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La ley de hierro de la democracia gallega: cuando el BNG está fuerte, el PP arrasa
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LA PARTICIPACIÓN BENEFICIÓ A LA DERECHA

La ley de hierro de la democracia gallega: cuando el BNG está fuerte, el PP arrasa

La posibilidad de un gobierno nacionalista movilizó a los populares al final de la campaña, como hacía Fraga con Beiras en los noventa... y como hizo Feijóo en 2009 frente al bipartito

Foto: La líder del BNG, Ana Pontón. (EP/Dylan)
La líder del BNG, Ana Pontón. (EP/Dylan)
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El BNG es la mejor garantía para que el PP mantenga su hegemonía en Galicia. El partido de Ana Pontón (467.000 votos, el 31,6%) ha roto el techo que había firmado el líder histórico del nacionalismo gallego, Xosé Manuel Beiras, en 1997 (casi 400.000 sufragios, la cuarta parte del total). Pero, como en aquella ocasión, esta fuerza no ha servido para echar al PP de la Xunta, sino más bien para apuntalar su dominio. Paradójicamente, el recobrado músculo del Bloque, que vuelve a ser mayoritario entre los más jóvenes, como ocurría en los años noventa, ha permitido a los populares recobrar el aliento en la recta final de una campaña que se había ido complicando con el paso de los días. Polarizar con el BNG siempre es un buen negocio para que la derecha retenga el poder en el noroeste.

Con la excepción de esta campaña, en la que la estrategia de Ferraz condenó al PSdeG a una posición subalterna respecto a Pontón, el partido siempre había repetido el mismo mantra durante los últimos años: el cambio en Galicia solo será posible si los socialistas están fuertes. Ocurrió en 2005, la primera y última vez que la izquierda ganó la partida a la derecha en las urnas, con más del 50% de los votos y un escaño por encima de la mayoría absoluta. Emilio Pérez Touriño, el único líder del PSdeG que se ha podido consolidar en estas cuatro décadas de autonomía, logró entonces la presidencia con el mayor apoyo que jamás han conseguido los socialistas gallegos: 555.000 votos, un tercio del total. Este domingo, José Ramón Gómez Besteiro cosechó el peor, y la suma de la izquierda parlamentaria (PSdeG y BNG) volvió a quedar por detrás del PP.

La elevada participación (67,3%, sin contar el voto emigrante), tercera más alta de la historia de la autonomía, no ha beneficiado al bloque progresista, al contrario de lo que se repitió hasta la saciedad durante los últimos días. En realidad, se trata de un esquema válido para España, pero que no siempre se cumple en una Galicia con dinámicas políticas propias. Ecos de 2009: entonces, la mayor asistencia a las urnas jamás registrada dio al PP una ajustadísima mayoría absoluta, la primera de las cuatro que consiguió Alberto Núñez Feijóo. Aquella campaña, la más crispada que se recuerda, dejó algunas lecciones que ayudan a entender por qué Alfonso Rueda ha aguantado el envite y consolidará una hegemonía que ya se prolonga durante dos décadas (2009-2028), algo que ni el mismísimo Manuel Fraga, padre de la potente maquinaria electoral del PPdeG, consiguió (1989-2005).

Como en 2009, Galicia se ha movilizado en favor del PP. En aquella ocasión, lo hizo para mostrar su descontento con el Ejecutivo de socialistas y nacionalistas, cuyo recuerdo todavía penaliza las posibilidades de la izquierda para gobernar. Un joven Feijóo no dudó en utilizar los conflictos internos en aquella Xunta y la supuesta imposición del idioma gallego promovida por el BNG para que el electorado —especialmente en las ciudades— que suele votar en las generales y se abstiene en las autonómicas acudiera masivamente a las urnas para castigar al bipartito.

Esta vez, ambos socios están mejor avenidos, como se evidenció en el debate de guante blanco entre Pontón y Besteiro. Sin embargo, el PP ha contado con una baza añadida que ha sabido explotar: el miedo al BNG. Tras una campaña zozobrante y en clave nacional, algo que suele perjudicar a los populares —Feijóo ocultó las siglas del PP en sus últimas mayorías absolutas—, el equipo de Rueda dio un giro en los últimos días para centrarse en agitar el espantajo del Bloque, a quien llegó a comparar con Bildu. A la vista de los resultados, la estrategia se ha demostrado un éxito.

El BNG, reforzado por el PP como antagonista, se ha disparado a lo largo de la campaña, con un esprint final espectacular que lo ha llevado hasta los 25 diputados, cinco más de lo que arrojaban los trackings al principio de la carrera hacia las urnas. Pero a su vez, esta polarización ha beneficiado a los populares, que han batido las encuestas hasta superar en votos la victoria electoral de Feijóo en 2020. Es la ley de hierro de la democracia gallega: cuando el BNG está fuerte, el PP arrasa.

La estrategia es tan vieja como el propio Beiras (en abril, cumplirá 88 años), que durante los noventa se prestó a la particular pinza a los socialistas ideada por Fraga. Ambos se retroalimentaban, y don Manuel nunca dudó en dar cuerda a las excentricidades de su tocayo: Beiras llegó a blandir un zapato en una sesión parlamentaria, emulando al líder comunista Nikita Jrushchov, pero nunca consiguió llegar a San Caetano, la sede de la Xunta. En 1993 y 1997, dos elecciones que también registraron una participación al alza, el BNG experimentó un fulgurante crecimiento, hasta lograr en las segundas un inédito sorpaso a los socialistas, que se mantuvo en 2001. Resultado: los tres mejores datos del PP, que nunca antes había superado el 50% de los votos. Ni siquiera el mejor Feijóo lograría igualar aquella marca, aunque en 2020, con los nacionalistas de nuevo en segunda posición, se quedó a solo dos puntos.

Foto: Alfonso Rueda, el ganador de las elecciones, celebrando el triunfo del PP. (EP/Álvaro Ballesteros)
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El equipo de Rueda, artífice de que el PP recuperase el umbral de los 700.000 votos por primera vez en 15 años, ha tirado de esta ley implacable: era consciente de que la creciente fortaleza del BNG durante la campaña se estaba consolidando a costa de los socialistas, con una fidelidad del voto que apenas superaba el 50%. Los cinco escaños que bailaron durante las últimas dos semanas constituyeron un trasvase dentro del bloque de la izquierda a favor de los nacionalistas, que no han sido capaces de ampliar su perímetro y penetrar en el bloque opuesto, como se llegó a especular. Sin embargo, esto permitió al PP apretar filas entre los suyos, encontrar el tono y el discurso para la campaña y movilizar a nuevos segmentos con un mensaje muy potente: si no votas, llegarán los bloqueiros.

Los abstencionistas duales

La encuesta poselectoral del CIS arrojará más luz sobre el comportamiento de los abstencionistas duales, que suelen acudir a las urnas en las generales —e incluso municipales—, pero se quedan en casa durante las autonómicas. A la vista de los datos —el PP ha ganado más de 70.000 votos respecto a las elecciones de 2020, marcadas por la pandemia, e incluso ha superado los registros de 2012 y 2016—, lo más probable es que una parte de ellos se haya decantado por la papeleta de los populares, sabedores de que, como en 2009, esta vez no estaba todo el pescado vendido. Otra parte, que protagonizó la victoria de la izquierda en los comicios nacionales de julio de 2023, seguramente se haya quedado en casa, ante la desmovilización de un PSdeG absolutamente desaparecido de la campaña.

En una política nacional dividida en dos bloques, la movilización propia y la desmovilización del contrario son la clave de la victoria. En Galicia, que lleva tres décadas con este esquema —o el Partido Popular o la izquierda—, sucede lo mismo. El PP ha perdido solo 12.000 votos desde las generales; la suma de PSdeG, BNG y Sumar se ha dejado 116.000. En esos 100.000 votos se ha jugado la Xunta. Gracias a la amenaza de Pontón, los populares han podido movilizar a los suyos; a pesar del éxito de Pontón, una parte de la izquierda se ha vuelto a quedar en casa, hasta desaprovechar la mejor ocasión para recuperar el Gobierno gallego en mucho tiempo. La siguiente llegará cuando los socialistas sean capaces de articular, por primera vez desde el bipartito, un discurso propio para convencer a ese segmento que quiere cambio, pero rechaza aventuras nacionalistas.

El BNG es la mejor garantía para que el PP mantenga su hegemonía en Galicia. El partido de Ana Pontón (467.000 votos, el 31,6%) ha roto el techo que había firmado el líder histórico del nacionalismo gallego, Xosé Manuel Beiras, en 1997 (casi 400.000 sufragios, la cuarta parte del total). Pero, como en aquella ocasión, esta fuerza no ha servido para echar al PP de la Xunta, sino más bien para apuntalar su dominio. Paradójicamente, el recobrado músculo del Bloque, que vuelve a ser mayoritario entre los más jóvenes, como ocurría en los años noventa, ha permitido a los populares recobrar el aliento en la recta final de una campaña que se había ido complicando con el paso de los días. Polarizar con el BNG siempre es un buen negocio para que la derecha retenga el poder en el noroeste.

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