, Centristas de Galicia...) bajo sus siglas, hasta crear una de las mayores maquinarias electorales de Europa. El PP se transformó en el PPdeG y, para que nadie le moviese los marcos, Don Manuel estableció una barrera electoral del 5%. Desde entonces, muchos han amagado con cambiar los lindes de sitio, pero lo cierto es que apenas se han desplazado.

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